27/06/2020, 21:56
Daigo sonreía, aunque adolorido y todavía ligeramente aturdido, el chico ni siqueira sentía ese mal sabor de boca que suele dejar la derrota. En su lugar se sentía satisfecho por el combate que había tenido, aunque si tuviera que quejarse de algo, probablemente sería de que se quedó con ganas de pelear más.
Por suerte, no se quedaría con las ganas durante mucho tiempo. Lo sabía, lo llevaba sabiendo desde hacía algo de tiempo. Sus músculos seguían calientes, la sangre le hervía y sus puños todavía se negaban a abrirse.
El boxeador sabía no estaba en aquella sala lamiéndose las heridas después de un gran combate, no. Aquello se trataba de un simple descanso entre rounds, y muy pronto empezaría el siguiente.
—Ya estoy bien. Muchas gracias —le dijo al médico, sonriendo con amabilidad mientras se levantaba—. Quédese aquí ¿sí? Algo no va bien.
Tomando sus cadenas y sus esposas, el único equipamiento que necesitaba el peliverde, el chico se acercó a su amigo. Su rival, que seguía inconsciente, en una camilla.
—¡Despierta, Lobo! —Exclamó mientras le daba una pequeña patada a la pata de la camilla—. La pelea no ha terminado.
Daigo no le explicó mucho más a su compañero, no porque quisiera ser misterioso apropósito, sino porque realmente no podía explicar lo que sentía. Algo no iba bien. Algo no iba bien, pero ¿el qué?
Se dirigió hacia la puerta sin esperar un solo segundo antes de abrirla con cuidado. Miró hacia un lado. Miró hacia el otro. Nada, pero algo estaba mal.
Caminó lentamente por el pasillo. Tenía cada vello de su piel erizado. Algo no iba bien, algo no iba bien, algo no iba bien, algo no iba bien, algo no iba bien...
Y justo por eso tenía que ir allí.
Cuando llegó a un cruce con otro pasillo más ancho, el chico se asomó con cuidado, solo para ver a un gigante de más de dos metros que parecía amenazar a un joven ninja.
Si antes su sangre hervía, ahora ardía en su interior. Daigo podría reconocer fácilmente un desafío cuando lo tenía en frente, y ese hombre era fuerte. Fuerte y peligroso.
—¿Qué miras? ¿Vas a darme el alto?
salió de su escondite inmediatamente, recto y con ambos puños cerrados, mirando fijamente al gigante.
—Yo lo haré —respondió el el kusajin, serio como pocas veces.
No sabía si aquella era la mejor de sus ideas, pero sabía que podía confiar en Rōga incluso más de lo que podía confiar en sí mismo, y en el caso de Tsukiyama Daigo eso era mucho decir.
Por suerte, no se quedaría con las ganas durante mucho tiempo. Lo sabía, lo llevaba sabiendo desde hacía algo de tiempo. Sus músculos seguían calientes, la sangre le hervía y sus puños todavía se negaban a abrirse.
El boxeador sabía no estaba en aquella sala lamiéndose las heridas después de un gran combate, no. Aquello se trataba de un simple descanso entre rounds, y muy pronto empezaría el siguiente.
—Ya estoy bien. Muchas gracias —le dijo al médico, sonriendo con amabilidad mientras se levantaba—. Quédese aquí ¿sí? Algo no va bien.
Tomando sus cadenas y sus esposas, el único equipamiento que necesitaba el peliverde, el chico se acercó a su amigo. Su rival, que seguía inconsciente, en una camilla.
—¡Despierta, Lobo! —Exclamó mientras le daba una pequeña patada a la pata de la camilla—. La pelea no ha terminado.
Daigo no le explicó mucho más a su compañero, no porque quisiera ser misterioso apropósito, sino porque realmente no podía explicar lo que sentía. Algo no iba bien. Algo no iba bien, pero ¿el qué?
Se dirigió hacia la puerta sin esperar un solo segundo antes de abrirla con cuidado. Miró hacia un lado. Miró hacia el otro. Nada, pero algo estaba mal.
Caminó lentamente por el pasillo. Tenía cada vello de su piel erizado. Algo no iba bien, algo no iba bien, algo no iba bien, algo no iba bien, algo no iba bien...
Y justo por eso tenía que ir allí.
Cuando llegó a un cruce con otro pasillo más ancho, el chico se asomó con cuidado, solo para ver a un gigante de más de dos metros que parecía amenazar a un joven ninja.
Si antes su sangre hervía, ahora ardía en su interior. Daigo podría reconocer fácilmente un desafío cuando lo tenía en frente, y ese hombre era fuerte. Fuerte y peligroso.
—¿Qué miras? ¿Vas a darme el alto?
salió de su escondite inmediatamente, recto y con ambos puños cerrados, mirando fijamente al gigante.
—Yo lo haré —respondió el el kusajin, serio como pocas veces.
No sabía si aquella era la mejor de sus ideas, pero sabía que podía confiar en Rōga incluso más de lo que podía confiar en sí mismo, y en el caso de Tsukiyama Daigo eso era mucho decir.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Team pescado.