30/06/2020, 22:09
(Última modificación: 30/06/2020, 22:13 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Una de las réplicas de Kintsugi se dirigió a toda prisa hacia uno de los extremos del estadio. El pánico cundía a su alrededor mientras los shinobi hacían todo lo posible por desalojar el lugar, pero la gente se agolpaba aterrorizada y los gritos y los llantos inundaban sus oídos, taladrándolos. Ella no les prestó demasiada atención, su cometido era otro bien diferente. Esquivó a la gente como buenamente pudo e ingresó por uno de los accesos al interior del edificio.
Y allí, abajo en las escaleras, las vio a ambas. La jinchūriki de Amegakure se estaba enfrentando a una figura enmascarada; una mujer, a juzgar por el tono de su voz. Kintsugi se detuvo momentáneamente, observando el panorama. La enmascarada no portaba ningún tipo de bandana que delatara su procedencia, pero no creía que ningún shinobi de Uzushiogakure o de Amegakure atacaría a Ayame sin ton ni son. De eso se trataba la Alianza, después de todo. Pero tampoco la reconocía como una kunoichi propia, así que eso sólo les dejaba una opción posible.
«¿Una de los Dragones?» Meditó en silencio.
Fuera como fuese, no era de su incumbencia. Lo último que le importaba en aquellos momentos era el bienestar de la Guardiana. No le importaba si vivía o si moría, ni el por qué, ni a manos de quién. Aotsuki Ayame no era más que un monstruoso insecto que debía ser aniquilado. Pero no sería ella quien le pusiera la mano encima. No era tan estúpida como para provocar de esa manera a la Alianza. Por eso, simplemente, se limitó a pasar junto a ellas sin ninguna intención de intervenir. Pero entonces...
—¡MORIKAGE-DONO...!
Escuchó una voz tras su espalda y Kintsugi se detuvo momentáneamente. Giró la cabeza lo justo para comprobar que, la persona que la estaba llamando, era precisamente la última persona que tenía el derecho a dirigirse hacia ella. Se volvió en silencio, y continuó su camino.
Pero Aotsuki Ayame podía llegar a ser tan obstinada como una molesta mosquita.
—¡¡MORIKAGE-DONO!! ¡¡NO SÉ DÓNDE ESTÁ, PERO ESTÁ AQUÍ!! ¡¡KURAMA ESTÁ AQUÍ!!
Kintsugi no llegó a detener sus pasos, pero aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para ella. El sudor resbaló por su mejilla, y la Morikage tuvo que contener la rabia que había empezado a borbotar en su pecho, pugnando por estallar.
Ahora tenía aún más razones para encontrar a sus shinobi.
Y allí, abajo en las escaleras, las vio a ambas. La jinchūriki de Amegakure se estaba enfrentando a una figura enmascarada; una mujer, a juzgar por el tono de su voz. Kintsugi se detuvo momentáneamente, observando el panorama. La enmascarada no portaba ningún tipo de bandana que delatara su procedencia, pero no creía que ningún shinobi de Uzushiogakure o de Amegakure atacaría a Ayame sin ton ni son. De eso se trataba la Alianza, después de todo. Pero tampoco la reconocía como una kunoichi propia, así que eso sólo les dejaba una opción posible.
«¿Una de los Dragones?» Meditó en silencio.
Fuera como fuese, no era de su incumbencia. Lo último que le importaba en aquellos momentos era el bienestar de la Guardiana. No le importaba si vivía o si moría, ni el por qué, ni a manos de quién. Aotsuki Ayame no era más que un monstruoso insecto que debía ser aniquilado. Pero no sería ella quien le pusiera la mano encima. No era tan estúpida como para provocar de esa manera a la Alianza. Por eso, simplemente, se limitó a pasar junto a ellas sin ninguna intención de intervenir. Pero entonces...
—¡MORIKAGE-DONO...!
Escuchó una voz tras su espalda y Kintsugi se detuvo momentáneamente. Giró la cabeza lo justo para comprobar que, la persona que la estaba llamando, era precisamente la última persona que tenía el derecho a dirigirse hacia ella. Se volvió en silencio, y continuó su camino.
Pero Aotsuki Ayame podía llegar a ser tan obstinada como una molesta mosquita.
—¡¡MORIKAGE-DONO!! ¡¡NO SÉ DÓNDE ESTÁ, PERO ESTÁ AQUÍ!! ¡¡KURAMA ESTÁ AQUÍ!!
Kintsugi no llegó a detener sus pasos, pero aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para ella. El sudor resbaló por su mejilla, y la Morikage tuvo que contener la rabia que había empezado a borbotar en su pecho, pugnando por estallar.
Ahora tenía aún más razones para encontrar a sus shinobi.