4/07/2020, 02:09
Kurama no se pudo creer lo que le estaba diciendo Kokuō. Kurama no pudo creérselo. El germen de Gyūki había llegado a ella, y eso sólo podía significar...
¡BAM! Un vuelco al estómago, claro, inequívoco. Una explosión, un temblor.
—Gyūki. Habéis hablado. Está aquí. Estáis conspirando contra mí. En ese caso, Hermana, lamento decirte que... —siseó peligrosamente.
Kurama no llegó a terminar su frase. Porque el comodín, aquella extraña que le había desobedecido, se había revuelto en el último momento, lanzándole una extraña técnica a su hermana. La enmascarada se impulsó para liberarse...
—¡¡¡VAIS A MORIR LOS DOS PEDAZO DE MONS...!!!
...pero la mujer de cabello negro y ojos inquietantes, rojos, iracundos, ya estaba allí. La cogió de la cara, sin miramientos, y expandió su chakra por todo su cuerpo. La enmascarada palidecería, su piel se recubriría de una fría capa de escarcha. Y con un ademán, el bijū la apartó, golpeando con ella el suelo. Un golpe cristalino, seco.
—Si no vas a hablar de lo que quiero, al menos ten la decencia de dejar de chillar, verdulera patética.
Y Kurama caminó lentamente hacia Ayame. El agua en suspensión en el aire en torno a su mano derecha se condensó en una katana de hielo negro, con destellos purpúreos.
»¿De tanto estar con esa humana, te crees como ella, Kokuō? Por favor. Matarte. No podemos morir. ¿Recuerdas? —se burló—. No obstante, ella sí lo hará. —Apuntó con la punta de la espada hacia adelante, a una distancia de dos metros.
¡BAM! Un vuelco al estómago, claro, inequívoco. Una explosión, un temblor.
—Gyūki. Habéis hablado. Está aquí. Estáis conspirando contra mí. En ese caso, Hermana, lamento decirte que... —siseó peligrosamente.
Kurama no llegó a terminar su frase. Porque el comodín, aquella extraña que le había desobedecido, se había revuelto en el último momento, lanzándole una extraña técnica a su hermana. La enmascarada se impulsó para liberarse...
—¡¡¡VAIS A MORIR LOS DOS PEDAZO DE MONS...!!!
...pero la mujer de cabello negro y ojos inquietantes, rojos, iracundos, ya estaba allí. La cogió de la cara, sin miramientos, y expandió su chakra por todo su cuerpo. La enmascarada palidecería, su piel se recubriría de una fría capa de escarcha. Y con un ademán, el bijū la apartó, golpeando con ella el suelo. Un golpe cristalino, seco.
—Si no vas a hablar de lo que quiero, al menos ten la decencia de dejar de chillar, verdulera patética.
Y Kurama caminó lentamente hacia Ayame. El agua en suspensión en el aire en torno a su mano derecha se condensó en una katana de hielo negro, con destellos purpúreos.
»¿De tanto estar con esa humana, te crees como ella, Kokuō? Por favor. Matarte. No podemos morir. ¿Recuerdas? —se burló—. No obstante, ella sí lo hará. —Apuntó con la punta de la espada hacia adelante, a una distancia de dos metros.