5/07/2020, 02:33
—Lo que he visto, es a un pobre novato que claramente no entiende de que se trata ser un shinobi. —Dijo con sorna. —Si la excusa a tu temor de morir es pretender que ayudando a los civiles podrás tener la conciencia tranquila, inténtalo.
—Sé perfectamente lo que es ser un shinobi, lo cual implica saber cuando retirarse. Y si lo único que puedo hacer en esta situación es ayudar a los civiles pues es lo que haré.
No le agradaba la actitud de aquel amejin, le hablaba con sorna y desdén pese a que Takumi le sacaba algunos años. Aunque si que parecía tener más experiencia como shinobi que este último.
El kazejin tenía claro lo que iba a hacer, lo que aquella mole de músculos estaba claro que no era algo bueno, pero sería una tontería ir contra él sin oportunidad alguna; sus capacidades actuales no le permitían nada más que ayudar a los civiles. Además, tenía un objetivo muy a largo plazo y no iba a dejar que este se viera truncado en aquel estadio. Morir no estaba en sus planes del día de hoy.
Antes de llegar a la enfermería el Ryutō llegó al cruce, les miró y lanzó una bomba de humo. No era un ataque pero eso no dejaba tranquilo al genin del Remolino. «De momento no ha atacado, pero...» Una vez ya dentro acostaron al kusajin en una camilla.
—Sé que es una situación complicada —Comenzó dirigiéndose al personal médico. —pero hay que salir de aquí, es una situación peligrosa y de encontrarse a enemigos ni se les ocurra entablar combate si no ven muy claro el resultado de la posible refriega.
Mientras decía todo esto pudo ver por el rabillo del ojo como Rōga se dirigía a la puerta, pero no tenía interés alguno en intentar pararlo. «Si su deseo es morir en estos pasillos que así sea.» No pasaron ni cinco segundos desde la marcha del Lobo cuando...
La explosión sonó muy cerca, ¿habría sido aquel loco suicida de la Lluvia? El marionetista no quería tener problemas con el Heraldo del Dragón, pero lo mínimo sería comprobar si la vida de todos los de aquella sala peligraba. Se dirigió hacia la puerta pero cuando estaba a punto de agarrar el manillar para abrirla esta se abrió sola, cayendo el nativo del desierto al suelo del susto.
—¿Daigo-kun? —Dijo una voz que, gracias a Dios, no era la de aquel gigante.
El de gafas elevó la mirada y pudo reconocer a quien tenía enfrente, nada más y nada menos que a la Yondaime Morikage.
—¿¡M- Mo- Moririkage-dono!? —Si que tenía que ser grave la cosa si una de los kages se había movilizado en medio de este caos.
Se levantó mientras tragaba saliva, no sabía que decir ni que hacer. Ella preguntó por un tal Daigo, tal vez fuera aquel loco que estaba en la camilla.
—Disculpe mi intromisión pero, ¿busca a aquel shinobi? —Le preguntó intentando ser lo más correcto posible mientras señalaba a la camilla en la que habrían posado al de la Hierba.
—Sé perfectamente lo que es ser un shinobi, lo cual implica saber cuando retirarse. Y si lo único que puedo hacer en esta situación es ayudar a los civiles pues es lo que haré.
No le agradaba la actitud de aquel amejin, le hablaba con sorna y desdén pese a que Takumi le sacaba algunos años. Aunque si que parecía tener más experiencia como shinobi que este último.
El kazejin tenía claro lo que iba a hacer, lo que aquella mole de músculos estaba claro que no era algo bueno, pero sería una tontería ir contra él sin oportunidad alguna; sus capacidades actuales no le permitían nada más que ayudar a los civiles. Además, tenía un objetivo muy a largo plazo y no iba a dejar que este se viera truncado en aquel estadio. Morir no estaba en sus planes del día de hoy.
Antes de llegar a la enfermería el Ryutō llegó al cruce, les miró y lanzó una bomba de humo. No era un ataque pero eso no dejaba tranquilo al genin del Remolino. «De momento no ha atacado, pero...» Una vez ya dentro acostaron al kusajin en una camilla.
—Sé que es una situación complicada —Comenzó dirigiéndose al personal médico. —pero hay que salir de aquí, es una situación peligrosa y de encontrarse a enemigos ni se les ocurra entablar combate si no ven muy claro el resultado de la posible refriega.
Mientras decía todo esto pudo ver por el rabillo del ojo como Rōga se dirigía a la puerta, pero no tenía interés alguno en intentar pararlo. «Si su deseo es morir en estos pasillos que así sea.» No pasaron ni cinco segundos desde la marcha del Lobo cuando...
¡¡¡BOOOOOOOOOOMMMMMMM!!!
La explosión sonó muy cerca, ¿habría sido aquel loco suicida de la Lluvia? El marionetista no quería tener problemas con el Heraldo del Dragón, pero lo mínimo sería comprobar si la vida de todos los de aquella sala peligraba. Se dirigió hacia la puerta pero cuando estaba a punto de agarrar el manillar para abrirla esta se abrió sola, cayendo el nativo del desierto al suelo del susto.
—¿Daigo-kun? —Dijo una voz que, gracias a Dios, no era la de aquel gigante.
El de gafas elevó la mirada y pudo reconocer a quien tenía enfrente, nada más y nada menos que a la Yondaime Morikage.
—¿¡M- Mo- Moririkage-dono!? —Si que tenía que ser grave la cosa si una de los kages se había movilizado en medio de este caos.
Se levantó mientras tragaba saliva, no sabía que decir ni que hacer. Ella preguntó por un tal Daigo, tal vez fuera aquel loco que estaba en la camilla.
—Disculpe mi intromisión pero, ¿busca a aquel shinobi? —Le preguntó intentando ser lo más correcto posible mientras señalaba a la camilla en la que habrían posado al de la Hierba.