8/07/2020, 11:33
Los brazos de chakra se abalanzaron sobre Kuroyuki, buscando defenderse de la que sabían que sería una muerte segura, buscando golpearla, buscando, como mínimo, retrasar el momento lo máximo que pudieran. Pero la mujer del hielo negro saltó rápidamente hacia atrás, y los brazos de energía sólo llegaron a rozarla lo suficiente como para abrasar su piel nívea.
—¡¡OS HABÉIS REBAJADO AL NIVEL DE LOS HUMANOS, Y OS HABÉIS OPUESTO A MI LEGÍTIMO DERECHO DE REINAR SOBRE ELLOS!! —bramó Kurama, alzando una mano hacia Ayame.
Una mano en la que comenzó a acumularse un extraño chakra rojizo.
«Y lo dice el que amenazó a mi hermano con sellarlo en una vasija y el que nos está aniquilando uno por uno por no seguir sus ideologías.» Escupió Kokuō, con asco acumulado.
«Ahora sí... esto es el final.» Un escalofrío recorrió a Ayame de arriba a abajo al reconocer aquella energía destructiva: la Bijūdama. Si hubiese podido mover sus manos, podría haber intentado teletransportarse a la primera señal de sangre que se le hubiese ocurrido. Pero si reaprender cómo debía mover un brazo era una tarea titánica en aquellos momentos de estrés máximo, entrelazar los dedos en una serie de sellos ya era algo imposible. Se le formó un doloroso nudo en la garganta cuando lo comprendió. Cuando no vio luz alguna al final del túnel. «Kokuō... Gracias. Por todo. La próxima vez que regreses, intenta que no vuelvan a capturarte...»
—¡¡KOKUŌ, ESPERO QUE PIENSES BIEN TUS SIGUIENTES PASOS CUANDO RENAZCAS!! ¡¡AHORA, ESCORIA HUMANA, MUEREEEEEEEEEE!!
Y justo en el momento en el que Kurama lanzaba el mortífero láser contra ella, lo sintió. Fue como una especie de tirón, el tirón de un hilo invisible atado a ella. Pero un tirón tan débil que se quedaba a medio camino, sin alcanzarla. Ayame cerró los ojos y tendió su propia mano, aferrando el hilo rojo. Y se dejó arrastrar, lejos de allí.
—¡¡OS HABÉIS REBAJADO AL NIVEL DE LOS HUMANOS, Y OS HABÉIS OPUESTO A MI LEGÍTIMO DERECHO DE REINAR SOBRE ELLOS!! —bramó Kurama, alzando una mano hacia Ayame.
Una mano en la que comenzó a acumularse un extraño chakra rojizo.
«Y lo dice el que amenazó a mi hermano con sellarlo en una vasija y el que nos está aniquilando uno por uno por no seguir sus ideologías.» Escupió Kokuō, con asco acumulado.
«Ahora sí... esto es el final.» Un escalofrío recorrió a Ayame de arriba a abajo al reconocer aquella energía destructiva: la Bijūdama. Si hubiese podido mover sus manos, podría haber intentado teletransportarse a la primera señal de sangre que se le hubiese ocurrido. Pero si reaprender cómo debía mover un brazo era una tarea titánica en aquellos momentos de estrés máximo, entrelazar los dedos en una serie de sellos ya era algo imposible. Se le formó un doloroso nudo en la garganta cuando lo comprendió. Cuando no vio luz alguna al final del túnel. «Kokuō... Gracias. Por todo. La próxima vez que regreses, intenta que no vuelvan a capturarte...»
—¡¡KOKUŌ, ESPERO QUE PIENSES BIEN TUS SIGUIENTES PASOS CUANDO RENAZCAS!! ¡¡AHORA, ESCORIA HUMANA, MUEREEEEEEEEEE!!
Y justo en el momento en el que Kurama lanzaba el mortífero láser contra ella, lo sintió. Fue como una especie de tirón, el tirón de un hilo invisible atado a ella. Pero un tirón tan débil que se quedaba a medio camino, sin alcanzarla. Ayame cerró los ojos y tendió su propia mano, aferrando el hilo rojo. Y se dejó arrastrar, lejos de allí.