18/07/2020, 00:12
Todo a su alrededor era oscuro. Oscuro, que no completamente negro, como si estuviese dentro de una nube de tormenta. ¿O es que ni siquiera tenía los ojos abiertos? Los párpados le pesaban. Le pesaban mucho. Las fuerzas se le escapaban como si decenas de sanguijuelas le estuviesen drenando, chupándole hasta la última gota de energía. No, no sanguijuelas. Sino senbons.
Jodidos senbons.
Datsue se arrancó cada aguja de sanguijuela, una a una. ¿Cuántas le habían clavado? Perdió la cuenta en algún punto, cuando el sueño volvía a invadirle y su mente no era lo suficientemente fuerte como para erigir un muro de defensa. Llegó un momento dado que escuchó voces. Alguien le sacudía. Un traidor, supo casi al instante. Aquel que le había arrebatado lo que más quería en aquel mundo.
Su venganza.
Aquel pensamiento le enfureció. Desde su pecho, sintió un calor que se fue extendiendo de las arterias a las venas, y de las venas al músculo. Como si el mismísimo volcán de la Lengua Ígnea hubiese vomitado en el interior de su corazón. Aquello le espabiló. Le despertó. Generales, oyó. Dragones, escuchó.
«¿Dragones? Dragones de papel», dedujo. Aquellos seres mitológicos se habían extinguido hacía mucho tiempo. O bueno, casi. Tan solo quedaba uno. Un individuo que cargaba sobre sus hombros el peso de ser el último de su especie. El último y auténtico dragón de Ōnindo. Hanabi. Y más les valía a aquellos imitadores de tres al cuarto no ponerse delante de él cuando abriese las fauces.
—¿Qué ven tus ojos? —farfulló, tratando de enfocar la vista en Daruu—. ¿Qué ven tus ojos? —volvió a preguntar, desviando la mirada hacia el estadio.
Jodidos senbons.
Datsue se arrancó cada aguja de sanguijuela, una a una. ¿Cuántas le habían clavado? Perdió la cuenta en algún punto, cuando el sueño volvía a invadirle y su mente no era lo suficientemente fuerte como para erigir un muro de defensa. Llegó un momento dado que escuchó voces. Alguien le sacudía. Un traidor, supo casi al instante. Aquel que le había arrebatado lo que más quería en aquel mundo.
Su venganza.
Aquel pensamiento le enfureció. Desde su pecho, sintió un calor que se fue extendiendo de las arterias a las venas, y de las venas al músculo. Como si el mismísimo volcán de la Lengua Ígnea hubiese vomitado en el interior de su corazón. Aquello le espabiló. Le despertó. Generales, oyó. Dragones, escuchó.
«¿Dragones? Dragones de papel», dedujo. Aquellos seres mitológicos se habían extinguido hacía mucho tiempo. O bueno, casi. Tan solo quedaba uno. Un individuo que cargaba sobre sus hombros el peso de ser el último de su especie. El último y auténtico dragón de Ōnindo. Hanabi. Y más les valía a aquellos imitadores de tres al cuarto no ponerse delante de él cuando abriese las fauces.
—¿Qué ven tus ojos? —farfulló, tratando de enfocar la vista en Daruu—. ¿Qué ven tus ojos? —volvió a preguntar, desviando la mirada hacia el estadio.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado