18/07/2020, 01:40
Los dos enfermeros se acercaron a Takumi —cuando este todavía se encontraba en la puerta de enfermería— como si el ninja fuese una especie de paraguas antiescombros o bote salvavidas. Se trataba de un hombre de cabellos rizados y castaños y una mujer morena.
—E-espera, chico. ¿N-no deberíamos quedarnos un po-co más? —preguntó, con voz temblorosa—. El muro de Kintsugi-sama nos protege y ahí afuera todavía se cae todo a pedazos.
—Pero, ¡Daichi! —protestó la enfermera—. ¡Piensa en todos los heridos que debe haber! ¡Tenemos que salir cuánto antes para ayudar!
—¡No le serviremos de nada muertos! —replicó, con voz aguda y chillona—. Además, ¿quién te dice a ti que todo esto haya acabado? ¡Igual lo peor todavía está por venir!
—¡Pues con más razón hay que salir!
Los ojos del hombre se redujeron a dos diminutos puntos negros. Negó con la cabeza enérgicamente.
—¿¡Pero es que no te das cuenta!? No, claro que no te das. Porque no lo has visto. No lo has vivido. ¿Me equivoco? No estuviste aquel día en el examen Chūnin.
—En eso… No, no estuve.
—¡Pues yo tampoco! —espetó—. ¡Pero oí cosas! ¡OÍ COSAS! ¡Bijūs descontrolados! ¡Bijūdamas! ¡Qué sé yo qué más cosas! No, no, no, no. ¡Yo voto por quedarnos aquí un ratito más! ¿¡Qué dices tú, uzujin!?
• • •
Daigo avanzó entre los escombros, las piedras que caían del cielo y algún cadáver. Llegó hasta el famoso cruce y le vio. Roga, inconsciente, con un montón de polvo y piedrecitas tapándole el cuerpo.
Seguía vivo.
¿Por cuánto tiempo? Un trozo de hormigón del tamaño de la roca que le había lanzado Datsue en el torneo caía primero hacia el muro del pasillo y luego, al rebotar, contra el cuerpo de Roga. Sus ojos lo previeron unos segundos antes de que sucediese. La adrenalina hacía que todo se moviese a cámara lenta. Apenas contaba con un latido de corazón para reaccionar a tiempo.
¿Qué haría?
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