18/07/2020, 11:44
Y entonces, Datsue reaccionó.
—¿Qué ven tus ojos? —farfulló, con la mirada aún desenfocada. Ayame llegó a creer que estaba delirando en su debilidad, pero entonces el Uchiha volvió los ojos hacia el estadio y demandó con más energía—. ¿Qué ven tus ojos?
Y los dos Amejines le imitaron. Y ambos se quedaron boquiabiertos, Daruu ni siquiera tuvo que activar su Byakugan.
Y es que hacia ellos se acercaba una figura entre los árboles. Una figura que había perdido toda su energía eléctrica, pero que seguía manteniendo aquel porte regio que la caracterizaba.
—Amedama, cierra la boca, coño, ni que hubieras visto un fantasma —habló Amekoro Yui, con el sombrero del Señor Feudal sobre su cabeza en lugar de el de Kage. La mujer parecía más pálida que de costumbre, más cansada, y sus ojos estaban hinchados y enmarcados por unas notables ojeras. Era como si hubiese envejecido de repente varios años. Ni siquiera aquella afilada sonrisa era la misma sonrisa socarrona de siempre, ahora sólo estaba cargada de una infinita tristeza.
—Y... Yui-sama —la saludó Ayame, poniéndose en pie todo lo deprisa que fue capaz e inclinando el torso en una reverencia. Menos mal que la técnica que la inmovilizaba ya había perdido su efecto.
Pero entonces la Arashikage se adelantó y le plantó a Daruu un sombrero en la cabeza. El sombrero de Arashikage.
A Ayame casi se le cae la mandíbula al suelo.
—¿Yui-sama, qué...? —farfulló Daruu, tan confuso como ella. Y no era para menos.
—No te confundas. Eres muy buen shinobi, pero esto es temporal —respondió Yui, con tono fúnebre, mostrándole la palma de la mano—. Escuchadme bien, porque no quiero repetirlo y quiero largarme de aquí ya. Sekiryū ha matado a mi hermano. Al Señor Feudal. Creo que han acabado con todos ellos.
Aquel fue el primer jarro de agua helada.
—¿Los... Señores Feudales están...? —repitió Ayame en voz baja. ¿Entonces ella no era el objetivo principal? ¿Pero entonces por qué estaba Kurama allí también?
—Yui-sama, no quiero interrumpirle pero Kurama también está aquí —habló Daruu, como si le hubiese leído el pensamiento.
—Entonces más razón para que Ayame y yo nos vayamos —replicó Yui. Y Ayame levantó la cabeza de golpe.
«¿Qué? ¿Irme? Pero...» Protestó, siempre dentro de su mente, sin atreverse a expresarse en voz alta ante Yui. Puede que la relación entre ambas hubiese mejorado a raíz de que prácticamente la obligara a revelar que había liberado a Kokuō, pero había ciertas cosas que nunca cambiaban.
—Protege a... —Yui pareció reparar de repente en la presencia de Datsue, y se arrodilló junto a él. Le puso la mano en la cabeza y entonces... ¿Le acarició?—. Uchiha Datsue, ¿verdad? Muy gracioso tu broma del despacho. Quizás en otro momento pudiéramos ajustar cuentas...
«Oh, no...» Ayame se temió lo peor.
—...Pero creo que tendría que añadir demasiadas cuentas que ajustar a mi ábaco. Uchiha Datsue. Quiero decirte algo. Quiero decirte que... Lo siento.
¡BAM! Segundo mazazo: Yui pidiendo perdón. La última vez que la había visto de aquella manera, fue cuando se abrió emocionalmente hacia Kokuō. Y, la verdad, no esperaba verlo de nuevo. Y mucho menos hacia Uchiha Datsue.
—Puedes contarle la verdad a Aiko. No. Debes contarle la verdad. Dile a ella que también lo siento. No es momento de que nos separen viejas rencillas. Ahora sé lo que es perder a alguien a quien de verdad quieres. Que su estancia en Uzushiogakure sea un símbolo de unión entre dos pueblos.
«No sé si va a ser buena idea que le revelen la verdad...» Pensó Ayame. Después de no recordar absolutamente nada, que te cuenten de un día para otro que tu verdadero hogar estaba en Amegakure y que fuiste sometida a morir eternamente entre las aguas del lago por una insubordinación antes de entregarte a otra aldea debía de ser, cuanto menos... traumático.
Y para cuando la Arashikage se volvió hacia Ayame, la kunoichi tuvo que hacer un verdadero esfuerzo consciente para cerrar la boca.
—Ayame. Si sigues teniendo alguna de tus marcas en mi torre, es hora de que me acompañes. Te necesito.
Ayame apretó los puños y se mordió el labio inferior. Toda su naturaleza se rebelaba ante la idea de abandonar el lugar. Una cosa era alejarse prudencialmente del estadio por si Kurama pudiera seguir por allí, ¡pero volver a Amegakure era algo impensable!
—Y tú, Amedama... Lidera a mis shinobi de vuelta a Amegakure. Y traete... a Umikiba Kaido.
¡BAM! La tercera bomba.
—He logrado quebrar la voluntad de ese sello, al menos temporalmente. Pero si queremos asegurarnos su regreso, necesitaremos que alguien lo rompa. Uchiha, eres experto en Fūinjutsu, ¿verdad? Sé que no me he ganado tu respeto. Pero aunque sea por ese vínculo a tres que tenéis entre vosotros... hazme ese favor.
«Kaido... ¿regresa...?» Se repitió Ayame, como si su cerebro no fuese capaz de procesar esas dos simple palabras.
Pero entonces sacudió la cabeza y se volvió hacia Yui.
—Y... Yui-sama... Eh... -dono... Eh... —titubeaba, al verla con aquel sombrero de Daimyō sobre su cabeza—. Mi... Mi familia sigue en el estadio... Mi padre, mi hermano... Kiroe, Chiiro... Yo... N... No quiero llevarle la contraria pero... N... no puedo abandonarlos... Ni siquiera sé cómo están... —suplicaba, con los ojos inundados de lágrimas.
—¿Qué ven tus ojos? —farfulló, con la mirada aún desenfocada. Ayame llegó a creer que estaba delirando en su debilidad, pero entonces el Uchiha volvió los ojos hacia el estadio y demandó con más energía—. ¿Qué ven tus ojos?
Y los dos Amejines le imitaron. Y ambos se quedaron boquiabiertos, Daruu ni siquiera tuvo que activar su Byakugan.
Y es que hacia ellos se acercaba una figura entre los árboles. Una figura que había perdido toda su energía eléctrica, pero que seguía manteniendo aquel porte regio que la caracterizaba.
—Amedama, cierra la boca, coño, ni que hubieras visto un fantasma —habló Amekoro Yui, con el sombrero del Señor Feudal sobre su cabeza en lugar de el de Kage. La mujer parecía más pálida que de costumbre, más cansada, y sus ojos estaban hinchados y enmarcados por unas notables ojeras. Era como si hubiese envejecido de repente varios años. Ni siquiera aquella afilada sonrisa era la misma sonrisa socarrona de siempre, ahora sólo estaba cargada de una infinita tristeza.
—Y... Yui-sama —la saludó Ayame, poniéndose en pie todo lo deprisa que fue capaz e inclinando el torso en una reverencia. Menos mal que la técnica que la inmovilizaba ya había perdido su efecto.
Pero entonces la Arashikage se adelantó y le plantó a Daruu un sombrero en la cabeza. El sombrero de Arashikage.
A Ayame casi se le cae la mandíbula al suelo.
—¿Yui-sama, qué...? —farfulló Daruu, tan confuso como ella. Y no era para menos.
—No te confundas. Eres muy buen shinobi, pero esto es temporal —respondió Yui, con tono fúnebre, mostrándole la palma de la mano—. Escuchadme bien, porque no quiero repetirlo y quiero largarme de aquí ya. Sekiryū ha matado a mi hermano. Al Señor Feudal. Creo que han acabado con todos ellos.
Aquel fue el primer jarro de agua helada.
—¿Los... Señores Feudales están...? —repitió Ayame en voz baja. ¿Entonces ella no era el objetivo principal? ¿Pero entonces por qué estaba Kurama allí también?
—Yui-sama, no quiero interrumpirle pero Kurama también está aquí —habló Daruu, como si le hubiese leído el pensamiento.
—Entonces más razón para que Ayame y yo nos vayamos —replicó Yui. Y Ayame levantó la cabeza de golpe.
«¿Qué? ¿Irme? Pero...» Protestó, siempre dentro de su mente, sin atreverse a expresarse en voz alta ante Yui. Puede que la relación entre ambas hubiese mejorado a raíz de que prácticamente la obligara a revelar que había liberado a Kokuō, pero había ciertas cosas que nunca cambiaban.
—Protege a... —Yui pareció reparar de repente en la presencia de Datsue, y se arrodilló junto a él. Le puso la mano en la cabeza y entonces... ¿Le acarició?—. Uchiha Datsue, ¿verdad? Muy gracioso tu broma del despacho. Quizás en otro momento pudiéramos ajustar cuentas...
«Oh, no...» Ayame se temió lo peor.
—...Pero creo que tendría que añadir demasiadas cuentas que ajustar a mi ábaco. Uchiha Datsue. Quiero decirte algo. Quiero decirte que... Lo siento.
¡BAM! Segundo mazazo: Yui pidiendo perdón. La última vez que la había visto de aquella manera, fue cuando se abrió emocionalmente hacia Kokuō. Y, la verdad, no esperaba verlo de nuevo. Y mucho menos hacia Uchiha Datsue.
—Puedes contarle la verdad a Aiko. No. Debes contarle la verdad. Dile a ella que también lo siento. No es momento de que nos separen viejas rencillas. Ahora sé lo que es perder a alguien a quien de verdad quieres. Que su estancia en Uzushiogakure sea un símbolo de unión entre dos pueblos.
«No sé si va a ser buena idea que le revelen la verdad...» Pensó Ayame. Después de no recordar absolutamente nada, que te cuenten de un día para otro que tu verdadero hogar estaba en Amegakure y que fuiste sometida a morir eternamente entre las aguas del lago por una insubordinación antes de entregarte a otra aldea debía de ser, cuanto menos... traumático.
Y para cuando la Arashikage se volvió hacia Ayame, la kunoichi tuvo que hacer un verdadero esfuerzo consciente para cerrar la boca.
—Ayame. Si sigues teniendo alguna de tus marcas en mi torre, es hora de que me acompañes. Te necesito.
Ayame apretó los puños y se mordió el labio inferior. Toda su naturaleza se rebelaba ante la idea de abandonar el lugar. Una cosa era alejarse prudencialmente del estadio por si Kurama pudiera seguir por allí, ¡pero volver a Amegakure era algo impensable!
—Y tú, Amedama... Lidera a mis shinobi de vuelta a Amegakure. Y traete... a Umikiba Kaido.
¡BAM! La tercera bomba.
—He logrado quebrar la voluntad de ese sello, al menos temporalmente. Pero si queremos asegurarnos su regreso, necesitaremos que alguien lo rompa. Uchiha, eres experto en Fūinjutsu, ¿verdad? Sé que no me he ganado tu respeto. Pero aunque sea por ese vínculo a tres que tenéis entre vosotros... hazme ese favor.
«Kaido... ¿regresa...?» Se repitió Ayame, como si su cerebro no fuese capaz de procesar esas dos simple palabras.
Pero entonces sacudió la cabeza y se volvió hacia Yui.
—Y... Yui-sama... Eh... -dono... Eh... —titubeaba, al verla con aquel sombrero de Daimyō sobre su cabeza—. Mi... Mi familia sigue en el estadio... Mi padre, mi hermano... Kiroe, Chiiro... Yo... N... No quiero llevarle la contraria pero... N... no puedo abandonarlos... Ni siquiera sé cómo están... —suplicaba, con los ojos inundados de lágrimas.