22/07/2020, 00:46
Daigo sonrió ampliamente al encontrarse con Takumi.
—¿Suerte? —respondió el chico, confundido—. Me esfuerzo siempre al máximo en todo lo que hago. Incluso cuando al intentar sobrevivir.
Dio una respuesta tan simple como tonta, pero eso fue exactamente lo que aprendió en el desierto: mientras su mente se mantuviese fuerte, siempre podría llevar su cuerpo al límite.
Y al límite estuvieron todos mientras intentaban escapar del estadio, sin poder detenerse por un segundo a sabiendas de que su vida dependía de ello, de que el mundo se les caía encima y lo único que podían hacer era apartarse.
Finalmente consiguieron salir del estadio, pero no de aquel infierno. Lejos de poder sentirse aliviados y descansar, el grupo se encontró con el dolor de quienes habían salido con vida, de quienes estaban a punto de perderla y de quienes habían perdido algo incluso más importante.
Le dolía. El sufrimiento de todas esas personas le dolía de una forma antinatural. Como si fuera su propio brazo el que hubiera sido cercenado, o como si fuera su propio padre quien se encontrase bajo los escombros.
Se sintió algo culpable al estar feliz de que su familia estuviera muy lejos de allí.
Daigo miró a su alrededor, buscando a algún conocido o a algún compañero. No encontró a nadie. Luego miró a Rōga, que todavía estaba inconsciente en sus brazos, pero estaba vivo y a salvo.
Sonrió, antes de dejar a su amigo en algún lugar apartado en el que no estorbase. Al menos había salvado a una persona.
Se irguió luego de recostar a Rōga en el suelo y casi sin pensarlo, de forma mecánica, el genin volvió a girarse hacia el estadio.
«Una persona más» se dijo antes de volver a adentrarse.
Si el estadio seguía de pie, Daigo intentaría salvar tantas vidas como pudiese hasta que fuera demasiado tarde.
—¿Suerte? —respondió el chico, confundido—. Me esfuerzo siempre al máximo en todo lo que hago. Incluso cuando al intentar sobrevivir.
Dio una respuesta tan simple como tonta, pero eso fue exactamente lo que aprendió en el desierto: mientras su mente se mantuviese fuerte, siempre podría llevar su cuerpo al límite.
Y al límite estuvieron todos mientras intentaban escapar del estadio, sin poder detenerse por un segundo a sabiendas de que su vida dependía de ello, de que el mundo se les caía encima y lo único que podían hacer era apartarse.
Finalmente consiguieron salir del estadio, pero no de aquel infierno. Lejos de poder sentirse aliviados y descansar, el grupo se encontró con el dolor de quienes habían salido con vida, de quienes estaban a punto de perderla y de quienes habían perdido algo incluso más importante.
Le dolía. El sufrimiento de todas esas personas le dolía de una forma antinatural. Como si fuera su propio brazo el que hubiera sido cercenado, o como si fuera su propio padre quien se encontrase bajo los escombros.
Se sintió algo culpable al estar feliz de que su familia estuviera muy lejos de allí.
Daigo miró a su alrededor, buscando a algún conocido o a algún compañero. No encontró a nadie. Luego miró a Rōga, que todavía estaba inconsciente en sus brazos, pero estaba vivo y a salvo.
Sonrió, antes de dejar a su amigo en algún lugar apartado en el que no estorbase. Al menos había salvado a una persona.
Se irguió luego de recostar a Rōga en el suelo y casi sin pensarlo, de forma mecánica, el genin volvió a girarse hacia el estadio.
«Una persona más» se dijo antes de volver a adentrarse.
Si el estadio seguía de pie, Daigo intentaría salvar tantas vidas como pudiese hasta que fuera demasiado tarde.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Team pescado.