28/07/2020, 00:40
Los argumentos de Daruu estaban muy bien fundamentados. El País de la Tierra era el destino más peligroso de todos, aunque no dejaba de ser un territorio que Zaide conocía muy bien. Se movió durante años por el Cañón del Secuestrado, y no se podía descartar que hubiese hecho muchos aliados en ese tiempo, quizás alguno que pudiera tenderle una mano y esconderlos durante un tiempo hasta que lograsen reorganizarse del todo. Conseguir nuevos miembros, pensó Kaido, era una prioridad. Y ver cómo manejar los recursos tras la sentida muerte del testaferro del grupo. Pero si los Ryūto contemplaban los mismos hechos que ponía Daruu sobre la mesa, quizás, tendrían que sentirse disuadidos de ir a Tsuchi. Unraikyo, estratégicamente, sonaba como un destino mejor, teniendo muy en cuenta las circunstancias que padecía la organización. Que no en vano eran conscientes del acoso al que se verían sometidos después de la masacre causada en el Torneo de los Dojos.
Kaido miró a ambos.
—Estoy seguro de que contemplan todo eso, pero al final dependerá de la votación. Y ahora mismo Ryū está en desventaja respecto a Zaide, porque digamos que Akame tiene cierta tendencia a entenderse mejor con su pariente Uchiha; así que estoy casi seguro de que irán a donde Uchiha Zaide le salga de los huevos.
Finalmente, el tema se dio por zanjado. Datsue comenzó su proceso introspectivo para la ejecución del... ¿desellado? y dibujó garabatos en el suelo. Kaido sintió una temerosa familiaridad. Un oscuro Déjà vu ...
—Es todo como aquél día.
De alguna forma, su subconsciente parecía saber lo que estaba por venir.
Cuando Datsue dijo que lo tenía, Kaido tragó saliva. Infló el pecho, respiró profundo y trató de sentirse tan calmo como podía. Necesitaba tener la mente aguda y la memoria vivaz. Necesitaba saber ahora, más que nunca, que él era el jodido Tiburón de Amegakure.
Sólo así podría volver.
Pero realmente nunca supo que se había ido. Su cuerpo cayó como una bola de plomo, desparramándose en el suelo. Respiraba. No estaba muerto, tan sólo estaba dormido. Muy dormido.
Umikiba Kaido abrió los ojos, en un mundo paralelo. Era un sitio extraño, carente de vida. Todo estaba vacío. A su alrededor solo había una penumbra indistinguible, como si no hubiese salida alguna. Él estaba allí, sin camisa. Se vio el brazo instintivamente —no sabía el porqué sintió esa necesidad, pero lo hizo—. y no tenía el tatuaje del Dragón en el brazo. En cambio, yacía parado sobre un símbolo enorme de un Dragón de Ocho Cabezas, como el que había dibujado Otohime alguna vez.
Pero Umikiba Kaido no estaba sólo. No.
Había alguien al frente suyo.
Kaido miró a ambos.
—Estoy seguro de que contemplan todo eso, pero al final dependerá de la votación. Y ahora mismo Ryū está en desventaja respecto a Zaide, porque digamos que Akame tiene cierta tendencia a entenderse mejor con su pariente Uchiha; así que estoy casi seguro de que irán a donde Uchiha Zaide le salga de los huevos.
Finalmente, el tema se dio por zanjado. Datsue comenzó su proceso introspectivo para la ejecución del... ¿desellado? y dibujó garabatos en el suelo. Kaido sintió una temerosa familiaridad. Un oscuro Déjà vu ...
—Es todo como aquél día.
De alguna forma, su subconsciente parecía saber lo que estaba por venir.
Cuando Datsue dijo que lo tenía, Kaido tragó saliva. Infló el pecho, respiró profundo y trató de sentirse tan calmo como podía. Necesitaba tener la mente aguda y la memoria vivaz. Necesitaba saber ahora, más que nunca, que él era el jodido Tiburón de Amegakure.
Sólo así podría volver.
Pero realmente nunca supo que se había ido. Su cuerpo cayó como una bola de plomo, desparramándose en el suelo. Respiraba. No estaba muerto, tan sólo estaba dormido. Muy dormido.
. . .
Umikiba Kaido abrió los ojos, en un mundo paralelo. Era un sitio extraño, carente de vida. Todo estaba vacío. A su alrededor solo había una penumbra indistinguible, como si no hubiese salida alguna. Él estaba allí, sin camisa. Se vio el brazo instintivamente —no sabía el porqué sintió esa necesidad, pero lo hizo—. y no tenía el tatuaje del Dragón en el brazo. En cambio, yacía parado sobre un símbolo enorme de un Dragón de Ocho Cabezas, como el que había dibujado Otohime alguna vez.
Pero Umikiba Kaido no estaba sólo. No.
Había alguien al frente suyo.