28/07/2020, 02:47
Tal y como aquella vez...
Dos Kaido, uno frente al otro. Aquél que fue subyagado a la voluntad de Dragón Rojo versus el Kaido que alguna vez fue. El de Amegakure. El Verdadero Tiburón.
Ambos sonreían, como siempre. Aunque en esta ocasión, Umikiba Kaido no iba a ceder tan fácil ante esa imagen manchada de sí mismo. Ahora era consciente de que esa persona no era él.
—Mírate, volviendo al acuario como un pececillo asustado. ¿De verdad pensaste que te dejaría? ¿Después de saborear el océano? ¿Después de sentir la grandeza? ¿Y tú, queriendo volver a la pecera? ¡JAMÁS!
¡Fiusj! la reconoció apenas su oponente realizó el movimiento con la espada. Después de todo, aquello era de su propia invención. Una técnica delicada, hermosa, y letal. Donde la unión entre su espada en las partículas de agua en el aire daban luz a una filosa navaja de agua que surcaba los aires como un cóndor hacia su víctima más que decidida a cercenar los cuerpos a la mitad. Kaido no se movió en lo absoluto. Vio como ésta recorría los metros que le separaban. La esperó, y la esperó mientras rebuscaba algo en su portaobjetos. No dejó que le cortara, sin embargo, aunque con el suika hubiese podido evitar una herida mortal. Así que saltó con mucha fuerza y curvó el cuerpo para que la hoja de agua transitara los linderos bajo suyo y se perdiera en la eterna nada que les rodeaba.
Kaido aterrizó de pie tras dar una limpia voltereta, a un metro más adelante. Blandió a Nokomizuchi con fiereza y habló, tan fuerte que esperaba que todos sus amigos le escucharan afuera del limbo en el que se encontraban.
—No te engañes, Kaido. Sólo saboreaste el océano que ellos quisieron. Y el mar es vasto. Los océanos numerosos. Un verdadero tiburón no se subyaga a las corrientes de un animal que surca los cielos y no nuestras aguas —dijo—. nunca fuiste grande. Siempre alguien te hacía sombra. Shaneji el primero... pues no eras más que su perra. Deberías darle las gracias a Akame que te lo quitó de en medio.
Respiró profundo y esperó. Ahora lo entendía. Allí no iba a vencer al menos que ganase los dos pulsos. El físico y el mental.
Dos Kaido, uno frente al otro. Aquél que fue subyagado a la voluntad de Dragón Rojo versus el Kaido que alguna vez fue. El de Amegakure. El Verdadero Tiburón.
Ambos sonreían, como siempre. Aunque en esta ocasión, Umikiba Kaido no iba a ceder tan fácil ante esa imagen manchada de sí mismo. Ahora era consciente de que esa persona no era él.
—Mírate, volviendo al acuario como un pececillo asustado. ¿De verdad pensaste que te dejaría? ¿Después de saborear el océano? ¿Después de sentir la grandeza? ¿Y tú, queriendo volver a la pecera? ¡JAMÁS!
¡Fiusj! la reconoció apenas su oponente realizó el movimiento con la espada. Después de todo, aquello era de su propia invención. Una técnica delicada, hermosa, y letal. Donde la unión entre su espada en las partículas de agua en el aire daban luz a una filosa navaja de agua que surcaba los aires como un cóndor hacia su víctima más que decidida a cercenar los cuerpos a la mitad. Kaido no se movió en lo absoluto. Vio como ésta recorría los metros que le separaban. La esperó, y la esperó mientras rebuscaba algo en su portaobjetos. No dejó que le cortara, sin embargo, aunque con el suika hubiese podido evitar una herida mortal. Así que saltó con mucha fuerza y curvó el cuerpo para que la hoja de agua transitara los linderos bajo suyo y se perdiera en la eterna nada que les rodeaba.
Kaido aterrizó de pie tras dar una limpia voltereta, a un metro más adelante. Blandió a Nokomizuchi con fiereza y habló, tan fuerte que esperaba que todos sus amigos le escucharan afuera del limbo en el que se encontraban.
—No te engañes, Kaido. Sólo saboreaste el océano que ellos quisieron. Y el mar es vasto. Los océanos numerosos. Un verdadero tiburón no se subyaga a las corrientes de un animal que surca los cielos y no nuestras aguas —dijo—. nunca fuiste grande. Siempre alguien te hacía sombra. Shaneji el primero... pues no eras más que su perra. Deberías darle las gracias a Akame que te lo quitó de en medio.
Respiró profundo y esperó. Ahora lo entendía. Allí no iba a vencer al menos que ganase los dos pulsos. El físico y el mental.