16/08/2020, 01:29
El agua cobró un olor metálico, un sabor a hierro y el color del nacimiento y de la muerte. A cada latido, a cada contracción desesperada de un corazón sin fuelle, la telaraña carmesí se extendía más y más, hacia todas partes. Llegó un momento en que un hilo rojo alcanzó una de las cabezas de dragón dibujadas en piedra y sepultadas por el mar amejin. El hilo se dividió en dos. Se acercó a otra cabeza…
Se detuvo.
No había más sangre con la que teñir el lago.
El cuerpo de Umikiba Kaido volvió a abrazar a su gemelo. Apoyó ambas manos en cada mejilla de él, casi delicadamente, y alzó su barbilla para que le mirase a los ojos. Su boca se abrió, y pareció articular unas palabras. ¿Qué dijo? Eso solo ellos dos lo sabían. Quizá solo habían sido imaginaciones del amejin. Lo cierto es que cuando se volvió a fijar, los ojos del Ryūto estaban abiertos, pero carentes de vida. Su boca se torcía en una especie de sonrisa, pero sin tensión en la mandíbula.
Aquel era un día de luto. Para la mayoría. Y, para unos muy pocos, también. Porque aquel había sido el día en que Umikiba Kaido el Ryūto había muerto.
Y esa era una pérdida irreparable.
A fuego nació, y a fuego murió.
Con sangre empezó, y con sangre terminó.
Esa es la ley en Sekiryū, y la ley se cumple.
Por eso, sabes lo que viene ahora. Conoces las reglas. El cuerpo del Ryūto, demasiado puro para pudrirse como un simple mortal, entra en una combustión espontánea. Las llamas arden incluso debajo del agua, derritiendo tela, piel, grasa.
Conoces las reglas, y por eso ya sabes lo que va a pasar. También de quién es la voz que suena, cuando el cadáver ardiente abre la boca y te pregunta. Solo una cosa, porque él no es de malgastar las palabras.
—¿Por qué?
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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