11/09/2020, 11:16
Dos individuos cruzaban la capital del País del Fuego como dos turistas más. Ataviados con una fina capa de viaje oscura, con capuchas que le cubrían la cabeza, se paraban cada dos por tres frente a algún establecimiento o puesto en el mercado.
—Es increíble lo rápido que pasa todo. —¿Seguiría en pie el famoso bar de las kimadas? Sintió una punzada en el pecho al imaginarse que no—. Nos hacemos viejos, amigo. Nos hacemos viejos a una velocidad endiablada.
—Eh, ¡habla por ti! —exclamó Katsudon—. Que me sacas unas cuántas décadas. Yo todavía estoy en el punto óptimo de maduración, como el queso curado cuando empieza a desarrollar sus primeros hongos azules.
Hanabi no pudo evitar reírse.
—Ya te llegará la hora. Todavía recuerdo como si fuese ayer mis primeras misiones con Shiona, Raimyogan y tu padre. Recuerdo que pensaba que aquello duraría eternamente —pensó, con cierta melancolía. Eso le hizo acordarse de una anécdota muy divertida que tenía olvidada—. Oye, ¿te conté la vez en que tu padre…?
Hanabi y Katsudon se adentraron en el Templo del Diálogo por la entrada este. Caminaron con la tranquilidad de quien ya ha estado en varias reuniones que decidieron el rumbo de todo Ōnindo y saben que ponerse nerviosos o atiborrarse a pastillas tranquilizantes no sirve de nada.
Al llegar frente a la mesa donde ya había reunida varias personas, se quitaron la capucha de la capa de viaje. Aquel simple movimiento, más luego acomodarse la larga cabellera rubia sobre su espalda, reveló un detalle importante sobre el Uzukage. Su mano derecha…
…no era de carne y hueso, sino de madera y acero.
—Disculpen la tardanza. Nos hemos entretenido un poco con las nuevas vistas que regala Tanzaku Gai —dijo, esbozando una breve sonrisa—. Shanise-dono, enhorabuena por su nuevo cargo —dijo, con una pequeña reverencia de cabeza. Todavía recordaba aquellos tiempos en los que hubiese preferido hablar con ella y no con Yui de temas políticos. Luego resultó que con Yui se entendía mejor, bastante mejor, de lo que nadie ni él mismo se hubiese imaginado. ¿La echaría de menos ahora? Al menos para tomarse unas kimadas tras la reunión, seguro que sí—. Ayame-san, qué bueno verte por aquí. Kintsugi-dono, Hana-san, me alegro de volver a veros. —dijo, inclinando la cabeza según se dirigía a ellas a modo de saludo.
—Es increíble lo rápido que pasa todo. —¿Seguiría en pie el famoso bar de las kimadas? Sintió una punzada en el pecho al imaginarse que no—. Nos hacemos viejos, amigo. Nos hacemos viejos a una velocidad endiablada.
—Eh, ¡habla por ti! —exclamó Katsudon—. Que me sacas unas cuántas décadas. Yo todavía estoy en el punto óptimo de maduración, como el queso curado cuando empieza a desarrollar sus primeros hongos azules.
Hanabi no pudo evitar reírse.
—Ya te llegará la hora. Todavía recuerdo como si fuese ayer mis primeras misiones con Shiona, Raimyogan y tu padre. Recuerdo que pensaba que aquello duraría eternamente —pensó, con cierta melancolía. Eso le hizo acordarse de una anécdota muy divertida que tenía olvidada—. Oye, ¿te conté la vez en que tu padre…?
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Hanabi y Katsudon se adentraron en el Templo del Diálogo por la entrada este. Caminaron con la tranquilidad de quien ya ha estado en varias reuniones que decidieron el rumbo de todo Ōnindo y saben que ponerse nerviosos o atiborrarse a pastillas tranquilizantes no sirve de nada.
Al llegar frente a la mesa donde ya había reunida varias personas, se quitaron la capucha de la capa de viaje. Aquel simple movimiento, más luego acomodarse la larga cabellera rubia sobre su espalda, reveló un detalle importante sobre el Uzukage. Su mano derecha…
…no era de carne y hueso, sino de madera y acero.
—Disculpen la tardanza. Nos hemos entretenido un poco con las nuevas vistas que regala Tanzaku Gai —dijo, esbozando una breve sonrisa—. Shanise-dono, enhorabuena por su nuevo cargo —dijo, con una pequeña reverencia de cabeza. Todavía recordaba aquellos tiempos en los que hubiese preferido hablar con ella y no con Yui de temas políticos. Luego resultó que con Yui se entendía mejor, bastante mejor, de lo que nadie ni él mismo se hubiese imaginado. ¿La echaría de menos ahora? Al menos para tomarse unas kimadas tras la reunión, seguro que sí—. Ayame-san, qué bueno verte por aquí. Kintsugi-dono, Hana-san, me alegro de volver a veros. —dijo, inclinando la cabeza según se dirigía a ellas a modo de saludo.