14/09/2020, 20:37
Silenciosa como el vuelo de una mariposa, Aburame Kintsugi hizo acto de aparición entonces, acompañada de una mujer que Ayame no había visto hasta ahora: Era hermosa, muy hermosa. Tenía el cabello corto y de un vivo color rojo como el fuego, y todo su ser desprendía ese aire de elegancia que sólo había visto en aristócratas y nobles. Caminaba con los ojos cerrados, o al menos esa impresión le dio a ella porque no parecía tener ningún tipo de problema para sortear los obstáculos.
«Debe ser su mano derecha... como yo.» Supuso la nerviosa kunoichi.
Ayame inclinó el cuerpo en una respetuosa reverencia frente a las dos mujeres de Kusagakure, pero la Morikage apenas posó los ojos sobre ella antes de volverse hacia Shanise con absoluta indiferencia.
—Así que es cierto... Yui-dono ha delegado en ti su sombrero —comentó—. En ese caso, es mi deber presentarte mis respetos, Godaime Arashikage —añadió, inclinando la cabeza—. Parece que... ha llegado la hora de la nueva generación.
—Es un honor para mí tu reconocimiento, Kintsugi-dono —respondió Shanise, tras un largo suspiro—. Ojalá la nueva generación hubiera llegado para todos como ha llegado la mía. Esos tres tenían sus diferencias, pero también nexos que les unieron y que hicieron de Ōnindo un lugar mucho mejor. —Extendió el brazo y señaló una de las mesas—. Esperemos a Hanabi-dono.
Ayame se dispuso a aguardar tras el asiento ocupado por la nueva Arashikage, pero ella le señaló un hueco a su derecha.
«¿Está bien que me siente yo... aquí?» No pudo evitar preguntarse, con las mejillas encendidas. Como se había temido al poner el primer pie allí, se sentía como una pequeña hormiguita entre los pies de gigantes. Ayame miró de reojo a la acompañante de Kintsugi. ¿Se sentiría ella igual?
Dos personas encapuchadas irrumpieron en el Templo del Diálogo. El Uzukage no tardó mucho más en llegar, acompañado por un hombre que, dada su corpulencia, bien podía valer por dos más. O quizás cuatro. Tenía el pelo corto y oscuro y cierto aire bonachón. Ayame no recordaba si lo había visto anteriormente, pero se le antojaba algo familiar. ¿Sería un déjà vū? Se preguntó, rascándose la mejilla con el dedo índice.
No tuvo mucho tiempo para pensar en ello, pues sus ojos repararon en algo que la hizo palidecer de golpe.
—S... su brazo... —Se escapó de sus temblorosos labios, sin poder evitarlo. Sus ojos estaban fijos en aquellas articulaciones de madera y metal, pero su mente había volado lejos de allí, al oeste.
—Disculpen la tardanza. Nos hemos entretenido un poco con las nuevas vistas que regala Tanzaku Gai. —Se excusó el Uzukage, con una breve sonrisa—. Shanise-dono, enhorabuena por su nuevo cargo —le dijo a Shanise, inclinando ligeramente la cabeza. Y entonces, para sorpresa de Ayame, se volvió hacia ella—. Ayame-san, qué bueno verte por aquí.
Ayame se levantó como un resorte y llena de torpeza, inclinó el cuerpo en una reverencia que casi le hace estamparse la cabeza contra el tablero de la mesa.
—U... Uzukage-dono, el placer es mío —respondió, antes de volver a sentarse con la misma torpeza que antes.
—Kintsugi-dono, Hana-san, me alegro de volver a veros.
—Como le decía a Kintsugi —intervino entonces Shanise—, es un honor sentarme entre nosotros. Si no me equivoco, fue Kintsugi-dono quien solicitó la reunión, pero antes me gustaría advertir de algo. Fuera de Amegakure, todo el mundo cree que Yui es la Señora Feudal. El cargo de Tormenta es un secreto, por ahora. Menos para vosotros y para los nuestros. Tenemos nuestras razones. Podemos comenzar.
Y entonces, con los tres Gigantes protagonistas, la tercera reunión de Kage dio comienzo.
«Debe ser su mano derecha... como yo.» Supuso la nerviosa kunoichi.
Ayame inclinó el cuerpo en una respetuosa reverencia frente a las dos mujeres de Kusagakure, pero la Morikage apenas posó los ojos sobre ella antes de volverse hacia Shanise con absoluta indiferencia.
—Así que es cierto... Yui-dono ha delegado en ti su sombrero —comentó—. En ese caso, es mi deber presentarte mis respetos, Godaime Arashikage —añadió, inclinando la cabeza—. Parece que... ha llegado la hora de la nueva generación.
—Es un honor para mí tu reconocimiento, Kintsugi-dono —respondió Shanise, tras un largo suspiro—. Ojalá la nueva generación hubiera llegado para todos como ha llegado la mía. Esos tres tenían sus diferencias, pero también nexos que les unieron y que hicieron de Ōnindo un lugar mucho mejor. —Extendió el brazo y señaló una de las mesas—. Esperemos a Hanabi-dono.
Ayame se dispuso a aguardar tras el asiento ocupado por la nueva Arashikage, pero ella le señaló un hueco a su derecha.
«¿Está bien que me siente yo... aquí?» No pudo evitar preguntarse, con las mejillas encendidas. Como se había temido al poner el primer pie allí, se sentía como una pequeña hormiguita entre los pies de gigantes. Ayame miró de reojo a la acompañante de Kintsugi. ¿Se sentiría ella igual?
Dos personas encapuchadas irrumpieron en el Templo del Diálogo. El Uzukage no tardó mucho más en llegar, acompañado por un hombre que, dada su corpulencia, bien podía valer por dos más. O quizás cuatro. Tenía el pelo corto y oscuro y cierto aire bonachón. Ayame no recordaba si lo había visto anteriormente, pero se le antojaba algo familiar. ¿Sería un déjà vū? Se preguntó, rascándose la mejilla con el dedo índice.
No tuvo mucho tiempo para pensar en ello, pues sus ojos repararon en algo que la hizo palidecer de golpe.
—S... su brazo... —Se escapó de sus temblorosos labios, sin poder evitarlo. Sus ojos estaban fijos en aquellas articulaciones de madera y metal, pero su mente había volado lejos de allí, al oeste.
—Disculpen la tardanza. Nos hemos entretenido un poco con las nuevas vistas que regala Tanzaku Gai. —Se excusó el Uzukage, con una breve sonrisa—. Shanise-dono, enhorabuena por su nuevo cargo —le dijo a Shanise, inclinando ligeramente la cabeza. Y entonces, para sorpresa de Ayame, se volvió hacia ella—. Ayame-san, qué bueno verte por aquí.
Ayame se levantó como un resorte y llena de torpeza, inclinó el cuerpo en una reverencia que casi le hace estamparse la cabeza contra el tablero de la mesa.
—U... Uzukage-dono, el placer es mío —respondió, antes de volver a sentarse con la misma torpeza que antes.
—Kintsugi-dono, Hana-san, me alegro de volver a veros.
—Como le decía a Kintsugi —intervino entonces Shanise—, es un honor sentarme entre nosotros. Si no me equivoco, fue Kintsugi-dono quien solicitó la reunión, pero antes me gustaría advertir de algo. Fuera de Amegakure, todo el mundo cree que Yui es la Señora Feudal. El cargo de Tormenta es un secreto, por ahora. Menos para vosotros y para los nuestros. Tenemos nuestras razones. Podemos comenzar.
Y entonces, con los tres Gigantes protagonistas, la tercera reunión de Kage dio comienzo.