30/09/2020, 16:41
—No ha mencionado Kusagakure, por que tu hermano, Chomei, asesinó al antiguo Morikage y la nueva Morikage, lo único que quiere saber de vosotros, es cómo haceros desaparecer de Oonindo —intervino Reiji.
Gyūki se dio la vuelta hacia él, despacio.
«Me gustaría decir que no me lo creo, pero después de todos los años de maltrato por los humanos, cualquiera de nosotros perdería la compostura. Aún así...»
—¿Fue el bijū, el jichūriki, o ambos a la vez? Sin preguntárselo, no podemos saberlo. Sin saberlo, no podermos juzgar —meditó el Hachibi—. ¿Fue él el que ofendió, o el Morikage? La crueldad es una faceta de la vida que todo el mundo posee. Algunos la muestran abiertamente —Miró a Shukaku, fijamente—, pero los más peligrosos son los que la ocultan tras una máscara de cordialidad. —Levantó la barbilla, dirigiendo la miorada al lento transitar de las nubes.
»Hagane-kun me habló una vez sobre Moyashi Kenzou, en una de sus visitas. Parecía amable, pero él siempre mantenía vigilados a todos y cada uno de sus shinobi, más que a los de las otras aldeas. Era un hombre diplomático, pero también el mayor general de espías de todo Oonindo. Según Hagane, su sonrisa era tan sólo una máscara.
Volvió a dirigir la mirada hacia Reiji.
»¿Qué máscara viste la nueva Morikage, debo preguntar? ¿Qué hay detrás, odio, venganza, justicia o una profunda tristeza? ¿Es quizás su resentimiento un producto del de mi hermano Chōmei? ¿No es también el de Chōmei un producto del de los humanos de antaño?
»Alguien tiene que detener estos ciclos, Sasaki Reiji. Por las buenas, o por las malas. No es el resentimiento lo que guía al mayor mal que ha visto nacer Oonindo, sino el orgullo y la egolatría. Ese debe de ser nuestro enemigo.
»Espero esa bandana, chico.
Y así, Gyūki descendió mientras giraba, avivando un gran remolino en el puerto que agitó las embarcaciones y las hizo balancearse sobre pequeñas olas.
—Guau. —Hanabi, pálido como la cera, se dio la vuelta hacia los otros shinobi. Sin saber muy bien qué decir, se encogió de hombros—. Ya veréis cuando se entere Katsudon.
Gyūki se dio la vuelta hacia él, despacio.
«Me gustaría decir que no me lo creo, pero después de todos los años de maltrato por los humanos, cualquiera de nosotros perdería la compostura. Aún así...»
—¿Fue el bijū, el jichūriki, o ambos a la vez? Sin preguntárselo, no podemos saberlo. Sin saberlo, no podermos juzgar —meditó el Hachibi—. ¿Fue él el que ofendió, o el Morikage? La crueldad es una faceta de la vida que todo el mundo posee. Algunos la muestran abiertamente —Miró a Shukaku, fijamente—, pero los más peligrosos son los que la ocultan tras una máscara de cordialidad. —Levantó la barbilla, dirigiendo la miorada al lento transitar de las nubes.
»Hagane-kun me habló una vez sobre Moyashi Kenzou, en una de sus visitas. Parecía amable, pero él siempre mantenía vigilados a todos y cada uno de sus shinobi, más que a los de las otras aldeas. Era un hombre diplomático, pero también el mayor general de espías de todo Oonindo. Según Hagane, su sonrisa era tan sólo una máscara.
Volvió a dirigir la mirada hacia Reiji.
»¿Qué máscara viste la nueva Morikage, debo preguntar? ¿Qué hay detrás, odio, venganza, justicia o una profunda tristeza? ¿Es quizás su resentimiento un producto del de mi hermano Chōmei? ¿No es también el de Chōmei un producto del de los humanos de antaño?
»Alguien tiene que detener estos ciclos, Sasaki Reiji. Por las buenas, o por las malas. No es el resentimiento lo que guía al mayor mal que ha visto nacer Oonindo, sino el orgullo y la egolatría. Ese debe de ser nuestro enemigo.
»Espero esa bandana, chico.
Y así, Gyūki descendió mientras giraba, avivando un gran remolino en el puerto que agitó las embarcaciones y las hizo balancearse sobre pequeñas olas.
—Guau. —Hanabi, pálido como la cera, se dio la vuelta hacia los otros shinobi. Sin saber muy bien qué decir, se encogió de hombros—. Ya veréis cuando se entere Katsudon.