1/10/2020, 22:23
La reunión continuaba ante los ojos de una Ayame que, a cada minuto que pasaba, se sentía más y más pequeñas ante las tres grandes Sombras.
—Se lo agradezco profundamente, Arashikage-dono. Eikyuu Juro sigue siendo una de nuestras mayores prioridades, y hasta el momento no hemos dado con ninguna pista que nos lleve hasta él —habló la Morikage.
Ayame sintió una amarga opresión en el pecho y agachó la mirada. Le habría gustado saber algo de él. Saber dónde podría estar o qué podría estar haciendo, ahora que era un fugitivo del País del Bosque. Preguntarle por su propia versión de los hechos. Pero seguían sin noticias; y, por lo que le había dicho Kokuō, lo mismo ocurría con su bijū. Nadie sabía nada de ellos. Era como si la misma arena se los hubiese tragado a ambos sin dejar rastro.
—Respondiendo a su pregunta, Uzukage-dono... —continuó la líder de Kusagakure—. Uno de nuestros shinobi tuvo un desafortunado encuentro con uno de esos Generales hace poco, mientras nosotros aún estábamos en el Valle de los Dojos.
—¡¿QUÉ?! —se le escapó a Ayame, que se tapó la boca con ambas manos al darse cuenta de su desliz.
—Fue en la estación de ferrocarriles. Nosotros ya no tenemos ningún contenedor que pueda resultarles de interés, así que desconocemos cuáles eran sus intenciones. Pero está claro que buscan algo más que el resto de los Bijū.
—Pero, ¿qué podrían estar buscando aparte de los bijūs? —Preguntó Hanabi, al aire. Sin esperar una respuesta que sabía que ninguno de los allí presentes conocía.
Y Ayame sentía un ligero escozor entre los omóplatos. Kokuō estaba irritada ante la manera de hablar de la Morikage, pero ella tenía la mente en otra parte como para preocuparse sobre cómo se estaba refiriendo a los jinchūriki y a los bijū:
«Un... ¿Un General en Kusagakure? ¿Pero por qué? ¿Y quién? Kuroyuki no pudo ser, ella también estaba en el Valle de los Dojos... ¿Y qué estaban buscando allí si ya no hay ningún Hermano al que reclutar?» Su cerebro trabajaba a toda velocidad, pero su rostro se había quedado tan blanco como la cera. No conseguía entenderlo, y eso sólo la ponía aún más nerviosa.
—Ningún país está a salvo de las intenciones de ese Monstruo; así que, regresando a su pregunta, Uzukage-dono: Sí. Kusagakure también colaborará en la búsqueda y exterminio de ese Kurama, sus Generales y todo aquel que le siga. Pero seguiremos manteniendo nuestras condiciones.
Ayame entrecerró ligeramente los ojos. Sospechaba bien cuáles eran esas condiciones de las que Kintsugi estaba hablando. Y al parecer no era la única.
—¿Vuestras condiciones? ¿Mantener el veto a Aotsuki Ayame y Uchiha Datsue en el País del Bosque? —cuestionó Hanabi—. Después de todo lo que pasó. Después de ver con sus ojos a Sasaki Reiji utilizando el chakra de un bijū para ayudarnos a todos. ¿En serio?
«¿Que Reiji hizo qué?» Volvió a preguntarse Ayame, con una gota de sudor frío resbalándole por la sien.
Se volvió hacia la Morikage, esperando su respuesta, pero antes de que esta llegara, Shanise volvió a adelantarse:
—Kusagakure puede mantener todos los términos que desee, por supuesto, está en su completo derecho —dijo, calmada. Pero enseguida añadió algo más—. Nosotros, en consecuencia y como respuesta, añadiremos los propios. Ningún shinobi de Kusagakure pisará ni atravesará el País de la Tormenta a no ser que sea en términos oficiales con la aldea: misiones de colaboración, redadas contra Sekiryū o Kurama, etcétera. En cualquiera de los casos, la Morikage en persona tendrá que llamar a la Arashikage y pedirle expreso permiso, que nosotros consideraremos. En cualquiera de los casos se asignará algún tipo de vigilancia al o a los sujetos.
»Supongo que no habrá problema en aceptar estos términos, al fin y al cabo, nosotros también miramos por la seguridad de nuestros aliados. Bijūs incluidos.
Ayame contenía la respiración. Se moría de ganas por hacer una última pregunta, pero la atmósfera estaba cargada de una tensión que temía romper. Temblorosa, se volvió hacia Kintsugi. Esperando, ahora sí, su respuesta.
—Se lo agradezco profundamente, Arashikage-dono. Eikyuu Juro sigue siendo una de nuestras mayores prioridades, y hasta el momento no hemos dado con ninguna pista que nos lleve hasta él —habló la Morikage.
Ayame sintió una amarga opresión en el pecho y agachó la mirada. Le habría gustado saber algo de él. Saber dónde podría estar o qué podría estar haciendo, ahora que era un fugitivo del País del Bosque. Preguntarle por su propia versión de los hechos. Pero seguían sin noticias; y, por lo que le había dicho Kokuō, lo mismo ocurría con su bijū. Nadie sabía nada de ellos. Era como si la misma arena se los hubiese tragado a ambos sin dejar rastro.
—Respondiendo a su pregunta, Uzukage-dono... —continuó la líder de Kusagakure—. Uno de nuestros shinobi tuvo un desafortunado encuentro con uno de esos Generales hace poco, mientras nosotros aún estábamos en el Valle de los Dojos.
—¡¿QUÉ?! —se le escapó a Ayame, que se tapó la boca con ambas manos al darse cuenta de su desliz.
—Fue en la estación de ferrocarriles. Nosotros ya no tenemos ningún contenedor que pueda resultarles de interés, así que desconocemos cuáles eran sus intenciones. Pero está claro que buscan algo más que el resto de los Bijū.
—Pero, ¿qué podrían estar buscando aparte de los bijūs? —Preguntó Hanabi, al aire. Sin esperar una respuesta que sabía que ninguno de los allí presentes conocía.
Y Ayame sentía un ligero escozor entre los omóplatos. Kokuō estaba irritada ante la manera de hablar de la Morikage, pero ella tenía la mente en otra parte como para preocuparse sobre cómo se estaba refiriendo a los jinchūriki y a los bijū:
«Un... ¿Un General en Kusagakure? ¿Pero por qué? ¿Y quién? Kuroyuki no pudo ser, ella también estaba en el Valle de los Dojos... ¿Y qué estaban buscando allí si ya no hay ningún Hermano al que reclutar?» Su cerebro trabajaba a toda velocidad, pero su rostro se había quedado tan blanco como la cera. No conseguía entenderlo, y eso sólo la ponía aún más nerviosa.
—Ningún país está a salvo de las intenciones de ese Monstruo; así que, regresando a su pregunta, Uzukage-dono: Sí. Kusagakure también colaborará en la búsqueda y exterminio de ese Kurama, sus Generales y todo aquel que le siga. Pero seguiremos manteniendo nuestras condiciones.
Ayame entrecerró ligeramente los ojos. Sospechaba bien cuáles eran esas condiciones de las que Kintsugi estaba hablando. Y al parecer no era la única.
—¿Vuestras condiciones? ¿Mantener el veto a Aotsuki Ayame y Uchiha Datsue en el País del Bosque? —cuestionó Hanabi—. Después de todo lo que pasó. Después de ver con sus ojos a Sasaki Reiji utilizando el chakra de un bijū para ayudarnos a todos. ¿En serio?
«¿Que Reiji hizo qué?» Volvió a preguntarse Ayame, con una gota de sudor frío resbalándole por la sien.
Se volvió hacia la Morikage, esperando su respuesta, pero antes de que esta llegara, Shanise volvió a adelantarse:
—Kusagakure puede mantener todos los términos que desee, por supuesto, está en su completo derecho —dijo, calmada. Pero enseguida añadió algo más—. Nosotros, en consecuencia y como respuesta, añadiremos los propios. Ningún shinobi de Kusagakure pisará ni atravesará el País de la Tormenta a no ser que sea en términos oficiales con la aldea: misiones de colaboración, redadas contra Sekiryū o Kurama, etcétera. En cualquiera de los casos, la Morikage en persona tendrá que llamar a la Arashikage y pedirle expreso permiso, que nosotros consideraremos. En cualquiera de los casos se asignará algún tipo de vigilancia al o a los sujetos.
»Supongo que no habrá problema en aceptar estos términos, al fin y al cabo, nosotros también miramos por la seguridad de nuestros aliados. Bijūs incluidos.
Ayame contenía la respiración. Se moría de ganas por hacer una última pregunta, pero la atmósfera estaba cargada de una tensión que temía romper. Temblorosa, se volvió hacia Kintsugi. Esperando, ahora sí, su respuesta.