2/10/2020, 20:01
(Última modificación: 3/10/2020, 23:42 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
Hanabi, tan perspicaz como siempre, fue el primero que fue capaz de ver a través de su antifaz:
—¿Vuestras condiciones? ¿Mantener el veto a Aotsuki Ayame y Uchiha Datsue en el País del Bosque? —preguntó.
Y Kintsugi se limitó a responder con un mudo asentimiento.
—Después de todo lo que pasó. Después de ver con sus ojos a Sasaki Reiji utilizando el chakra de un bijū para ayudarnos a todos —continuó hablando, pero cuando le recordó ese pequeño asunto del segundo bijū en Uzushiogakure, la Morikage no pudo evitar fruncir el ceño ligeramente—. ¿En serio?
Kintsugi quiso responder, pero la nueva Arashikage volvió a adelantarse a sus palabras.
—Kusagakure puede mantener todos los términos que desee, por supuesto, está en su completo derecho —dijo, más calmada de lo que habría esperado. Después de todo, aquella mujer no era Amekoro Yui—. Nosotros, en consecuencia y como respuesta, añadiremos los propios. Ningún shinobi de Kusagakure pisará ni atravesará el País de la Tormenta a no ser que sea en términos oficiales con la aldea: misiones de colaboración, redadas contra Sekiryū o Kurama, etcétera. En cualquiera de los casos, la Morikage en persona tendrá que llamar a la Arashikage y pedirle expreso permiso, que nosotros consideraremos. En cualquiera de los casos se asignará algún tipo de vigilancia al o a los sujetos. Supongo que no habrá problema en aceptar estos términos, al fin y al cabo, nosotros también miramos por la seguridad de nuestros aliados. Bijūs incluidos.
Kintsugi suspiró profundamente y, bajo la atenta mirada de todos los presentes, entrelazó las dos manos sobre la mesa y volvió a alzar la barbilla con la majestuosidad que la caracterizaba.
—Los bijū no deben entrar en el País del Bosque. Y esto se extiende hacia sus... Contenedores —reafirmó, rotunda—. No me malinterpretéis, no es nada personal —Aunque en lo que a ella se refería para con aquellas criaturas sí lo era—, ni tenemos nada en contra de Amegakure ni Uzushiogakure. Pero ni ellos son bienvenidos en nuestras tierras, ni nuestras gentes están preparadas ni merecen volver a ser testigos de la destrucción de esos Monstruos. Debo proteger a mi país, y por eso mantengo mi veto. Tanto por mí, como por ellos —Kintsugi volvió el rostro hacia Shanise—. Estáis en vuestro derecho de levantar vuestros muros contra los nuestros, pero no tienes nada de lo que preocuparte para mantener esa estrecha vigilancia: Fuera del País del Bosque, mis shinobi no levantarán la mano contra los jinchūriki. A no ser que se trate de Eikyuu Juro o de cualquier otro General, por supuesto. Sea como sea, aceptaré esos términos. Amegakure sabrá cuándo uno de los nuestros pretenda cruzar sus tierras y dará, o no, su permiso para hacerlo.
»Ah, y a propósito de eso... Ese veto se extiende ahora a Sasaki Reiji —añadió Kintsugi, fulminando con la mirada a Hanabi—. Uzukage-dono, creo que tiene algo que explicar.
—¿Vuestras condiciones? ¿Mantener el veto a Aotsuki Ayame y Uchiha Datsue en el País del Bosque? —preguntó.
Y Kintsugi se limitó a responder con un mudo asentimiento.
—Después de todo lo que pasó. Después de ver con sus ojos a Sasaki Reiji utilizando el chakra de un bijū para ayudarnos a todos —continuó hablando, pero cuando le recordó ese pequeño asunto del segundo bijū en Uzushiogakure, la Morikage no pudo evitar fruncir el ceño ligeramente—. ¿En serio?
Kintsugi quiso responder, pero la nueva Arashikage volvió a adelantarse a sus palabras.
—Kusagakure puede mantener todos los términos que desee, por supuesto, está en su completo derecho —dijo, más calmada de lo que habría esperado. Después de todo, aquella mujer no era Amekoro Yui—. Nosotros, en consecuencia y como respuesta, añadiremos los propios. Ningún shinobi de Kusagakure pisará ni atravesará el País de la Tormenta a no ser que sea en términos oficiales con la aldea: misiones de colaboración, redadas contra Sekiryū o Kurama, etcétera. En cualquiera de los casos, la Morikage en persona tendrá que llamar a la Arashikage y pedirle expreso permiso, que nosotros consideraremos. En cualquiera de los casos se asignará algún tipo de vigilancia al o a los sujetos. Supongo que no habrá problema en aceptar estos términos, al fin y al cabo, nosotros también miramos por la seguridad de nuestros aliados. Bijūs incluidos.
Kintsugi suspiró profundamente y, bajo la atenta mirada de todos los presentes, entrelazó las dos manos sobre la mesa y volvió a alzar la barbilla con la majestuosidad que la caracterizaba.
—Los bijū no deben entrar en el País del Bosque. Y esto se extiende hacia sus... Contenedores —reafirmó, rotunda—. No me malinterpretéis, no es nada personal —Aunque en lo que a ella se refería para con aquellas criaturas sí lo era—, ni tenemos nada en contra de Amegakure ni Uzushiogakure. Pero ni ellos son bienvenidos en nuestras tierras, ni nuestras gentes están preparadas ni merecen volver a ser testigos de la destrucción de esos Monstruos. Debo proteger a mi país, y por eso mantengo mi veto. Tanto por mí, como por ellos —Kintsugi volvió el rostro hacia Shanise—. Estáis en vuestro derecho de levantar vuestros muros contra los nuestros, pero no tienes nada de lo que preocuparte para mantener esa estrecha vigilancia: Fuera del País del Bosque, mis shinobi no levantarán la mano contra los jinchūriki. A no ser que se trate de Eikyuu Juro o de cualquier otro General, por supuesto. Sea como sea, aceptaré esos términos. Amegakure sabrá cuándo uno de los nuestros pretenda cruzar sus tierras y dará, o no, su permiso para hacerlo.
»Ah, y a propósito de eso... Ese veto se extiende ahora a Sasaki Reiji —añadió Kintsugi, fulminando con la mirada a Hanabi—. Uzukage-dono, creo que tiene algo que explicar.