4/10/2020, 00:57
—Los bijū no deben entrar en el País del Bosque. Y esto se extiende hacia sus... Contenedores —respondió Kintsugi, después de entrelazar las manos sobre la mesa y lanzar un largo suspiro.
¡Zap! Ayame tuvo que entrecerrar los ojos cuando un latigazo recorrió su espalda.
«Kokuō, no.»
—No me malinterpretéis, no es nada personal —continuó hablando la Morikage—. , ni tenemos nada en contra de Amegakure ni Uzushiogakure. Pero ni ellos son bienvenidos en nuestras tierras, ni nuestras gentes están preparadas ni merecen volver a ser testigos de la destrucción de esos Monstruos.
¡ZAP! Ayame apenas logró contener un siseo entre los dientes, pero su espalda se irguió repentinamente.
«¡Kokuō!»
«¡La odio, Señorita! Esa humana... Esa humana es lo más "humano" que he visto en mucho tiempo. ¡No la soporto!»
Ayame tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por tirar de las riendas y contener el impulso de Kokuō. Y se odió por ello. Porque ella nunca la había retenido para que no tomara su cuerpo. Era, en cierta manera, parte de su acuerdo de libertad compartida.
La Morikage continuó hablando, pero Ayame estaba sumida en una lucha interna y no fue capaz de seguir sus palabras. Entre sudores fríos, había cerrado los ojos y se masajeaba el puente de la nariz con visible malestar. Le habría venido bien poder salir del templo y tomar algo de aire fresco; pero, como Mano Derecha de la Arashikage, era su responsabilidad permanecer junto a ella.
«No le hagas caso.» Pensó. Y se lo estaba diciendo tanto a Kokuō como a sí misma. «No es sólo por nosotras. Es por todos ellos. Por Ranko. Por Daigo. Por Yota... Por la relación entre las tres aldeas. Por todo el mundo. Por favor. No lo hagas. No merece la pena.»
El malestar y aquella sensación de calor se fueron pasando paulatinamente. Y para cuando Ayame se vio en predisposición de escuchar de nuevo, parecía que el tema de conversación había cambiado.
—...Gyūki regaló a Reiji una pequeña parte de su poder —Ahora era Hanabi el que hablaba—. Una porción de su chakra, que podría usar para demostrar tanto a Kokuō como Shukaku que realmente se había encontrado con él, y, llegado el caso, para alguna situación crítica. Situación que se dio en el torneo.
«Sí que me perdí cosas estando entre los bastidores...» Ayame dejó escapar el aire por la nariz.
—Y hay algo más —continuó el Uzukage, pasando una mirada por Ayame, Shanise y finalmente Kintsugi—. Ese al que usted llama monstruo se presentó en mi puerto hace unos días. Y ese monstruo no solo no nos atacó, sino que se prestó para ayudarnos con nuestra lucha contra Kurama y nos pidió refugio. —Katsudon, junto a él, carraspeó de forma audible—. [sub=orange]Ahora Gyūki vive en el puerto de Uzu y viste una placa metálica en uno de sus cuernos con el símbolo de la espiral grabado.
Ayame se había quedado a cuadros. Kokuō se había quedado aún más a cuadros, podía percibir su estupefacción opacando su anterior ira. ¿Un bijū viviendo libremente en el puerto de Uzushiogakure? ¿Un bijū vistiendo una bandana de shinobi? Los labios de la kunoichi temblaron un instante y terminaron formando una radiante sonrisa.
«¿No es genial, Kokuō? ¡Es lo mejor que podría pasarle a tu Hermano!»
«Mejor que terminar encerrado en una vasija o en un humano... desde luego.»
Y entonces llegó la Sombra de la Tormenta. Después de amonestar a la Morikage por sus continuos despropósitos hacia los bijū y los jinchūriki, añadió una nueva cláusula al acuerdo: cualquier shinobi de Kusagakure que fuera pillado in fraganti dentro del País de la Tormenta sin haber concedido el permiso pertinente, o que se excediera en sus funciones, sería abatido sin aviso ni preguntas. Ayame no pudo evitar dirigir una alarmada mirada a Shanise, pero esta no se la devolvió en ningún momento.
Y, tras aquello, la Arashikage invitó a la Morikage a abandonar el lugar de una forma para nada amable.
¡Zap! Ayame tuvo que entrecerrar los ojos cuando un latigazo recorrió su espalda.
«Kokuō, no.»
—No me malinterpretéis, no es nada personal —continuó hablando la Morikage—. , ni tenemos nada en contra de Amegakure ni Uzushiogakure. Pero ni ellos son bienvenidos en nuestras tierras, ni nuestras gentes están preparadas ni merecen volver a ser testigos de la destrucción de esos Monstruos.
¡ZAP! Ayame apenas logró contener un siseo entre los dientes, pero su espalda se irguió repentinamente.
«¡Kokuō!»
«¡La odio, Señorita! Esa humana... Esa humana es lo más "humano" que he visto en mucho tiempo. ¡No la soporto!»
Ayame tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por tirar de las riendas y contener el impulso de Kokuō. Y se odió por ello. Porque ella nunca la había retenido para que no tomara su cuerpo. Era, en cierta manera, parte de su acuerdo de libertad compartida.
La Morikage continuó hablando, pero Ayame estaba sumida en una lucha interna y no fue capaz de seguir sus palabras. Entre sudores fríos, había cerrado los ojos y se masajeaba el puente de la nariz con visible malestar. Le habría venido bien poder salir del templo y tomar algo de aire fresco; pero, como Mano Derecha de la Arashikage, era su responsabilidad permanecer junto a ella.
«No le hagas caso.» Pensó. Y se lo estaba diciendo tanto a Kokuō como a sí misma. «No es sólo por nosotras. Es por todos ellos. Por Ranko. Por Daigo. Por Yota... Por la relación entre las tres aldeas. Por todo el mundo. Por favor. No lo hagas. No merece la pena.»
El malestar y aquella sensación de calor se fueron pasando paulatinamente. Y para cuando Ayame se vio en predisposición de escuchar de nuevo, parecía que el tema de conversación había cambiado.
—...Gyūki regaló a Reiji una pequeña parte de su poder —Ahora era Hanabi el que hablaba—. Una porción de su chakra, que podría usar para demostrar tanto a Kokuō como Shukaku que realmente se había encontrado con él, y, llegado el caso, para alguna situación crítica. Situación que se dio en el torneo.
«Sí que me perdí cosas estando entre los bastidores...» Ayame dejó escapar el aire por la nariz.
—Y hay algo más —continuó el Uzukage, pasando una mirada por Ayame, Shanise y finalmente Kintsugi—. Ese al que usted llama monstruo se presentó en mi puerto hace unos días. Y ese monstruo no solo no nos atacó, sino que se prestó para ayudarnos con nuestra lucha contra Kurama y nos pidió refugio. —Katsudon, junto a él, carraspeó de forma audible—. [sub=orange]Ahora Gyūki vive en el puerto de Uzu y viste una placa metálica en uno de sus cuernos con el símbolo de la espiral grabado.
Ayame se había quedado a cuadros. Kokuō se había quedado aún más a cuadros, podía percibir su estupefacción opacando su anterior ira. ¿Un bijū viviendo libremente en el puerto de Uzushiogakure? ¿Un bijū vistiendo una bandana de shinobi? Los labios de la kunoichi temblaron un instante y terminaron formando una radiante sonrisa.
«¿No es genial, Kokuō? ¡Es lo mejor que podría pasarle a tu Hermano!»
«Mejor que terminar encerrado en una vasija o en un humano... desde luego.»
Y entonces llegó la Sombra de la Tormenta. Después de amonestar a la Morikage por sus continuos despropósitos hacia los bijū y los jinchūriki, añadió una nueva cláusula al acuerdo: cualquier shinobi de Kusagakure que fuera pillado in fraganti dentro del País de la Tormenta sin haber concedido el permiso pertinente, o que se excediera en sus funciones, sería abatido sin aviso ni preguntas. Ayame no pudo evitar dirigir una alarmada mirada a Shanise, pero esta no se la devolvió en ningún momento.
Y, tras aquello, la Arashikage invitó a la Morikage a abandonar el lugar de una forma para nada amable.