14/10/2020, 19:22
«No voy a participar en una reunión de humanos.»
La respuesta a la invitación de Shanise sólo sonó en la mente de Ayame, pero antes de que pudiera transmitir nada, una exclamación la sobresaltó:
—¡AYAME, SUIKA!
Menos mal que Ayame estaba acostumbrada a actuar frente a situaciones así de imprevistas, o se habría llevado un puñetazo de su propia Arashikage. La muchacha estalló en agua antes de que el golpe pudiera alcanzarla, y sus ojos destellaron indignados en cuanto recobró su cuerpo.
—¿¡Pero qué pasa!?
—¡Falsa alarma, falsa alarma! —La voz de Katsudon resonó por todas las columnas del templo. Demasiado tarde.
—Dioses, Don. ¡No nos des estos sustos! —exclamó Hanabi. Su rostro se transformó en un gesto de dolor cuando fue a apartarse varios mechones de pelo y algunos cabellos se quedaron enganchados entre los engranajes de aquel curioso, pero a la vez escalofriante, brazo artificial—. Tsk... Siempre se me olvida —farfulló para sí mismo, antes de volver a levantar la mirada hacia Ayame. O, más bien, más allá de Ayame—: Ehm… ¿Kokuō?
—Dice que... no quiere salir —respondió Ayame, algo apurada, resumiento la respuesta de Kokuō. Mejor eso que levantar asperezas con el recelo de Kokuō hacia los humanos.
—Respecto a la bandana que pidió su hermano… Pues sí, a mí también me dejó a cuadros. Aunque, según sus palabras, no es que quisiera convertirse en un shinobi al uso. No técnicamente, vaya. Sino más bien en espíritu.
—¿También le mandarán misiones? —preguntó Ayame, con ingenua curiosidad. Por un momento no pudo sino preguntarse qué tipo de misiones podrían mandarle a un bijū. Quizás misiones submarinas, después de todo era su terreno.
—Vamos a tener que inventarnos un nuevo rango para él —bromeó Katsudon.
Pero para Ayame no fue ninguna broma.
«Genin, Chunin, Jonin...»
—¡Bijūnin! —exclamó, entusiasmada con su propia idea.
—Pues igual sí —terminó respondiendo Hanabi—. El caso es que tomó su decisión. Podría haberse quedado escondido en el océano, sí. Pero él quiere ayudar, y desde allí poco podría hacer. Además, si Kurama viene a la Villa a por él…
Fue apenas un instante. Una oleada de calor que la recorrió de lado a lado, tan ardiente y asfixiante como si se hubiese puesto de pie sobre la lava de un volcán. Fue apenas un instante, pero fue suficiente para que Ayame se tambaleara momentáneamente con un jadeo ahogado. Había oído del Poder de Hanabi, había oído las leyendas que le nominaban como el "Jinchūriki del Remolino", pero hasta el momento no lo había experimentado en sus propias carnes. Y una gota de sudor frío recorrió su frente cuando le escuchó decir:
—Antes tendrá que pasar por encima de todos nosotros.
La respuesta a la invitación de Shanise sólo sonó en la mente de Ayame, pero antes de que pudiera transmitir nada, una exclamación la sobresaltó:
—¡AYAME, SUIKA!
Menos mal que Ayame estaba acostumbrada a actuar frente a situaciones así de imprevistas, o se habría llevado un puñetazo de su propia Arashikage. La muchacha estalló en agua antes de que el golpe pudiera alcanzarla, y sus ojos destellaron indignados en cuanto recobró su cuerpo.
—¿¡Pero qué pasa!?
—¡Falsa alarma, falsa alarma! —La voz de Katsudon resonó por todas las columnas del templo. Demasiado tarde.
—Dioses, Don. ¡No nos des estos sustos! —exclamó Hanabi. Su rostro se transformó en un gesto de dolor cuando fue a apartarse varios mechones de pelo y algunos cabellos se quedaron enganchados entre los engranajes de aquel curioso, pero a la vez escalofriante, brazo artificial—. Tsk... Siempre se me olvida —farfulló para sí mismo, antes de volver a levantar la mirada hacia Ayame. O, más bien, más allá de Ayame—: Ehm… ¿Kokuō?
—Dice que... no quiere salir —respondió Ayame, algo apurada, resumiento la respuesta de Kokuō. Mejor eso que levantar asperezas con el recelo de Kokuō hacia los humanos.
—Respecto a la bandana que pidió su hermano… Pues sí, a mí también me dejó a cuadros. Aunque, según sus palabras, no es que quisiera convertirse en un shinobi al uso. No técnicamente, vaya. Sino más bien en espíritu.
—¿También le mandarán misiones? —preguntó Ayame, con ingenua curiosidad. Por un momento no pudo sino preguntarse qué tipo de misiones podrían mandarle a un bijū. Quizás misiones submarinas, después de todo era su terreno.
—Vamos a tener que inventarnos un nuevo rango para él —bromeó Katsudon.
Pero para Ayame no fue ninguna broma.
«Genin, Chunin, Jonin...»
—¡Bijūnin! —exclamó, entusiasmada con su propia idea.
—Pues igual sí —terminó respondiendo Hanabi—. El caso es que tomó su decisión. Podría haberse quedado escondido en el océano, sí. Pero él quiere ayudar, y desde allí poco podría hacer. Además, si Kurama viene a la Villa a por él…
Fue apenas un instante. Una oleada de calor que la recorrió de lado a lado, tan ardiente y asfixiante como si se hubiese puesto de pie sobre la lava de un volcán. Fue apenas un instante, pero fue suficiente para que Ayame se tambaleara momentáneamente con un jadeo ahogado. Había oído del Poder de Hanabi, había oído las leyendas que le nominaban como el "Jinchūriki del Remolino", pero hasta el momento no lo había experimentado en sus propias carnes. Y una gota de sudor frío recorrió su frente cuando le escuchó decir:
—Antes tendrá que pasar por encima de todos nosotros.