21/10/2020, 23:14
Pero las esperanzas que había tenido Ayame no tardaron en apagarse como una vela soplada por el viento:
—No lo sé, Ayame. No lo sé —admitió Shanise—. De momento, deberíamos tratarlo como lo que es: una amenaza a todas las naciones. Si dejamos que haga crecer su ejército, podría invadirnos. Conquistarnos. Someternos. El primer paso es derrotar sus fuerzas y apresarlo. Del futuro ya nos preocuparemos.
Ayame, con el corazón hundido, miró de reojo a Hanabi. Pero también fue en vano.
—Paso a paso, misión a misión —asintió a las palabras de la Arashikage—. Llegado el momento, encontraremos la solución.
Ayame suspiró y se dejó hundir en su asiento. Ambos hablaban con la convicción que su rango de líder les confería, pero ella no era capaz de ver la luz al final del túnel. Si Shanise ni Hanabi, los dos shinobi más poderosos de Amegakure y Uzushiogakure, respectivamente; no tenían la respuesta a aquel entuerto, ¿quién podría tenerla?
«Nadie. Nadie la tendrá. Sólo la tendremos cuando tengamos que enfrentarlo cara a cara, y si nos equivocamos...» No quiso ni pensar en ello.
Porque, si se equivocaban, sería el fin de todo.
—Es una lástima lo de Kintsugi —añadió Hanabi, rescatándola de sus pensamientos—. Seguramente pequé de optimista, pero de verdad pensé que tras el atentado en el torneo podríamos llegar todos a un mejor acuerdo.
Ayame agachó la cabeza, con un profundo pesar.
—Lo que pasó con Juro... es una herida demasiado reciente —murmuró, con un débil hilo de voz—. Y es probable que no termine de cicatrizar nunca. Yo... en realidad, no puedo culparla.
—En fin, al menos nos tenemos a nosotros. ¿Algo más que queráis tratar?
—Es todo lo que teníamos que discutir por hoy, y cabe decir, dada la actitud de Kintsugi, podríamos habernos ahorrado la reunión presencial. Con una llamada telefónica, bastaba —intervino Shanise, con un suspiro. Pero en eso Ayame no estaba de acuerdo, aunque no quiso contradecirla en voz alta. Aunque no terminaran de entenderse entre ellos, una reunión de forma presencial era lo mejor para aquellos casos. Y nunca podrían saber si una llamada telefónica podía estar siendo interferida de alguna manera, si eso era posible—. En fin, supongo que nos podemos marchar, a no ser que queráis que nos tomemos algo —sugirió, y cuando Ayame sintió el brazo de la Arashikage detrás de sus hombros, se tensó como una tabla—. ¿Hace un zumito? —se carcajeó.
Y las mejillas de Ayame se encendieron como dos faroles en la noche.
—Y... ¿Yo...? ¿T... Tomando algo...? ¿C... Con... u... ustedes...? —balbuceó, completamente aturdida. Enseguida sacudió la cabeza y agitó las manos en el aire, aún con aquel rubor cubriendo su rostro—. Q... ¡Quiero decir...! ¡E... es un honor y eso...! ¡Pero...!
¿Ella? ¿Yéndose a tomar algo con Sarutobi Hanabi y Hōzuki Shanise? ¿Era siquiera apropiado? ¡Si ya se sentía como una hormiga al lado de Katsudon!
—No lo sé, Ayame. No lo sé —admitió Shanise—. De momento, deberíamos tratarlo como lo que es: una amenaza a todas las naciones. Si dejamos que haga crecer su ejército, podría invadirnos. Conquistarnos. Someternos. El primer paso es derrotar sus fuerzas y apresarlo. Del futuro ya nos preocuparemos.
Ayame, con el corazón hundido, miró de reojo a Hanabi. Pero también fue en vano.
—Paso a paso, misión a misión —asintió a las palabras de la Arashikage—. Llegado el momento, encontraremos la solución.
Ayame suspiró y se dejó hundir en su asiento. Ambos hablaban con la convicción que su rango de líder les confería, pero ella no era capaz de ver la luz al final del túnel. Si Shanise ni Hanabi, los dos shinobi más poderosos de Amegakure y Uzushiogakure, respectivamente; no tenían la respuesta a aquel entuerto, ¿quién podría tenerla?
«Nadie. Nadie la tendrá. Sólo la tendremos cuando tengamos que enfrentarlo cara a cara, y si nos equivocamos...» No quiso ni pensar en ello.
Porque, si se equivocaban, sería el fin de todo.
—Es una lástima lo de Kintsugi —añadió Hanabi, rescatándola de sus pensamientos—. Seguramente pequé de optimista, pero de verdad pensé que tras el atentado en el torneo podríamos llegar todos a un mejor acuerdo.
Ayame agachó la cabeza, con un profundo pesar.
—Lo que pasó con Juro... es una herida demasiado reciente —murmuró, con un débil hilo de voz—. Y es probable que no termine de cicatrizar nunca. Yo... en realidad, no puedo culparla.
—En fin, al menos nos tenemos a nosotros. ¿Algo más que queráis tratar?
—Es todo lo que teníamos que discutir por hoy, y cabe decir, dada la actitud de Kintsugi, podríamos habernos ahorrado la reunión presencial. Con una llamada telefónica, bastaba —intervino Shanise, con un suspiro. Pero en eso Ayame no estaba de acuerdo, aunque no quiso contradecirla en voz alta. Aunque no terminaran de entenderse entre ellos, una reunión de forma presencial era lo mejor para aquellos casos. Y nunca podrían saber si una llamada telefónica podía estar siendo interferida de alguna manera, si eso era posible—. En fin, supongo que nos podemos marchar, a no ser que queráis que nos tomemos algo —sugirió, y cuando Ayame sintió el brazo de la Arashikage detrás de sus hombros, se tensó como una tabla—. ¿Hace un zumito? —se carcajeó.
Y las mejillas de Ayame se encendieron como dos faroles en la noche.
—Y... ¿Yo...? ¿T... Tomando algo...? ¿C... Con... u... ustedes...? —balbuceó, completamente aturdida. Enseguida sacudió la cabeza y agitó las manos en el aire, aún con aquel rubor cubriendo su rostro—. Q... ¡Quiero decir...! ¡E... es un honor y eso...! ¡Pero...!
¿Ella? ¿Yéndose a tomar algo con Sarutobi Hanabi y Hōzuki Shanise? ¿Era siquiera apropiado? ¡Si ya se sentía como una hormiga al lado de Katsudon!