11/02/2021, 11:43
Volver a poner un pie en ese carro, significaba salir al exterior nuevamente, además por tiempo indefinido. Habían pasado meses, casi un año del incidente en los Dojos en el que ella participó, sin saber que quien era ahora su superior era uno de los que participaron en aquella masacre. ¿Le aterraba morir? ¿Y a quién no? Pero aquel sentimiento de rechazo no era por miedo al exterior, a poder morir en una misión, volver lesionada de por vida o similar; su herida estaba en el corazón.
Alzó lentamente una mano, con la peor expresión de angustia que fue capaz de poner captando seguramente la atención de todos, para posteriormente dirigirse a su superior cara a cara con una mirada cansada y caída. No estaba fingiéndola, su horario de sueño estaba destrozado; le costaba conciliar el sueño, si dormía era en intervalos cortos y ni siquiera sus historias de samuráis que tanto le fascinaban conseguian distraerla o calmarla un poco.
— Kaido-dono — ante todo, seguía manteniendo esas formalidades frente a los superiores, aunque estos solo fueran a serlo por algunas horas. — Tal vez simplemente no debí haberme presentado. Me vuelvo a casa, solo voy a ser un estorbo en la misión y... Bueno, no estoy preparada para salir todavía al exterior después de lo de los dojos — mentía.
Lo que más quería en el mundo era salir de aquella ciudad en la que la lluvia jamás cesaba, en la que ahora comprendía lo de que esos días grises acababan mermando el ánimo de muchos, y volviendolos gente decaída y depresiva. Quería buscarla, necesitaba encontrarla; pero llevaba más de seis meses sin responder a una sola de sus cartas.
— Con su permiso, lo siento. Si es necesario iré a reportarlo yo misma que abandoné la misión — añadió con una leve reverencia, en la que apenas se inclinó más allá de agachar la cabeza y ocultar su rostro entre sus cabellos mojados.
Y si nada más se lo impedía, se marcharía entre las calles de la ciudad con un lento paso, en dirección de vuelta a casa al contrario de como había afirmado.
Alzó lentamente una mano, con la peor expresión de angustia que fue capaz de poner captando seguramente la atención de todos, para posteriormente dirigirse a su superior cara a cara con una mirada cansada y caída. No estaba fingiéndola, su horario de sueño estaba destrozado; le costaba conciliar el sueño, si dormía era en intervalos cortos y ni siquiera sus historias de samuráis que tanto le fascinaban conseguian distraerla o calmarla un poco.
— Kaido-dono — ante todo, seguía manteniendo esas formalidades frente a los superiores, aunque estos solo fueran a serlo por algunas horas. — Tal vez simplemente no debí haberme presentado. Me vuelvo a casa, solo voy a ser un estorbo en la misión y... Bueno, no estoy preparada para salir todavía al exterior después de lo de los dojos — mentía.
Lo que más quería en el mundo era salir de aquella ciudad en la que la lluvia jamás cesaba, en la que ahora comprendía lo de que esos días grises acababan mermando el ánimo de muchos, y volviendolos gente decaída y depresiva. Quería buscarla, necesitaba encontrarla; pero llevaba más de seis meses sin responder a una sola de sus cartas.
— Con su permiso, lo siento. Si es necesario iré a reportarlo yo misma que abandoné la misión — añadió con una leve reverencia, en la que apenas se inclinó más allá de agachar la cabeza y ocultar su rostro entre sus cabellos mojados.
Y si nada más se lo impedía, se marcharía entre las calles de la ciudad con un lento paso, en dirección de vuelta a casa al contrario de como había afirmado.