1/01/2022, 20:23
La familia Kaminari podía encontrarse en algún punto alrededor de las orillas del lago, entre toda la muchedumbre que se había reunido allí aquel día. Era un día triste para todos, y ellos no eran la excepción.
La menor de las dos hermanas, Kimi, estaba de pie a la izquierda de Raijin, el padre adoptivo ambas. Con los ojos llenos de lágrimas, los labios temblándole y teniendo que sorber los mocos por la nariz para que no acabasen colgando, la pequeña hacía su mejor esfuerzo por no romper en llanto, con éxito moderado.
A pesar de que no lo sentía, Kimi sabía que su padre llevaba ya un rato tomándole la mano, agarrándola con algo de fuerza de la misma manera que tomaba la mano de Chika, la mayor de las dos. Era un día triste para él, también, pero se mantenía en sombría calma a sabiendas de que entristecería sus hijas si lloraba.
A pesar de la buena fama que tenía, al contrario que su padre Kimi no había tenido muchas oportunidades de ver a Yui en persona y conocerla, pero la respetaba. La respetaba mucho y la admiraba otro tanto más, aunque ella no haya sido precisamente quien se imaginaba como su ejemplo de persona ideal. Era beligerante, contestona, confiada en exceso y excesivamente lanzada. Todo lo que se suponía que no debía ser un estudiante del dojo Kaminari y aún así era quien más había hecho por la villas.
Luego del discurso de Shanise se escuchaban vitores. Los amejin gritaron, rieron y lloraron llenos de dolor y esperanza. Kimi solo bajó la cabeza y se secó las lágrimas.
«Descanse, Yui-sama. Nosotros terminaremos el trabajo».
La menor de las dos hermanas, Kimi, estaba de pie a la izquierda de Raijin, el padre adoptivo ambas. Con los ojos llenos de lágrimas, los labios temblándole y teniendo que sorber los mocos por la nariz para que no acabasen colgando, la pequeña hacía su mejor esfuerzo por no romper en llanto, con éxito moderado.
A pesar de que no lo sentía, Kimi sabía que su padre llevaba ya un rato tomándole la mano, agarrándola con algo de fuerza de la misma manera que tomaba la mano de Chika, la mayor de las dos. Era un día triste para él, también, pero se mantenía en sombría calma a sabiendas de que entristecería sus hijas si lloraba.
A pesar de la buena fama que tenía, al contrario que su padre Kimi no había tenido muchas oportunidades de ver a Yui en persona y conocerla, pero la respetaba. La respetaba mucho y la admiraba otro tanto más, aunque ella no haya sido precisamente quien se imaginaba como su ejemplo de persona ideal. Era beligerante, contestona, confiada en exceso y excesivamente lanzada. Todo lo que se suponía que no debía ser un estudiante del dojo Kaminari y aún así era quien más había hecho por la villas.
Luego del discurso de Shanise se escuchaban vitores. Los amejin gritaron, rieron y lloraron llenos de dolor y esperanza. Kimi solo bajó la cabeza y se secó las lágrimas.
«Descanse, Yui-sama. Nosotros terminaremos el trabajo».