10/01/2022, 10:48
Estaban en primera fila. Y aunque una parte de ella quería estar allí, otra querría estar más lejos. Estaba en primera fila, y aunque una parte de ella quería estar allí, otra desearía no estar presente. Estaba en primera fila; y aunque una parte de ella quería estar allí... Otra deseaba no existir siquiera.
Bajo la lluvia, Ayame escuchaba las palabras de Hōzuki Shanise en absoluto silencio, con unos ojos marcados por profundas ojeras y la mirada perdida en el barco que guardaba los pocos restos de Amekoro Yui que habían conseguido rescatar. O, más bien, que les habían enviado en un macabro mensaje de guerra. Debería ser yo la que estuviera ahí, se repetía, una y otra vez. Ni siquiera sentía la firme mano de su padre apoyada en su hombro, o la reconfortante presencia de Daruu junto a ella. Por no sentir, no sentía siquiera el frío que siempre emanaba su hermano. Su cuerpo estaba allí, pero su mente estaba muy lejos, en el norte. En una aldea siempre rodeada de nieve. Pero en sus sueños y en sus recuerdos, la nieve era roja. Su mente se empeñaba en reproducir una y otra vez la misma escena. No importaba que estuviera durmiendo, o que estuviese despierta. Una y otra vez veía la espada de Kurama deslizarse en el aire. Una y otra vez veía la cabeza de su Arashikage separarse de su cuerpo y rebotar hasta su posición. Una y otra vez los ojos vacíos de Yui la miraban, con la sangre brotando de unos labios que se movían para formular unas palabras que su psique se había encargado de crear para ella:
Ayame ni siquiera se sobresaltó cuando un rayo hendió el aire y terminó por chocar contra el mástil del barco, provocando una crujiente explosión que lo partió en dos. Las llamas no tardaron en envolver el navío, engullendo la efigie de Amekoro Yui y hundiendo la embarcación lentamente en el proceso. Al fin, Amenokami reclamaba a su hija con los brazos abiertos.
Ayame creía que ya no lloraría más. Creía que ya había gastado todas sus lágrimas. Pero las lágrimas se desbordaron de sus ojos en cuanto Shanise se dio la vuelta y comenzó a pronunciar su discurso. Zetsuo debió notar el temblor en sus hombros, porque le dio un suave apretón. Pero cuando Shanise terminó de hablar, y todos los allí presentes arrancaron en vítores y alzó el puño en el nombre de Yui, Ayame no se sintió con fuerzas para hacerlo. No sólo su voz la traicionaba, no se sentía digna de pronunciar su nombre. No se sentía digna de honrarla. No se sentía digna ni de estar allí siquiera.
Dudaste de ella, en múltiples ocasiones, le recordaba su mente. Llegaste a plantearte la propuesta de esa General. Tus dudas terminaron hiriéndola. Fue la espada de Kurama quien la mató, pero todo fue culpa tuya.
La vista se le emborronó por las lágrimas, y Ayame terminó por agachar la cabeza y romper a llorar de forma desconsolada. A sus oídos llegó una canción. Alguien cerca de ella cantaba. Pero ella no tenía voz para unirse.
Bajo la lluvia, Ayame escuchaba las palabras de Hōzuki Shanise en absoluto silencio, con unos ojos marcados por profundas ojeras y la mirada perdida en el barco que guardaba los pocos restos de Amekoro Yui que habían conseguido rescatar. O, más bien, que les habían enviado en un macabro mensaje de guerra. Debería ser yo la que estuviera ahí, se repetía, una y otra vez. Ni siquiera sentía la firme mano de su padre apoyada en su hombro, o la reconfortante presencia de Daruu junto a ella. Por no sentir, no sentía siquiera el frío que siempre emanaba su hermano. Su cuerpo estaba allí, pero su mente estaba muy lejos, en el norte. En una aldea siempre rodeada de nieve. Pero en sus sueños y en sus recuerdos, la nieve era roja. Su mente se empeñaba en reproducir una y otra vez la misma escena. No importaba que estuviera durmiendo, o que estuviese despierta. Una y otra vez veía la espada de Kurama deslizarse en el aire. Una y otra vez veía la cabeza de su Arashikage separarse de su cuerpo y rebotar hasta su posición. Una y otra vez los ojos vacíos de Yui la miraban, con la sangre brotando de unos labios que se movían para formular unas palabras que su psique se había encargado de crear para ella:
«Es tu culpa.»
Ayame ni siquiera se sobresaltó cuando un rayo hendió el aire y terminó por chocar contra el mástil del barco, provocando una crujiente explosión que lo partió en dos. Las llamas no tardaron en envolver el navío, engullendo la efigie de Amekoro Yui y hundiendo la embarcación lentamente en el proceso. Al fin, Amenokami reclamaba a su hija con los brazos abiertos.
Ayame creía que ya no lloraría más. Creía que ya había gastado todas sus lágrimas. Pero las lágrimas se desbordaron de sus ojos en cuanto Shanise se dio la vuelta y comenzó a pronunciar su discurso. Zetsuo debió notar el temblor en sus hombros, porque le dio un suave apretón. Pero cuando Shanise terminó de hablar, y todos los allí presentes arrancaron en vítores y alzó el puño en el nombre de Yui, Ayame no se sintió con fuerzas para hacerlo. No sólo su voz la traicionaba, no se sentía digna de pronunciar su nombre. No se sentía digna de honrarla. No se sentía digna ni de estar allí siquiera.
Dudaste de ella, en múltiples ocasiones, le recordaba su mente. Llegaste a plantearte la propuesta de esa General. Tus dudas terminaron hiriéndola. Fue la espada de Kurama quien la mató, pero todo fue culpa tuya.
La vista se le emborronó por las lágrimas, y Ayame terminó por agachar la cabeza y romper a llorar de forma desconsolada. A sus oídos llegó una canción. Alguien cerca de ella cantaba. Pero ella no tenía voz para unirse.