13/01/2022, 14:48
Uchiha Suzaku se encontraba entre toda aquella multitud, al lado de su hermana Umi. El Uzukage los había convocado a todos, shinobi y civiles, a las puertas de su Edificio. Aunque nadie parecía saber el motivo, estaba claro que debía de ser algo importante para el destino de la aldea. Algo muy importante.
—¿Qué crees que va a anunciar? —le había susurrado a su hermana en algún momento, poniéndose de puntillas para ver mejor entre toda aquella multitud.
Afortunadamente, no tuvieron que esperar demasiado para averiguarlo. Y Suzaku, con el presentimiento de que se avecinaba algo muy grande, prestó más atención que nunca al discurso de su líder. Ya sabían que Hanabi había sido elegido como Presidente de la República del País del Remolino, pero lo que nadie podía haberse esperado es que aquel nombramiento conllevara también que se viera obligado a dejar el Sombrero. Susurros inquietos se desataron como la pólvora entre la multitud, y ella frunció el ceño, preocupada. Con todo el lío de Kurama y sus malditos Generales y Dragón Rojo pululando por ahí, ¿de verdad podían permitirse un cambio en el mando? ¿Y quién sería ese nuevo Uzukage?
«Quizás sea ese tal Katsudon, siempre ha estado al lado d...»
Las suposiciones de Suzaku se vieron bruscamente interrumpidas cuando salió a la luz. Y la Uchiha se quedó boquiabierta. Allí, sobre la azotea y con el sombrero de Uzukage sobre la cabeza, se encontraba nada más y nada menos que Uchiha Datsue. Suzaku nunca había intercambiado palabra alguna con él, pero su fama le precedía: liante pero inteligente, bocazas pero carismático como sólo podía serlo un charlatán. ¿De verdad era él quien tenía el futuro de la aldea en sus manos? ¿De verdad era a él a quien ahora le debían obediencia? Uchiha Datsue, ahora Rokudaime Uzukage, avanzó para mostrarse al público. Parecía nervioso, aunque la situación no era para menos. Y cuando parecía que iba a pronunciar su propio discurso, llegó un inesperado cubo de agua fría:
—¡Yui ha muerto!
El silencio se expandió como una onda entre todos los presentes. Un silencio tenso, incómodo, molesto. Un silencio terrorífico. Hasta que alguien entre la multitud se atrevió a preguntar lo que todos estaban pensando.
—¿Yui? ¿Se refiere a Amekoro Yui...? ¿La Arashikage de Amegakure?
Y aquella pregunta desató de nuevo una oleada de murmullos aterrorizados mientras Hanabi arrastraba a Datsue hacia el interior del edificio. Si la Arashikage había muerto a manos de los sirvientes de Kurama, ¿qué les garantizaba que ellos iban a estar a salvo? Suzaku se había quedado con la mirada perdida en el infinito, sintiendo los latidos de su corazón en las sienes y las palabras de su hermana aún resonando en su mente:
La muchacha sacudió la cabeza, irritada. ¡No! ¡No pensaba dejar de ser kunoichi! ¡No iba a dejar que ese sucio zorro arruinara sus sueños! ¡Ella había decidido que quería ser kunoichi para proteger a su hermana y a su aldea, y si para eso debía seguir la espalda de Uchiha Datsue, que así fuera!
De un momento a otro, Datsue volvió a salir al balcón. Y en aquella ocasión sí lo hizo: utilizó todo su carisma y su labia para envolverse entre su gente, para ganárselos a todos.
—¡¿SERÉIS MI ESPADA?!
Y Suzaku no fue una excepción. Cuando el Rokudaime Uzukage rugió aquellas palabras, Suzaku desenvainó su propia katana y la alzó en el aire.
—¡¡¡SÍ, ROKUDAIME-SAMA!!!
—¿Qué crees que va a anunciar? —le había susurrado a su hermana en algún momento, poniéndose de puntillas para ver mejor entre toda aquella multitud.
Afortunadamente, no tuvieron que esperar demasiado para averiguarlo. Y Suzaku, con el presentimiento de que se avecinaba algo muy grande, prestó más atención que nunca al discurso de su líder. Ya sabían que Hanabi había sido elegido como Presidente de la República del País del Remolino, pero lo que nadie podía haberse esperado es que aquel nombramiento conllevara también que se viera obligado a dejar el Sombrero. Susurros inquietos se desataron como la pólvora entre la multitud, y ella frunció el ceño, preocupada. Con todo el lío de Kurama y sus malditos Generales y Dragón Rojo pululando por ahí, ¿de verdad podían permitirse un cambio en el mando? ¿Y quién sería ese nuevo Uzukage?
«Quizás sea ese tal Katsudon, siempre ha estado al lado d...»
Las suposiciones de Suzaku se vieron bruscamente interrumpidas cuando salió a la luz. Y la Uchiha se quedó boquiabierta. Allí, sobre la azotea y con el sombrero de Uzukage sobre la cabeza, se encontraba nada más y nada menos que Uchiha Datsue. Suzaku nunca había intercambiado palabra alguna con él, pero su fama le precedía: liante pero inteligente, bocazas pero carismático como sólo podía serlo un charlatán. ¿De verdad era él quien tenía el futuro de la aldea en sus manos? ¿De verdad era a él a quien ahora le debían obediencia? Uchiha Datsue, ahora Rokudaime Uzukage, avanzó para mostrarse al público. Parecía nervioso, aunque la situación no era para menos. Y cuando parecía que iba a pronunciar su propio discurso, llegó un inesperado cubo de agua fría:
—¡Yui ha muerto!
El silencio se expandió como una onda entre todos los presentes. Un silencio tenso, incómodo, molesto. Un silencio terrorífico. Hasta que alguien entre la multitud se atrevió a preguntar lo que todos estaban pensando.
—¿Yui? ¿Se refiere a Amekoro Yui...? ¿La Arashikage de Amegakure?
Y aquella pregunta desató de nuevo una oleada de murmullos aterrorizados mientras Hanabi arrastraba a Datsue hacia el interior del edificio. Si la Arashikage había muerto a manos de los sirvientes de Kurama, ¿qué les garantizaba que ellos iban a estar a salvo? Suzaku se había quedado con la mirada perdida en el infinito, sintiendo los latidos de su corazón en las sienes y las palabras de su hermana aún resonando en su mente:
«Más pronto que tarde, estallará una guerra. Contra Kurama y esos dichosos Generales... Suzaku, creo que deberías dejar de ser ninja. Es más, quizás deberíamos dejar de serlo las dos. ¡Hagamos otra cosa!»
La muchacha sacudió la cabeza, irritada. ¡No! ¡No pensaba dejar de ser kunoichi! ¡No iba a dejar que ese sucio zorro arruinara sus sueños! ¡Ella había decidido que quería ser kunoichi para proteger a su hermana y a su aldea, y si para eso debía seguir la espalda de Uchiha Datsue, que así fuera!
De un momento a otro, Datsue volvió a salir al balcón. Y en aquella ocasión sí lo hizo: utilizó todo su carisma y su labia para envolverse entre su gente, para ganárselos a todos.
—¡¿SERÉIS MI ESPADA?!
Y Suzaku no fue una excepción. Cuando el Rokudaime Uzukage rugió aquellas palabras, Suzaku desenvainó su propia katana y la alzó en el aire.
—¡¡¡SÍ, ROKUDAIME-SAMA!!!
