13/01/2022, 18:21
A pesar de que Umi no quería ir a la inauguración de Uchiha Datsue como Kage de la aldea, Suzaku había insistido en que debía de estar allí. Umi ya sabía que ese imbécil iba a tomar el cargo. Tan sólo había que observar un poco sus movimientos —y los de Hanabi— para saberlo. Y estar en el momento adecuado en el lugar adecuado. Aquellos dos no hacían más que dar la nota, pero Umi sabía lo que se escondía detrás de sus sonrisas amables y sus bravuconadas de adolescente de patio de colegio. Aquellos dos no eran más que otros dos asesinos hambrientos de poder. Ahora Hanabi iba a ser Presidente de la "República". Qué casualidad, ¿verdad?
Pero la noticia de la muerte de Yui la golpeó en la cara como a todos los demás. En la primera que pensó es en su hermana. En la discusión que habían tenido días antes. Se le hizo una bola en la garganta. Tragó, pero la agonía fue difícil de despejar. Sentía que se mareaba.
Había renunciado a todo sólo por garantizar su seguridad, y ahora ni en una puta villa ninja estarían a salvo. Porque las harían luchar... en una guerra de la que no deberían formar parte.
Datsue volvió a salir minutos después del anuncio para intentar insuflar algo de valor a la gente. Para ENGAÑARLA con esa labia suya.
—Iba a deciros cuán orgulloso estoy de haber estado bajo el mandato de Hanabi. De haber servido a la Espiral. Hemos recorrido un largo camino, todos nosotros.
«Algunos más largo que otros...»
—Hay heridas que todavía están cicatrizando. Quizá algunas nunca terminen de hacerlo.
«Es fácil para ti decirlo, porque no son las tuyas...»
—Y, aún así, nos hemos levantado. Una República, ¿os lo podéis creer? ¡Somos los pioneros de la democracia! ¡La Espiral vuelve a estar en la vanguardia de la civilización, encabezando los pasos por un mundo mejor! ¡Un mundo más justo!
Umi bajó la mirada al suelo y apretó los puños con fuerza. Tuvo que morderse la lengua.
«¡Una República! ¡Después de un Golpe de Estado! ¿¡Hanabi, hijo de puta, has repetido lo mismo que hiciste en Uzushiogakure, verdad!? ¿¡TE CREES EL BUENO DE LA PELÍCULA, VERDAD!? ¡¡Pero no eres más que otro imbécil con ínfulas como Uzumaki Zoku!! ¡¡Creer que tú encarnas a la justicia no te hace justo!! ¡¡Creer que eres el adalid de la rectitud no te hace recto!! ¡¡Sólo estás ahí porque fuiste más listo, nada más!! ¡¡Todos sois iguales!!»
«¡¡MIS PADRES MURIERON POR SEGUIR A UN CONQUISTADOR CON IDEALES DE GRANDEZA Y JUSTICIA COMO TÚ!! ¡¡Y AHORA MI HERMANA VA A MORIR POR ESTE CHARLATÁN SIN CEREBRO!! ¡¡SOIS UNOS HIJOS DE...!!»
—¡Miradlos a ellos! ¡A vuestra familia! ¡Hermanos, padres, hijos! ¡A vuestros amigos! ¡Al amor de vuestra vida! ¡Miradlos a ellos… porque eso es lo que está en juego!
Umi dio una patada en el suelo. Fue solo un momento. Solo un momento, y las palabras de Uchiha Datsue casi le hicieron deslizarse entre la fina apertura entre la ira y el grito. Miró a Suzaku.
«Precisamente por eso... deberíamos irnos...»
No. Serían traidoras. Como sus padres. Y como a sus padres, los perros de Hanabi las perseguirían y las cazarían. Y los preciosos cerezos de Uzushiogakure volverían a teñirse del blanco al rosa con la sangre de tantos supuestos compatriotas que alguna vez fueron fieles. Hasta que dejaron de ser necesario.
Y Umi no aguantó más.
—¡¡NO!! —La plaza era grande, los que habían allí muchos. Quizás los vítores de las zonas más alejadas al epicentro de aquél nuevo terremoto no llegasen a oírla. Quien sabe si aquél papanatas, o el titiritero Hanabi, llegarían a escucharla. Pero Umi se hizo oír, y a su alrededor se formó un murmullo de incredulidad. Luego de indignación—. ¡No seré un peón en el tablero, siendo manejada por la mano de quien dice ser un escudo pero en realidad va a estar con el culo apoyado en un asiento, dándo órdenes como si fuese la gran cosa!
En aquél punto, la incredulidad se había transformado en indignación. Umi miró a su alrededor y juzgó la situación, pero no se atrevió a mirar a los ojos de su hermana. No. No podía hacerlo...
»¡Te diré una cosa, Uchiha Datsue! —Umi señaló a la azotea—. ¡¡Un líder, un kage, un señor, un presidente!! ¡¡Llámalo como quieras!! ¡¡Sólo se protegen a sí mismos anteponiendo por delante a su gente!! ¡¡Enviándolos a morir!! ¡¡Yo no pienso dejar mangonearme!!
»IRÉ A TU PUTA GUERRA. COMO LA ESPADA Y EL ESCUDO DE MI FAMILIA. NO POR TI.
Alguien lanzó una piedra, que golpeó en el rostro de Umi y la arrojó al suelo. Se tapó la cara con una mano, sintiendo el cálido y húmedo tacto de la sangre. Y entendió entonces que acababa de cagarla. Que aquél sería su fin. Que los perros de Hanabi y Datsue la perseguirían y la encerrarían. Al fin y al cabo, la tendrían fichada, ¿verdad? La hija de dos traidores.
Formuló un sello.
«Lo siento, Suzaku. No pude superarlo. Ni siquiera por ti.»
Hubo un remolino de viento. Y las hojas de cerezo en flor se llevaron la figura de Uchiha Umi, que observaba segundos después escondida detrás de una chimenea, con los ojos empapados por las lágrimas y por la sangre.
Pero la noticia de la muerte de Yui la golpeó en la cara como a todos los demás. En la primera que pensó es en su hermana. En la discusión que habían tenido días antes. Se le hizo una bola en la garganta. Tragó, pero la agonía fue difícil de despejar. Sentía que se mareaba.
Había renunciado a todo sólo por garantizar su seguridad, y ahora ni en una puta villa ninja estarían a salvo. Porque las harían luchar... en una guerra de la que no deberían formar parte.
Datsue volvió a salir minutos después del anuncio para intentar insuflar algo de valor a la gente. Para ENGAÑARLA con esa labia suya.
—Iba a deciros cuán orgulloso estoy de haber estado bajo el mandato de Hanabi. De haber servido a la Espiral. Hemos recorrido un largo camino, todos nosotros.
«Algunos más largo que otros...»
—Hay heridas que todavía están cicatrizando. Quizá algunas nunca terminen de hacerlo.
«Es fácil para ti decirlo, porque no son las tuyas...»
—Y, aún así, nos hemos levantado. Una República, ¿os lo podéis creer? ¡Somos los pioneros de la democracia! ¡La Espiral vuelve a estar en la vanguardia de la civilización, encabezando los pasos por un mundo mejor! ¡Un mundo más justo!
Umi bajó la mirada al suelo y apretó los puños con fuerza. Tuvo que morderse la lengua.
«¡Una República! ¡Después de un Golpe de Estado! ¿¡Hanabi, hijo de puta, has repetido lo mismo que hiciste en Uzushiogakure, verdad!? ¿¡TE CREES EL BUENO DE LA PELÍCULA, VERDAD!? ¡¡Pero no eres más que otro imbécil con ínfulas como Uzumaki Zoku!! ¡¡Creer que tú encarnas a la justicia no te hace justo!! ¡¡Creer que eres el adalid de la rectitud no te hace recto!! ¡¡Sólo estás ahí porque fuiste más listo, nada más!! ¡¡Todos sois iguales!!»
«¡¡MIS PADRES MURIERON POR SEGUIR A UN CONQUISTADOR CON IDEALES DE GRANDEZA Y JUSTICIA COMO TÚ!! ¡¡Y AHORA MI HERMANA VA A MORIR POR ESTE CHARLATÁN SIN CEREBRO!! ¡¡SOIS UNOS HIJOS DE...!!»
—¡Miradlos a ellos! ¡A vuestra familia! ¡Hermanos, padres, hijos! ¡A vuestros amigos! ¡Al amor de vuestra vida! ¡Miradlos a ellos… porque eso es lo que está en juego!
Umi dio una patada en el suelo. Fue solo un momento. Solo un momento, y las palabras de Uchiha Datsue casi le hicieron deslizarse entre la fina apertura entre la ira y el grito. Miró a Suzaku.
«Precisamente por eso... deberíamos irnos...»
No. Serían traidoras. Como sus padres. Y como a sus padres, los perros de Hanabi las perseguirían y las cazarían. Y los preciosos cerezos de Uzushiogakure volverían a teñirse del blanco al rosa con la sangre de tantos supuestos compatriotas que alguna vez fueron fieles. Hasta que dejaron de ser necesario.
Y Umi no aguantó más.
—¡¡NO!! —La plaza era grande, los que habían allí muchos. Quizás los vítores de las zonas más alejadas al epicentro de aquél nuevo terremoto no llegasen a oírla. Quien sabe si aquél papanatas, o el titiritero Hanabi, llegarían a escucharla. Pero Umi se hizo oír, y a su alrededor se formó un murmullo de incredulidad. Luego de indignación—. ¡No seré un peón en el tablero, siendo manejada por la mano de quien dice ser un escudo pero en realidad va a estar con el culo apoyado en un asiento, dándo órdenes como si fuese la gran cosa!
En aquél punto, la incredulidad se había transformado en indignación. Umi miró a su alrededor y juzgó la situación, pero no se atrevió a mirar a los ojos de su hermana. No. No podía hacerlo...
»¡Te diré una cosa, Uchiha Datsue! —Umi señaló a la azotea—. ¡¡Un líder, un kage, un señor, un presidente!! ¡¡Llámalo como quieras!! ¡¡Sólo se protegen a sí mismos anteponiendo por delante a su gente!! ¡¡Enviándolos a morir!! ¡¡Yo no pienso dejar mangonearme!!
»IRÉ A TU PUTA GUERRA. COMO LA ESPADA Y EL ESCUDO DE MI FAMILIA. NO POR TI.
Alguien lanzó una piedra, que golpeó en el rostro de Umi y la arrojó al suelo. Se tapó la cara con una mano, sintiendo el cálido y húmedo tacto de la sangre. Y entendió entonces que acababa de cagarla. Que aquél sería su fin. Que los perros de Hanabi y Datsue la perseguirían y la encerrarían. Al fin y al cabo, la tendrían fichada, ¿verdad? La hija de dos traidores.
Formuló un sello.
«Lo siento, Suzaku. No pude superarlo. Ni siquiera por ti.»
Hubo un remolino de viento. Y las hojas de cerezo en flor se llevaron la figura de Uchiha Umi, que observaba segundos después escondida detrás de una chimenea, con los ojos empapados por las lágrimas y por la sangre.