18/04/2022, 01:35
Día del Agua, Bienvenida, 09:00 AM
El sol, casi al borde del horizonte, calentaba la fresca mañana en la que se había despertado Uzushiogakure no Sato, tiñendo el mar de tonos dorados y crepusculares. En el puerto, una cantidad inusual de shinobis y kunoichis llenaban los muelles. Hablaban entre ellos. Algunos más emocionados que otros. Algunos más tensos que otros. Probablemente todos con algo de nervios.
Siempre había algo de nerviosismo cuando se empezaba una misión. La incertidumbre de cómo resultará, las ganas de hacerlo bien, de no fallar. Y aquella en particular… Bueno, aquella en particular no era una misión cualquiera.
En total, eran noventa y siete ninjas los citados para llevar a cabo la reconquista de la Villa de las Aguas Termales. Quizá algún día, si lo hacían fantásticamente bien —o catastróficamente mal—, aquel número cobrase un encanto especial, y fuesen conocidos como Los noventa y siete de Uzu. O algo más épico. Por el momento, sin embargo, tan solo era eso: un número.
El navío en el que iban a desplazarse era un barco de tres palos, de numerosas velas cuadradas blancas y una majestuosa bandera con la espiral izada, bien alta y carmesí.
—Mucha suerte —decía Datsue, situado en el estrecho puente de madera que conectaba el barco con el muelle—. Vuelve sano y a salvo.
»¡Mucha suerte!
»Suerte.
A medida que los ninjas iban subiendo, Datsue les saludaba con un apretón de manos y les dedicaba unas breves palabras. Ataviado con su vestimenta de Uzukage —sombrero incluido—, el hecho de que estuviese personalmente allí ya denotaba la importancia de la misión.
Para desgracia de Datsue, no podía ir con ellos. La Villa no podía quedar sin su cabeza visible, en un momento tan crítico y con tanta incertidumbre. Lo único que podía hacer en aquellos momentos era… desearles suerte. Era poca cosa, lo sabía. Muy poca cosa. Demasiado poca.
«Los estoy enviando yo. Cada shinobi, cada kunoichi que no regrese…»
La responsabilidad sería suya. La culpa sería suya. Lo peor de todo es que había enviado tantas tropas a los Arrozales del Silencio y a diversos puntos estratégicos de Ōnindo, que no todas las fuerzas que enviaba a aquel barco eran ninjas de élite. Joder, había genins. E incluso entre los genins, alguno estaba muy verde todavía. Si ellos morían…
—Dependemos de ti. ¡Mucha suerte! —se forzó a seguir saludando, tragándose la angustia y empujándola con fuerza contra el estómago.