18/04/2022, 21:31
Un tremendo y fresquito día de primavera dio la bienvenida a lo que podía ser el principio del fin. Dicen que no hay bien que por mal no venga, ¿no?. En fin, al menos el tiempo acompañaba, al menos en su ámbito atmosférico. El tiempo en sí, eso ya era otra cosa...
Para ser tan temprano como era, la ocasión era tan especial e incómoda que la mayor parte de la población de Uzushiogakure estaría despierta, si es que había logrado dormir. No era para menos, la guerra había comenzado, y se estaban alzando varios frentes. Por suerte o por desgracia, nadie podía estar demasiado ajeno a la situación, ya fuesen experimentados guerreros o inexpertos genins. La guerra no perdona, no tiene escrúpulos. La guerra es el Liche que devasta todo sin mirar lo que podría y no llegó a ser.
«Al menos he pillado algunas armas gratis... Algo es algo.»
Pensó el Senju, en lo que recortaba distancias en la cola del puerto. Allí había una ristra de soldados, de shinobis, que esperaban turno para tomar una embarcación. Sabía que menos daba una piedra. Era un dicho precioso, de hecho uno de sus favoritos. Y había que intentar ser positivo, pues morir siendo negativo sería políticamente incorrecto. O moralmente, o algo... es decir: Negativo más negativo es positivo. Pero aún con esas, seguías sin revivir.
Quizás con más desvaríos que varios, lo único cierto era que ser pesimistas en una situación así, no iba a arreglar nada.
Conforme avanzaban en la cola, Siete trató de investigar un poco a la gente, al menos visualmente. Quería tratar de ver si reconocía a alguien, si al menos tenía algún conocido por allí para menguar los nervios. Pero lamentablemente, pocos de sus "allegados" estaban embarcados en ésta misión. De hecho, El Culebra había sido enviado a los Arrozales del Silencio, y otros muchos a otros sitios. Quizás pasasen sus últimas horas de vida sin poder dedicarse una sonrisa, o una broma...
—Tío armas gratis... —Se dijo de nuevo en voz baja, por duodécima vez al menos. Si bien algo le distraía, era pensar que se había ahorrado unos buenos ryos para armarse en ésta ocasión.
El tiempo pasaba más angustioso y denso que en una película de miedo. De esas en las que las llaves de la casa están en un llavero con otras cien mil por ningún motivo concreto, y no puedes acertar a abrir la puerta incluso teniendo al asesino a pocos metros, con un hacha poco afilada. De esas películas donde sabes que el final no será feliz.
Y al fin, le tocó al Senju despedirse del Uzukage. Le tocó turno justo antes de subir por la pasarela hasta el buque de guerra. Ahí, Datsue estaba dándoles no un adiós, si no un hasta luego. Con un carisma que casi hacía parecer que no los mandaba a la guerra, si no a hacer un recado a la tienda junto a casa.
Siete no le daría la mano, si no que se la pondría para chocar el puño. —Los tipos de negocio solo dan la mano para sellar un trato, o para despedirse. Y yo pienso volver. —Sentenció con una sonrisa.
Poco después, estaría junto a los noventa y siete shinobis y kunoichis embarcados, buscando dónde pasar la travesía. La verdad, no sabía ni qué hacer... los nervios le tenían un poco dominado.
Para ser tan temprano como era, la ocasión era tan especial e incómoda que la mayor parte de la población de Uzushiogakure estaría despierta, si es que había logrado dormir. No era para menos, la guerra había comenzado, y se estaban alzando varios frentes. Por suerte o por desgracia, nadie podía estar demasiado ajeno a la situación, ya fuesen experimentados guerreros o inexpertos genins. La guerra no perdona, no tiene escrúpulos. La guerra es el Liche que devasta todo sin mirar lo que podría y no llegó a ser.
«Al menos he pillado algunas armas gratis... Algo es algo.»
Pensó el Senju, en lo que recortaba distancias en la cola del puerto. Allí había una ristra de soldados, de shinobis, que esperaban turno para tomar una embarcación. Sabía que menos daba una piedra. Era un dicho precioso, de hecho uno de sus favoritos. Y había que intentar ser positivo, pues morir siendo negativo sería políticamente incorrecto. O moralmente, o algo... es decir: Negativo más negativo es positivo. Pero aún con esas, seguías sin revivir.
Quizás con más desvaríos que varios, lo único cierto era que ser pesimistas en una situación así, no iba a arreglar nada.
Conforme avanzaban en la cola, Siete trató de investigar un poco a la gente, al menos visualmente. Quería tratar de ver si reconocía a alguien, si al menos tenía algún conocido por allí para menguar los nervios. Pero lamentablemente, pocos de sus "allegados" estaban embarcados en ésta misión. De hecho, El Culebra había sido enviado a los Arrozales del Silencio, y otros muchos a otros sitios. Quizás pasasen sus últimas horas de vida sin poder dedicarse una sonrisa, o una broma...
—Tío armas gratis... —Se dijo de nuevo en voz baja, por duodécima vez al menos. Si bien algo le distraía, era pensar que se había ahorrado unos buenos ryos para armarse en ésta ocasión.
El tiempo pasaba más angustioso y denso que en una película de miedo. De esas en las que las llaves de la casa están en un llavero con otras cien mil por ningún motivo concreto, y no puedes acertar a abrir la puerta incluso teniendo al asesino a pocos metros, con un hacha poco afilada. De esas películas donde sabes que el final no será feliz.
Y al fin, le tocó al Senju despedirse del Uzukage. Le tocó turno justo antes de subir por la pasarela hasta el buque de guerra. Ahí, Datsue estaba dándoles no un adiós, si no un hasta luego. Con un carisma que casi hacía parecer que no los mandaba a la guerra, si no a hacer un recado a la tienda junto a casa.
Siete no le daría la mano, si no que se la pondría para chocar el puño. —Los tipos de negocio solo dan la mano para sellar un trato, o para despedirse. Y yo pienso volver. —Sentenció con una sonrisa.
Poco después, estaría junto a los noventa y siete shinobis y kunoichis embarcados, buscando dónde pasar la travesía. La verdad, no sabía ni qué hacer... los nervios le tenían un poco dominado.