20/04/2022, 23:54
La morena suspiró sin deshacerse del abrazo, pero aflojándolo ahora un poco. Había perdido demasiado el tiempo en aquellos meses sin hacer nada. Ni dormia bien, ni comía bien, no salía de su habitación y ni siquiera leía sus propios mangas. Se pasaba los días tumbada mirando las gotas de lluvia, golpear en su ventana, comiendo comida basura.
El atentado de los Dojos le había afectado, como a todo el mundo, ¿pero realmente había sido eso lo que la había dejado así? Ya sabía que no fue solo aquello, que a ello se le juntó el hecho del desconocimiento de que había pasado con la chica que tanto quería. Nanashi incluso intentó animarla cuando se ofreció a instruirla. Dudó unos segundos, pero después rechazo la petición y no se volvió a mencionar el tema. Debía de estar realmente mal si ni siquiera su obsesión por el manejo de la espada y su camino la sacaban de aquella espiral de sufrimiento.
Pero ahora todo había vuelto a cambiar, y volvía a sonreír de la misma forma que lo hizo en antaño, aunque esta vez fuera un poco más débil.
Por otra parte, se avecinaba una guerra, y cuando iba a estallar era todo un misterio. Apenas tendría margen para prepararse, por lo que seguramente sería un estorbo en el frente de batalla o de las primeras en morir. Hace una semana y poco, no le habría importado mucho ser otro de los cadáveres que se apilaran en la guerra. Pero ahora no podía permitirse algo así, y tampoco quería perder la vida en ello. Si lo hacía, seguro que Hana la odiaría por siempre, la buscaría en la otra vida y la volvería a matar por haberse matado ella antes.
Debía de entrenar duramente, como fuera posible. Por lo que dijo del actual Kage, seguramente le había inspirado confianza de sobra para pensar en participar en ello. La simple idea de perderla, le aterraba. De recorrer el campo de batalla y encontrar su cuerpo, a punto de perder la vida o ya inmóvil ¿Se sentiría Hana igual de dolorida por ese pensamiento sobre ella? Apretó su agarre, y paso la lengua por sus labios, así como apretó con sus dientes.
Pero si no hacia algo, si la dejaba ir al frente de batalla sin haber intentado hacer todo lo posible, jamás se lo perdonaría. Ni en esta vida, ni en cualquiera de las siguientes.
Su mirada seguía anclada en el techo, de la misma forma que su mente estaba ahogada en sus pensamientos.
El atentado de los Dojos le había afectado, como a todo el mundo, ¿pero realmente había sido eso lo que la había dejado así? Ya sabía que no fue solo aquello, que a ello se le juntó el hecho del desconocimiento de que había pasado con la chica que tanto quería. Nanashi incluso intentó animarla cuando se ofreció a instruirla. Dudó unos segundos, pero después rechazo la petición y no se volvió a mencionar el tema. Debía de estar realmente mal si ni siquiera su obsesión por el manejo de la espada y su camino la sacaban de aquella espiral de sufrimiento.
Pero ahora todo había vuelto a cambiar, y volvía a sonreír de la misma forma que lo hizo en antaño, aunque esta vez fuera un poco más débil.
Por otra parte, se avecinaba una guerra, y cuando iba a estallar era todo un misterio. Apenas tendría margen para prepararse, por lo que seguramente sería un estorbo en el frente de batalla o de las primeras en morir. Hace una semana y poco, no le habría importado mucho ser otro de los cadáveres que se apilaran en la guerra. Pero ahora no podía permitirse algo así, y tampoco quería perder la vida en ello. Si lo hacía, seguro que Hana la odiaría por siempre, la buscaría en la otra vida y la volvería a matar por haberse matado ella antes.
Debía de entrenar duramente, como fuera posible. Por lo que dijo del actual Kage, seguramente le había inspirado confianza de sobra para pensar en participar en ello. La simple idea de perderla, le aterraba. De recorrer el campo de batalla y encontrar su cuerpo, a punto de perder la vida o ya inmóvil ¿Se sentiría Hana igual de dolorida por ese pensamiento sobre ella? Apretó su agarre, y paso la lengua por sus labios, así como apretó con sus dientes.
Pero si no hacia algo, si la dejaba ir al frente de batalla sin haber intentado hacer todo lo posible, jamás se lo perdonaría. Ni en esta vida, ni en cualquiera de las siguientes.
Su mirada seguía anclada en el techo, de la misma forma que su mente estaba ahogada en sus pensamientos.