24/04/2022, 13:38
Datsue fue saludando uno a uno a sus ninjas. Cuando vio a Suzaku hacerle una reverencia, se le hizo un nudo en la garganta. A punto estuvo de decirle que se quedase en los muelles. Joder, ¿por qué no había tachado su nombre de la lista? Lo había debatido con Inteligencia. Había gente demasiado joven enlistada en aquella misión, con muy pocos trabajos realizados a su espalda. Suzaku era una de ellas.
«Cuando tú te enfrentaste y asesinaste a Zoku, también tenías trece años», fue lo que le respondieron. Aquella réplica le dejó sin argumentos. Sabía que necesitaban los efectivos, y que no había más de donde sacar. Se dijo que debía confiar, que les estaría fallando a los suyos si no lo hacía. Pero al verla…
«Me cago en mis muertos».
Llegaron varias personas más hasta ver a Hayato. Había compartido un viaje con aquel singular shinobi, tan loco como desesperado por salvar a su madre. Era un gamberro y un inconsciente, pero no se merecía morir.
—Sé que lo harás —mintió, porque ni él ni nadie sabían si volvería o no. Pero le devolvió el choque de puños y le dio una palmada en la espalda, porque creía que eso era lo que necesitaba Hayato: confianza y fe.
Después saludó a Akimichi Daiku, uno de los aprendices de Raito-sensei, como en su día lo había sido él y Akame. Un buen tío que recientemente había escalado a Chūnin. Le dio un abrazo y le vio subir. Otra espinita más en el pecho.
Llegó el turno de otra kunoichi que conocía muy bien.
—Hana… Lo haré —le prometió, y se sintió culpable al hacerlo—. Nos vemos pronto.
La siguiente kunoichi le dejó con la mano colgando en el aire. Él la bajó, sin rencor, sin enfadarse por la falta de respeto. Lo hubiese hecho con otra persona. Mas no con ella. No después de lo que había descubierto recientemente en una entrevista con su hermana.
Umi le espetó que más le valía que Suzaku volviese sana y salva, y antes de que tuviese tiempo a responder, se subió al barco. Lo cierto fue que, en una parte, le alivió que subiese tan rápido. Porque, ¿qué cojones iba a responder ante eso? Tranquila, ¿volverá? Ni de coña. Eso no lo sabía. Nadie lo sabía.
Uchiha Natsu fue de los últimos en pasar. Había estado entrenando con Shukaku —sabe los Dioses qué narices había aprendido—, y aunque eso le había generado cierta angustia semanas atrás, ahora en cierta parte le reconfortaba. Shukaku podía ser el mayor hijo de puta del mundo, pero si Natsu estaba allí, vivo y con dos piernas, es porque había visto algo en él. O, por lo menos, era lo suficientemente duro como para haber sobrevivido.
Eso ya le decía más sobre él que una misión de rango A completada con éxito en su expediente.
—Eso espero, mequetrefe —dijo Shukaku, poseyendo momentáneamente el cuerpo de Datsue—. O te vas a enterar cuando vuelvas. ¡JIA JIA JIA!
Con el último shinobi subido al barco, el puente de madera se recogió. Las velas se desplegaron, el motor se encendió, y el navío salió del puerto dejando a Datsue, familiares y civiles que se habían acercado a despedirse con el corazón en un puño.
¿Tendrían éxito? ¿Volverían a verlos?
El barco partió con noventa y siete ninjas en cubierta. Bueno, no todos ellos. Algunos, encargados del buen funcionamiento del navío ya estaban al timón, o asegurándose de que las velas están bien amarradas, o abajo en cocina.
Pese a que bajo cubierta el espacio era amplio, con numerosos pasillos que conducían a camarotes, baños, cocina y un gran comedor en el centro, no existían habitaciones individuales suficientes para todos. En su lugar, había habilitado un gran espacio en el interior con numerosas hamacas puestas en filas una tras otra para que gran parte de ellos pudiesen dormir haciendo turnos.
Apenas habían puesto el barco en marcha cuando se oyó una voz autoritaria desde lo alto del palo mayor.
—¡Escuchad! ¡¡ESCUCHAD!! —Poco a poco, los murmullos y las voces se fueron acallando. Se escucharon varios sshh que terminaron de silenciar a los pocos parlanchines—. Soy Uchiha Raito, y tengo algo que deciros.
De un ágil salto, cayó sobre el trinquete y luego sobre la barandilla que rodeaba la cubierta. Raito había sido asignado como el General de aquella misión. Era un tipo de cabello negro y despeinado, ojos igual de oscuros y el mentón torcido, como si un martillo de guerra se lo hubiese reventado en el pasado. Vestía con el chaleco ninja y la placa dorada que le identificaba como Jōnin. Muchos de allí le conocían por ser un ninja implacable. Otros, por ser un shinobi difícil con el que lidiar. A muchos otros directamente no le caían bien: decían de él que era un borde de mierda. Otros que simplemente le conocían por haber sido el sensei del actual Uzukage. Lo que estaba claro es que tenía buena y mala fama al mismo tiempo, dependiendo a quién le preguntases.
—Llegaremos a nuestro destino mañana por la noche. Se estiman precipitaciones, probabilidad baja de tormenta. Deberéis permanecer con el Escuadrón que se os ha asignado durante todo el viaje. Haremos turnos de vigilancia permanentemente. No podemos descartar que nos intercepten por el camino —Las órdenes eran claras y directas, aunque la mano de Raito viajaba de tanto en tanto a su boca, como un tic, o como si se hubiese olvidado que no tenía un cigarro entre los dedos—. Vuestros Capitanes de Escuadrón os explicarán en detalle el plan para recuperar la Villa de las Aguas Termales. Cualquier duda se la trasladaréis a ellos.
»Ah, y otra cosa —añadió, al sospecharlo—. ¡Nada de combatitos amistosos en este barco, golfos! Sabéis como es Datsue, ¡es capaz de hacernos pagar a todos por los desperfectos! —exclamó, despertando las carcajadas en unos pocos. No era Raito de la clase de persona que se le daba bien contar chistes, sino más bien de los que enmudecían las sonrisas con una sola mirada—. Eso es todo. ¡Descansen!
Raito desapareció de sus vistas en dirección a los puestos de control, y entonces se produjo un caos controlado. Desde distintas posiciones, Capitanes de los Escuadrones empezaron a llamar a sus miembros.
—¡Escuadrón número doce, por aquí!
—¡Escuadrón número nueve!
—¡Escuadrón número siete!
—¡Escuadrón número cuarochquincentaseidostro!
«Cuando tú te enfrentaste y asesinaste a Zoku, también tenías trece años», fue lo que le respondieron. Aquella réplica le dejó sin argumentos. Sabía que necesitaban los efectivos, y que no había más de donde sacar. Se dijo que debía confiar, que les estaría fallando a los suyos si no lo hacía. Pero al verla…
«Me cago en mis muertos».
Llegaron varias personas más hasta ver a Hayato. Había compartido un viaje con aquel singular shinobi, tan loco como desesperado por salvar a su madre. Era un gamberro y un inconsciente, pero no se merecía morir.
—Sé que lo harás —mintió, porque ni él ni nadie sabían si volvería o no. Pero le devolvió el choque de puños y le dio una palmada en la espalda, porque creía que eso era lo que necesitaba Hayato: confianza y fe.
Después saludó a Akimichi Daiku, uno de los aprendices de Raito-sensei, como en su día lo había sido él y Akame. Un buen tío que recientemente había escalado a Chūnin. Le dio un abrazo y le vio subir. Otra espinita más en el pecho.
Llegó el turno de otra kunoichi que conocía muy bien.
—Hana… Lo haré —le prometió, y se sintió culpable al hacerlo—. Nos vemos pronto.
La siguiente kunoichi le dejó con la mano colgando en el aire. Él la bajó, sin rencor, sin enfadarse por la falta de respeto. Lo hubiese hecho con otra persona. Mas no con ella. No después de lo que había descubierto recientemente en una entrevista con su hermana.
Umi le espetó que más le valía que Suzaku volviese sana y salva, y antes de que tuviese tiempo a responder, se subió al barco. Lo cierto fue que, en una parte, le alivió que subiese tan rápido. Porque, ¿qué cojones iba a responder ante eso? Tranquila, ¿volverá? Ni de coña. Eso no lo sabía. Nadie lo sabía.
Uchiha Natsu fue de los últimos en pasar. Había estado entrenando con Shukaku —sabe los Dioses qué narices había aprendido—, y aunque eso le había generado cierta angustia semanas atrás, ahora en cierta parte le reconfortaba. Shukaku podía ser el mayor hijo de puta del mundo, pero si Natsu estaba allí, vivo y con dos piernas, es porque había visto algo en él. O, por lo menos, era lo suficientemente duro como para haber sobrevivido.
Eso ya le decía más sobre él que una misión de rango A completada con éxito en su expediente.
—Eso espero, mequetrefe —dijo Shukaku, poseyendo momentáneamente el cuerpo de Datsue—. O te vas a enterar cuando vuelvas. ¡JIA JIA JIA!
Con el último shinobi subido al barco, el puente de madera se recogió. Las velas se desplegaron, el motor se encendió, y el navío salió del puerto dejando a Datsue, familiares y civiles que se habían acercado a despedirse con el corazón en un puño.
¿Tendrían éxito? ¿Volverían a verlos?
• • •
El barco partió con noventa y siete ninjas en cubierta. Bueno, no todos ellos. Algunos, encargados del buen funcionamiento del navío ya estaban al timón, o asegurándose de que las velas están bien amarradas, o abajo en cocina.
Pese a que bajo cubierta el espacio era amplio, con numerosos pasillos que conducían a camarotes, baños, cocina y un gran comedor en el centro, no existían habitaciones individuales suficientes para todos. En su lugar, había habilitado un gran espacio en el interior con numerosas hamacas puestas en filas una tras otra para que gran parte de ellos pudiesen dormir haciendo turnos.
Apenas habían puesto el barco en marcha cuando se oyó una voz autoritaria desde lo alto del palo mayor.
—¡Escuchad! ¡¡ESCUCHAD!! —Poco a poco, los murmullos y las voces se fueron acallando. Se escucharon varios sshh que terminaron de silenciar a los pocos parlanchines—. Soy Uchiha Raito, y tengo algo que deciros.
De un ágil salto, cayó sobre el trinquete y luego sobre la barandilla que rodeaba la cubierta. Raito había sido asignado como el General de aquella misión. Era un tipo de cabello negro y despeinado, ojos igual de oscuros y el mentón torcido, como si un martillo de guerra se lo hubiese reventado en el pasado. Vestía con el chaleco ninja y la placa dorada que le identificaba como Jōnin. Muchos de allí le conocían por ser un ninja implacable. Otros, por ser un shinobi difícil con el que lidiar. A muchos otros directamente no le caían bien: decían de él que era un borde de mierda. Otros que simplemente le conocían por haber sido el sensei del actual Uzukage. Lo que estaba claro es que tenía buena y mala fama al mismo tiempo, dependiendo a quién le preguntases.
—Llegaremos a nuestro destino mañana por la noche. Se estiman precipitaciones, probabilidad baja de tormenta. Deberéis permanecer con el Escuadrón que se os ha asignado durante todo el viaje. Haremos turnos de vigilancia permanentemente. No podemos descartar que nos intercepten por el camino —Las órdenes eran claras y directas, aunque la mano de Raito viajaba de tanto en tanto a su boca, como un tic, o como si se hubiese olvidado que no tenía un cigarro entre los dedos—. Vuestros Capitanes de Escuadrón os explicarán en detalle el plan para recuperar la Villa de las Aguas Termales. Cualquier duda se la trasladaréis a ellos.
»Ah, y otra cosa —añadió, al sospecharlo—. ¡Nada de combatitos amistosos en este barco, golfos! Sabéis como es Datsue, ¡es capaz de hacernos pagar a todos por los desperfectos! —exclamó, despertando las carcajadas en unos pocos. No era Raito de la clase de persona que se le daba bien contar chistes, sino más bien de los que enmudecían las sonrisas con una sola mirada—. Eso es todo. ¡Descansen!
Raito desapareció de sus vistas en dirección a los puestos de control, y entonces se produjo un caos controlado. Desde distintas posiciones, Capitanes de los Escuadrones empezaron a llamar a sus miembros.
—¡Escuadrón número doce, por aquí!
—¡Escuadrón número nueve!
—¡Escuadrón número siete!
—¡Escuadrón número cuarochquincentaseidostro!