26/05/2022, 16:11
—Pero el día de mi nombramiento, os hice una promesa. Una que no puedo cumplir sentado detrás de un escritorio.
Umi tragó saliva. Bajó la mirada y la desvió por un momento hacia Suzaku. «Sí, ya... si te crees que todo esto va a borrar todo lo que pasó...» Aun así, la muchacha se mantuvo callada el resto del tiempo. Le hubiera gustado decirle a su hermana que no fuese, que se quedase en el barco. Le hubiese gustado convencerla de que se quedarían la gloria si conseguían defenderlo de algún enemigo. Pero instintivamente supo que Suzaku seguiría a aquél hijo de puta hasta el fin de los días.
...¿quién no lo haría?
Hasta Umi estaba empezando a dudar de sí misma.
El viento agitaba sus cabellos humedecidos por la tremenda tromba de agua que caía sobre ellos. El viento casi no dejaba oír las palabras del Uzukage. Eran palabras inspiradoras, si es que uno sentía algún tipo de vínculo con la aldea. Lo cierto es que Umi sabía la importancia de pararle los pies a Kurama. Aunque la democracia en el País del Remolino fuese una pantomima de Hanabi, parecía mejor que el Imperio de un puñetero psicópata que arrasaba con todo lo que declaraba como suyo y que no se le ponía de rodillas inmediatamente.
Lo que pasa es que sus recuerdos, jugando entre las olas del Remolino, eran junto a su padre y su hermana. Eran recuerdos amargos. Las excursiones de la Academia acababan con ella contándole a su padre, en su regazo, cuánto de bien se lo había pasado. Y a ella, más tarde, le habían robado todo eso. La elección de palabras pudo ser mejor.
Aún así, más le valía espabilarse. No era solo su vida la que tendría que proteger, sino la de su hermana. La miró un momento, y al tiempo siguiente la muy idiota casi la tira al suelo.
—¡¡Ehhh!! —Umi tuvo que acelerar el paso para no caer de morros al suelo, y no pudo más que gritar esto a Suzaku, porque tuvo que saltar por la borda de un momento para otro. Cuando cayeron al agua, estuvieron a punto de perder el equilibrio y hundirse.
—¡Lo hemos hecho! —exclamó la pelirrosa, pletórica.
—¡Sushi, ten más cuidado! ¡TE RECUERDO QUE ERES TÚ LA QUE NO SABE NADAR! ¡Y que estoy atada a ti por una cuerda! —le espetó a su hermana.
Entonces, recibió un golpetazo por la espalda y ahogó un grito. Sus pies, inestables, fueron separados de las aguas por la fuerza de una ola y acabó arrastrada por la corriente, junto a todos los demás. Umi salió a la superficie a duras penas. Pero...
—¡¡SUZAKU!! ¡¡SUZAKU!! —Umi entró en pánico: su hermana se estaba hundiendo a pesar del chaleco salvavidas. Ella intentó tomar la cuerda con ambas manos y estirar para sacarla, pero en lugar de eso se vio arrastrada también. Notó que alguien le agarró del brazo y tiró de ella, pero no fue suficiente. Otros tirones más y consiguieron sacar a Suzaku. Cuando se repuso, comprobó que su hermana estaba bien y se dio la vuelta, vio quiénes habían ayudado y entró en cólera—: ¡Por tu culpa! ¡¡Por tu puta culpa casi se ahoga, y no acabamos de empezar la puta misión!! ¡¡No te lo perdonaré...!! ¡No...!
—Te... Tenemos que llegar a la orilla... cuanto... antes... —musitó Suzaku, empujando débilmente a su hermana.
—Grr... —Umi se vió arrastrada por la cuerda, y se obligó a continuar. De lo contrario, tendría que volver a golpear la cara del Uzukage.
Una de las cuatro.
Umi tragó saliva. Bajó la mirada y la desvió por un momento hacia Suzaku. «Sí, ya... si te crees que todo esto va a borrar todo lo que pasó...» Aun así, la muchacha se mantuvo callada el resto del tiempo. Le hubiera gustado decirle a su hermana que no fuese, que se quedase en el barco. Le hubiese gustado convencerla de que se quedarían la gloria si conseguían defenderlo de algún enemigo. Pero instintivamente supo que Suzaku seguiría a aquél hijo de puta hasta el fin de los días.
...¿quién no lo haría?
Hasta Umi estaba empezando a dudar de sí misma.
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El viento agitaba sus cabellos humedecidos por la tremenda tromba de agua que caía sobre ellos. El viento casi no dejaba oír las palabras del Uzukage. Eran palabras inspiradoras, si es que uno sentía algún tipo de vínculo con la aldea. Lo cierto es que Umi sabía la importancia de pararle los pies a Kurama. Aunque la democracia en el País del Remolino fuese una pantomima de Hanabi, parecía mejor que el Imperio de un puñetero psicópata que arrasaba con todo lo que declaraba como suyo y que no se le ponía de rodillas inmediatamente.
Lo que pasa es que sus recuerdos, jugando entre las olas del Remolino, eran junto a su padre y su hermana. Eran recuerdos amargos. Las excursiones de la Academia acababan con ella contándole a su padre, en su regazo, cuánto de bien se lo había pasado. Y a ella, más tarde, le habían robado todo eso. La elección de palabras pudo ser mejor.
Aún así, más le valía espabilarse. No era solo su vida la que tendría que proteger, sino la de su hermana. La miró un momento, y al tiempo siguiente la muy idiota casi la tira al suelo.
—¡¡Ehhh!! —Umi tuvo que acelerar el paso para no caer de morros al suelo, y no pudo más que gritar esto a Suzaku, porque tuvo que saltar por la borda de un momento para otro. Cuando cayeron al agua, estuvieron a punto de perder el equilibrio y hundirse.
—¡Lo hemos hecho! —exclamó la pelirrosa, pletórica.
—¡Sushi, ten más cuidado! ¡TE RECUERDO QUE ERES TÚ LA QUE NO SABE NADAR! ¡Y que estoy atada a ti por una cuerda! —le espetó a su hermana.
Entonces, recibió un golpetazo por la espalda y ahogó un grito. Sus pies, inestables, fueron separados de las aguas por la fuerza de una ola y acabó arrastrada por la corriente, junto a todos los demás. Umi salió a la superficie a duras penas. Pero...
—¡¡SUZAKU!! ¡¡SUZAKU!! —Umi entró en pánico: su hermana se estaba hundiendo a pesar del chaleco salvavidas. Ella intentó tomar la cuerda con ambas manos y estirar para sacarla, pero en lugar de eso se vio arrastrada también. Notó que alguien le agarró del brazo y tiró de ella, pero no fue suficiente. Otros tirones más y consiguieron sacar a Suzaku. Cuando se repuso, comprobó que su hermana estaba bien y se dio la vuelta, vio quiénes habían ayudado y entró en cólera—: ¡Por tu culpa! ¡¡Por tu puta culpa casi se ahoga, y no acabamos de empezar la puta misión!! ¡¡No te lo perdonaré...!! ¡No...!
—Te... Tenemos que llegar a la orilla... cuanto... antes... —musitó Suzaku, empujando débilmente a su hermana.
—Grr... —Umi se vió arrastrada por la cuerda, y se obligó a continuar. De lo contrario, tendría que volver a golpear la cara del Uzukage.
Una de las cuatro.