28/06/2022, 23:40
Suzaku ató con fuerza el hilo shinobi a la cuerda. Viéndolo así, Umi dudó que en caso de caída el hilo no acabase cortando la áspera fibra, pero tenían que confiar en algo, y si no era en eso...
—¡Vamos, no nos podemos quedar atrás! ¿O quieres que Uzukage-sama vuelva a regañarte? —molestó Suzaku una vez más.
—Te estás ganando que te tire yo misma por el barranco —espetó Umi como respuesta—. Y estamos atadas. Cuando caiga contigo, aún te meto una buena.
Fuera como fuese, ambas volvieron a arrancar con la escalada, esta vez a un ritmo más regular. Afortunadamente, el hilo y la cuerda fueron suficientes y consiguieron llegar arriba con duro esfuerzo. Umi se esforzó en no mirar atrás. Sabría que le entraría vértigo, y entonces le temblarían las piernas hasta que terminase la misión.
Datsue emitió la señal. La señal fue correspondida. Y hasta ahí duró el plan, que fue interrumpido por el súbito fogonazo de un abonba de luz sorpresa. Umi no tuvo tiempo de decir nada, tan sólo de taparse los ojos y gemir de dolor.
Cuando sus compañeras alarmaron sobre su incapacidad de moverse, ella intentó, claro, mover las piernas. Pero estaban atrapadas bajo el barro.
No pudo hacer otra cosa. Fue instintivo. Podría haberse librado del barro con el Kaenka, quizás, pero eso hubiera implicado dejar a los demás a la suerte de esas dos gigantescas esferas de piedra fundida, de las que fue advertida por los gritos de algunos genin que no habían tenido la mala suerte de verse cegados por completo. Había una opción mejor.
—¡¡¡Suiton: Suishōha!!! —Umi escupió un torrente de agua hacia arriba, intentando, con la ayuda de sus compañeros, destruir el ataque enemigo, o al menos mitigarlo lo suficiente como para que no resultase una amenaza contra sus vidas. No solo esto, sino que esperaba que, al caer, el agua pudiese licuar un poco el barro en el que se hundían y todos pudiesen sacar sus piernas.
Luego, Umi sintió un revulsivo, y no supo lo que pasó realmente con aquellas esferas, porque su vista no estaba todavía exactamente recuperada. Pero sí vio crecer algo en su pecho al escuchar la voz de Datsue, entremezclada con aquél aullido gutural, aquél desafío.
Era poder. Era poder absoluto. ¿Sentía admiración? No, nadie podría sentir admiración en ese momento. Sentía... terror.
La cuestión es... si Umi sentía terror, y aquél monstruo estaba de su lado... ¿qué sentiría el enemigo?
Tragó saliva. Las piernas le temblaban. Y ni siquiera había mirado al acantilado.
«Envié volando a este hombre por una cristalera.»
—¡Vamos, no nos podemos quedar atrás! ¿O quieres que Uzukage-sama vuelva a regañarte? —molestó Suzaku una vez más.
—Te estás ganando que te tire yo misma por el barranco —espetó Umi como respuesta—. Y estamos atadas. Cuando caiga contigo, aún te meto una buena.
Fuera como fuese, ambas volvieron a arrancar con la escalada, esta vez a un ritmo más regular. Afortunadamente, el hilo y la cuerda fueron suficientes y consiguieron llegar arriba con duro esfuerzo. Umi se esforzó en no mirar atrás. Sabría que le entraría vértigo, y entonces le temblarían las piernas hasta que terminase la misión.
Datsue emitió la señal. La señal fue correspondida. Y hasta ahí duró el plan, que fue interrumpido por el súbito fogonazo de un abonba de luz sorpresa. Umi no tuvo tiempo de decir nada, tan sólo de taparse los ojos y gemir de dolor.
Cuando sus compañeras alarmaron sobre su incapacidad de moverse, ella intentó, claro, mover las piernas. Pero estaban atrapadas bajo el barro.
No pudo hacer otra cosa. Fue instintivo. Podría haberse librado del barro con el Kaenka, quizás, pero eso hubiera implicado dejar a los demás a la suerte de esas dos gigantescas esferas de piedra fundida, de las que fue advertida por los gritos de algunos genin que no habían tenido la mala suerte de verse cegados por completo. Había una opción mejor.
—¡¡¡Suiton: Suishōha!!! —Umi escupió un torrente de agua hacia arriba, intentando, con la ayuda de sus compañeros, destruir el ataque enemigo, o al menos mitigarlo lo suficiente como para que no resultase una amenaza contra sus vidas. No solo esto, sino que esperaba que, al caer, el agua pudiese licuar un poco el barro en el que se hundían y todos pudiesen sacar sus piernas.
Luego, Umi sintió un revulsivo, y no supo lo que pasó realmente con aquellas esferas, porque su vista no estaba todavía exactamente recuperada. Pero sí vio crecer algo en su pecho al escuchar la voz de Datsue, entremezclada con aquél aullido gutural, aquél desafío.
Era poder. Era poder absoluto. ¿Sentía admiración? No, nadie podría sentir admiración en ese momento. Sentía... terror.
La cuestión es... si Umi sentía terror, y aquél monstruo estaba de su lado... ¿qué sentiría el enemigo?
Tragó saliva. Las piernas le temblaban. Y ni siquiera había mirado al acantilado.
«Envié volando a este hombre por una cristalera.»