21/09/2022, 11:02
Un enorme agujero se abrió donde Ushi iba a aterrizar, siendo cogido al vuelo por algunos de sus shinobis para evitar que se diera un golpe demasiado fuerte contra el suelo o uno mal, dado que pudiera resultar fatal.
Algunos pudieron ver la pequeña esfera de papeles colarse en el interior con la precisión de un golfista profesional, no por el hecho de que el agujero fuera cientos de veces más grande que aquella pelota, sino porque se dirigió para explotar en el centro. Varios shinobis de la nieve cayeron en el interior junto a Ushi en un prinicpio para salvarlo, para acto seguido ser expulsados contra las paredes, el borde, el fondo y alguno incluso cayó fuera. Ushi se golpeó con fuerza contra una de estas paredes, maldiciendo su suerte y a aquella fuerza imparable que tenía frente a él, que solo parecía tener un recurso bajo la manga tras otro.
El resto de shinobis, que esperaban por la vuelta de Ushi no tuvieron tiempo de reaccionar cuando aquel angel bajado para castigarlos surcó las inmediaciones alzando unos enormes pilares. Se generó así una dantesca jaula de Faradaawy que cumplió su cometido fulminando a todos los presentes. Algunos consiguieron escapar a duras penas, pero eran los que en ningún momento habían detenido su carrera, limitándose a cumplir la sencilla orden de la mano derecha del general. Los presentes, entre ellos Raiden, estaban en el suelo gravemente dañado; algunos parecían no haber resistido la descarga y sus cuerpos yacían inertes, otros estaban convulsionando y algunos parecían haber aguantado el golpe, pero a duras penas se mantenían conscientes.
Parte de estos últimos, menos de una decena, se alzaron en armas, pero no movieron un dedo más allá de un temblor por el intenso dolor que procesaban en su cuerpo. Compartieron miradas, otros solo miraban al Uzukage amenazante y otros no podían apartar la mirada de aquel que iba a llevarles a la victoria. Acto seguido, soltaron las armas, cayendo algunos al suelo, fruto de aquel último esfuerzo por mantenerse en pie.
Querían luchar, hasta la extenuación. Pero Raiden no les hubiera dejado, ya había perdido a demasiada gente bajo su mando y responsabilidad, y aumentar aquella lista solo lo empeoraría. Los más acérrimos a este, eran los que más fácilmente accedieron a declarar su derrota y no seguir con el derramamiento de sangre.
Ninguno de ellos había matado a ningún shinobi en aquella lucha, eran órdenes de su general. De su capitán.
La batalla había acabado, ahora solo quedaba tomar prisioneros.
Algunos pudieron ver la pequeña esfera de papeles colarse en el interior con la precisión de un golfista profesional, no por el hecho de que el agujero fuera cientos de veces más grande que aquella pelota, sino porque se dirigió para explotar en el centro. Varios shinobis de la nieve cayeron en el interior junto a Ushi en un prinicpio para salvarlo, para acto seguido ser expulsados contra las paredes, el borde, el fondo y alguno incluso cayó fuera. Ushi se golpeó con fuerza contra una de estas paredes, maldiciendo su suerte y a aquella fuerza imparable que tenía frente a él, que solo parecía tener un recurso bajo la manga tras otro.
El resto de shinobis, que esperaban por la vuelta de Ushi no tuvieron tiempo de reaccionar cuando aquel angel bajado para castigarlos surcó las inmediaciones alzando unos enormes pilares. Se generó así una dantesca jaula de Faradaawy que cumplió su cometido fulminando a todos los presentes. Algunos consiguieron escapar a duras penas, pero eran los que en ningún momento habían detenido su carrera, limitándose a cumplir la sencilla orden de la mano derecha del general. Los presentes, entre ellos Raiden, estaban en el suelo gravemente dañado; algunos parecían no haber resistido la descarga y sus cuerpos yacían inertes, otros estaban convulsionando y algunos parecían haber aguantado el golpe, pero a duras penas se mantenían conscientes.
Parte de estos últimos, menos de una decena, se alzaron en armas, pero no movieron un dedo más allá de un temblor por el intenso dolor que procesaban en su cuerpo. Compartieron miradas, otros solo miraban al Uzukage amenazante y otros no podían apartar la mirada de aquel que iba a llevarles a la victoria. Acto seguido, soltaron las armas, cayendo algunos al suelo, fruto de aquel último esfuerzo por mantenerse en pie.
Querían luchar, hasta la extenuación. Pero Raiden no les hubiera dejado, ya había perdido a demasiada gente bajo su mando y responsabilidad, y aumentar aquella lista solo lo empeoraría. Los más acérrimos a este, eran los que más fácilmente accedieron a declarar su derrota y no seguir con el derramamiento de sangre.
Ninguno de ellos había matado a ningún shinobi en aquella lucha, eran órdenes de su general. De su capitán.
La batalla había acabado, ahora solo quedaba tomar prisioneros.