4/10/2022, 09:53
—¡Datsue! ¡Uzukage!
Bramó alguien, que se acercaba a toda prisa. Se trataba de aquel chico del mismo escuadrón que Suzaku. Hayato, creía recordar que se llamaba. La Uchiha le había perdido de vista durante el caos de la trifulca, pero le aliviaba ver que estaba más o menos bien. Al menos no había caído a manos de quien hubiese sido su contrincante.
—¿Esta villa no tenía estación de tren? ¡Tomémoslo y estaremos en Uzu lo antes posible! ¡Nadie se va a rendir sin luchar! ¡En Uzu aún quedan grandes shinobis y kunoichis para aguantar luchando!
Suzaku parpadeó varias veces, sorprendida. ¡Claro! ¡El ferrocarril! ¿Cómo no habían pensado en ello antes? Puede que aún tardaran un poco más de lo deseado en regresar a Uzushiogakure, pero la opción estaba allí. El Uzukage también pareció recomponerse. Al menos lo suficiente como para ponerse en pie. Sus ojos lloraban lágrimas de sangre que resbalaban por sus mejillas.
—Venid conmigo, entonces —dijo, abriendo los brazos para acogerlos—. Os llevaré a la estación de tren… y vosotros me llevaréis a Uzu.
Suzaku dudó unos instantes. Ella no había salido tan bien parada del combate como sus compañeros: presentaba heridas en varias partes de su cuerpo y aunque sus reservas de energía habían comenzado a reponerse, aún estaban lejos de estar repletas. Dudó unos instantes, porque ella no era tan habilidosa como sus compañeros, apenas era una genin recién salida de la Academia, y la realidad le estaba golpeando sin piedad en la cara como un martillo.
¡Pero se trataba de Uzushigakure! ¡Era su hogar! ¡Y ella había hecho una promesa en el mismo momento que le habían colocado la bandana de kunoichi! ¡Había hecho una promesa en el mismo nombramiento de Uchiha Datsue! ¡Ella sería su espada! Quizás no una tan afilada ni tan bien forjada como podría ser cualquiera de las otras, ¡pero una espada al fin y al cabo!
Entonces, dejó de dudar. Tomó a Umi de la mano y avanzó al encuentro de su Uzukage. De repente, un cegador brillo turquesa los rodeó a todos. Suzaku ahogó un grito de sorpresa cuando se vieron encerrados en una especie de diamante cristalino que comenzó a elevarse en el aire con ellos dentro. El estómago le dio un vuelco de la impresión, pero nada pudo compararse a la impresión que sintió cuando comprobó que se encontraban en una especie de gigante alado que se alzó en el aire tras una última orden del Uzukage.
Bramó alguien, que se acercaba a toda prisa. Se trataba de aquel chico del mismo escuadrón que Suzaku. Hayato, creía recordar que se llamaba. La Uchiha le había perdido de vista durante el caos de la trifulca, pero le aliviaba ver que estaba más o menos bien. Al menos no había caído a manos de quien hubiese sido su contrincante.
—¿Esta villa no tenía estación de tren? ¡Tomémoslo y estaremos en Uzu lo antes posible! ¡Nadie se va a rendir sin luchar! ¡En Uzu aún quedan grandes shinobis y kunoichis para aguantar luchando!
Suzaku parpadeó varias veces, sorprendida. ¡Claro! ¡El ferrocarril! ¿Cómo no habían pensado en ello antes? Puede que aún tardaran un poco más de lo deseado en regresar a Uzushiogakure, pero la opción estaba allí. El Uzukage también pareció recomponerse. Al menos lo suficiente como para ponerse en pie. Sus ojos lloraban lágrimas de sangre que resbalaban por sus mejillas.
—Venid conmigo, entonces —dijo, abriendo los brazos para acogerlos—. Os llevaré a la estación de tren… y vosotros me llevaréis a Uzu.
Suzaku dudó unos instantes. Ella no había salido tan bien parada del combate como sus compañeros: presentaba heridas en varias partes de su cuerpo y aunque sus reservas de energía habían comenzado a reponerse, aún estaban lejos de estar repletas. Dudó unos instantes, porque ella no era tan habilidosa como sus compañeros, apenas era una genin recién salida de la Academia, y la realidad le estaba golpeando sin piedad en la cara como un martillo.
¡Pero se trataba de Uzushigakure! ¡Era su hogar! ¡Y ella había hecho una promesa en el mismo momento que le habían colocado la bandana de kunoichi! ¡Había hecho una promesa en el mismo nombramiento de Uchiha Datsue! ¡Ella sería su espada! Quizás no una tan afilada ni tan bien forjada como podría ser cualquiera de las otras, ¡pero una espada al fin y al cabo!
Entonces, dejó de dudar. Tomó a Umi de la mano y avanzó al encuentro de su Uzukage. De repente, un cegador brillo turquesa los rodeó a todos. Suzaku ahogó un grito de sorpresa cuando se vieron encerrados en una especie de diamante cristalino que comenzó a elevarse en el aire con ellos dentro. El estómago le dio un vuelco de la impresión, pero nada pudo compararse a la impresión que sintió cuando comprobó que se encontraban en una especie de gigante alado que se alzó en el aire tras una última orden del Uzukage.