Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
No iba a decirle que la gran mayoría de las mujeres que vivían allí tenían un físico similar al suyo, al de Noemi y Katsumi, aunque por algún motivo dudaba que se haya parado a mirar a esta última a pesar de sus curvas pronunciadas.
De cualquier manera, si seguía en buenos términos con Noemi probablemente terminaría llegando a la residencia tarde o temprano, por lo que no serviría de mucho que la pecosa se callase. Una lástima, tal vez, o tal vez no.
—¿Vamos bien? —preguntó, mientras pasaba por encima de un tronco caído.
No había absolutamente nada llamativo en aquel paisaje, ni siquiera se podían ver animales, lo cual era más bien raro, pero así estaban las cosas.
4/11/2017, 05:42 (Última modificación: 4/11/2017, 05:44 por Uchiha Datsue.)
Si pensaba que Koko iba responderle a su pregunta, no podía estar más equivocado. Por suerte, ya estaba preparado para algo así. La empezaba a conocer demasiado bien. Tanto, que sabía que no serviría de nada insistir. Mejor ahorrar saliva y fuerza. Quizá la llegase a necesitar, si encontraban finalmente a los ladrones. Si Katsumi era tan buena como presumía, sin embargo, a lo mejor hasta no tendrían que hacer nada. Tan solo esperar a que ella hiciese el trabajo duro, y luego…
… Luego ya vería.
—¿Vamos bien?
—¡Sí, mi capitana! —respondió, con voz exageradamente entusiasta, tras volver a mirar la brújula—. ¡Justo en la dirección correcta!
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Y con eso quedaba asegurado que iban en la dirección correcta, pero la luz del sol apenas si llegaba a aquellas zonas de la arboleda por lo que comenzaría a oscurecer a medida que se adentraban en las profundidades del pequeño bosque.
Por si fuera poco, mientras avanzaban, un grito desgarrador de un hombre. Lo suficientemente fuerte para helarle la sangre a aquellos dos shinobis y asustar a una bandada de pájaros que rápidamente se alejaron del lugar.
En ese momento, Koko se armó de valor y se volteó, mostrando una sonrisa nerviosa y un temblor leve en las piernas.
—¿Y si nos volvemos al pueblo y esperamos a que le llegue otro cargamento al doctor? —preguntó finalmente.
Pero las risas y las bromas del Uchiha pronto quedarían sepultadas bajo la gran losa del olvido, cuando un grito aterrado llegó a sus oídos. Parecía el grito de un hombre que había vislumbrado la Muerte. Datsue se detuvo de pronto, con los cinco sentidos en estado de alerta y olvidándose de hasta respirar para oír mejor.
Koko fue la primera en hablar, quien, armándose de valor, sugirió… huir. «Maldita sea… ¡Se supone que soy yo el cobarde!» No podía negarlo, la propuesta de la kunoichi era de lo más tentadora. Casi tan tentador como una noche entera de sueño… Dios, necesitaba tanto dormir...
Respiró, contó hasta tres y…
—Pero, Koko, piensa en lo que diría tu hermano —soltó, creyendo que así la envalentonaría—. Ese hombre parece en apuros… ¡O quizá tu hermana lo esté! Sea como sea ella, sigue siendo sangre de tu sangre…
Por los Dioses, cómo le estaba costando. Tener que ser él el primero en dar el primer paso… en encabezar la marcha… Era una putada. En la retaguardia, uno siempre se sentía más seguro. «Recuerda la aventura con Kaido y Akame en Isla Monotonía… También fuiste el primero, como el intrépido que eres, y aquello era peor…»
—Vamos —dijo, tratando de que su voz no reflejase las miles de dudas que ahora mismo tenía, reanudando la marcha hacia donde había provenido el grito. También volvió a observar la brújula, para ver si apuntaba en la misma dirección…
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—¿Mi hermano? —preguntó incrédula—. ¡Él nunca tuvo que verse cara a cara con una tía como esa!
Y con esa se refería obviamente a Katsumi, quien probablemente fuese la causante de tan escalofriante alarido. «¡Es de locos hacer frente a alguien así! »pensaba la Kageyama que no podía hacer absolutamente nada en contra del temblor de sus piernas.
—Tú no sabes de lo que es capaz esa tía —decía, ignorando completamente las palabras del Uchiha—. ¡Probablemente sea la causante del grito y el hombre sea uno de los ladrones! —prosiguió, esperando así mermar la voluntad del contrario.
Realmente no quería vérselas cara a cara con aquella mujer, no después de una matanza como la que probablemente verían si decidían acercarse más, pero así fue como ocurrió. El Uchiha decidió proseguir, tras comprobar que la brújula seguía apuntando en la misma dirección y que pronto se toparían con aquella genin.
La pecosa no pudo hacer otra cosa que apegarse al contrario, cual doncella asustadiza protegiéndose detrás de su caballero guardián. Y es que, efectivamente, la kunoichi parecía un matojo de nervios incapaz de hacer frente a lo que tenía a unos metros de distancia.
Conforme ambos avanzaban, podían vislumbrar una silueta, la de una fémina con algún artefacto alargado y a la vez estrecho, del cual una sustancia algo viscosa goteaba. A cada paso, la imagen era más y más nítida hasta el punto en que pudieron vislumbrar perfectamente la hoja de una espada impregnada en sangre, la cual no paraba de gotear como si estuviese aún conectada en el cuerpo de alguna criatura viviente, pero no era así. Frente a la fémina yacía un cuerpo, alguien agonizante que no podía sino mirar con terror a la mujer que se erguía frente a él, pues parte de su cuello había sido destrozado presuntamente por un zarpazo o tal vez… Mordidas.
—Pensar que eras tan macho cuando apenas me viste —decía burlona la chica, con la boca empapada en sangre.
El hombre, quien probablemente había soltado tal alarido ahora mismo parecía todo lo contrario de lo que ella acababa de describir. Estaba aterrado, con los ojos desorbitados, ambas manos en su cuello tratando de parar la hemorragia y con un cuerpo completamente tembloroso. Sabía que su fin estaba cerca, pero se negaba a aceptarlo.
Hasta que…
La chica de cabellos azabaches se inclinó sobre él, para darle el golpe de gracia.
Ella se agazapó sobre el hombre, lo suficiente para que cualquiera con mala vista pudiese malinterpretar la situación como si de una pareja se tratase, teniendo relaciones sexuales en pleno llano, pero la realidad era que la chica había clavado sus dientes en la carne del contrario para arrebatarle un trozo de carne, uno bastante generoso con el cual aumentaría el caudal de sangre que brotaba de aquella persona que ya ni siquiera podía gritar.
Katsumi había arrancado otro trozo de carne del cuello de aquel bandido, pero ni siquiera se precisó de escupirlo para poder hablar nuevamente…
—¿Cómo se siente? ¿Qué te mate la putita que querías secuestrar? —decía burlona, sin ningún tipo de inconveniente a pesar de, supuestamente, tener un trozo de carne en la boca.
—Te dije que no teníamos que venir —dijo en un susurro una atemorizada Koko, quien no hacía más que temblar detrás de Datsue, que había decidido liderar la marcha.
Ah, esta Koko, siempre tan exagerada con las personas que le caían mal. ¡Pues a Datsue no le había parecido tan mala tía! Sí, tenía los aires muy subidos, como cualquier Sakamoto. Y sí, era una tipa difícil de tratar… pero nada que saliese de lo habitual en su familia. Seguro que no era para tanto.
Seguro que… «La madre que me parió…»
El Uchiha se quedó clavado en el sitio, sin moverse. Primero vio al hombre, tirado en el suelo y tratando de contener la hemorragia de su cuello con las manos. Era inútil. Tan ineficaz como tratar de detener el paso del agua de un río con los brazos. Luego la vio a ella, empuñando una katana ensangrentada y una mirada lobuna. Loca. Tenía la boca roja, como si se hubiese llevado un golpe en los labios y se los hubiesen partido…
… Datsue estaba a punto de averiguar que aquella sangre no pertenecía a ella.
«¡La puta que me…!» Como una madre que da el beso de buenas noches a su retoño, Katsumi se inclinó ante aquel pobre desgraciado y… le dio el beso de Izanami. Un bocado, como un perro haría con su presa, arrancándole un trozo de carne y haciendo que estallase un chorro de sangre, cual géiser, de la aorta. Un escalofrío espeluznante recorrió la espina dorsal del Uchiha, quien de pronto había intercambiado papel con Koko, empujándola hacia adelante y colocándose a su espalda. No era el movimiento que haría un caballero, pero…
… él nunca había sido uno, ¿no?
Se encogió tras la espalda de Koko y rezó a todos los Dioses que conocía porque Katsumi no se hubiese dado cuenta de su presencia…
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Tan pronto como la escena se tornó sumamente grotesca, Datsue se apresuró a intercambiar lugares, casi como si estuviese ofreciendo a la Kageyama cual sacrificio, lo que no contaba era con que la Sakamoto estuviese más que consciente de la presencia de aquellos dos, por lo que, aún tumbada sobre su más reciente víctima, les dirigió la palabra.
—No tenéis los huevos para mirarme y os hacéis llamar shinobis —dijo sumamente burlona, mientras se giraba y miraba por sobre su hombro a la más que temblorosa Kageyama—. Una lástima que no me guste la carne tan grasosa —le espetó a la rubia, antes de dar otro bocado al cuello de aquella persona cuya mirada pronto se apagó, ya sin vida.
Parecía muy a gusto con lo que hacía, y no era para menos. Para Sakamoto Katsumi, la carne humana era un manjar que muy pocos apreciaban, y muy pocos realmente estaban dispuestos a probar, entre los miembros del clan repudiaban aquella costumbre, pero muy poco le importaba por lo que —así sea a escondidas— seguía llevando a cabo tal práctica, y nada ni nadie la detendría a deleitarse con semejante placer.
—Están todos muertos —les dijo muy tranquila mientras se sentaba con sobándose el vientre—. Tomen lo que necesiten y reporten al viejo —les indicó, antes de soltar un sonoro eructo que la llenó de satisfacción.
Si cualquiera de los dos shinobis decidía observar los alrededores, podrían apreciar lo siguiente:
Un cuerpo mutilado de un hombre que apenas pasaría la veintena de años.
El cadáver de una mujer de unos treinta años, cuyos brazos habían sido arrancados, probablemente a base de mordidas.
El torso completamente desgarrado de otro hombre, que ya no gozaba de sus extramidades.
E infinidad de huesos dispersos por todas partes.
Así mismo, cerca de un árbol había una tela bastante extensa, parecía ser una especie de cortina roja, sobre la cual yacía una gran cantidad de carne, por no decir las extremidades faltantes de varios cadáveres. Y eso no era lo peor, probablemente eso fuese que la joven genin haya logrado semejante escena en meros minutos en que Datsue y Koko se debatían si era conveniente seguir o no…
—Venga… Que tengo hambre —les apresuraba, con una mirada algo… sugerente.
Pero Koko no podía reaccionar, estaba simplemente atemorizada.
En otro momento, en otras circunstancias, el Uchiha hubiese respondido a la primera pulla de la chica con alguna mofa. Pero en aquel preciso instante no estaba para bromas, por así decirlo. Digamos que estaba demasiado concentrado en no mearse por los pantalones como para pensar ninguna bufonada.
Katsumi fue a más, y les aseguró que estaban todos muertos, y que fuesen a reportar al anciano. Fue entonces cuando se dio cuenta. Los cadáveres les rodeaban como las moscas a la mierda. Hombres mutilados, desgarrados… Uno en concreto, le habían separado el torso de las piernas, y los intestinos se desparramaban desde donde debería estar su bajo vientre. Una mujer tenía los brazos mutilados, quizá a base de mordidas, porque no era un corte limpio y recto, sino tremendamente irregular. ¿Y les pedía que fuesen a reportar al viejo? No, lo que él iba a hacer era…
… Vomitar. Echó toda la comida por la boca, de mala suerte que Koko estaba en medio y se llevó una buena parte en los pies. Tosió, echó un escupitajo a un lado y se limpió la boca con el dorso de la mano. Sudaba de cabeza a los pies. Tras todo lo que había vivido con Shukaku… creía estar ya habituado a aquel tipo de imágenes.
Se veía que no.
«Joder… ¿Y sabe de esto el Uzukage? ¿Lo permite? Me cago en la puta… esto debería ser ilegal hasta entre ninjas»
—Venga… Que tengo hambre.
Joder, iba a vomitar otra vez, pero en esta ocasión logró contener la arcada. Mejor hacer lo que pedía e irse de allí cagando leches.
—¿Dónde… dónde guardaban los medicamentos? —preguntó, mirando a uno y otro lado. Tan solo veía vísceras, huesos rotos y sangre… Mucha sangre.
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La genin estaba disfrutando de aquello, ver a dos shinobis que momentos atrás le habían plantado cara, ahora temblando e incluso vomitando, aunque algo pudo apreciar en la rubia que simplemente le provocó a reír a carcajadas.
—¿¡Y se hacen llamar ninjas!? —exclamó entre risas, como si no pudiera contenerlas de ninguna manera.
Efectivamente, tal y como Katsumi lo había visto, mientras Datsue vomitaba sobre los pies de la Kageyama, ella se había orinado encima, logrando así cierta harmonía, si se lo quería ver de esa forma, pues mientras que él había sido víctima de aquella espantosa escena devolviendo su almuerzo, ella por su parte había sufrido de una incontinencia renal.
En otras palabras, justo donde el Uchiha acababa de dejar su delicioso almuerzo, la chica había dejado un pequeño charco.
—Atrás de esos arbustos está el carromato —indicó la de cabellos azabaches, señalando con un dedo la dirección exacta.
Las risas se le habían pasado, y pronto volvió a inclinarse sobre su más reciente víctima para comenzar a arrancarle trozos de carne a mordidas. Este ya estaba muerto, lo que significaba que ya no volvería a salir sangre a chorros, aunque sí estaba empapándolo todo además de los grotescos sonidos que producía al hacer semejante cosa.
La pecosa por su parte, comenzó a avanzar, marcando un perímetro de la ubicación exacta donde se encontraba la otra chica, con suma precaución si se lo quería ver de otra manera y no era para menos… Simplemente quería desaparecer de allí tras recuperar lo que habían ido a buscar.
Ya luego se preocuparía por la peste a orina que pronto comenzaría a emanar.
Estaban dando una imagen lamentable, cierto era, mas en el corazón del Uchiha, aparte de la vergüenza momentánea, estaba germinándose otra cosa. Una semilla de odio. De venganza. Pequeña y raquítica, como todas las semillas, pero que afianzaría sus raíces como el Árbol Sagrado en la tierra, volviéndose más grande y robusto con el tiempo.
Datsue era un mentiroso por naturaleza, pero como toda regla genérica, solía haber una excepción. Cuando el Uchiha se prometía a sí mismo vengarse, lo hacía. Lo haría más tarde o más temprano, pero lo hacía. Para ello, era paciente como la roca. Perseverante, como las olas del mar limando el acantilado. E inolvidable, como la fea cicatriz que cruza el rostro de un guerrero, recordándole todos y cada uno de sus días su error: no haber matado a su oponente antes de que le produjese tal herida.
Noemi —ahora Datsue se arrepentía— lo había probado en sus carnes. Ayame lo haría llegado el momento. También Gouka, aquel hombre de la Ribera del Sur. Y a la lista le seguiría Katsumi.
—Vamos —dijo a Koko, tratando de mostrarse indiferente porque se hubiese orinado encima. No la culpaba. Él había estado a punto también. Caminó hasta los arbustos que indicaba la kunoichi, sin perderla por ello de vista, y cuando encontró el carromato, se puso a buscar en su interior. Buscaba frascos, bolsas, pergaminos… Cualquier cosa que pudiese contener su ansiada droga.
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La de cabellos azabaches se había decidido a pasar completamente de aquellos dos, no había más motivos para prestarles más atención ya que no parecían una amenaza en lo más mínimo. Es decir, uno acababa de vomitarle los pies a la que se había orinado. ”Lamentable” era el pensamiento que surcaba la cabeza de la joven del yukata. ¿Qué otra cosa podía pensar de aquellos dos tras dar semejante imagen? Sencillamente, no suponían amenaza de ninguna manera posible.
Koko por su parte, se decidió a seguir a su líder momentáneo. No estaba en condiciones de hablar, temblaba violentamente y a cada paso que daba se podía escuchar cierto crujir debido a la humedad presente en sus botas. Necesitaría un baño y un cambio de ropa probablemente, pero para ello primero tendrían que buscarse donde pasar la noche. Fue entonces, mientras que el Uchiha rebuscaba propuso lo siguiente.
—Le pediré al doctor que nos permita pasar la noche en su casa —le dijo al contrario en un murmullo.
No se sentía lo suficientemente segura de sí misma como para mostrarse ante toda la gente que pudiese haber en una posada con las piernas empapadas en su propia orina, y dicho sea de paso, con vómito ajeno. Extra, ese anciano hasta cierto punto les debía algo, ¿verdad?
Datsue pronto encontraría el frasco con las drogas, la supuesta anestesia, eran en realidad dos frascos distintos que probablemente él mismo querría probar en algún momento, aunque en ese preciso instante, seguramente querría desaparecer de la vista de aquella caníbal que seguía degustando la carne de lo que alguna vez fue un bandido. Actualmente, dando tirones agresivos a lo que parecía ser el esófago, extraído por la parte baja del costillar de aquella persona.
Claramente, aquella acción generaba una desagradable deformación en el cuello y boca del individuo, sin mencionar lo que ocurrió una vez que logró arrancarlo todo, pues en lugar de cortarse, el esófago fue extraído con una buena cantidad de órganos en conjunto, provocando de paso que la joven cayese de culo al piso. Lo cual no le molestó, pronto comenzó a disfrutar felizmente de aquellos órganos, algunos palpitantes y chorreando sangre a montones.
Casi parecía una niña disfrutando de su primer bistec.
«¿Dos… frascos?» Se había jugado el tipo, y habían muerto cuatro personas, por dos… míseros. ¿frascos? Era tan surrealista. Tan absurdo. Tan mordazmente sarcástico, que el Uchiha no pudo hacer más que…
… estallar en una carcajada. Una risa escalofriante, aguda, sádica… Una risa que se parecía a… «¡¡JIA, JIA, JIA, JIAAA!!»
Pasado el breve momento de enajenación mental, el Uchiha se sintió extrañamente débil. Le dolía la cabeza, como si le estuviesen taladrado el cerebro desde dentro. Necesitaba dormir. Los Dioses no sabían cuánto lo necesitaba.
—Espera —dijo a Koko, mientras sellaba los frascos en su antebrazo. Aquello le demoró unos segundos—. Ahora sí.
Ya había visto suficiente por aquel día. Ni siquiera desvió la mirada hacia Katsumi, pero los sonidos de ella masticando le llegaron hasta los oídos, dejando volar su imaginación… Y la imaginación a veces podía ser peor incluso que la realidad.
—Me parece bien —dijo, pasados unos minutos, en contestación a que Koko pediría al doctor que les dejasen dormir allí. Pese a que la había oído perfectamente, su cerebro había tardado una eternidad en procesar la información. Ahora lo único que quería era dormir. Testear si el sedante tendría el efecto que buscaba. Esperaba que Koko convenciese al doctor para cederle los frascos, porque él no tenía ninguna intención de entregárselos.
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Algo andaba mal, al menos en la cabeza de Datsue que decidió reír de una forma sumamente tétrica que hizo que la Kageyama retrocediera un paso. «¿¡Es que todos están locos!? »se cuestionó asustada, no solo de Katsumi, sino que también del Uchiha que hasta el momento le había parecido ciertamente sensato. Hasta ahora.
Por suerte, el chico reaccionó de una forma bastante normal, si es que se podía considerar normal que rápidamente se olvidase de todo y actuase completamente normal, a pesar de haber devuelto su almuerzo momentos atrás.
—Bueno… —respondió vagamente la pecosa, dispuesta a desaparecer de la escena.
Mientras tanto, Katsumi estaba sumamente entretenida con su festín, literalmente había pasado de aquellos dos que la habían estado molestando momentos atrás y —probablemente— decida seguir molestando con lo que acababa de ver de aquellos dos. No hoy, no mañana, pero algún otro día aprovecharía.
—No creo que ponga pegas —comentó, tratando de centrarse en otra cosa que no fuese aquella espeluznante escena.
Por suerte no se encontrarían con ningún contratiempo en lo que salían de la arboleda, por lo que llegarían en poco tiempo a la cabaña del doctor… en pésimas condiciones, claro, especialmente la pecosa que no solo caminaba con vómito encima, sino que también iba con su propia orina impregnada en su ropa.
Era cierto, la cabeza de Datsue andaba mal. Era un engranaje al que se le había tensado demasiado. Se le había exprimido más allá del límite que era capaz de soportar. Demasiadas noches de insomnio. Demasiadas pesadillas sufridas en bucle. Y ahora aquello. ¿Cómo no volverse loco? ¿Cómo no perder la cabeza? Pero trató de disimular. Quizá, si actuaba como si todo fuese normal, la normalidad volviese a él. Aunque… ¿no era este mismo pensamiento, otra locura? Al Uchiha le dieron ganas de reírse de nuevo, pero esta vez logró contenerse.
Tenía la boca salada, agria por el vómito, y el olor a orina procedente de Koko le llegaba ahora hasta su olfato, pero siguió andando con normalidad…
—¿No crees que deberíamos informar de esto a Hanabi-sama? —preguntó, tras un rato. Su voz le resultaba extraña, como si no le perteneciese—. Sobre tu hermana.
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Llegar a la cabaña del anciano era en definitiva, lo más importante en aquellos momentos. Con tal de alejarse de aquella kunoichi y de paso, tener chance de quitarse la ropa apestosa, Koko haría cualquier cosa. Aunque claro, el chico que la iba acompañando parecía haber perdido hasta cierto punto los cabales.
—Si le decimos lo sabrán —respondió claramente atemorizada ante la idea—. No es solo ella, son más, pero no sé quiénes —agregó en un intento por quitarle semejante idea de la cabeza al contrario.
Además, si vamos al caso, ¿qué tiene de malo que se coman la carne de unos bandidos? Distinta sería la historia si se estuviesen comiendo a sus compañeros, aunque claro, la Kageyama no estaba del todo enterada de lo que esos caníbales hacían en sus ratos libres. Lo único fijo era que no quería saber absolutamente nada con enfrentarse cara a cara con Katsumi por algún motivo.
A diferencia de cuando partieron en busca de los bandidos, esta vez los shinobis llegaron bastante rápido a la cabaña del doctor, por lo que la rubia se adelantó para llamar a la puerta.
El anciano rápidamente abrió, llevándose una desagradable sorpresa debido a la peste que desprendía principalmente la pecosa.
—Ya sabes dónde está el baño —dijo el viejo con la nariz arrugada—. ¿Tú también? —preguntó dirigiéndose a Datsue.
Mientras hablaba se hizo a un lado, permitiendo a ambos ingresar. Invitación que Koko aceptó sin decir ni una sola palabra y como se dijo, parecía saber perfectamente dónde debía de ir. Por lo que el shinobi se quedaría a solas con el médico.