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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Era un día particularmente lluvioso. Quizás en otras culturas, esto habría sido un mal presagio. No era lo contrario en Amegakure, porque si no, casi todos los días serían buen presagio. Era un día como otro cualquiera, aunque la tormenta se cebaba con interés. Era un día como otro cualquiera...

...para casi cualquier persona.

Pero no para Amedama Daruu, ni para Aotsuki Ayame, que caminaban en silencio, más taciturnos que de costumbre. Él caminaba con una capa de viaje impermeable de color negra, y un kasa amplio de color beis. Lo hacía con la cabeza en las nubes. Se había estado preparando mucho para aquél día, pero en realidad, no se sentía preparado.

No era porque tuvieran que hablar con Yui, no era porque temiera a su líder ni su posible respuesta. Lo que en verdad temía era enfrentarse a su pasado, y al pasado de su familia.

Aquella puta debía morir. O si no, su madre estaría en peligro.

La puerta de la recepción se abrió, y los muchachos entraron en la Torre de la Arashikage.
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#2
El tan ansiado día había llegado. Incluso Amenokami había decidido celebrarlo por todo lo alto, desplegando en todo su esplendor una tormenta de verano como pocas veces se había visto en Amegakure. Y eso era mucho decir.

Ayame acompañaba a Daruu, ambos en absoluto silencio, de camino a la Torre de la Arashikage. Más por cortesía que porque realmente lo necesitara, la kunoichi se había armado con un paraguas para protegerse de la lluvia —o, más bien, para proteger el suelo de ser mancillado—, y llevaba consigo todas y cada una de sus herramientas como ninja. Tal y como sugirió su compañero, no comentó nada acerca de lo que estaban a punto de hacer en casa. De haberlo hecho, las palabras no habrían tardado en llegar a los suspicaces oídos de Kiroe, y se habría acabado poniendo en grave peligro. No, lo mejor era que dejaran a sus familias a un lado. Tenían que hacerlo por ellos mismos.

No tardaron en llegar a su destino, y los dos muchachos atravesaron el umbral de entrada después de que Ayame cerrara el paraguas y lo dejara en un paragüero cercano. Resueltos como pocas veces lo habían estado, se acercaron a la recepción:

Buenos días, necesitamos hablar con Yui-sama —habló Ayame, adelantándose.
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#3
Era un día de Kazeyōbi de esos normales en Amegakure. Llovía como siempre. No había ningún indicio que augurara mejores o peores presagios, salvo por la repentina presencia de Amedama Daruu y Aotsuki Ayame en el mostrador del interior de aquél enorme rascacielo.

El hombre que yacía tras el mostrador de los encargados era un tipejo mayor, que le sacaba un cuerpo entero a los jóvenes frente a él. Una larga cabellera argéntea se le tendía en una cola tras la espalda y una barba extremadamente tupida, que cumplía la única función de recordar a todos aquellos creyentes de sus leyendas de que Hida-dono nunca había encontrado un espadachín lo suficientemente digno como para vencerle en combate; le cubría casi todo el rostro. Cuando habló, apenas se le vieron los labios moverse para vociferar esa voz profunda que despilfarraba experiencia y sabiduría.

—Amedama-kun, guardiana —una elegante inclinación de cabeza, suya y la del mango de su espada debidamente apostada en la vaina de su cintura—. buenos días para vosotros también. Voy a corroborar que Yui-dono esté disponible para atenderos. Un momento, por favor.

Cerca del escritorio había un teléfono de línea fija que servía de conexión entre la planta baja y el despacho de la Arashikage. El hombre digitó con poca destreza, para la sorpresa de todos, y aguardó con el pinganillo en el oído durante unos largos segundos. Cuando alguien le atendió, murmuró un par de cosas y la charla duró menos de lo que dura un kusareño en combate.

Bayashi hida torció el cogote y quedó una vez más frente a los invitados.

—Bien, podéis subir ahora. Mucha suerte —se la deseaba siempre a todos, por obvias razones.
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#4
Hida era un hombre mayor, amable, del que se contaban decenas de leyendas. Se decía que no había espadachín en todo Oonindo capaz de vencerle en un duelo. No obstante, cuando con el dedo temblequeando comenzó a marcar las teclas del interfono que comunicaba el piso inferior con el despacho de Yui, Daruu alzó una ceja escéptico. No podía ser que un hombre tan viejo, con aquellos achaques, fuera tan bueno con una espada. ¡Si ni siquiera podía marcar bien el número de teléfono!

Daruu y Ayame habían ido allí con toda la intención de hablar con Yui, pero aún así cuando el anciano Hida les dio la señal para que subieran, el estómago le dio un vuelco. Mira que creía poder desenvolverse bien con Amekoro Yui, pero uno nunca estaba preparado para enfrentarse a ella. O quizás sólo teniéndole ese respecto manchado de terror era capaz uno de sobrevivir a la Tormenta.

Los muchachos subieron el ascensor. Daruu pulsó el último número y las puertas se cerraron. El aparato comenzó a subir.

Deja que hable yo primero —le dijo a Ayame—. Tú te pones muy nerviosa delante de ella. —Al rato, las puertas volvieron a abrirse. Daruu recorrió el pasillo hasta llegar a las puertas del despacho, y con decisión, golpeó tres veces—. Buenos días, señora Yui —dijo, y entró en el despacho, poniéndose delante de ella e instantáneamente hincando una rodilla en el suelo.
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#5
Amedama-kun, guardiana.

Ayame sintió un escalofrío ante aquel apelativo, del cual había renunciado hacía ya tiempo, pero mantuvo su semblante impasible. Bayashi Hida, anciano shinobi y leyenda del arte de la espada, fue quien les atendió tras el mostrador con una elegante inclinación de cabeza que hizo oscilar su fiel katana, siempre atada a su cintura.

Buenos días para vosotros también. Voy a corroborar que Yui-dono esté disponible para atenderos. Un momento, por favor —El hombre tomó el teléfono, y, con unos dedos lentos y torpes que no parecían corresponderse con los de alguien de la altura de su leyenda, comenzó a marcar varios números. Se mantuvo con el aparato pegado a la oreja durante varios largos segundos y cuando recibió respuesta murmuró algo que Ayame no llegó a comprender—. Bien, podéis subir ahora. Mucha suerte —les dijo, y Ayame volvió a sentir otro escalofrío. Esta vez de terror.

Muchas gracias, Bayashi Hida —pronunció sin embargo, con una inclinación de cabeza.

Con las piernas repentinamente más pesadas que hacía unos pocos segundos, Ayame siguió a Daruu hasta el ascensor que habría de llevarlos hasta la última planta. Fue Daruu quien pulsó el botón, y cuando las puertas se cerraron Ayame respiró hondo.

Deja que hable yo primero —dijo Daruu—. Tú te pones muy nerviosa delante de ella.

Está bien —accedió ella, de muy buena gana.

Pasados varios largos minutos, que se hicieron aún más largos de lo que realmente fueron, las puertas volvieron a abrirse y los dos muchachos atravesaron aquel largo corredor que ya bien conocían. Daruu se adelantó, tocó a la puerta tres veces con los nudillos y se abrió paso.

Buenos días, señora Yui —dijo Daruu, adentrándose en el despacho e hincando una rodilla en el suelo.

Ayame, junto a él y con el corazón galopante en el pecho, hizo exactamente lo mismo.
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#6
Daruu abrió la puerta tras tocar en tres ocasiones, y un silencio sórdido les abrazó a ambos cuando se adentraron al ojo de huracán. Así le llamaban algunos desafortunados al despacho de la líder de la Aldea de la Lluvia.

Tanto Ayame como Daruu lo conocían muy bien. Hablamos de una habitación tan lúgubre como amplísima con un par de bibliotecas a los costados y un enorme escritorio de ébano que tenía toda la apariencia de haber resistido en más de una ocasión los inclementes descargos de frustración de una mujer agobiada por la montaña de papeles que una cierta mujer, su mano derecha, continuaba acumulándole diariamente. Había que preguntarse si aquella era una de las tantas razones por las que el despacho de Amekoro Yui tenía, además, un revelador ventanal de cristal templado tras el sillón de cuero negro en el que ahora yacía sentada. Para quizás poder darse vuelta, reclinar la silla, e ignorar sin ningún tipo de vergüenza a los documentos mientras admiraba su obra de arte: a Amegakure en toda su magnificencia.

El sillón se giró lentamente, coincidiendo con la reverencia de dos de sus ninjas. El rostro inmutable de Amekoro Yui parecía encontrarse en ese eterno balance entre la extrema ira y una tensa calma, auspiciada por una media sonrisa, filosa como de costumbre, y una mirada profunda que reflejaba el cómo la intriga y la sospecha hacían el amor.

El símbolo de cuatro líneas verticales grabadas a fuego en su frente se torcieron súbitamente después de que su ceño se arrugara como una pasa remojada.

—Vuelve a llamarme señora, Amedama —oh, qué sensación tan particular es la que te invade el alma cuando escuchas la voz de esa mujer, que por cierto, no aparentaba los casi cuarenta años que tenía. El cuerpo nutrido y majestuoso de la Arashikage se alzó del asiento y fue entonces cuando entendieron el verdadero significado del porqué se les llama sombra a los líderes—. y no te quedarán papilas gustativas para poder seguir disfrutando de los pastelitos que hace tu madre. Y tú —miró a su jinchuriki—. ¿te ha comido la lengua alguna rata? ¿acaso ya no te parece necesario dar los buenos días, Ayame?

»Levantáos y tomad asiento
—les ordenó, mientras ella reposaba la mitad del cuerpo en el escritorio y se cruzaba de brazos mientras hacían la labor, intercalando la mirada entre aquél par de tórtolos como si pudiera ver a través de ellos—. ¿y bueno? ¿en qué os puedo ayudar?
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#7
Daruu sintió de pronto la atmósfera opresiva del despacho de Yui, que le envolvió y le hizo más difícil respirar. Era como si las estanterías de los costados de la habitación fueran a echársele encima en cualquier momento, como si el escritorio de ébano fuese a ser pateado contra ellos también de un segundo para otro. Quizás lo más preocupante fuese el gran ventanal de vidrio. Daruu pensaba que tenía más funciones aparte de las de servir de buenas vistas a la Tormenta. Por ejemplo, la de arrojar ninjas impertinentes al vacío. Si al menos Shanise también estuviera ese día en el despacho... Tal vez ella podría calmar a Yui si se pasaban de la raya.

Raya que estuvo a punto de cruzar nada más saludar a Yui. ¿No tenía un buen día, o era aquella sonrisa socarrona simplemente diversión?

Daruu tragó saliva, y cuando la mujer le reprendió por llamarla señora, se disculpó con un escueto "lo siento mucho Arashikage-sama, sólo pretendía mostrar respeto", pero lo dejó ahí; se levantó como le habían ordenada y retiró una de las dos sillas para sentarse. Así, de cerca, Daruu casi podía oler el perfume de Yui.

Los perfumes tienen varios efectos en las personas, pero sólo incrementan la idea base que ya tienes de ellas. Un perfume puede hacer a alguien más atractivo, pero en el caso de Yui el perfume engrandecía también su figura. Le daba presencia. Daruu se sintió muy pequeño, y deseó que el resto de la conversación fluyera con más naturalidad.

Y como sabía que a Yui no le gustaban las medias tintas, ni las indirectas, y valoraba que sus ninjas fuesen al grano y fuesen valientes, Daruu levantó la mirada por primera vez y la clavó en aquellos dos ojos azules que brillaban con la fuerza de unas olas rompiendo contra los acantilados del Cabo del Dragón.

No quiero andarme con las ramas, Yui-sama —indicó—. Hemos estado en Notsuba, donde nos cruzamos de casualidad con dos subordinadas de Naia, la traidora que destruyó mi familia y conspiró para derrocarla.

»Hice que uno de mis gatos shinobi las siguiera. Hemos averiguado dónde está su guarida y algo preocupante que pretenden desde hace tiempo. El motivo por el que me quitaron mis ojos no fue para traficar con ellos.

»Buscan que mi madre vaya a vengarse de Naia para matarla. En el proceso, jodiéndome a mi también la joden a ella, supongo. Y algo más: todavía tienen mi Byakugan guardado, supongo que para extorsionar a Kiroe en el futuro si el plan les sale mal.

»Su guarida está en Shinogi-To, por lo que pudimos recopilar, cerca de un mercado en el que siempre huele a pescado, camuflada en una taberna que supongo que sólo hará de tapadera —explicó. Y esperó unos delicados tres segundos antes de decir lo siguiente—: Queríamos contárselo y aguardar instrucciones, aunque nos gustaría pedirle que nos dejara ir y acabar con esa desgraciada de una vez por todas... y recuperar lo que es mío por derecho de nacimiento.

»Si le parece bien. Por favor. Es algo personal. —Daruu creía conocer a Yui, y sabía que su autoridad no era objeto de cuestión. Por eso no exigía nada, por eso pedía y por eso declaraba aguardar instrucciones. Pero también sabía que la mujer era amante de cierto ímpetu, y por eso quiso dejar claro que le encantaría ir a arrancarle la cabeza él mismo. Porque en cierta manera...

...era algo que haría la misma Yui.

Además, no es que fuera mentira. Deseaba arrancarle la cabeza a esa sanguijuela.
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#8
Ayame ya conocía aquel despacho de sobra. Podría incluso haber hecho un boceto con todas y cada una de sus esquinas; pero nunca terminaba de acostumbrarse a la atmósfera opresiva que despedía aquella mujer con su mera presencia. El sillón se giró hacia ellos, pero Ayame se contuvo de alzar la mirada hasta que no recibiera la pertinente orden. Por eso, agarró conteniendo la respiración, con la cabeza gacha y la rodilla hincada en el suelo.

Vuelve a llamarme señora, Amedama y no te quedarán papilas gustativas para poder seguir disfrutando de los pastelitos que hace tu madre.

«Pues empezamos bien...» Pensó Ayame.

Y tú —añadió, y la muchacha se estremeció como si acabara de recibir una puñalada por la espalda—. ¿Te ha comido la lengua alguna rata? ¿Acaso ya no te parece necesario dar los buenos días, Ayame?

Lo siento, Yui-sama —respondió de inmediato, con el cuerpo tan tenso como una vara de hierro. Si al menos Shanise estuviera allí...—. Buenos días, Yui-sama. No volverá a ocurrir.

Levantáos y tomad asiento —les ordenó, y Ayame no esperó a que se lo repitiera—. ¿Y bueno? ¿en qué os puedo ayudar?

Tal y como habían acordado en el ascensor, Ayame dejó que fuera Daruu el que se explicara. Además era un asunto que le atañía de forma directamente personal, por lo que aquello era lo correcto.

Además sabemos que ese grupo, las Náyades se hacen llamar, se dedican al tráfico de órganos —completó Ayame, con un desagradable escalofrío, cuando Daruu terminó de hablar—. Estando en Notsuba iban detrás de los ojos de un niño pequeño, al parecer Uchiha. Pero su "contacto" ya se los había vendido a alguien más.
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#9
No quiero andarme con las ramas, Yui-sama —Yui sonrió con extrema curiosidad. Los no andarse por las ramas de Amedama Daruu siempre traían consigo novedades Como una cabeza decapitada de la gran Estatua del gran Sumizu Kouta. O un entramado plan de ninjas extranjeros para infiltrarse en su aldea para rescatar a una de sus prisioneras. Estaba claro que Daruu, en ese aspecto, nunca decepcionaba. 

Porque lo que le contó luego fue una información reveladora. La expresión impoluta de Amekoro Yui transmutó durante todo el discurso, debatiándose entre la inacción y la ira, pues los recuerdos de una de las numerosas traiciones a las que su liderazgo se había enfrentado durante su longevo mandato volvía para atormentarle. La Hōzuki tenía los puños apretados, y una venilla del cuello tensada se acrecentaba con cada minúsculo detalle que le proporcionaba su interlocutor. Ella torcía la mirada entre los ojos purpúreos de Daruu y el cerúleo intenso de los de Ayame, una y otra vez, vislumbrando a través de ellos y percibiendo algo de lo que, en lo más profundo de su corazón, le podía llamar orgullo. Después de todo, frente a ella yacían dos de sus ninjas más impulsivos y problemáticos. Y aún así, allí estaban, frente a ella; reconociendo su máxima autoridad y posponiendo la venganza para mostrarse leales, primero que nada. 

¿Estaba feliz, Yui? ¿era esa una expresión nunca antes vista en la Jinchuriki de la Tormenta?

Ayame acabó por confirmar las sospechas y dirimir toda duda sobre la información. Las Náyades era el nombre que había adoptado el séquito de una de las exiliadas más buscadas de Amegakure, que desde su traición y posterior huida, se había estado dedicado al tráfico de órganos. Los numerosos informantes de la Arashikage repartidos a lo largo y ancho de Oonindo siempre le proporcionaron datos verídicos de los movimientos de ésta mujer durante años, pero hablamos de una rata bastante escurridiza, con habilidades muy particulares que le permitían mantenerse fuera del radar de la ira de Yui. 

Hasta ahora.

—¿Lo que propones, Amedama, es que deje ir a uno de mis mejores ninjas en cierne y a mi Jinchuriki a cazar a una de las renegadas más peligrosas que ha parido Arashi no kuni? ¿crees sinceramente que esa es una buena idea? ¿que tu madre lo aprobaría

»Qué piensas tú, Ayame. Y no te atrevas a mentirme. ¿Estás lista? ¿te sientes lista?
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#10
Informada como estaba, Yui mostró su flamante y afilada sonrisa. Daruu creyó saber entonces que la conversación iba por buen camino. Al final, había sido fácil.

Demasiado fácil...

Por supuesto, Daruu ya había previsto que llegarían a aquél punto. El punto en el que Yui señalaría lo obvio. No es razonable enviar a tu jinchuuriki a eliminar a un renegado, tampoco lo es enviar a un simple chuunin. Quizás no era tan simple, de hecho, recibió el halago de mejor ninja en ciernes con orgullo, pero al fin y al cabo seguía siendo un chuunin.

Creo que mi madre —dijo, despacio, midiendo muy bien mis palabras— jamás lo aprobaría. Y por eso...

»...vengo a hablarle a usted.

»Otra cosa que haría mi madre nada más enterarse sería ir directa a por ella, cosa que pretendo hacer con mis propias manos para no ponerla a ella en peligro. La última vez, ya se sacrificó por mi —Cerró los ojos. Esos ojos que Kiroe le había donado—. Creo firmemente que es hora de que ajuste cuentas por lo de la playa.
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#11
La ira de la Arashikage llenaba el despacho con cada palabra formulada por Daruu. Ayame se mantuvo siempre firme en su sitio, intentando que la inquietud que sentía no se reflejara en su rostro o que la vena que se le estaba hinchando en el cuello a Yui no la pusiera aún más nerviosa. Aunque para ello tenía que apretar sendos puños contra sus rodillas.

¿Lo que propones, Amedama, es que deje ir a uno de mis mejores ninjas en cierne y a mi Jinchuriki a cazar a una de las renegadas más peligrosas que ha parido Arashi no kuni? ¿Crees sinceramente que esa es una buena idea? ¿Que tu madre lo aprobaría? —habló la mandataria, una vez Daruu y Ayame terminaron de expresarse.

Y, tal y como había temido desde un principio la muchacha, el tema de su situación como Jinchūriki no tardó en salir a la luz. Sus ojos castaños se ensombrecieron momentáneamente al creer que aquella era su sentencia a la hora de participar en aquella caza, como le gustaba llamarlo Daruu.

Él no dudó ni un instante en defender su posición:

Creo que mi madre jamás lo aprobaría. Y por eso... vengo a hablarle a usted. Otra cosa que haría mi madre nada más enterarse sería ir directa a por ella, cosa que pretendo hacer con mis propias manos para no ponerla a ella en peligro. La última vez, ya se sacrificó por mi —añadió, cerrando aquellos ojos que jamás habían sido suyos, sino un regalo—. Creo firmemente que es hora de que ajuste cuentas por lo de la playa.

Qué piensas tú, Ayame. Y no te atrevas a mentirme. ¿Estás lista? ¿Te sientes lista?

Ayame respiró hondo, se cargó de determinación y arrojo, cuadró los hombros y miró a Yui directamente a los ojos en una actitud que pocas veces había demostrado en su carrera como kunoichi.

Estoy lista, Arashikage-sama —dijo, con ojos cargados de decisión—. Por favor, déjeme ir a mí también. Daruu ya ha hecho muchas cosas por mí, es hora de que le devuelva el favor. Ambos formamos un buen equipo, si trabajamos juntos las probabilidades de éxito sólo aumentarán exponencialmente.
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#12
Qué suerte que Kiroe no era la Arashikage. Qué suerte que aquél sombrero lo tuviera ella, Yui, la única capaz de tomar la decisión final.

¡Bam!

La Hōzuki pegó un tremendo sopetón al escritorio como el juez que dicta sentencia con el martillo, confirmando la sospecha de que estaba hecho a la medida de los golpes que recibía. Torció el cuerpo entero, y su haori se aleteó con la brusquedad del movimiento; desvelando los detalles más sinuosos de su vestimenta. El kimono azul añejo estampado de nubes de tormenta y el obi hebrado que le envolvía la cintura, aupada por un par de Wakizashi. Ambas manos sostendrían los mangos de cada una, mientras perpetuaba una de las sonrisas de complacencia más evidentes que pudieran ver ellos jamás. 

—Creo que sabéis muy bien que soy una mujer desconfiada. Que no deposito mis esperanzas en cualquiera y que los méritos en mi aldea os lo tenéis que ganar a pulso, con sudor y sangre. En la vida de mis shinobi todos tienen una única oportunidad de demostrarme su valía. La vuestra ha llegado ahora —los ojos de la Arashikage vieron de refilón la esquina en donde Shanise solía pararse para disuadirla de todas sus locuras. Le causó gracia imaginar todo lo que estuviera diciéndole ahora mismo si escuchase que ya se había hecho la idea de dar la oportunidad a Daruu y a Ayame de consumar su propia venganza personal. Diría que estaba mal. Que estaba echando fuego a una leña indeseada y peligrosa para dos jóvenes como ellos. Que Naia seguía viva después de tanto tiempo no por ser precisamente la kunoichi más sencilla de cazar. Que si Ayame. Que si el bijuu era demasiado importante como para usarlo de ficha en una jugada tan peligrosa como aquella. Shani tenía razón, siempre tenía razón.—. fallad, y no encontraréis en mí más que decepción. Y suelo perder mis cabales cuando gente importante me decepciona.

Siempre tenía razón. Pero esa vez no.

Esa vez imperaba el sentido de justicia. No era venganza, era poner las cosas en su lugar. Era el deseo de un gran hijo de pagar con la misma moneda al sacrificio de una madre amorosa y caritativa, capaz de vivir por todas las eternidades en la más incipiente oscuridad para que su retoño no conociera realmente como es vivir en el abismo. 

Esa vez imperaba el sentido de la superación. No era debilidad, era dar fuelle a una kunoichi que no sabía lo fuerte que era, y lo fuerte que podía llegar a ser si confiara un poco más en sus propias capacidades. Era dejar de pensar en Ayame como un cascarón al qué proteger, y verla más como alguien capaz de proteger a otros con su poder. Y la única forma de vislumbrar lo que hay detrás de ese telón, era dejándola entender que, tal vez, realmente sí estaba lista.

—Amedama, Aotsuki. Escuchad bien. Esta es una misión de vital importancia para Amegakure no sato. La traición es el pecado con más alto precio al pagador, y Nakura Naia ha estado rehuyendo de su deuda durante demasiado tiempo. Es hora de hacerla pagar, y con intereses. ¡Amedama, Aotsuki! —repitió, con voz de demanda. Con temple de líder—. les asigno vuestra primera misión de rango A. Os comando a encontrar la guarida de la traidora y traerla viva, o muerta. Todo shinobi aliado a sus objetivos también debe ser eliminado. ¿Está claro?
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#13
Lo que tenía que haber pasado a continuación es que Daruu tendría que haberse cagado de miedo. Lo que sucedió, en cambio, fue muy diferente. A pesar de que Yui desplegó su haori y sujetó los mangos de sus espadas. A pesar de que su sonrisa, de dientes afilados, era a todas luces peligrosa. A pesar de que acababa de advertirles que si fallaban se enfrentarían a su decepción, y que eso, en ella, solía significar algo más que palabras...

...a pesar de todo, a Daruu no le entró miedo.

No, lo que sucedió fue muy distinto. Las palabras de Yui tenían un efecto enaltecedor. A uno le hervía la sangre cuando oía su voz, se sentía embriagado por el discurso, que iba subiendo en tono, en volumen. Así, cuando Amekoro Yui acabó anunciándoles la letra asignada a su misión, Daruu no tragó saliva, a Daruu no le temblaron las piernas, a Daruu no le sudaron las manos.

Daruu se levantó, cuadrándose en un saludo militar perfecto e inaudito en su persona, y exclamó, contagiado con la sonrisa y la Tormenta de los ojos de Yui:

¡Así se hará, Arashikage-sama!

Y por eso, amigos, por eso Yui era la Arashikage y no lo era Shanise. Porque removía algo en el corazón de los ninjas.

Y por eso, tuvo que tragarse sus propias palabras, de no mucho tiempo antes.

Yui era su Arashikage. Y él estaba a su servicio.

Hasta su muerte.
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#14
¡BAM!

Las manos de Amekoro Yui se estrellaron contra el escritorio, y Ayame se sobresaltó bruscamente. Pese al impacto, la madera resistió estoica el embite de la Arashikage. Desde luego no debía de ser el primer golpe que recibía... ni sería el último. La mujer se encorvó y apoyó sendas manos en las empuñaduras de las wakizashi que siempre llevaba consigo.

«Nos... ¿Nos va a atacar?» Se preguntó Ayame, que aún tenía muy vívido el recuerdo de aquel día, en aquel mismo despacho, donde estuvo a punto de perder la cabeza a manos de aquella misma mujer.

Creo que sabéis muy bien que soy una mujer desconfiada —dijo Yui—. Que no deposito mis esperanzas en cualquiera y que los méritos en mi aldea os lo tenéis que ganar a pulso, con sudor y sangre. En la vida de mis shinobi todos tienen una única oportunidad de demostrarme su valía. La vuestra ha llegado ahora: fallad, y no encontraréis en mí más que decepción. Y suelo perder mis cabales cuando gente importante me decepciona.

»Amedama, Aotsuki. Escuchad bien. Esta es una misión de vital importancia para Amegakure no sato. La traición es el pecado con más alto precio al pagador, y Nakura Naia ha estado rehuyendo de su deuda durante demasiado tiempo. Es hora de hacerla pagar, y con intereses. ¡Amedama, Aotsuki! —repitió, y su voz resonó como el estallido de un trueno—. Les asigno vuestra primera misión de rango A. Os comando a encontrar la guarida de la traidora y traerla viva, o muerta. Todo shinobi aliado a sus objetivos también debe ser eliminado. ¿Está claro?

Y Ayame, lejos de echarse a temblar como solía hacer, no pudo reprimir una sonrisa que asomó a sus labios. Una sonrisa afilada, cargada de determinación. Y es que las palabras de Amekoro Yui, lejos de aterrorizarla como solían hacer, habían alimentado como combustible un fuego que llevaba en su interior. No. No un fuego. Un torrente salvaje. Una tempestad.

Daruu y ella se levantaron al unísono, cuadrándose en un saludo militar perfecto y sincronizado.

¡Así se hará, Arashikage-sama!

¡No la defraudaremos, Arashikage-sama!

Las Náyades encontrarían su perdición a manos de la Sirena.
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#15
¡Así se hará, Arashikage-sama!

¡No la defraudaremos, Arashikage-sama!

—Eso espero. Por vuestro bien —contestó, con el orgullo envolviéndole la mirada en respuesta a la voluntad y determinación naciente de la más leal obediencia de todos sus ninjas. Pocas cosas valoraba más que esas en su posición de líder. Y no se puede negar que pocas cosas como esas eran las que le habían mantenido ahí arriba en la cúspide del poder. Los de afuera podían seguir criticando sus métodos. Que hablaran lo que quisieran y cuánto quisieran. Pero Amegakure era Amegakure por la fortaleza de su sombra—. tomad —la mano impera de Yui abandonó la seguridad de su espada y navegó la marea de papeles de su escritorio hasta que dio finalmente con un pequeño libro de treinta por cuarenta. La cubierta era de un color azul mar con bordeados negros. A simple vista parecía tener no más de treinta páginas a lo mucho. Deslizó el objeto por la mesa hasta que llegó a las manos de Ayame—. página veinticinco y veintiséis. 

Se trataba del famoso Libro Bingo.

Navegar en su interior fue, desde luego, revelador. Las primeras páginas eran de un color opaco y la mayoría de éstas estaban tachadas con una enorme "X" sobre la foto correspondiente de cada criminal, que indicaba que estaban muertos. El formato de la hoja correspondía a un retrato actualizado del renegado, una pequeña descripción de sus rasgos más característicos al pie de la página y unas cuantas líneas de puntualizaciones que variaban según cada cuál, y que revelaban ciertos datos de interés como los clanes a los que podían pertenecer, o habilidades sobresalientes.

Ayame tuvo que detenerse en la hoja quince casi que por inercia. El nombre que reposaba en su legado era el de Umikiba Kaido. Su foto también estaba tachada. 

—Dijisteis que vuestro gato siguió a dos subordinadas de las Náyades. ¿Podría reconocerlas?


Shiramu Nioka

· Edad: 30 (aproximadamente)
· Residencia: Desconocida 
· Sexo: Femenino

· Descripción física:

Hablamos de una mujer corpulenta, aunque de cuerpo esbelto y fuerte. Mide aproximadamente el metro ochenta y da toda la sensación de que se está parado frente a una enorme montaña. De tez morena con los ojos aceitunados. Cabello negro azabache. Lleva siempre un hacha retráctil.

· Rango previo: Chuunin

· Facultades conocidas: Kenjutsu (alto), Fuuton (medio)

· Atributos: Desconocidos

· Técnicas propias: Desconocidas

Jyudan Shannako

· Edad: 26 (aproximadamente)
· Residencia: Desconocida 
· Sexo: Femenino

· Descripción física:

e apariencia lánguida y enjuta. Shannako tiene una contextura bastante engañosa para la fuerza que posee. Tiene la piel blanca pálida, el cabello castaño y ligeramente corto. Tenía los lóbulos de ambas orejas abatidas de numerosos pendientes. También lleva uno en la ceja derecha y otro en la nariz.

· Rango previo: Chuunin

· Facultades conocidas: Raiton (alto), Fuuinjutsu (medio)

· Atributos: Desconocidos

· Técnicas propias: Desconocidas
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