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— Eso espero. Por vuestro bien —respondió la Arashikage, y sus ojos refulgieron, eléctricos, llenos de fuerza. Una fuerza que se contagiaba a todos los que la escuchaban—. Tomad —agregó, mientras rebuscaba en la montaña de papeles que alfombraban el escritorio y terminó por deslizar un objeto hasta que llegó justo frente a Ayame.
La kunoichi no pudo evitar contener la respiración momentáneamente, con el corazón palpitando con inusitada fuerza, cuando sus ojos cayeron en lo que les estaba tendiendo. Un libro bastante fino, con la cubierta de color azul y bordados negros. Aquel era un libro que ella conocía bien, pues lo había tenido en sus manos después de robárselo a su hermano mayor, tiempo atrás, para obtener información sobre Naia: Era el Libro Bingo, el libro donde quedaban registrados todos los criminales buscados y abatidos. De hecho, ella misma tenía una burda copia de aquella página entre las hojas de la libreta que siempre llevaba consigo. Una libreta que, además, estaba utilizando para añadir información crucial sobre otros shinobi peligrosos, como podían ser los mismísimos Generales.
— Página veinticinco y veintiséis.
Ayame tomó el pequeño libro y lo abrió. Comenzó a ojearlo, buscando las páginas indicadas, pero cuando dio con la página número quince, no pudo contener el temblor en sus manos: El retrato de Umikiba Kaido le devolvía una sonrisa fanfarrona detrás de una enorme X que tachaba su figura, dándolo por muerto.
«¡Diles que Dragón Rojo está más vivo que nunca!»
Ayame respiró hondo, y siguió pasando las páginas hasta que dio con los dos retratos indicados
— Dijisteis que vuestro gato siguió a dos subordinadas de las Náyades. ¿Podría reconocerlas?
Ayame ladeó la cabeza, pansativa, e intercambió una interrogante mirada con Daruu.
— Lo cierto, Arashikage-sama, es que nosotros no llegamos a verlas directamente. Pero la descripción que nos dio Yuki parece coincidir —habló, señalando el primer retrato—: Shiramu Nioka, la mujer "super grande" y de pelo negro y liso —Comentó, antes de pasar la página y señalar el otro— ; y Jyudan Shannako la mujer delgaducha con el pelo castaño y corto.
«Jyudan Shannako... Raiton. Oh, genial.» Se lamentó para sus adentros.
Podía parecer curioso que le preocupara más el dominio del rayo a un hacha, pero para alguien con sus habilidades, las prioridades cambiaban drásticamente.
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20/04/2019, 21:23
(Última modificación: 20/04/2019, 21:24 por Amedama Daruu.)
Yui recibió su respuesta con orgullo y le tendió a Ayame una copia del Libro Bingo, lo cual ya era suficientemente revelador —el documento estaba reservado para jounin—. Daruu sintió un extraño calor en el pecho, y entonces fue cuando empezó a ponerse nervioso. Se inclinó para verlo mejor mientras su compañera lo hojeaba. Se detuvo de pronto en una página dedicada a Kaido...
...y sintió un desagradable vuelco en el estómago. Él era su amigo. Él era su compañero. Había compartido tantas cosas con él... ¿qué sería ahora de sus pequeñas aventuras con el gyojin y Hibagon?
Apartó esos pensamientos de su mente. Ahora Kaido era un renegado. Lo que le hacía recordar que Ayame tendría que darle las... noticias, tarde o temprano.
Los muchachos llegaron a las descripciones de las dos mujeres que había identificado Yuki. Aunque la descripción coincidía, era cierto que podían tratarse de otras dos cualesquiera.
—Bueno, no las hemos visto directamente, pero eso no es problema —dijo Daruu, encogiéndose de hombros, y se llevó una mano a la boca—. Podemos preguntarle a él, ¿no?—Daruu se mordió la yema del dedo pulgar y se dibujó una línea en la otra. Formuló la cadena de sellos del Kuchiyose no Jutsu y colocó delicadamente la palma en el suelo, agachándose. Una pequeña nube de humo reveló a un gato blanco como la nieve, con ojos de color cián.
—¡Daruu-nyan! ¿Dónde nyestamos? ¿Qué pasa? —Yuki miró alrededor, y vio a Ayame. Y saltó sobre ella, y se le encaramó al cuello y se restregó por su hombro—. ¡ANYAME-NYAAAN!
Daruu se aclaró la voz.
—Ehm... Yuki. ¿Crees que es este el momento más apropiado?
El gato se paró de pronto, dándose cuenta por primera vez de dónde se encontraba. Se quedó mirando a Yui con los ojos como platos. Agachó las orejas, y Ayame notó un ligero pinchacito en los hombros cuando se agarró a ella temblando.
—¡Ay miau madre! —titubeó—. Nyusted debe... debe ser... Nyui-sama... ¡Nyo siento! ¡Nye-nyencantado de conyocerla!
—Yuki, ¿podrías decirme si...?
—¡NYAAAAA! ¡Son las que le sacaron los nyojos al nyinyo!
Daruu suspiró.
—Son ellas, definitivamente.
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—Lo cierto, Arashikage-sama, es que nosotros no llegamos a verlas directamente. Pero la descripción que nos dio Yuki parece coincidir —se adelantó a contestar Ayame, puntualizando a los retratos de las dos mujeres que ocupaban las páginas señaladas por Yui—: Shiramu Nioka, la mujer "super grande" y de pelo negro y liso. Y Jyudan Shannako la mujer delgaducha con el pelo castaño y corto.
—Bueno, no las hemos visto directamente, pero eso no es problema
Lo que vino luego fue, desde luego, una escena bastante peculiar e indigna del santuario de Yui. A la Arashikage se le iluminaron los ojos cuando aquél gato albino apareció frente a ellos, y cuando se encaramó a Ayame, ésta se cruzó de brazos. La sonrisa se le ensanchó hasta las orejas y aunque realmente estaba fascinada por lo bonito que era Yuki, lo cierto es que su cara lucía más como la de una mujer que desollaba gatos como hobbie que a la de una que le habría gustado tener el tiempo y la paciencia para poder cuidar de una jodida mascota.
—Coño, pero miren qué cosica más linda tenemos aquí. ¿No será tu hermano usando el henge, Ayame?
——Ehm... Yuki. ¿Crees que es este el momento más apropiado?
—¡Ay miau madre! —titubeó—. Nyusted debe... debe ser... Nyui-sama... ¡Nyo siento! ¡Nye-nyencantado de conyocerla!
—No te entiendo una puta mierda, gato. ¡Habla bien!
——Yuki, ¿podrías decirme si...?
—¡—¡NYAAAAA! ¡Son las que le sacaron los nyojos al nyinyo!
Daruu suspiró, y Yui le acabó acompañando en el gesto. Esa era toda la confirmación que necesitaba. Esas dos zorras inmundas seguían tan vivas como Naia. La Hōzuki se acercó hasta los linderos de Daruu y perpetuó sus ojos en los purpúreos de él. En el regalo de su madre.
—Bien. Tengo un par de shinobi encubiertos en la ciudad que pueden auxiliarlos si lo necesitan, pero tómenlo como un comodín que usarían sólo si es de vida o muerte. Son operaciones en clandestinidad que tienen cociéndose mucho tiempo e inmolarlas significaría perder el trabajo de años —volvió a remover los papeles y esta vez sacó una tarjeta de bolsillo pequeña. Tenía un símbolo abstracto de tinta negra que se asemejaba a una grulla y que sólo revelaba el símbolo a contraluz. Se lo entregó al Amedama—. en ese caso, pregunten por Senbazuru en el salón del Arte Kusadama, en el Distrito Norte; y mostrad esa ficha.
»Quiero una ejecución perfecta, Amedama. Naia no es estúpida. Que haya instalado su guarida en el corazón de Shinogi-To tiene un sólo propósito, y es que cualquier ficha que pudiéramos mover si descubriésemos su locación tendría que hacerse con el agravante de que estamos realizando una operación en el jodido patio del Señor Feudal. Si algo sale mal, nos puede saltar la mierda a todos. Así que, precaución. Y mucha cabeza. ¿Está claro?
Vaya que tenía que estarlo. Clarísimo como el agua que Ayame pregonaba ser.
El ajuste de cuentas era muy lindo en la cabeza de todos. Pero poco a poco los matices de aquella misión la convertían en un encargo sumamente peligroso. Con muchas trabas de por medio. Shinogi-To era una ciudad atiborrada de gente y con demasiados negocios turbios cociéndose a diario en sus calles. Allí, todo el mundo vivía alerta.
Cientos de interrogantes emergían a la superficie. ¿Cuánto tiempo llevarían las Náyades apostadas en Shinogi-To? ¿qué tan amplia y profunda sería su red de seguridad, y cuántos podía tener trabajando para ellas dentro de los muros de aspecto medieval que conformaban aquél bastión de Tormentas?
Ayame y Daruu tendrían que meditar, planificar y plasmar un esquema para abordar aquella misión de rango A si querían tener éxito.
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Yuki, aterrorizado, le dedicó una breve mirada a Daruu, como esperando una señal. Daruu asintió con la cabeza y el minino desapareció en otra nube de humo. Probablemente a un lugar seguro. Lo más lejos posible de Amekoro Yui.
La Arashikage les indicó que tendrían ayuda si la necesitaban pero que se trataba de una misión de subterfugio requerido.
—E-entendido, Arashikage-sama —afirmó Daruu, tras una breve reverencia. Se levantó—. ¿Algo más que debamos saber? ¿Algún recurso...?
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—Bueno, no las hemos visto directamente, pero eso no es problema. Podemos preguntarle a él, ¿no? —replicó Daruu.
Y, ni corto ni perezoso, se mordió el dedo pulgar e invocó a Yuki.
—¡Daruu-nyan! ¿Dónde nyestamos? ¿Qué pasa? —preguntó el felino, claramente confundido. Sin embargo, enseguida reparó en la presencia de Ayame Y, perdiendo todas las formas, se subió a ella y comenzó a restregarse por el cuello de una incómoda muchacha—. ¡ANYAME-NYAAAN!
—Yu... Yuki... —trató de advertirle Ayame, con una sonrisa nerviosa y los ojos clavados en la Arashikage, que parecía estar divirtiéndose con todo aquello. Aunque de una forma extrañamente sádico.
—Coño, pero miren qué cosica más linda tenemos aquí. ¿No será tu hermano usando el henge, Ayame?
Aquella era una pregunta que todos en aquella sala se habían hecho alguna vez. Y eso que Yui no había visto a Yuki en su forma de infante.
—Ehm... Yuki. ¿Crees que es este el momento más apropiado? —advirtió Daruu, aclarándose la garganta.
Y entonces Yuki se dio cuenta de la situación en la que se encontraba y Ayame sintió el afilado pinchazo de sus uñitas en su hombro.
—¡Ay miau madre! —balbuceó, con las orejas agachadas y los ojos abiertos como platos—. Nyusted debe... debe ser... Nyui-sama... ¡Nyo siento! ¡Nye-nyencantado de conyocerla!
—No te entiendo una puta mierda, gato. ¡Habla bien! —bramó Yui.
—Yuki, ¿podrías decirme si...? —preguntó Daruu, pero ni siquiera necesitó terminar la cuestión.
—¡NYAAAAA! ¡Son las que le sacaron los nyojos al nyinyo!
Daruu y Yui suspiraron.
—Son ellas, definitivamente.
Yui se inclinó hacia Daruu, fijando sus eléctricos ojos en los del muchacho.
—Bien. Tengo un par de shinobi encubiertos en la ciudad que pueden auxiliarlos si lo necesitan, pero tómenlo como un comodín que usarían sólo si es de vida o muerte. Son operaciones en clandestinidad que tienen cociéndose mucho tiempo e inmolarlas significaría perder el trabajo de años —en aquella ocasión le tendió algo a Daruu; el que, como ninja de mayor rango, actuaría con el papel de líder del equipo: una tarjeta de bolsillo que a contraluz revelaba un símbolo abstracto que se asemejaba a una grulla—. En ese caso, pregunten por Senbazuru en el salón del Arte Kusadama, en el Distrito Norte; y mostrad esa ficha. Quiero una ejecución perfecta, Amedama. Naia no es estúpida. Que haya instalado su guarida en el corazón de Shinogi-To tiene un sólo propósito, y es que cualquier ficha que pudiéramos mover si descubriésemos su locación tendría que hacerse con el agravante de que estamos realizando una operación en el jodido patio del Señor Feudal. Si algo sale mal, nos puede saltar la mierda a todos. Así que, precaución. Y mucha cabeza. ¿Está claro?
—Entendido, Arashikage-sama —respondieron los dos ninjas al unísono.
Aunque Ayame se sintió terriblemente mareada y abrumada. No sólo estaban tratando con una misión de rango A, sino que era una extremadamente delicada. Estaban hablando de actuar en pleno Shinogi-To, la capital del País de la Tormenta. Estaban hablando de que tenían que actuar con la máxima discreción posible, y prácticamente solos. Estaban hablando de acabar con una organización de criminales traficantes de Dojutsu sin ser detectados.
—¿Algo más que debamos saber? ¿Algún recurso...? —preguntó Daruu.
Ayame se volvió hacia Yui, interrogante. Y al mismo tiempo expectante.
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—Nada más. Iros antes de que Shanise aparezca y trate de convencerme de lo contrario —sentenció la Arashikage, aludiendo a la más que probable reprimenda que le iba a soltar su mano derecha una vez se enterase de su decisión. Era más que evidente que, en la relación entre ambas, eran pocos los que habían visto a alguien llevar la contraria a Yui de forma tan directa y personal como lo hacía Shanise. Sólo sucedía en privado, o en reuniones de carácter extraordinario como la que vio nacer al pacto de las Tres Grandes, por ejemplo—. Éxito, y... no me fallen.
Y en el mundo idílico de la líder de Amegakure, fallar no era una opción.
No cuando se trata de Amekoro Yui.
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—Nada más. Iros antes de que Shanise aparezca y trate de convencerme de lo contrario —les indicó Yui—. Éxito, y... No me fallen.
Yui les había dado la orden de salida. Ayame era muy consciente de ello y sabía lo peligroso que podía ser desobedecer una orden directa de Amekoro Yui. Pero no habían terminado. Aún había asuntos muy importantes a tratar y por eso se adelantó:
—Disculpe, Yui-sama... —murmuró, con la cabeza gacha y el gesto sombrío—. Pero hay una cosa más, ajena a está misión, que debe conocer... Algo que debe corregir en este libro —añadió, tomando de nuevo el Libro Bingo y abriéndonos por una determinada página. La décimoquinta página. Ayame respiró hondo y el aire salió de sus pulmones de forma temblorosa. Alzó la mirada, y sus iris castaños y húmedos se clavaron en su líder—. Arashikage-sama, Umikiba Kaido está vivo.
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Ahí estaba: la bomba de la que habíam hablado el día anterior. Daruu siquiera se acordaba de ello, de lo concentrado en lo de Naia que estaba, y de lo nervioso. Lentamente, a medio camino entre Yui y la puerta, se dio la vuelta y volvió a acercarse.
—Con el Dragón Rojo.
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No obstante, cuando Yui estuvo dispuesta a darse vuelta y contemplar una vez más las gotas de lluvia azotar el amplio ventanal, Ayame llamó su atención. Para soltarle así sin lubricante que estaba equivocada respecto a Umikiba Kaido y su estado de fallecido en el Libro Bingo. De más está decir que su cara fue todo un poema. Las orejas se le pusieron rojas y la carótida se le pareció hinchar tras uno de esos torrentes de sangre que te bombea el corazón cuando te invade la cólera. Lucía molesta. Molesta consigo misma. Por haber confiado en que tendría tiempo suficiente para ocuparse de ese pequeño hijo de puta azulado antes de que hiciera algo que volara su cuartada. Sabía de antemano que Kaido era un poco estúpido, pero que le descubrieran tan pronto...
—Ya lo sé —respondió, lacónica; mientras se frotaba la sien. Sabía que aquello tomaría totalmente por sorpresa a sus jóvenes shinobi, que como debía ser, estaban informando de algo crucial e importante en la mayoría de los casos. Aquella vez, no obstante, la supuesta muerte de Umikiba Kaido era uno de esos casos que nacería como algo excepcional, con un falso exilio que acabó, visto lo visto, convirtiéndose en realidad—. nos hemos enterado hace poco por ese rubio cabrón de Hanabi. Entiendan algo, perdimos contacto con Umikiba hace más de dos meses. Luego encontramos lo que parecía ser su cadáver y por eso le declaramos muerto. Pero nos han engañado, y desde entonces estamos tratando de averiguar cómo cojones pasó —comentó sincera para no dejar lugar a dudas en dos personas que bien sabía eran, o fueron; buenos amigos del gyojin. Miró a Daruu que fue quien trajo a Dragón Rojo a colación—. era conveniente que en Sekiryū siguieran creyendo que para nosotros seguía muerto, mientras discernimos porqué cortó las comunicaciones y fingió su muerte. Pero, visto lo visto, ya no tiene mucho caso...
»¿y tú como coño lo sabes, eh? ¿también se te apareció de la nada como a Uchiha Datsue? ¿fue realmente tan estúpido?
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—Con el Dragón Rojo —completó Daruu.
Y la ira de Yui volvió a alzarse, como una tormenta que arreciaba con todas sus fuerzas. Mejillas encendidas, vena palpitante... la Arashikage amenazaba con explotar en cualquier momento.
—Ya lo sé — respondió Yui, para estupefacción de Ayame, que parpadeó, absolutamente confundida, e intercambió una mirada con Daruu—. Nos hemos enterado hace poco por ese rubio cabrón de Hanabi. Entiendan algo, perdimos contacto con Umikiba hace más de dos meses. Luego encontramos lo que parecía ser su cadáver y por eso le declaramos muerto. Pero nos han engañado, y desde entonces estamos tratando de averiguar cómo cojones pasó —explicó, antes de centrar la atención en Daruu—. Era conveniente que en Sekiryū siguieran creyendo que para nosotros seguía muerto, mientras discernimos porqué cortó las comunicaciones y fingió su muerte. Pero, visto lo visto, ya no tiene mucho caso... ¿Y tú como coño lo sabes, eh? —añadió, volviéndose de nuevo hacia Ayame, que se sobresaltó ligeramente—. ¿También se te apareció de la nada como a Uchiha Datsue? ¿fue realmente tan estúpido?
Ayame agachó la cabeza, abatida.
—No... No exactamente... Le sorprendí anoche en Tanzaku Gai. Me dijo... me dijo que... —balbuceó, y cuando sus ojos se cruzaron con los de Yui supo que no sería capaz de reproducir con la nefasta exactitud las palabras de Kaido—-. Me dijo que te dijera que El Dragón Rojo está más vivo que nunca. —Ayame entrecerró los ojos momentáneamente al recordar algo—. Ahora que lo pienso... El Dragón Rojo... ¿Tendría que ver con el tatuaje de dragón que llevaba en el brazo?
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20/04/2019, 21:34
(Última modificación: 20/04/2019, 21:40 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
«¿Tatuaje...?»
Daruu resopló. No se lo había creído hasta el momento. Que Kaido de verdad fuese un exiliado. Que Kaido les hubiera traicionado. Que uno de sus mejores amigos valorase tan poco su relación como para marcharse para siempre de la Tormenta sin decirles nada.
Pero...
—Si tiene tatuado un Dragón Rojo no creo que el símbolo al que obedezca ya sea la Lluvia de Ame nunca más.
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Yui se llevó la mano a la cara de la forma más lenta posible, consciente de que si no controlaba su fuerza se iba a desfigurar el rostro. Por el contrario, se sobó la marca calcada a fuego en su frente y trató de calmar esa tormenta que empeoraba sus condiciones en el interior de aquella mujer. Traición por traición, una a una. Los recuerdos de aquellos que eligieron estar en su contra le atizaban en episodios que nadie quería rememorizar.
—Jodido mocoso. Te voy a matar, escualo de mi... —Yui cogió de pronto el teléfono de línea local que reposaba sobre su escritorio y levantó el auricular, colocándoselo en el oído mientras marcaba un número que le conectaba con el de la recepción—. ¿Hola? ¿Hida? sí, avísale a Kaguya Hageshi que la quiero en mi oficina en diez minuto. ¡Ahora!
¡Bám! el teléfono volvió a caer sobre la cuenca y pareció partirse en dos tras el impacto. Era el tercero en el último mes.
—El tatuaje. Sí... le llaman la Marca del Dragón. Tiene dos funciones dentro de Dragón Rojo: una es para identificar a los ocho líderes de la organización y a su vez sirve como un sello inmolador que calcina los cuerpos de su poseedor para evitar fugas de información si llegan a ser capturados. Es una obligación para los miembros tenerlo, así que eso no nos dice nada. Su mensaje, sin embargo... lo deja todo muy claro.
»Dado tu reporte, actualizaremos el estado de Umikiba Kaido en el Libro Bingo y aumentaremos su recompensa —soltó, concisa—. daremos la alerta a las otras Aldeas, también. Vosotros preocuparos ahora por ahogar a esas Náyades. Que entiendan que con la Tormenta no se juega y volved a mí. Luego nos ocuparemos de esa escoria azul como es debido.
Yui miró a Ayame. Lucía aún incómoda, como si las malas noticias no hubieran acabado aún.
—¿Hay algo más?
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Ayame escuchó el resoplido de Daruu detrás de ella. De cara a su Arashikage, no se atrevió a volverse hacia él, pero supuso que debía de haberse parado antes de llegar a la puerta.
— Si tiene tatuado un Dragón Rojo no creo que el símbolo al que obedezca ya sea la Lluvia de Ame nunca más.
Ayame hundió los hombros aún más. Kaido. Umikiba Kaido... El mismo Kaido que había ido a rescatarla de las garras de los Kajitsu Hozuki... ¿Ahora era un Dragón Rojo? ¿El mismo Kaido que había ejecutado con sus propias manos a un traidor a la aldea... se había convertido también en un traidor? ¿Qué había ocurrido para que pasara algo así?
¡BAM!
Fue el golpetazo del teléfono contra su base el que la rescató de nuevo de aquella espiral de caos, confusión e infinita tristeza en la que no había dejado de sumergirse desde aquel encontronazo. Ayame no entendía nada. Y cuanto menos entendía, más triste se sentía.
— El tatuaje. Sí... le llaman la Marca del Dragón —respondió Yui—. Tiene dos funciones dentro de Dragón Rojo: una es para identificar a los ocho líderes de la organización y a su vez sirve como un sello inmolador que calcina los cuerpos de su poseedor para evitar fugas de información si llegan a ser capturados. Es una obligación para los miembros tenerlo, así que eso no nos dice nada. Su mensaje, sin embargo... lo deja todo muy claro.
«Es decir, no sólo se ha unido a ellos de forma definitiva... sino que si consiguiéramos que regresara de alguna forma, moriría antes de que pudiéramos hacer nada por él.» Meditó Ayame, agachando aún más la cabeza.
— Dado tu reporte, actualizaremos el estado de Umikiba Kaido en el Libro Bingo y aumentaremos su recompensa —añadió la Arashikage, tajante como el corte de sus espadas—. Daremos la alerta a las otras Aldeas, también. Vosotros preocuparos ahora por ahogar a esas Náyades. Que entiendan que con la Tormenta no se juega y volved a mí. Luego nos ocuparemos de esa escoria azul como es debido. ¿Hay algo más? —preguntó.
Y Ayame sintió la mirada azul sobre ella como el peso de la propia tormenta sobre Amegakure. La muchacha respiró hondo, luchando por contener las lágrimas.
— Sí... —respondió, al cabo de varios segundos, tras meditarlo concienzudamente—. Kaido no estaba solo. Había un "vagabundo", con media cara quemada, la nariz torcida y varias cicatrices en la boca. En sus ojos brillaba el Sharingan. Y Kaido lo llamó Akame.
Aquella era una información sobre la que había estado meditando largo y tendido. Al principio había dudado si debía comunicárselo a su Kage o dejarlo en manos de Datsue y confiar en que dicho informe terminara llegando a los oídos del Uzukage. Pero estaban hablando de su Hermano, quizás la persona que más había querido en el mundo y a la que había creído muerta. Quizás Datsue quisiera recuperarlo por su cuenta, y no se lo confiara a su líder por ser un asunto demasiado personal. Pero también estaban hablando de Uchiha Akame, indudablemente uno de los shinobi más poderosos de Oonindo. Y si estaba con Kaido, era posible que terminara en Dragón Rojo. Y si los dos se unían...
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«Osea, que no sólo es miembro de la organización. Kaido es uno de los putos líderes de Dragón Rojo. Me cago en su puta madre, la pescadilla esta», pensó Daruu, y cerró los puños con rabia. Se juró entonces a sí mismo que si se encontraba con Umikiba Kaido le partiría aquél culo azul suyo. Un traidor... ¡Kaido! ¡Su compañero de hidromiel pluvial! ¡Tiraba todo aquello a la puta basura y se iba con unos fulanos que se dedicaban al crimen!
¡Tiraba el honor de ser un ninja de Amegakure y lo tiraba por el retrete!
A Daruu no le pareció mal la afición de Yui por romper el equipamiento de su despacho. Si él hubiese estado en su posición, probablemente le hubiese metido un meneo similar al teléfono.
Yui actualizaría la recompensa de Umikiba Kaido. Por lo que a él respectaba, si pudiera lo haría gratis. Gratis.
Oh, pero sí que había más malas noticias. Al final, Ayame había decidido hacerlo, pese a que Daruu dudaba ya que quisiera echar más leña al fuego delante de Yui. No obstante, Ayame se había envalentonado, y lo demostró: le contó lo de Uchiha Akame.
—Esto no está comprobado al cien por cien, pero a mi me parece lo suficientemente sospechoso como para investigar, Arashikage-sama —se apresuró a decir Daruu, por si aquella sugerencia evitaba que Yui agarrase el teléfono y lo lanzase por la cristalera.
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Yui dio un paso hacia ellos, con las manos en la cadera. Meneándose a un lado del escritorio como una víbora siguiendo el rastro de calor de sus víctimas. Ella tenía los ojos pequeños y rasgados como los de un depredador, pero con cada revelación que le iba soltando Ayame, se le iban transformando en dos enormes meteoros a punto de estrellarse contra la tierra y extinguir a toda la jodida raza humana.
¿Uchiha Akame? ¿le estaban tomando el puto pelo?
—¿Akame el secuestrador? —preguntó con un tono tan filoso como de las sendas espadas que seguían, por suerte, enfundadas a los costados de su cintura. Esperaba que se tratara de una broma, pero Daruu certificó lo contrario—. osea, que me estáis diciendo que ese cabrón de Hanabi nos pintó la cara a mí y a Kenzou y que esa jodida rata está viva? —por un instante, los cimientos del pacto se tambalearon. Ideas insanas invadieron su cabeza como el veneno que asesinó a su admirado Yuukaito, su antecesor Arashikage. Como de que Hanabi les engañó durante la reunión que dio vida al Pacto y que matizó la supuesta muerte de uno de sus dos guardianes a manos de los Generales de Kurama para generar simpatía hacia la causa más imperativa que no era otra sino la paz. Porque si algo así podía sucederle a Aotsuki Ayame o a Eikyu Juro, la alianza era absolutamente necesaria en todos los sentidos. No obstante, Yui tenía que admitir que ese escenario tampoco lucía demasiado favorable para Uzushiogakure en el sentido de que perder a un ninja como Akame no parecía ser una estrategia demasiado práctica. Hanabi era un hombre noble y en él vivían los vestigios de Shiona, cuyo nombre servía a cátedra como un sinónimo de paz, pero no tanto como para castigar a uno de los suyos a favor de una alianza que podría haberse firmado igual sin la necesidad de meter a Akame en el meollo.
—¿Estás totalmente segura, Ayame? —porque la lengua es el castigo del cuerpo y soltar semejante revelación sin haber asegurado su veracidad resultaba ser un riesgo peligroso—. esta información podría poner en juego muchas cosas, niña.
Porque parecía ser que Sarutobi Hanabi y Amekoro Yui iban a tener que verse las caras muy pronto, otra vez. Para devolverle el favor —y gritarle un par de cosas, también—. por la inteligencia que compartió él con ella respecto Umikiba Kaido.
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