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Finalmente todo iba tomando forma en la menta del calvo. Sin embargo, fue raro ver los métodos de interrogación de su compañero. Ni siquiera tenía pensado que iba a hacer algo así y menos de esa manera, pero ya poco importaba. Tenían su plan pensado y pudieron obtener información extra con el sobreviviente. Solamente había que conseguir algunos muertos y estarían listos.
Me parece que estamos preparados. Solamente falta conseguir tres cuerpos para tomar su ropa. No parece lo correcto pero no nos quedan más opciones si de verdad queremos asaltar ese barco.
Aunque la verdad, y si no te molesta, un guardia podría venir con nosotros. No perderemos velocidad y ganaremos fuerza por si surge algún problema. Eres shinobi, ya lo sabes, por lo general se dice que lo más efectivo en cuanto a cantidad de integrantes de un grupo es tres.
Tal vez era demasiada la precaución del shinobi pero no estaría mal llevar un par de manos más de ayuda. Sin esperar respuesta por parte de Kazuma siguió hablando.
Iré a buscar la ropa, espérame aquí si quieres, te daré tiempo para que pienses mi idea.
Vamos Iori
Dio media vuelta y se dirigió de nuevo al pueblo con la mujer a sus espaldas. Solo tenía que pasar un par de casas hasta encontrarse con dos cuerpos lo suficientemente limpios como para poder usarlos. Tomó sus vestimentas, pero todavía le faltaba uno por si el peliblanco decidía apoyar su decisión.
Ve al centro del pueblo Iori y espera ahí hasta que vuelva. Allí habrá gente para ayudarte.
Sin mirarlo siquiera a los ojos se fue cabeza gacha en esa dirección. Por suerte, poco después dejarla ir pudo encontrar el tercer cuerpo y volver con Kazuma. Habían pasado solo unos minutos desde que se había alejado del risco desde ahora hablaba.
Todo preparado, vamos a vestirnos rápido, ¿Has pensado lo que te dije?
Se sacó su cinturón, su túnica y luego sus botas y su pantalón. Se había quedado en calzones mientras agarraba la ropa de los bandidos y comenzaba a colocársela esperando la respuesta de Kazuma.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
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El buen cenobita parecía estar de acuerdo con el plan del espadachín, incluso propuso una idea bastante interesante. Aseguraba que lo mejor era llevar un tercer integrante, cosa que tenía sentido puesto que aunque no combatiera, siempre era bueno tener un refuerzo. Antes de poder responder, el monje salió en busca de ropas para poder disfrazarse, mientras tras de sí iba aquella joven que le había acompañado todo aquel tiempo, dejando a Kazuma solo para que pensara.
« No creas que te vas a escapar.» —Pensó mientras en la oscuridad veía el barco con sus luces encendidas, a la espera del botín que trajeran sus camaradas.
La madrugada era fría y el olor a quemado inundaba el ambiente. Durante aquel momento de silencio y soledad, frente a aquel acantilado, pensó en innumerables posibilidades de lo que pudiera o pudo pasar.
« ¿Estará pasando esto en algún otro lugar? ¿Abra gente como nosotros tratando de evitarlo?» —Le intimidaba pensar en las posibles respuestas.
Todo preparado, vamos a vestirnos rápido, ¿Has pensado lo que te dije? —Preguntó Karamaru en cuando reapareció con las negras vestimentas en sus manos. Aunque no espero respuesta, pues con prisa comenzó a cambiarse.
— Me parece una gran idea, pero necesitamos alguien que no esté herido y que aún conserve sus fuerzas.
En aquel momento, el viejo guardia se acercó de nuevo a ellos para llevarles las malas nuevas.
— ¡Los piratas quemaron los botes que se encontraban en la parte de abajo! —Gritó exaltado, con el temor de que todo se hubiera echado a perder.
— Calma ¿no queda algun bote en el pueblo? —Preguntó, mostrándose aparentemente calmado.
— Queda uno —aseguro, pero mostrando un poco de duda—. Pero es muy pesado como para bajarlo hasta la playa.
— ¿Pero podemos usar eso no? —Señaló en dirección al elevador.
— Sí, creo que pueden usarlo.
— Bien… Karamaru si tienes a alguien en mente para que nos acompañe, ve y búscalo mientras arreglo lo del bote y la bajada hasta la playa. —Con prisa comenzó a vestirse con aquellas negras ropas que lo camuflaban en la noche.
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Con el disfraz puesto y la propuesta aceptada, el calvo solo asintió con la cabeza las ordenes de Kazuma. El peliblanco se encargaba de la parte de tener el bote listo y el monje tenía que buscar un tercer compañero adecuado para la misión. Era de suponer que la mayoría de los guardias tenían el mismo nivel pero tal vez se llevaba alguna que otra sorpresa.
Te veré en la playa- dijo antes de partir.
Algunas de las personas que veían a Karamaru de lejos se asustaban creyendo que era realmente un bandido, una vez que se acercaba y le reconocían la cara todo cambiaba. Fue divertido acercarse al centro del pueblo y que algunas personas lo miraran con cara de terror. Incluso algunos guardias ya habían desenfundando su espada para combatirlo.
Pero lejos de derramar sangre en ese momento, solo volvieron a sus lugares. Había un grupo grandes de guardia conversando en un solo lugar, estaban en ronda y todos tenían caras serias. Seguramente todavía no podían creer como dos chiquilines le pudieron haber salvado las papas del fuego.
Permiso, necesito algo de ayuda- les dijo al acercarse. Todos se callaron y prestaron atención- Se que soy osado con la petición y pido disculpas, pero estamos preparando una incursión al barco que manejan los bandidos para acabar con su actividad en la aldea. Solo somos mi compañero y yo y andamos buscando alguien de buen nivel para poder ayudarnos. ¿Alguien que quiera venir?
El más joven de los que estaban escuchando parecía emocionado, debía de tener una edad muy parecida a la de Karamaru por su apariencia. Estaba apunto de hablar cuando un hombre un poco mayor, delgado y algunos músculos marcados le puso una mano en el pecho y lo corrió levemente para atrás. Claramente le estaba marcando que no hablase.
Yo iré. Me enorgullezco de decir que soy uno de los mejores que puedes encontrar en el pueblo, mis compañeros lo pueden corroborar- dijo con voz seria y la mirada fija en Karamaru.
Bien, necesito que te coloques esto...- le contestó mientras le daba el disfraz de bandidos- ...y nos podremos ir.
Se quitó su armadura y por encima de unas ropas delgadas se colocó el traje que lo camuflaría en el barco. Ya listo, no hizo falta que sonara ni una palabra, ambos fueron camino abajo hacia la costa. Salieron por la entrada principal de la aldea sin una luz que iluminara el camino. Era mejor no llamar la atención.
El calvo esperaba que en su recorrido por la costa pudiera localizar a Kazuma con el bote ya preparado para partir. No había que demorarse mucho más.
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23/01/2016, 20:08
(Última modificación: 23/01/2016, 20:11 por Hanamura Kazuma.)
Ambos se vistieron rápidamente con aquellas prendas negras. Ciertamente escocían y apestaban pero no quedaba de otra, aquella era la única manera de acercarse al barco. Con su camuflaje listo, solo quedaba buscar al tercer integrante que completaría la idea de Karamaru.
Te veré en la playa. —Dijo antes de partir.
El de cabellos blancos se puso en marcha para tener todo preparado en cuanto el monje regresara. Entre un grupo de hombres le trajeron el bote mencionado. Era grande y por el esfuerzo que estaban haciendo aquellas personas, también se podría decir que bastante pesado. Era de madera oscura y en su superficie tenía multitud de grabados, posiblemente se tratara de algún regalo de bodas o algo similar.
El elevador que debían de usar era una construcción bastante elaborada para lo que podría esperarse de un lugar tan recóndito como aquel. Se trataba de un aparejo, con muchas sogas que iban y venían de dos enormes poleas. Lo impulsan dos grandes ruedas, que mediante un complejo sistema de ejes transmitía la fuerza suficiente para poner todo en funcionamiento. La canastilla era una especie de jaula de hierro donde cabrían unas diez personas.
Operar aquel artefacto era una tarea un poco complicada, pues requería espaldas fuerte y alguien diestro dando instrucciones. Era una suerte que entre los pocos pobladores ilesos, se encontrará el operario. Era un sujeto viejo y con un temperamento bastante caldeado, pero daba la impresión de que conocía bien su oficio.
—¡Tranquilo muchacho! —dijo al ver el rostro inseguro de Kazuma—. Esta belleza es capaz de llevar tres redes de arenque sin problemas.
—Claro… —Respondió el Ishimura, sin saber si aquella era una unidad de medida que representaba mucho o poco.
—Por cierto… Tendrás que bajar junto con el bote.
—Espere ¿Qué? —sentía que le estaba jugando una broma
—Así son las cosas. Allá abajo no hay nadie que reciba el bote, por lo que la corriente podría llevárselo. ¿No me dirás que le tienes miedo a un pequeño descenso luego de enfrentarte a semejantes bandidos? —Preguntó con una sonrisa burlona.
—Si no hay de otra, pues que así sea.
El de tez morena abordo la plataforma y luego subió al esquife. Antes poder prepararse, o dar indicación alguna, comenzaron bajarlo. Estar en aquel sitio era cuando menos aterrador. Todo crujía y chirriaba, la jaula se mecía y el viento que chocaba contra el risco provoca un ruido perturbador. El que fuera de noche empeoraba todo, pues ni siquiera sabía cuánto faltaba para llegar al fondo. Su único punto de referencia era la tenue luz de la embarcación que planeaba tomar por asalto.
—¡Al fin! —Exclamó en cuanto sintió que la caja toco el agua. Esta se abrió, permitiendo que de su interior saliera aquel pequeño bote.
Como pudo guió el bote hasta la costa cercana. No le costó mucho el encontrarla, pues aún había algunas brasas ardiendo en aquel sitio. Lo dejo en la orilla y se quedó sentado en la espera de su compañero y su refuerzo.
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24/01/2016, 00:36
(Última modificación: 24/01/2016, 02:29 por Karamaru.)
La caminata por la costa no fue para nada larga, y su acompañante que todavía no sabía el nombre lo seguía sin hacer ningún ruido ni gestos. Quitando todos los problemas que hubo durante esa noche, la verdad que era un momento tranquilo y bello como para relajarse mirando las estrellas. Aunque seguramente para cuando terminasen con todo ya sería de día y lo peor de todo era que había dormido solo unas pocas horas o minutos. Ni siquiera sabía cuanto había dormido.
¿Sigues vivo?- le preguntó al guardia, tal vez una broma levantase un poco el humor.
Pero lejos de eso solo recibió una mirada seria y con poca pinta de que quería hablar. Tal vez estaba nervioso, y Karamaru no lo culpaba por ello, tenía todo el derecho de estarlo. Después de todo el calvo no sabía desde cuando esos bandidos atacan la aldea y poder acabar con esa amenaza de una vez por todas sería todo un logro y reconocimiento.
Con el agua cerca de los pies y sin conversación posible, afortunadamente, el monje divisó a lo lejos el bote arribando a la orilla. Seguramente era Kazuma, no había duda de ello. Y es que de hecho, al acercarse un poco más lo pudo ver sentado esperando a Karamaru y su tercer integrante del equipo asalta barcos.
Probablemente ya lo había visto acercarse al bote pero Karamaru espero a estar realmente cerca como para comenzar a hablar.
Nuestro tercer integrante, estamos preparados.
Subió al bote y se sentó. El guardia local hizo lo mismo como una sombra, prácticamente sin dirigirle siquiera la mirada al peliblanco. Era un momento de tensión. Después de tanta preparación y combate finalmente iban a poder terminar con el sufrimiento de esa noche. Sin embargo, mientras miraba el suelo del bote sin siquiera saber lo que el espadachín estaba haciendo, no podía dejar de pensar en la rubia de ojos verdes. ¿Iori ya estaría mejor? ¿O seguía traumatizada? Iba a tener que reaccionar rápido, era la nieta del jefe de la aldea. Si no le correspondía el cargo igualmente tendría un papel importante en la comunidad.
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El esperado cenobita apareció, como llevado por la fría ráfaga de aire de recién, y acompañado por una, silenciosa y discreta, figura de negro. Ya lo tenían todo para ponerse en marcha, las armas, la fuerza y las intenciones. Con la marea subiendo de a poco y el tiempo apremiando, se dispusieron a partir. Entre todos empujaron el bote hasta el agua para poder abordarlo.
Avanzaban con lentitud desesperante, impulsados solo por la fuerza que eran capaces de proporcionar dos remos. Pero la marea les ayudaba haciendo que el ritmo fuera constante, sin pausas.
— Les explicare el plan —se giró hacia sus compañeros remeros para hablarles—. Ya he preparado nuestra entrada —señaló el pequeño barril y a la tapa en donde había colocado un sello explosivo—. En cuanto estemos pegados a ellos y bajen las escaleras, Karamaru, arrojaras con todas tus fuerzas la bomba por sobre la cubierta. En ese momento la detonare y aprovecharemos para abordar —en cuanto eso estuviera listo comenzaría lo más difícil—. En ese momento uno tendrá que ir al frente y otro a la parte de atrás. El que no consiga ni el dinero ni obstáculos ira hacia el lado opuesto en cuanto le sea posible —clavó su vista en quien sería su refuerzo—. Tú debes de quedarte en el bote, no podemos permitir que este se aleje, debe de estar aquí para cuando nos retiremos.
Escucho lo que tuvieran que decir ambos para luego seguir mirando al frente.
Todo estaba terriblemente calmado. Ya no había brisa que les rozara la cara, ni siquiera oleaje que sacudiera su nave, solo quedaba el esporádico chapotear de los remos al entrar y salir del agua. Kazuma se sentía extrañamente calmado, y aun así la sensación de ansiedad no lo abandonaba por completo. Se imaginó que aquellas eran las típicas misiones que les asignaban a los ninjas experimentados, su pan de cada día. Se imaginaba múltiples escenarios y cuáles podían ser sus posibles fallas. Sabía que las cosas jamás salían como se planeaban, por eso los shinobis tenían que aprender a mirar a través de la decepción, para estar preparados ante lo inesperado.
« Llegó la hora.» —Se encontraba sentado al frente, con una postura desordenada y cómoda, tratando de aparentar ser el pirata que sus ropas indicaban.
En cuanto estuvieron a unos diez metros de su objetivo una luz tenue similar a un faro los señalo. Mantuvo la calma e imito movimiento a movimiento las señas que le habían indicado. No tenía dudas de que fueran las correctas, pues al prisionero le había dejado claro lo que le pasaría si por casualidad no regresaba. Pudo ver como algunos hombre intercambiaban gestos antes de finalmente indicarles que se aproximaran. Habían conseguido el acercamiento inicial, ahora solo quedaba el resto. En cuanto bajaron la escalera de cuerda, todo estuvo listo.
— ¡Ahora! —Le indico al monje para que arrojara la bomba que estaban ocultando.
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El constante chapoteo de agua que generaban los remos se estaba convirtiendo en algo tranquilizador para el calvo. Veía el barco cada vez mas grande pero no pensaba en eso ni en lo que sucedería minutos después, estaba absorto en su pensamientos de tranquilidad. Era como la calma que precede a la tormenta.
Con su tercer integrante remando junto a él, con una sincronización tan perfecta que casi parecían espejos, Kazuma pudo romper la paz interior de Karamaru al hablar y romper el silencio. A lo único que se refirió en su discurso fue al plan que había ideado. Era algo bastante simple y podría funcionar sin complicaciones. Se revoleaba el barril al barco y Kazuma lo hacia estallar a la distancia con un sello que había colocado. Al calvo le tocaba lo primero y al apoyo simplemente cuidar el bote. Seguramente no se esperaba eso pero tenía que seguir las órdenes del que dirigía la infiltración.
Sin problema- respondió el monje a la misma vez que asentía con la cabeza.
Karamaru se preparaba mentalmente para el abordaje. Seguramente encontraría muertos, personas corriendo en llamas, gritos por doquier y eso que solamente en el interior supuestamente habrían solo diez personas. Diez personas que no se esperaban lo que le iba a caer encima dentro de tan poco tiempo.
El bote se acercó cada vez más y más hasta estar lo suficientemente cerca del barco como para que los tripulantes se comunicaran con los miembros de la embarcación mas pequeña. Unos movimientos de un farol por un lado, unas señas por el otro, y todo estaba arreglado. Al ver que las negociaciones habían surtido efecto dejo al guardia de la aldea remando solo mientras él tomaba el barril con las manos esperando la orden de su compañero.
Vio la soga caer y un grito rompió la tensión del ambiente.
¡Ahora!
El recipiente de madera salió volando por los aires tan rápido como el calvo se podía permitir. Los bandidos que se asomaban al borde del barco, lejos de poder reaccionar, vieron como volaba por encima de sus cabezas para llegar al centro de la embarcación, momento en el cual el sello hizo efecto y todo se llenó de fuego. La explosión movió las aguas de alrededor y bloqueó como un destello la vista de los que estaban cerca. Las velas se consumían mientras se escuchaban los heridos de metralla. Gritos desgarradores contaminaban el aire que se respiraba. Las cenizas daban vueltas para infiltrarse en las narices de cualquiera que estuviese cerca. La amenaza ya no serían los pocos tripulantes, si no el tiempo restante que les quedaba antes de que el barco ardiera por completo y se hundiera bajo el agua para pasar al olvido. Como si fuese una simple pesadilla de una noche para los habitantes de al aldea a la que defendían.
Tras esperar el sonido del segundo contenedor estallando, para asegurarse de no recibir metralla, Karamaru saltó hacia el interior del barco. Tendrían que entrar y salir velozmente sin perder tiempo alguno, había que esquivar las llamaradas de fuego que surgían por todas partes. Si la división de tareas resultaba efectiva dentro de poco lo sabrían.
Sin esperar a comprobar que Kazuma estuviese a su lado, sin siquiera decirle hacía donde iría, comenzó a correr para el frente del barco deseando que el peliblanco ya lo hubiese mirado y se dirigiese hacia la otra dirección.
¿Dónde podrán esconder el dinero?- pensaba el calvo mientras miraba rápidamente para todos lados tratando de encontrar algún lugar relevante. En su vista se encontraban los cuerpos prendidos fuegos, sangre por doquier y unas llamas que le estaban cerrando el camino. ¿Y si el fuego había quemado el dinero?
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La explosión había sido brillante y ensordecedora, lo suficiente como para que desde el pueblo vieran una lejana llamarada anaranjada levantándose del negro océano. Para los que estaban en el bote cercano al barco fue un estruendo enorme y sobrecogedor, pero para los que estaban sobre cubierta debió ser toda una vorágine de fuego, luz y sonido.
En cuanto terminó el estallido y todo dejó de sacudirse por la onda de choque, tanto el espadachín como el monje abordaron según el plan. El primero se decidió por ir hacia la parte de popa, en vista de que su compañero de incursión se direccionó a proa. Hubiese sido ideal que ambos pudieran mantener contacto visual, pero una cortina de fuego, causada por las velas que se quemaban, se atravesó a mitad de la nave, impidiendo ver de un lado a otro.
—Por dios. —Dijo por lo bajo aquel hombre que les esperaba en el bote. Quizás aquello fuera demasiado para un hombre acostumbrado a una vida simple, o quizás solo fuera la visión de un hombre cubierto de llamas saltando por la borda, todo para sumergirse en el agua y no emerger nunca.
«No te vayas a morir, Karamaru.» —Pensó luego de que al avanzar se encontrará con un brazo cercenado, al cual curiosamente le faltaba un dedo que parecía recién mutilado.
De manera calmada, Kazuma, subía los escalones que llevaban hacia donde se encontraba el timón. En cuanto estuvo en la parte superior, desde donde se apreciaba la cubierta en llamas, le diviso. Un hombre de aspecto curtido, con un parche en el ojo y una gran bota puesta sobre lo que parecía ser un cofre. El sable que sostenía en la mano parecía una invitación evidente, algo casi tan obvio como que aquel era el capitán del barco y que estaba cuidando su botín. El Ishimura se quitó la capucha, permitiendo que sus cabellos blancos danzaran entre las ascuas y la brisa nocturna.
En la parte opuesta del barco se encontraba Karamaru. Caminaba por una zona llena de cajas y de cuerdas atadas a los mástiles. No pasaría mucho tiempo antes de que, al mirar por los alrededores, se encontrará con una extraña figura arrastrando una caja idéntica a la que la gente suele utilizar para guardar dinero. Se trataba de un sujeto de apariencia sucia y descuidada. Lo más extraño eran sus extremidades, cuyas articulaciones se movían libres de un lado a otro, como si fuera mentira el hecho de que un codo y una rodilla no pueden girar en círculos sobre sí mismos. Aquello parecía concederle una fuerza y una agilidad fuera de lo común, como si de una araña se tratara, una araña en extremo flexible.
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Había llegado por fin a la punta del barco sin encontrar nada más que madera y carne. Nadie que se le opusiera ni dinero esperando su gran rescate. Un poco decepcionante para todo el dolor que habían causado, o mejor dicho, que estaban causando. Pero fue cuando se dio vuelta y miró el barco en su totalidad desde la punta de este, cuando vio a una persona espeluznante muy cerca a su persona.
Tenía un cofre que sostenía con el brazo y que poco después lo dejó en el piso. Era rara ver como su cuerpo se movía, su codo podía moverse hacía atrás y sus rodillas podían moverse y doblarse no solo para un lado. Parecía un hombre hecho de gelatina y que en cualquier momento podría desarmarse y caer partido al suelo. Pero era aún peor su sonrisa maquiavélica que causó un escalofrío en el cuerpo del calvo.
¿Andabas buscando esto calvito? Hasta aquí llegaron tus planes de poder destruir mi banda, nadie se mete conmigo ni con mis subordinados. ¿Acaso pensabas que esto sería tarea fácil? Serías un iluso, aunque debo admitir que no me esperaba que destruyeran este barco.
Supongo que..... eso significara un poco más de tortura para ti. Simplemente para que entiendas.... que lo que haces..... no me complace...... no me complace para nada..... y que mejor..... que verte sufrir..... hasta acabar con tu vida.....
Vio la lengua de ese tipo atravesar sus labios y lamerlos llevando el músculo de una punta hasta la otra de su boca. Su sonrisa se había desvanecido de su rostro que ahora se encontraba serio y con una mirada fija y aterradora que se clavaba en el cuerpo de Karamaru. Lo miraba como si fuese un buen pedazo de carne listo para comer.
Ni una sola palabra surgía del pelado. Apenas se podía mover siquiera cuando escuchaba las palabras del raro que le hablaba. No sabía si correr o enfrentarlo, si pedir ayuda o permanecer en silencio. Seguía mirando sus articulaciones que se movían como si fuesen simples palos sujetados a una mano. Si alguien podía lamerse el codo, seguramente ese sería el único en todo el mundo.
El poseedor del cofre salió disparado hacia Karamaru con los dos brazos para delante y gritando como si estuviese loco, que de hecho lo estaba. Por instinto el calvo dio un salto a su derecha que hizo que el rival siguiera de largo y cayera en el palo largo que salía de la punta del barco. Al llegar se sujeto tanto con sus manos como con sus pies, como si tuviese cuatro manos, pareciendo más un animal que un humano. El pelado había entendido que con eso el combate iniciaba y que tenía que estar atento.
Había que tomar la iniciativa y con unos pocos pasos se movió hacia el poste de donde se sostenía el sujeto y con toda la fuerza que pudo le dio a la base de este rompiéndolo, dejando que la punta larga del barco cayera al agua y con un poco de fortuna también el rarito.
Sin embargo, este salto del poste antes de que cayera y generara un montón de grandes olas que seguramente el bote y el guardia sentirían. Las gotas que había salpicado habían llegado hasta el calvo que solo se mojó un poco. A su espalda se encontraba el "hombre araña", como lo había apodado Karamaru en sus pensamientos. Su pose de parase a cuatro patas lo recordaba mucho a una de ellas, sin pensar en que también tenía la misma fealdad en común.
Feo o hermoso, ese hombre era fuerte y Karamaru lo iba a sentir en cualquier momento. Con un movimiento más rápido incluso que el anterior, uno que Karamaru no podría evitar, se abalanzó y comenzó a destruir al calvo a base de golpes que revoleaban su cuerpo de aquí para allá como si fuese un simple papel. Poco podía hacer para contraatacar, era un sin cesar de golpes dirigidos a sus músculos que dolían más y más.
El sufrimiento terminó cuando cayó de seco al piso con la espalda. El hombre cayó frente a él de nuevo en sus cuatro patas y al lado del cofre que el monje tanto se empeñaba en recuperar. Con Karamaru retorciéndose en el piso del dolor de los golpes y tratando de sentir en que lugares le salía sangre, el otro comenzó a reír hasta que sacó algunas palabras de su boca.
¿Y ustedes querían recuperar el dinero? Realmente son unos ilusos, ¿Quieres que a tus amigos le pase lo mismo que a ti?- una mirada seria de Karamaru le dio la respuesta-ENTONCES LEVANTATE Y PELEA COMO UN HOMBRE
El calvo le hizo caso, se puso en pie como pudo y se puso en posición de combate una vez más. Dañado, rasguñado, dolorido y ensangrentando se preparaba para poner fin a la vida de su rival. Si no lo hacía la suya propia terminaría viendo solo oscuridad al final del túnel.
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El peliblanco le observó y el pirata, con su único ojo le sostuvo la mirada. El gris del acero contra la oscuridad de la noche, todo enmarcado en los rostros de aquellos dos. El ambiente se encontraba cargado de tensión, pues el joven reconocía el peligro de su adversario, y el viejo no bajaba la guardia ante aquella apariencia infantil.
—Tú debes ser la sabandija que se atrevió a atacar mi querida nave con una de mis propias bombas —inquirió con un desprecio incontenible—. Lamento decirte que no será suficiente para hundir este barco.
—Eso es un consuelo, pues planeo dejar este barco con la menor cantidad de daños posibles para cuando se lo entregue a los habitantes del pueblo junto con su dinero —aseguró sonriendo—. Aunque estaría mintiendo si te dijera que me conformare con solo tomar el dinero e irme, pues tengo intención de ver si eres tan fuerte como las bombas que fabricas.
La tensión iba en aumento mientras ambos se medían con palabras.
—Jajaja… Siempre pensé que el día que alguien se atreviera a desafiarme me encontraría con un sujeto con los huevos bien puestos, pero no, resulta que solo se trata de un mozalbete que tiene complejo de héroe. Y yo que pensaba que me presentarías un desafío digno. —Le contó de manera absolutamente burlona.
—¿Sabes? Creo que tu hermano pensó lo mismo cuando me lo encontré en la playa —le dijo mientras pateaba hacia él un brazo cercenado al cual le faltaba un dedo en la mano—. Me imaginé que sería un desafío, pero no, solo resultaron ser un grupo de encapuchados frágiles y cobardes.
—¡Maldito mocoso albino! —gritó colérico—. ¡Te matare lentamente! ¡Te he de desollar vivo y utilizare tu mugrosa piel como la vela de mi bote personal! —la espuma rojiza brotaba de la comisura de sus labios como si de un perro rabioso se tratara—. ¡Pero eso será después de que te obligue a ver como empalamos a todos los hombres y como violamos a todas las mujeres de esa miserable villa.
—No tendrás la oportunidad de hacer tal cosa —aseguró el Ishimura, con un aire de seriedad absoluta, pues entendía que aquel hombre tenía la intención de cumplir con su promesa—. Pues no permitiré que abandones este barco con vida. —Declaro, fijando en su enemigo unos ojos duros y filosos como el acero.
El tiempo para intercambiar amenazas término cuando el pirata se abalanzó sobre el genin.
El Ishimura le arrojó tres shuriken que fueron esquivados con aparente facilidad, a pesar del aparentemente torpe cuerpo gordo de aquel hombre. El pirata lanzó a matar un tajo a la altura del cuello, que habría decapitado al chico si no fuera porque este se agacho y rodo. El sable corto con facilidad una viga rota que se interpuso en su camino, mientras el ninja tomaba y empuñaba un par de kunais.
En esta ocasión fue el bandido quien tuvo que defenderse. El joven arrojaba multitud de tajos apuntando a sus puntos vitales, pero el anciano era un hombre consumado en el combate con armas, y bloqueo todos los ataques con la guarda semiesférica de su sable. Entre tanta defensa, encontró una brecha y golpeó la rodilla del pirata haciendo que esta cediera, pues sus huesos eran viejos y sus articulaciones débiles. El hombre aulló de dolor y Kazuma trato de aprovechar la oportunidad para desarmarlo, pero su enemigo logró resistirse y alejarlo de un golpe.
«Este anciano es un hueso duro de roer.» —Pensó mientras que ambos se incorporaban, moviéndose alrededor de un círculo invisible en medio de ellos.
El shinobi de Uzushio decidió que era momento de combatir con más fuerza. De su muslo tomo un fūma shuriken, que se desplegó en menos de un segundo y que luego arrojaría hacia su oponente. El pirata no se inmuto, ni siquiera cuando aquellas aspas mortales estuvieron a un metro de él. Únicamente se limitó a empuñar su sable en dirección hacia al ataque.
—Perfora Mekajiki —Ordenó con voz sombría y agresiva.
En aquel momento la espada, en contra de todo lo posible, multiplico su longitud, extendiendose hasta chocar contra el arma arrojada. El joven pensó que posiblemente solo la desviaría, pero no fue así. El filo del sable destrozó el fūma shuriken como si tuviera la constitución de una simple cometa. Sus manos lograron alcanzar un kunai para defenderse, pero este cedió igual de fácil. El arma pasó por un costado, causándole un corte superficial en las costillas, lo cual provocó un rechinar de dientes precedido por un roció de sangre que abandonaba la herida.
«Qué rayos fue eso —pensó incrédulo y confundido—. No, no, mantén la calma, Kazuma. No es más que un truco cualquiera, y tu tambien tienes los tuyos.»
El ojos grises trato de idear un plan mientras pasaba a la defensiva. El líder de los bandidos arrojaba cortes y aguijonazos sin descansar, pero ninguno llegaba a dar en los puntos vitales que buscaba. Hubo un instante en que el pirata salto sobre el cofre, tomando altura para buscar un ataque desde un ángulo elevado. El genin aprovechó la oportunidad para acertarle con su último kunai en una pierna. El pirata chillo, y su sable volvió a extenderse como un martín pescador cayendo en picada.
«¡Eso esperaba!» —Le grito mentalmente, mientras utilizaba el Bushido: Kikai. Todo para bloquear el ataque y conseguir que el arma se rompiera por la excesiva tensión sobre su filo.
Pero no ocurrió de esa forma. La punta del arma atravesó la tierna carne de su muslo, como si no hubiera usado técnica defensiva alguna. En cuanto se retrajo, un chorro de sangre abandonó la herida a la vez que el Ishimura dejaba escapar un grito de dolor.
—Gusano… Has tenido suerte y no he alcanzado el hueso —maldijo mientras se quitaba el kunai de la pierna—. Magnífica ¿no es así? Por algo me llaman el gran pez espada; no hay nada que mi hermosa cuchilla no pueda cortar, eso incluye el acero de tus armas, la carne de tu cuerpo y la vida de la gente que contaba contigo.
Mientras aquel de tez morena intentaba incorporarse, a unos tres metros, el pirata le apuntaba con su sable, justo a la altura de la frente en donde se encontraba grabado en metal el símbolo de su aldea. El joven sentía como la vida se le escapaba por las heridas, pero aun así mantenía aquellos desafiantes ojos de acero puestos en sus enemigos.
—Debo admitir que fue entretenido, rata de pelo blanco, pero aun tengo que pasarme a medio pueblo por la espada y la otra mitad por la polla —le confesó luciendo una sonrisa diabólica—. Te mandare al fondo del mar. Cuando llegues dale mis saludos al hijo del viejo…
La mortal Mekajiki se extendió rauda y veloz buscando la cabeza de su enemigo.
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De nuevo en pie y con voluntad de pelea el calvo se alzaba sobre la madera de un barco que poco a poco se consumía. Si la idea era dejar el barco intacto parecía que esa no era la manera correcta de hacerlo. Si el fuego continuaba a las secciones inferiores del barco podría quemar la base de este y dejarlo bajo el agua en poco tiempo. Eso si tenían suerte y el fuego no encontraba más explosivos en alguna habitación de la embarcación.
Pero el fuego y el agua eran de las menores preocupaciones que Karamaru tenía en ese momento. El deforme hombre con pose de araña lo miraba fijo y amenazante, expectante de cualquier sentimiento y gesto que el pelado pudiese mostrar. Era como si disfrutase ver la sangre chorrear por sus brazos, ver las piernas tambalear como un edificio que esta a punto de caerse. Ya no tenía sentido siquiera seguir atacándolo, el gennin era demasiado débil para él. Solo necesitaba un golpe más y pasaría al más allá.
La rodilla derecha del monje no pudo aguantar el peso y cayo al suelo. La izquierda seguía levantada y era en ese lugar donde Karamaru reposaba sus brazos. Tomaba grandes bocanadas de aire contaminado de cenizas.
¿Eso fue todo? Ya no te puedes mantener en pie. Vamos que esto recién comienza, levántate y diviérteme un poco más.
Para ese tipo Karamaru no era más que un juego de esos que cuando te aburres los desechas. El calvo no podía sentir más que rabia e impotencia al saber que no podía realizar una ofensiva eficiente en ese momento. Lo único que quedaba era poder defenderse el tiempo suficiente para que alguien milagrosamente lo salve pero el monje sabía que eso no sucedería. Tenía que valerse por si mismo, tenía que demostrar que él podía hacerlo, tenía que mostrar que la fuerza de los monjes de su templo es de temer.
El tiempo se le agotaba y solo parecía una moneda apoyaba sobre su canto esperando el dedo que la tirara. La duda en ese momento era si caía de cara o de cruz, si caía vivo o muerto. Se paró una vez más, esta vez con más convicción de antes.
Ven a buscarme si quieres diversión.
La mirada seria y desafiante, como si tuviese la confianza de poder destruir a su rival, se mostraron en la cara de Karamaru. La pelea no había terminado y con su poca energía tenía que hacer todo en cuanto estaba a su alcance. Sin tiempo para la duda, el hombre "araña" hecho una risa fuerte al aire y se abalanzó una vez más sobre el niño que tenía los huevos como para enfrentarlo.
El puño derecho, con un brazo completamente extendido atrás, iba en dirección a la cara de Karamaru. Llevaba la suficiente fuerza como para que caiga al suelo y no pudiera volver a ponerse en pie en ese combate. Tal vez, la suficiente fuerza como para acabar con su vida. Lo que no sabía el imprudente rival del monje era que este jugueteaba con un kunai en su portaobjetos del lado derecho de su cuerpo preparado para todo.
En el momento que ambas carnes hicieron contacto, el mismo instante que Karamaru recibió un golpe de proporciones jamás recibidas, a la vez que una sonrisa siniestra se dibujada en el hombre del rostro, una kunai atravesaba el cuerpo de uno de los dos. Desde su mano derecha en un movimiento ascendente el metal atravesó desde el mentón hasta el cerebro la cabeza del hombre sin articulaciones. Lo último que pudo ver el calvo era la sangre que volaba en toda direcciones y una cara que borraba la sonrisa poco a poco.
Lejos de ser una victoria contundente, ambos cayeron al piso. Karamaru primero, inconsciente después del golpe recibido que a pocos metros lo había dejado de la puerta de la muerte, y el su rival sobre él, tapando el cuerpo del calvo con la sangre de su cuerpo.
Si se olvidaban de él, Karamaru sería incendiado en poco tiempo y si no ahogado. Había hecho todo lo que su cuerpo le permitía, ahora necesitaba la ayuda de Kazuma o tal vez de un desobediente guerrero dispuesto a ayudar rompiendo las reglas que un líder de misión le había impuesto.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
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—¿Acaso te permitirás morir sin darlo todo?
Se vio a sí mismo en una llanura desolada que parecía extenderse hasta el infinito. Se levantó sintiéndose tan pesado como el plomo, confundido y desorientado. Sobre él se cernía un cielo gris, con nubes oscuras que bloqueaban un sol débil. Se sentía familiar y a la vez desconocido en aquel mundo infinitamente monótono donde se encontraba.
—¿Por qué estoy aquí? —Se preguntó sin sentir interés alguno en averiguar dónde se estaba.
—Has llegado aquí en busca de algo que yo tengo y que te pertenece. —No supo decir si el pensamiento fue suyo o de alguien más, pues parecía venir de todos lados y de ninguno.
Sin entender el por qué, comenzó a caminar contra el viento que soplaba. Se movía en dirección a un lugar lejano, donde las nubes se arremolinaban señalando el suelo. Percibía como sus pesados pies dejaban surcos en el suelo polvoriento. Marchó hasta encontrarse en el lugar más oscuro y agitado de aquel mundo. El aire era filoso y golpeaba con violencia, llevando una brisa como las que se sienten en los lugares donde han ocurrido grandes batallas. Y en el centro de todo estaba aquella espada de funda y mango gris como las nubes, Bohimei.
—¿Qué necesito?
—Solo un poco de nuestra fuerza, pero debes tomarla de las garras de las sombras y dudas que le envuelven.
Trato de moverse pero el viento era feroz y sentía como si fuese a cortar su piel. Sentía como si una armadura invisible le rodeara, protegiéndolo y la vez reteniéndole. Era el miedo. El temor a depender de su katana lo hacía pesado y lento, pero al mismo tiempo le resguardaba de todo lo que no quería aceptar.
—Tengo que seguir avanzando…
—Los guerreros arrojan su grito final con toda la fuerza de su alma… Abandonan toda duda o pesar que les contenga… Al final se encuentran así mismo cortando todo aquello que mancille el honor de su camino.
El joven sintió cómo se volvía más ligero, como si las partes más pesadas de la armadura se desprendieran de su cuerpo. Sentía que podía avanzar, como si el viento en cuchilla ahora fuera su aliado. En el centro del mundo, tomó la espada sujetando la empuñadura como si de la mano de un viejo aliado se tratara. Escucho como sonidos y formas fantasmagóricas se manifestaban a su alrededor, pero las percibió como una prolongación de su espíritu y de su propia fuerza.
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Inicialmente el viejo pirata sonrió al sentir el impacto, imaginando como su filo atravesaba el cráneo y rebanaba lo sesos de su contrincante. Pero su cara pronto se vería convertida en un amasijo de incertidumbre, pues sintió como su sable siguió de largo mientras la figura peliblanca era bañada en una lluvia de chispas carmesí. Escucho el sonido del metal contra el metal, pero aun así no daba crédito a sus oídos pues Mekajiki podía cortar hasta el acero más duro como si fuera una frágil ramita.
—Debo admitir que es un arma bastante impresionante —El sable se retrajo ante la mirada atónita de su amo, que no terminaba de creer que una katana le hubiera frenado—. Si mal no recuerdo, tu arma se llama Mekajiki que significa pez espada —La voz del Ishimura era, de una manera perturbadora, suave y relajada. Sus ojos eran filosos y reflejaban los destellos escarlata de su arma—. Bien… Te presento a Bohimei que significa epitafio —un nombre al cual planeaba hacer honor pronto—. Su filo y mi voz serán lo último que percibas en este mundo.
El shinobi se puso en posición, levantó su espada en dirección a su enemigo, preparándose para pelear. El capitán se encontraba en un estado colérico, más allá de lo describible. El Ishimura tomó impulso con su pierna sana y dio un salto hacia adelante. El capitán apenas si logró repelerlo para lanzar un tajo que fue bloqueado con facilidad.
Ambos comenzaron una danza frenética donde cubrían su pierna herida y buscaban, con cada movimiento, un golpe certero y mortal. El joven mantenía la calma deslizándose entre cortes y chispas escarlatas. El viejo apenas si podía controlar su ira mientras sentía como su defensa iba cediendo de a poco. Los chispazos rojos saltaban y las astillas de madera, producidas por los ataque fallidos, volaban por doquier.
—¡Estás perdiendo impulso, anciano! —Espeto cuando de una patada desesperada fue mandado a volar unos metros hasta el borde de la nave. Sin embargo se reacomodo en su habitual postura defensiva rápidamente.
El pirata atacó con furia e intercambiando varios golpes con su enemigo. Mientras se acercaba para una estocada, hizo una finta y cambio de manos su arma en busca de apuñalar el lado descubierto del ninja. Pero este último detectó el error garrafal, pues el bandido sobreestimó las coordinación de sus viejas manos. De repente se vería cegado por destello carmesí emitido por el filo de la katana rival. Cuando recuperó la vista, un segundo después, solo vería al chico saltando por encima del, y más atrás un brazo recién cercenado. Soltó un grito mientras el joven aterrizó, viendo como su enemigo trataba de cerrar la fuente de sangre en la que se había convertido su brazo.
—¡Ahhhhhhh mi brazo. Mi maldito brazo! —Maldijo con un grito de dolor que casi causaba lastima.
Al verlo estático, pensó que su oponente se había perturbado por lo cruda de la escena. En su brazo sano empuño a Mekajiki y con un último esfuerzo hizo que se extendiera más rápida y fuerte que nunca. Buscaba el corazón del peliblanco, buscaba arrancarlo con una sola puñalada. Prácticamente podía sentir la victoria, tanto como aun sentía su brazo amputado.
«Alma que grita - Abandona el pesar - Corta con honor —el haiku se formó y acudió a su mente mientras que el tiempo parecía detenerse a medida que la cuchilla se acercaba a él—. Setsudan Tamashī.»
Le tomó menos de un segundo reaccionar en cuanto la cuchilla estuvo a medio metro de su pecho. Su espada tomó parte de su chakra, y cuando se deslizó a través del aire frente a él, una especie de cuchilla de aspecto fantasmal tomo forma. Alcanzó la punta del sable y la destrozó, al igual que el resto de su filo, mientras volaba a través de toda su extensión. Aquella media luna de calaveras grises emitió un grito que se pudo escuchar en todo el barco y que provocó escalofríos en el más valiente de los hombres. Para cuando el corte se disipó, sólo quedaban fragmentos metálicos de lo que fuera la espada del capitán. No solo destruyó el arma en toda su extensión, sino que también se llevó consigo la mitad vertical del único brazo que le quedaba.
—He de ponerle fin ahora —sentenció mientras se acercaba a un hombre cuyo rostro evidenciaba que jamás había estado tan aterrado y que jamás había sentido tanto dolor—. Cuando veas al dios de la muerte, dile que te envía el fantasma gris —Y con aquello dicho le atravesó el pecho de lado a lado. Era cierto lo que había prometido, pues luego de unos cuantos espasmos fantasmales el capitán murió, con las palabras del espadachín resonando en su cabeza y sintiendo el acero de Bohimei perforando su cruel corazón.
De pronto las fuerza abandonaron el cuerpo de espadachín, dejándolo adolorido e incapaz de moverse. El monje no se encontraba en mejores condiciones puesto que su pelea también fue dura. Ambos se encontraban tanto al borde del éxito como de la inconsciencia. El incendio del barco comenzaba a disminuir, gracias en parte a una sustancia gelatinosa que los bandidos arrojaban sobre las llamas y que las privaba de oxígeno. El barco había estado sin nadie que lo timoneara y ahora se encontraba peligrosamente cerca banco de arena donde seguro encallaba, con los genin y los bandidos abordo. Si querian salir ahí con vida tendrían que hacerlo rápido, pues la marea creciente y los primeros colores del alba se manifestaban con rapidez.
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Una luz fuerte y penetrante, como un destello en pleno oscuridad, molestaba los ojos de Karamaru. ¿Estaba muerto? ¿Era esa la luz que uno podía ver al morirse? ¿Era verdad que en realidad pasamos a otra vida? ¿Una vida eterna? No, no podía ser, el calvo no se sentía un ente o un espíritu, sentía dolor, cansancio y una molestia muy particular, la luz que hacía que poco a poco vaya abriendo los ojos. Puso su mano frente a ellos tratando de apaciguar la violenta llama que los quemaba y sin perderla en su totalidad había reducido su dolor.
Pudo ver su mano y tras ella una cortina celeste, celeste como el cielo mismo con esas manchas blancas que marcan que la tormenta ya había pasado. ¿Era así como se veía el mundo después de la muerte? Trató de levantar la cabeza pero el peso que ejercía sobre su cuello era demasiado y prefirió dejarla apoyada en donde fuera que estaba. Para ese momento sentía como su cuerpo se movía al compás de un oleaje suave que lo mecía como una madre a un bebé. Por fin pudo sacar su mano y darse cuenta que esa luz, ese destello, esa llama que se imponía frente a sus ojos, no era más que el mismísimo Sol. Su mano se apoyo en el suelo, en ese suelo que se movía y que además ahora podía sentirlo. Podía conocer su textura y su forma y se dio cuenta que.... que eso era madera. Una madera húmeda como la del... la del.... ¿Podía eso ser el bote?
Cuando mejor se sentía, cuando por fin estaba entendiendo las cosas de su alrededor, la madera se detuvo en seco y, tras ello, se escucharon unos pasos en la arena a toda velocidad que a poco a poco se convertía en un sonido cada vez mas inaudible hasta mezclarse y perderse entre el sonido de las olas y de unas.... de unas... ¿Eran esas gaviotas?
Los ojos de Karamaru seguían perdidos en el manto azul que los cubría tanto a él como a la persona que tenía en contacto justo a al lado suyo. Espera.... ¿Había una persona al lado suyo? Si, y hizo que el calvo se asustase, tanto que levantó rápidamente su torso para quedarse sentado en la madera mojada. Sintió el dolor recorrer todo su cuerpo y causó que hiciese gestos con la cara y el cuerpo entero demostrándolo. Pero ahora, veía más que antes, su visión ya estaba apuntando hacia arriba si no para adelante. Pudo ver el horizonte, uno bonito, pudo ver las gaviotas revolotear por arriba de su cabeza y la infinidad del mar cruzándose con la infinidad del cielo.
«Esto es... Esto es... Esto es la Tierra. ¡Estoy vivo!
La felicidad se apoderó de su mente que casi se olvidaba del motivo por el que había logrado ver el horizonte. Al lado suyo el cuerpo que dormía junto a él era el de Kazuma, todavía inconsciente. El calvo entendió que seguramente el peliblanco había tenido un encuentro bastante similar. A los pies de ambos dos cofres le hacían peso al bote, dos cofres llenos de oro listos para que el pueblo los tomé. Un pueblo que ambos shinobis se empeñaron tanto en defender. Y no solo se llevarían oro, un barco bastante grande y quemado, pero todavía reparable, apoyaba sobre el agua y la arena. Habían encallado y eso lo había salvado.
Todo había pasado, como una simple pesadilla que se había apoderado de la mente de todos durante una sola noche. Realmente en ese momento todo lo ocurrido parecía un simple sueño, uno que podría ser creíble si no fuese por los dolores que tenía en su cuerpo. Aún no entendía como había llegado hasta ese lugar, qué había pasado ni como se salvo del fuego, pero todo eso no importaba. Él se sentía feliz como casi nunca antes. Pero su cuerpo no podía más, volvió a caer con la cabeza sobre la madera y con el Sol entrando por sus ojos nuevamente obligo al calvo a que los cerrase. Había caído inconsciente una vez más pero esta vez, con una sonrisa en el rostro.
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En cuanto cayó al suelo sintió que prácticamente todo el barco cayó con él. Estaba mareado y adolorido. El mundo transcurría como una imagen confusa y molesta. Detestaba aquella sensación de cuando se entra y sale de la inconsciencia súbitamente. Se encontraba demasiado desorientado como para saber qué sucedía. Al menos el dolor era claro y se manifestaba como prueba de que aún estaba vivo.
Después de una gran variedad de movimientos un poco fuertes se encontró a sí mismo en la costa. Su mente aún no encajaba todas las piezas, pero al ver aquella nave pirata a lo lejos sintió como de su corazón brotaba una fuente de tranquilidad. Su vista estaba un poco borrosa, pero pudo ver los dos cajones que se encontraban en el extremo opuesto del bote donde estaba tirado.
—¡Karamaru! —Llamo a su compañero que se encontraba tirado justo al lado de él. No estaba sangrando tanto, pero lucía bastante hinchado, como si le hubiesen dado una golpiza a mano limpia —Ah, está bien… —Dijo recostando tranquilamente la cabeza en el borde cuando vio como su camarada aun respiraba—. Creo que yo también estoy vivo… —Dijo entre quejidos—. Después de todo se dice que al morir nos sentimos ligeros e indolentes, pero yo me siento pesado como el plomo y adolorido como un árbol caído. Así que debo estar bien vivo.
De nuevo se mareaba y perdía las fuerzas para hablar. El cielo era como una obra dual; una parte azul y clara, y otra dorada y brillante. El sol mañanero se levantaba con fuerzas y le calentaba el cuerpo cuya piel aún mantenía rastros del frío nocturno. Las gaviotas volaban sobre él con sus típicos cantos, mientras que el golpear de las suaves olas salpicaba la orilla del bote.
«Y pensar que decidí quedarme en el pueblo con la esperanza de ver este amanecer por mi mismo —pensó mientras se desvanecía—. Cielos. La noche se hizo eterna y terrible, pero creo que valió la pena el sobrevivir para ver este nuevo amanecer.» —Bajo la luz dorada de aquel paisaje idílico sujeto con fuerza su espada, para luego quedar inconsciente.
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Se despertó lentamente en una habitación desconocida. Trato de levantarse pero el cuerpo le dolía. Se quitó la sábana que le cubría y pudo ver cómo su cuerpo estaba vendado y expelía un fuerte aroma a alcohol y otros antisépticos. Se sentó a tratar de hacer memoria, su ropa no estaba pero había tenido la amabilidad de dejar su katana bajo la almohada. En cuanto tocó la empuñadura de Bohimei sintió como un torrente de recuerdos acudía a su mente en forma de un leve dolor de cabeza.
«Por supuesto la batalla.» —Hizo memoria tratando de recapitular todo lo acontecido, pero sus recuerdos se limitaban a fragmentos borrosos y sonidos confusos.
Puede que no todo estuviera claro, pero sabía que había combatido junto con el monje. El percibir que se encontraba solo en aquel cuarto solo hacía que temiera preguntarse dónde estaba su compañero. Trato de levantarse y caminar, pero la pierna aun le dolía mucho y tuvo que utilizar su espada como bastón. Luego de haber llegado a un pasillo lo interceptó una mujer con pintas de enfermera, está trató de hacerlo regresar a la habitación, pero viendo la negativa del joven decidió llevarlo hacia otro sitio.
Llegó a una sala bastante tradicional donde por una ventana lateral entraba el cálido sol de la media mañana. Ahí parecía estarle esperando una joven rubia bastante guapa. Le costó un poco pero pronto la recordó. Se trataba de la muchacha que iba acompañando a su amigo el cenobita. La joven se limitó a servirle té y a verificar su salud, pero en cuanto llegara el calvo les explicaría todo a ambos.
La mujer les relataría todo lo sucedido en los cinco días que estuvieron dormidos. Como el soldado que los había acompañado les trajo a salvo. Como el humo al amanecer atrajo a los soldados de un pueblo cercano y como con la ayuda de estos habían apresado a los bandidos sobrevivientes, que resultaban ser unos treinta y no diez como se pensaba. También les informaron que ya había puesto el dinero a resguardo y que utilizaron una parte para comenzar con la inmediata reconstrucción del pueblo. Que el barco encallado estaba a salvo pero que tendrían que esperar hasta la próxima luna llena para que la marea subiera lo suficiente como rescatarlo.
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Desde la puerta de la enfermería Karamaru veía a casi todas las personas del pueblo trabajar y hacer todo lo que tenían a su alcance para superar los últimos acontecimientos. Las vendas blancas reemplazaban las negras que usualmente llevaba, incluso llevaba gaza y cinta en algunas partes del cuerpo como en su cara. Estaba adolorido, todavía el dolor persistía, pero se sentía con fuerzas para hacer cualquier cosa. En ese momento, viendo la escena de tantas personas colaborando, hacía que irradie felicidad. Pocas veces en su corta vida había podido sentirse de esa manera tan.... plena.
El Sol matutino se elevaba por detrás de la casa, al lado opuesto donde el calvo se encontraba. Iori estaba dentro preparando el té de la mañana esperando que Kazuma también se levantase de la cama, estaba esperanzada de que lo hiciera. Hacía solo uno minutos que el monje había podido recuperar la consciencia y lo único que había escuchado fue...
Espera afuera, hablaremos cuando tu amigo se levante. Hoy espero, no, quiero poder hablar con ambos a la vez.
...de la rubia que Karamaru recordaba como una mujer traumatizada, cubierta de sangre y con lágrimas en los ojos.
En su estadía en el porche del establecimiento trataba de ir recordando y atando cabos de lo sucedido. Los incendios, la embarcación, ese hombre raro, todo lo que había pasado el calvo lo recordaba. A pedazos y no de forma muy clara pero sabía por lo que había pasado, excepto por una cosa. A partir de caer sin consciencia en el barco no podía recordar nada de nada, había saltado desde la cubierta de una embarcación llena de enemigos, algunos vivos y otros muertos, hasta una cama suave y con olor a hospital. Parecía raro que justo a la mañana siguiente de tanto alboroto los aldeanos ya se pusieran a trabajar.
Sin embargo, sus divagaciones se perdieron en la nada al escuchar pasos y un pequeño ruido metálico a sus espaldas. El calvo supo a la perfección de que se trataba.
«Por fin, ya me comenzaba a impacientar de tanta curiosidad»
Dio lentamente una media vuelta para ver, como si de un anciano se tratase, a Kazuma tambaleándose con su espada usada de bastón. Caminaba por el largo pasillo que terminaba en el cálido salón que hacía poco tiempo una anciana con su nieta compartían. Tras él, Karamaru lo seguía a paso lento sin que el peliblanco notase su presencia.
Dos sillones se encontraban en el lugar junto a una pequeña mesa en donde estaba el té. La rubia llenó tres recipientes, se quedo uno y otro fue para la mano del peliblanco. El tercero lo tomó Karamaru que hacía acto de presencia por primera vez para Kazuma. El calvo tomó asiento en una silla esperando que el peliblanco tomará el puesto en el sillón y ansioso esperaba las palabras de Iori.
Se acomodó el pelo y tomó un largo sorbo de té antes de aclararse la garganta. Miró a ambos shinobi con una sonrisa en la cara, como si le hiciese gracia que ninguno de los dos se acordase de nada.
Si ninguno de los dos dice algo parece que me tocará a mi ¿Verdad?- por lo sucedido y por el estado de los dos hombres Karamaru esperaba que no comenzase a relatar con humor. Por fortuna para él no sería así.
Bueno, aquí vamos. Debo suponer que recuerdan sus últimos momentos en el barco así que empezaré desde en ese punto. A mis oídos llegó lo siguiente.
Ambos se encontraban inconscientes sobre la cubierta del barco, al parecer esto fue causado por una dura batalla que probablemente recordaran. Hideyoshi, su tercer miembro del equipo, alarmado decidió ir a buscarlos. Según él eso era una misión rápida de entrada y salida y se estaban demorando demasiado.
Fue primero al lado trasero de la embarcación donde se encontró contigo Kazuma. Estabas con algunos cortes y en ese momento parecías tan frágil como el vidrio. Te tomó como pudo, junto con el cofre que habían ido a buscar y los dejo en el bote. Por suerte para todos no se había separado mucho del barco.
Luego, en la parte posterior, se encontró con un magullado Karamaru. Más que cortes y sangre tu cuerpo presenciaba de muchos moretones y secciones inflamadas. Realizó el mismo procedimiento que antes y cuando todos se encontraron dentro del bote comenzó a remar solo hacia la costa. Supongo que el barco ya no era de importancia.
Ah, por cierto, para hacer un paréntesis. También me dijo que eliminó a varios bandidos que se quisieron subir a su boleto de ida. Así que también cumplió con su función. Pero para su sorpresa, la inteligencia había estado bastante mal. Según él los tres habían informado que se encontraban diez hombres en el barco. Pudo contar más de veinte.
Pero siguiendo por donde tenemos que ir, que si no me voy de las ramas. Fueron transportados hasta la arena donde Hideyoshi los dejó para venir a pedir ayuda para traerlos. Ambos quedaron en la enfermería, que tuve que improvisar una segunda sala, y se quedaron ahí hasta despertarse. Yo que ustedes le iría a agradecer a su amigo.
Un relato largo que acompañaba la asunción del Sol absorbió por completo a Karamaru que ya tardaba en hacer una pregunta que lo estaba inquietando. Sí, ahora entendía que estaba a salvo y sabía quién había sido la persona que había hecho posible, ahora le encontraba sentido a esas imágenes sobre un bote en la costa que había pensado que era un sueño. Pero....
Lo siento, pero recuerdo estar en la costa. Imágenes borrosas pero recuerdo que era el amanecer, eso lo recuerdo perfectamente. ¿Estuvimos inconscientes tan poco tiempo?
¿Poco tiempo?-la rubia se hecho a reir aunque trataba de no hacerlo-Estuvieron cinco días con los ojitos cerrados.
La cara del calvo, un poema.
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