1/02/2016, 21:35
El nativo de Uzushio apenas si podía creerlo, pues habían pasado cinco días durmiendo. Se suponía que aquella era una entrega y ya, cuando mucho debía quedarse un día. Quién sabe qué pensarían en la villa. Su maestro debía de estar confundido, Naomi debía estar muerta de preocupación y Shiori probablemente estaría colérica por aquella súbita desaparición sin aviso alguno. En su mente no parecía la gran cosa, aunque explicar toda aquella aventura a sus conocidos sería algo bastante difícil.
—Lo siento, pero recuerdo estar en la costa. Imágenes borrosas pero recuerdo que era el amanecer, eso lo recuerdo perfectamente. ¿Estuvimos inconscientes tan poco tiempo?
«Es difícil de creer pero eso explica porque tengo un hambre tan atroz.»
—¡Karamaru! —Dijo como si recién notara la presencia de su compañero—. Me alegro que estés “bien”. Fue una noche demencial, pero no lo hubiera logrado sin tu ayuda… Y tampoco sin las heroicas acciones de Hideyoshi.
En su mente todas la piezas comenzaban a encajar y sus recuerdos a asentarse. Creía sentirse en paz sabiendo que habían logrado su objetivo, pero también sentía cierto malestar al imaginarse las cicatrices emocionales que aquellos eventos dejarían en los habitantes del risco.
—¡Te pido disculpas a ti y los habitantes del pueblo! —Se inclinó tanto como pudo para hacer una humilde reverencia de disculpa—. A pesar de que logramos acabar con los piratas no pudimos evitar los daños y las pérdidas.
El joven comenzó a sentir el sabor agridulce de la victoria. Si bien habían acabado con los bandidos y evitado una masacre mayor, pero se pagó un precio por ello. Kazuma lo sabía; Una cosa era entregar tu vida por voluntad propia para conseguir los objetivos, pues esa era la vida de los guerreros y de los soldados. Pero las vidas de las víctimas inocentes eran un precio demasiado alto, incluso para una victoria a largo plazo como aquella.
Quizás fuera su orgullo como guerrero o una muestra de sus propias convicciones, tal vez solo fuera el cansancio mental haciéndose presente. Escucho lo que tuviera que decir Iori y luego se marchó a descansar puesto que aún necesitaría un día o dos de reposo antes de poder encaminarse hacia Uzushio.
—Nos vemos luego, Karamaru, necesito descansar.
Al día siguiente se volvió a despertar con los rayos del sol mañanero. Le gustaba la calidez de aquella luz dorada que bañaba el risco. Para su alegría se levantó sintiéndose mejor, aunque aun le costaba caminar. Por suerte alguien había tenido la amabilidad de dejarle un viejo bastón en el cual apoyarse.
«Que bien… Justamente pensaba ir a caminar.» —Sonrió mientras se ponía de pie.
Durante las siguientes horas se dedicaría a pasear por la villa. En cada esquina no dejaba de sorprenderse de lo rápido que todo parecía haber vuelto a la normalidad. Gente yendo y viniendo, los pescadores utilizando el elevador para subir su mercancía, los vendedores de baratijas y gente martillando madera para reparar las edificaciones. Los ánimos parecían altos, y quizás fuera por eso que se escuchaba que al anochecer harían una especie de fogata donde servirían mucha comida.
«No tengo más nada que hacer…» —Admitió mientras pensaba en presentarse a aquel pequeño evento.
Ya era de noche cuando Kazuma llegó. Había mucha gente y también mucha comida. Grandes calderos y espetones cercanos a una gran fogata que iluminaba toda la plaza central. La noche tria vientos fríos desde el mar, pero en aquel sitio el ambiente era cálido. El Ishimura no pudo evitar animarse al compartir un plato de pescado, al limón con patatas, a la luz del fuego. Incluso pudo divisar al monje que parecía estar hablando plácidamente con la chica rubia. Parecía que habían hecho buenas migas. Incluso se detuvo a escuchar a un sujeto que aseguraba ser un trovador errante.
Al terminar de escuchar la canción se levantó para tomar un poco de aire. Con un poco de esfuerzo logró llegar hasta el borde del acantilado, donde había una especie de santuario solitario que le llamó la atención. Una especie de ofrenda funeraria con velas blancas de un lado y velas negras del otro. Inmediatamente supo de qué se trataba.
—¿Así que también hay un poco de incienso para los piratas? —Se preguntó a sí mismo, tratando de comprender lo que veía.
—Después de muertos todos somos iguales.
—En mi familia se solía decir que la muerte es la única justicia, pues trata por igual a todos.
—No creo que los que aún vivimos tengamos que preocuparnos por eso.
—De verdad son un pueblo fuerte —en aquel instante el de ojos grises se sintió terriblemente avergonzado e infantil mientras observa hacia el oscuro mar y el estrellado cielo nocturno. Aquella era fuerza de verdad; Personas que luchaban para seguir viviendo a pesar de las tragedias, que tenían un corazón lo suficientemente fuerte como para rendir plegarias a sus terribles enemigos caídos—. Comparado con lo que ustedes demuestran, la fuerza de un ninja es algo insignificante.
—Sí, yo también lo creo. Sin embargo, también creo que fueron los sucesos de aquella noche lo que nos permitió encontrar tal fuerza.
—Gracias, Hideyoshi. Por tus palabras y por haberte devuelto a ayudarnos aun cuando no tenías tal deber para con nosotros.
—Ciertamente pude solo tomar el dinero e irme, y ciertamente ustedes pudieron largarse en cuanto la cosa se puso fea… ¿Pero qué te parece? A pesar de tener esas opciones yacemos aquí vivos y escuchando una canción sobre lo que pasó como si fuera un recuerdo lejano.
—La canción… ¿Qué significa Kentoken? —Pregunto inocente.
—Jejeje… Literalmente significa “El puño y la espada”.
Al día siguiente, Kazuma, se levantaría con los primeros rayos del alba. Se sentía lo suficientemente sano como partir. Silenciosamente tomó las ropas que le habían dado, ya que las suyas quedaron destrozada, y abandonó la enfermería. Había recogido sus cosas, y sin embargo se encontró con una bolsa desconocida. Tenía su nombre y en el interior sonaban algunas piedras. Concluyó que quizás fueran algunas medicinas, por lo que se las colgó al cinto y decidió partir.
«Es momento de hacer como un fantasma y desaparecer sin dejar rastro.»
Al menos ese era su plan; Abandonar el pueblo en medio del silencio del amanecer y partir sin molestar a nadie. Aunque puede que una figura, en cuya calva se reflejarán los rayos del sol, se le hubiera anticipado y estuviera esperándolo para despedirse. Para intercambiar buenos deseos y chocar puños quizás.
—Lo siento, pero recuerdo estar en la costa. Imágenes borrosas pero recuerdo que era el amanecer, eso lo recuerdo perfectamente. ¿Estuvimos inconscientes tan poco tiempo?
«Es difícil de creer pero eso explica porque tengo un hambre tan atroz.»
—¡Karamaru! —Dijo como si recién notara la presencia de su compañero—. Me alegro que estés “bien”. Fue una noche demencial, pero no lo hubiera logrado sin tu ayuda… Y tampoco sin las heroicas acciones de Hideyoshi.
En su mente todas la piezas comenzaban a encajar y sus recuerdos a asentarse. Creía sentirse en paz sabiendo que habían logrado su objetivo, pero también sentía cierto malestar al imaginarse las cicatrices emocionales que aquellos eventos dejarían en los habitantes del risco.
—¡Te pido disculpas a ti y los habitantes del pueblo! —Se inclinó tanto como pudo para hacer una humilde reverencia de disculpa—. A pesar de que logramos acabar con los piratas no pudimos evitar los daños y las pérdidas.
El joven comenzó a sentir el sabor agridulce de la victoria. Si bien habían acabado con los bandidos y evitado una masacre mayor, pero se pagó un precio por ello. Kazuma lo sabía; Una cosa era entregar tu vida por voluntad propia para conseguir los objetivos, pues esa era la vida de los guerreros y de los soldados. Pero las vidas de las víctimas inocentes eran un precio demasiado alto, incluso para una victoria a largo plazo como aquella.
Quizás fuera su orgullo como guerrero o una muestra de sus propias convicciones, tal vez solo fuera el cansancio mental haciéndose presente. Escucho lo que tuviera que decir Iori y luego se marchó a descansar puesto que aún necesitaría un día o dos de reposo antes de poder encaminarse hacia Uzushio.
—Nos vemos luego, Karamaru, necesito descansar.
Al día siguiente se volvió a despertar con los rayos del sol mañanero. Le gustaba la calidez de aquella luz dorada que bañaba el risco. Para su alegría se levantó sintiéndose mejor, aunque aun le costaba caminar. Por suerte alguien había tenido la amabilidad de dejarle un viejo bastón en el cual apoyarse.
«Que bien… Justamente pensaba ir a caminar.» —Sonrió mientras se ponía de pie.
Durante las siguientes horas se dedicaría a pasear por la villa. En cada esquina no dejaba de sorprenderse de lo rápido que todo parecía haber vuelto a la normalidad. Gente yendo y viniendo, los pescadores utilizando el elevador para subir su mercancía, los vendedores de baratijas y gente martillando madera para reparar las edificaciones. Los ánimos parecían altos, y quizás fuera por eso que se escuchaba que al anochecer harían una especie de fogata donde servirían mucha comida.
«No tengo más nada que hacer…» —Admitió mientras pensaba en presentarse a aquel pequeño evento.
Ya era de noche cuando Kazuma llegó. Había mucha gente y también mucha comida. Grandes calderos y espetones cercanos a una gran fogata que iluminaba toda la plaza central. La noche tria vientos fríos desde el mar, pero en aquel sitio el ambiente era cálido. El Ishimura no pudo evitar animarse al compartir un plato de pescado, al limón con patatas, a la luz del fuego. Incluso pudo divisar al monje que parecía estar hablando plácidamente con la chica rubia. Parecía que habían hecho buenas migas. Incluso se detuvo a escuchar a un sujeto que aseguraba ser un trovador errante.
Kentoken apareció un atardecer y trajo consigo la luna.
Las sombras de mal vieron terminada su cruel fortuna.
La venganza emergió del mar oscuro.
La esperanza despertó como un bien oportuno.
Los peces negros trajeron el fuego trajeron desastre.
La fuerza y el filo no dudaron al enfrentarle.
Las serpientes de ébano huyeron a su nido con la marea.
El águila de tres almas fue darle caza antes de que amaneciera.
La maliciosa araña guardaba el oro de su pillaje.
Aplastada fue por el puño de negros vendajes.
El pez mayor era tan fiero que casi escapaba
Sus agallas fueron cortadas por la gris espada.
Inclemente la noche que atestiguo al fantasma y al guerrero en alegoría.
Honorable Kentoken que nos trajo la justicia junto a un nuevo día.
Las sombras de mal vieron terminada su cruel fortuna.
La venganza emergió del mar oscuro.
La esperanza despertó como un bien oportuno.
Los peces negros trajeron el fuego trajeron desastre.
La fuerza y el filo no dudaron al enfrentarle.
Las serpientes de ébano huyeron a su nido con la marea.
El águila de tres almas fue darle caza antes de que amaneciera.
La maliciosa araña guardaba el oro de su pillaje.
Aplastada fue por el puño de negros vendajes.
El pez mayor era tan fiero que casi escapaba
Sus agallas fueron cortadas por la gris espada.
Inclemente la noche que atestiguo al fantasma y al guerrero en alegoría.
Honorable Kentoken que nos trajo la justicia junto a un nuevo día.
Al terminar de escuchar la canción se levantó para tomar un poco de aire. Con un poco de esfuerzo logró llegar hasta el borde del acantilado, donde había una especie de santuario solitario que le llamó la atención. Una especie de ofrenda funeraria con velas blancas de un lado y velas negras del otro. Inmediatamente supo de qué se trataba.
—¿Así que también hay un poco de incienso para los piratas? —Se preguntó a sí mismo, tratando de comprender lo que veía.
—Después de muertos todos somos iguales.
—En mi familia se solía decir que la muerte es la única justicia, pues trata por igual a todos.
—No creo que los que aún vivimos tengamos que preocuparnos por eso.
—De verdad son un pueblo fuerte —en aquel instante el de ojos grises se sintió terriblemente avergonzado e infantil mientras observa hacia el oscuro mar y el estrellado cielo nocturno. Aquella era fuerza de verdad; Personas que luchaban para seguir viviendo a pesar de las tragedias, que tenían un corazón lo suficientemente fuerte como para rendir plegarias a sus terribles enemigos caídos—. Comparado con lo que ustedes demuestran, la fuerza de un ninja es algo insignificante.
—Sí, yo también lo creo. Sin embargo, también creo que fueron los sucesos de aquella noche lo que nos permitió encontrar tal fuerza.
—Gracias, Hideyoshi. Por tus palabras y por haberte devuelto a ayudarnos aun cuando no tenías tal deber para con nosotros.
—Ciertamente pude solo tomar el dinero e irme, y ciertamente ustedes pudieron largarse en cuanto la cosa se puso fea… ¿Pero qué te parece? A pesar de tener esas opciones yacemos aquí vivos y escuchando una canción sobre lo que pasó como si fuera un recuerdo lejano.
—La canción… ¿Qué significa Kentoken? —Pregunto inocente.
—Jejeje… Literalmente significa “El puño y la espada”.
Al día siguiente, Kazuma, se levantaría con los primeros rayos del alba. Se sentía lo suficientemente sano como partir. Silenciosamente tomó las ropas que le habían dado, ya que las suyas quedaron destrozada, y abandonó la enfermería. Había recogido sus cosas, y sin embargo se encontró con una bolsa desconocida. Tenía su nombre y en el interior sonaban algunas piedras. Concluyó que quizás fueran algunas medicinas, por lo que se las colgó al cinto y decidió partir.
«Es momento de hacer como un fantasma y desaparecer sin dejar rastro.»
Al menos ese era su plan; Abandonar el pueblo en medio del silencio del amanecer y partir sin molestar a nadie. Aunque puede que una figura, en cuya calva se reflejarán los rayos del sol, se le hubiera anticipado y estuviera esperándolo para despedirse. Para intercambiar buenos deseos y chocar puños quizás.