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7/09/2020, 20:03
(Última modificación: 7/09/2020, 20:22 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Daruu tuvo que sacudir la cabeza para dejar de estar ensimismado. Sí, el objetivo era informar a Kaido de todo lo que había estado pasando. Si con la historia de las Náyades se había quedado boquiabierto, para esta tendría que agarrarse del asiento.
— Lujos y detalles. No te arrepientas luego. —Daruu se encogió de hombros y soltó una risilla nerviosa—. Kurama es el Kyūbi. El bijū. Tiene un ejército, y ocho Generales, los Generales de Kurama. Shinobi poderosísimos capaces de usar el poder del Kyūbi aún sin ser jinchūriki. —Daruu sonrió y miró la reacción de Kaido—. Sigo, ¿eh?
» Hace un tiempo, una de estas Generales capturó a Ayame y revirtió el sellado del Gobi. Eso significa que el Gobi tomó su cuerpo... —trató de explicar—. Imagínate que el Gobi... que se llama Kokuō, por cierto —aclaró— , toma el control de ti como si fuera ese dichoso "Kaido Ryūto" del que me hablaste. Y tú quedas encerrado en la jaula de Kokuō. Pues eso es lo que le pasó. Kurama quiere que los bijū gobiernen. Kokuō se negó a colaborar y escapó hacia el este.
» La interceptamos en el País del Agua y gracias a la ayuda de Uzushiogakure, revertimos de nuevo el sello.
Esperó, para dar tiempo a Kaido a reaccionar ante tanta sobredosis de información. No obstante, aclaró:
» Tengo más shuriken que lanzarte...
Chiiro hinchó los mofletes y sin pensárselo dos veces le dio una patada en la espinilla a Kōri. Cualquier otra persona en esa situación hubiera comprendido que los calmantes de Kōri podrían dormir a un elefante y que el Hielo necesitaba un merecido descanso. Pero a Chiiro ni siquiera se le pasó en la cabeza eso. Ni siquiera el brazo. Estaba tan interesada en Kaido que...
— ¡Kōri-sensei! ¿Por qué está ese chico ahora con mi hermano y mi madre?
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— Lujos y detalles. No te arrepientas luego. Kurama es el Kyūbi. El bijū —respondió Daruu, cuando Kaido le preguntó por los detalles más intrínsecos—. Tiene un ejército, y ocho Generales, los Generales de Kurama. Shinobi poderosísimos capaces de usar el poder del Kyūbi aún sin ser jinchūriki. —Daruu comprobó la reacción de su compañero, antes de continuar—. Sigo, ¿eh? Hace un tiempo, una de estas Generales capturó a Ayame y revirtió el sellado del Gobi.
— La misma General que hoy estaba en el estadio —completó Zetsuo, con un peligroso siseo. Sus uñas se clavaban en sus bíceps. Daruu se lo había contado poco antes, y aún seguía sin poder creerse lo cerca que habían estado de volver a perder a Ayame, y frente a sus narices, nada menos.
— Eso significa que el Gobi tomó su cuerpo... —continuó explicando Daruu—. Imagínate que el Gobi... que se llama Kokuō, por cierto, toma el control de ti como si fuera ese dichoso "Kaido Ryūto" del que me hablaste. Y tú quedas encerrado en la jaula de Kokuō. Pues eso es lo que le pasó.
— El Gobi pasó a ser el jinchūriki, y Ayame se convirtió en el bijū sellado —aclaró el médico.
— Kurama quiere que los bijū gobiernen. Kokuō se negó a colaborar y escapó hacia el este. La interceptamos en el País del Agua y gracias a la ayuda de Uzushiogakure, revertimos de nuevo el sello.
— Y ahora resulta que se han hecho amiguitas. Cuanto más lo pienso, menos me lo creo, joder.
Pero Chiiro no era más que una chiquilla curiosa; y como tal la consideración era algo que quedaba aparte con tal de saciar su sed de conocimiento. Sin pensárselo dos veces, le asestó una patada en la espinilla a Kōri, que reaccionó con un brusco brinco y un profundo gesto de dolor. El más sincero que vería nunca en su rostro siempre imperturbable.
— ¡Kōri-sensei! ¿Por qué está ese chico ahora con mi hermano y mi madre? —insistió.
Kōri se restregó la mano por la cara, con un aspecto tan lamentable como agotado.
— A Kaido le habían lavado el cerebro —respondió, con una absoluta y nada disimulada desgana. Volvió a bostezar—. Creía ser alguien que no era en realidad... Pero... ya... ha... vuelto.
Un nuevo ronquido.
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(Última modificación: 9/09/2020, 17:13 por Umikiba Kaido. Editado 2 veces en total.)
¿Arrepentirse? ¿él? ¿el tiburón más curioso de todo Ōnindo? ¡No señor!
Aunque...
Kyūbi. El puto Kurama era el bijū más ancestral de todos, ahora queriendo conquistar el mundo entero. Kaido estuvo a punto de preguntar cómo es que una bestia con cola tan colosal e inmensa, tal y como lo relatan los libros de historia; era capaz de realizar proezas que seguramente requieren de cierto subterfugio —como la de colarse en el Estadio, por ejemplo—. y, además, sin estar sellado en nadie. Daruu no tardó en responderlo, claro, admitiendo que Kurama tiene un ejército de ocho generales, a quienes otorga parte de su poder para cumplir sus cometidos. Ahora lo entendía. Shinobi que se han sometido a la voluntad de ese puto zorro.
Kaido se sobó la sien. Intercaló la mirada entre Zetsuo y Daruu. No podía imaginar lo que tuvieron que haber pasado cuando Ayame fue capturada. El escualo también lo sintió como una especie de deja vu, teniendo en cuenta que ya habían tenido que vivir algo parecido con los Kajitsu.
—Eso significa que el Gobi tomó su cuerpo... —continuó explicando Daruu—. Imagínate que el Gobi... que se llama Kokuō, por cierto, toma el control de ti como si fuera ese dichoso "Kaido Ryūto" del que me hablaste. Y tú quedas encerrado en la jaula de Kokuō. Pues eso es lo que le pasó.
—El Gobi pasó a ser el jinchūriki, y Ayame se convirtió en el bijū sellado.
—Hostia...
—Kurama quiere que los bijū gobiernen. Kokuō se negó a colaborar y escapó hacia el este. La interceptamos en el País del Agua y gracias a la ayuda de Uzushiogakure, revertimos de nuevo el sello.
—Y ahora resulta que se han hecho amiguitas. Cuanto más lo pienso, menos me lo creo, joder.
—Oh, con que eso era, entonces —dijo Kaido, como si supiera algo acerca de la estrecha relación entre Ayame y Kokūo—. Ayame me presentó a su amiga en Coladragón —entonces Kaido arrugó la cara, puso su mejor faceta de odio a los seres vivos y dijo, con una voz gutural—. Humanos...
Luego rió. Esperaba que su impresión del Kage Bunshin de Kokūo hubiera sido acertada.
»Joder, si ya de por sí la idea de que estos bichos sean seres racionales me tiene consternado, lo hace aún más el hecho de que sean capaces de tomar sus propias decisiones. Si el bicho que habita en Ayame se negó a ayudar a Kurama, debemos suponer que los otros también pueden hacerlo? ¿Kurama habrá logrado encontrar a las otras bestias con cola? ¿pero y cómo, además? si hace tiempo que no aparece uno...
Ah, y Datsue qué. ¿También le pasó lo mismo?
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9/09/2020, 23:07
(Última modificación: 9/09/2020, 23:08 por Amedama Daruu.)
Chiiro torció el gesto. ¿Lavado el cerebro? ¿Quiere decir que le habían obligado a exiliarse? ¿Pero cómo, estando en Amegakure? ¿Alguien de dentro? Tenía muchas preguntas, y estaba claro que Kōri no iba a responderlas. La pequeña vio una oportunidad en el sueño artificial que aquellos calmantes le produjeron, y de un discreto saltito bajó de su sillón. Abrió la puerta y la cerró con delicadeza. Se acercó al vagón más cercano y se sentó en el suelo, pegando la oreja suavemente a la puerta.
El chiste de Kaido llegó a Daruu, pero Daruu no llegó al chiste. Estaba hablando de un encuentro que había supuesto algo de trauma para todos. Miró a Zetsuo. No le gustó la expresión del médico.
«Idiota, disparaste a su hija aquél día, ¿por qué se lo has tenido que recordar?»
Sea como fuere, Kaido siguió hablando. Todas eran dudas razonables, que él mismo había tenido hacía lo que parecía ya mucho tiempo.
— Sí, pero el caso de Shukaku es bastante particular. Está un poco... desequilibrado. Escucha, los bijū tienen formas de ser diferentes entre sí. Entre ellos, se llaman hermanos. Son esencialmente humanos, porque los creó uno de ellos. ¿Entiendes? Es lo que averigüe yo hablando con Kokuō en los calabozos de la Arashikage. Fue ahí cuando entre Ayame y yo fuimos entendiéndonos con ella. Aunque pasó mucho tiempo hasta que Ayame finalmente lo logró... y liberó el sello del bijū.
» Por lo que sé, un shinobi de Uzushio se encontró con el Ocho Colas en estado de libertad. Le dijo que Rikudō quería que sus hijos colaborasen con los humanos para combatir un gran mal que asolaría Oonindo. Este pensaba que el gran mal era Kurama. Y aquí estamos. Las Tres Grandes colaboran ahora contra los Generales de Kurama y confiando en los bijū que conocemos. Bueno, perdón —Daruu bufó—. Los kusareños no.
Kiroe se recostó sobre el asiento y resopló.
— No me extraña, tampoco. Después de que su jinchūriki se cargase a Kenzou y casi masacrara la aldea.
— Si, bueno, en fin. El caso es que Ayame y yo ayudamos a Datsue a matar a un General. Esos tipos están locos, y Kurama, más.
La cara de Kaido parecía un terreno de prueba de bombas.
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—Oh, con que eso era, entonces —comentó Kaido entonces, como si de repente hubiesen encajado las piezas en su cabeza—. Ayame me presentó a su amiga en Coladragón —Kaido arrugó la cara, con un gesto cargado de rencor y adoptó un tono de voz gutural—. Humanos...
Kaido se rio. Pero sus risas cayeron en saco roto. Fue respondido por un tenso y electrizante silencio. Daruu miró de reojo a Zetsuo. Y los ojos del médico destellaron peligrosamente.
—Déjate de gilipolleces, pitufo —masculló entre dientes, apretando aún más las uñas contra sus brazos.
—Joder, si ya de por sí la idea de que estos bichos sean seres racionales me tiene consternado, lo hace aún más el hecho de que sean capaces de tomar sus propias decisiones —Kaido viró hacia aguas más calmadas—. Si el bicho que habita en Ayame se negó a ayudar a Kurama, debemos suponer que los otros también pueden hacerlo? ¿Kurama habrá logrado encontrar a las otras bestias con cola? ¿pero y cómo, además? si hace tiempo que no aparece uno... Ah, y Datsue qué. ¿También le pasó lo mismo?
—Sí, pero el caso de Shukaku es bastante particular. Está un poco... desequilibrado —explicó Daruu—. Escucha, los bijū tienen formas de ser diferentes entre sí. Entre ellos, se llaman hermanos. Son esencialmente humanos, porque los creó uno de ellos. ¿Entiendes? Es lo que averigüe yo hablando con Kokuō en los calabozos de la Arashikage. Fue ahí cuando entre Ayame y yo fuimos entendiéndonos con ella. Aunque pasó mucho tiempo hasta que Ayame finalmente lo logró... y liberó el sello del bijū.
Zetsuo exhaló una buena bocanada de aire por la nariz y cerró los ojos. Seguía sin entender cómo Ayame se había atrevido a hacer algo así, a ocultárselo, y además conseguir salir viva. No entendía cómo el monstruo que sus propios ojos vieron destruir la que en aquellos instantes se llamaba la Ciudad Fantasma hubiese congeniado con su captora y, no sólo eso, que además ahora colaborase abiertamente con ella. Ellos la habían educado para ser la Guardiana del Gobi, la kunoichi que debía controlar que ese demoníaco poder quedara encerrado y bien sellado para que no pudiera volver a destruir nada más. Pero, de alguna manera, Ayame había conseguido darle la vuelta a aquel término. Una vuelta que nadie se esperaba.
—Por lo que sé, un shinobi de Uzushio se encontró con el Ocho Colas en estado de libertad. Le dijo que Rikudō quería que sus hijos colaborasen con los humanos para combatir un gran mal que asolaría Oonindo. Este pensaba que el gran mal era Kurama. Y aquí estamos. Las Tres Grandes colaboran ahora contra los Generales de Kurama y confiando en los bijū que conocemos. Bueno, perdón —Daruu bufó—. Los kusareños no.
—No me extraña, tampoco —respondió Kiroe, recostándose en el asiento con un resoplido—. Después de que su jinchūriki se cargase a Kenzou y casi masacrara la aldea.
—Parece que no todos los bijū son tan amigables como nos quiere hacer entender nuestra educada amiguita —resopló Zetsuo, mirando al techo. Alzó los dedos de una mano y comenzó a enumerar—. Tenemos al que se cree Emperador de Ōnindo, al desquiciado como el mismo Amedama ha definido, al que casi se lleva una aldea por delante y le arrancó la vida al Morikage en el proceso y la que en teoría sólo quiere vivir en paz. Joder, parece que nos ha tocado la lotería y todo —dijo, con sorna—. Ahora esperemos que el de Kusagakure no haya decidido unirse al Nueve Colas, o ya tendremos dos de los que preocuparnos. Mierda, como si no tuviésemos ya suficientes problemas.
—Si, bueno, en fin. El caso es que Ayame y yo ayudamos a Datsue a matar a un General. Esos tipos están locos, y Kurama, más —concluyó Daruu.
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Tal y como le sucede incluso al mejor humorista, que ante un público difícil, existe la posibilidad de que alguno de tantos chistes del monólogo no cuelen y generen un silencio incómodo en las gradas; en éste caso, Kaido experimentó exactamente lo mismo. Claro que lo había considerado una buena forma de romper un poco la pesadez del ambiente, pero lo que hizo fue intensificarla. Quizás era muy pronto. Tal vez, fueron momentos demasiado difíciles. Pero a él le costaba entenderlo y empatizar con lo realmente sucedido. Porque toda la información le venía tan rápido, como si estuviera leyendo un periódico.
Pronto decidió optar por un temple más serio y se esforzaría en mantenerlo durante todo el viaje.
Pero en fin, lo cierto es que su suposición no estaba tan alejada de la realidad. A diferencia de las creencias que gobernaron Ōnindo durante cientos de años, donde el folclore tenía a las bestias con colas como simples seres primitivos con un poder que probablemente escapaba de su propia comprensión; Daruu le confirmaba a Kaido uno de los peores temores que podía tener alguien que temiera a los bijū: que eran criaturas pensantes, racionales, incluso capaces de pregonar un vínculo como el de la hermandad, o de disentir del mismo, al no estar de acuerdo con los planes del Kyūbi. Humanos, en síntesis, porque nacieron a partir de uno, y cada uno con una personalidad distinta. Kokūo parecía ser la más pacifista, y Shukaku, un bastardo infeliz. Akame le había contado que ese demonio les sometía a tortuosas pesadillas y que haber muerto había sido un alivio pues eso fue lo que le permitió deshacerse del jodido tanuki. El escualo ahora lucía meditabundo, tratando de encontrar comprensión allí en donde sólo quedaba aceptar los hechos. Que siempre estuvieron equivocados. Y que, quizás, esa podía ser una de las razones por las cuales el mundo casi acabó destruido cientos de años atrás. Porque en aquél entonces, no tenían a una Aotsuki Ayame que sirviera de vínculo entre nosotros, los humanos, y las Bestias. Que Ayame y Kokūo hubiesen podido limar asperezas era una prueba fidedigna de ello.
Pero toda prueba es refutable. En este caso, la contraparte radica, para sorpresa de Kaido, en Kusagakure. Y en su Jinchuriki.
Kaido negó con la cabeza. Joder, Daruu no exageraba cuando le decía que se había perdido de mucho. ¿Kenzou muerto? entonces con razón esa mujer, la del antifaz, vestía el sombrero. Una gotita de sudor le bajó por la frente —¡había intentado matar a dos Kage en un mismo día! ¡pero en qué estaba pensando el Ryūto de mierda!—. y se recostó, nervioso, en el espaldar del asiento.
—Rikūdo, bijūs pensantes... Un jinchūriki matakages. ¿Quién era el guardián de la Hierba? no me digais que es Yota... —ese sería el colmo que derramaría un vaso demasiado lleno ya—. y claro, si, suéltamelo así, Daruu, sin vaselina. Eh tío que matamos a uno de esos Generales, somos guay. ¡Pero cómo fue, coño! ¡cómo!
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—Eikyū Juro, un muchacho enclenque por el que no habría apostado nada, la verdad —dijo Daruu, serio—. Una vez tuve un encuentro con él y honestamente tuve miedo de que le capturase un General ahí también. Ahora que lo pienso, a lo mejor es que estaba con ellos.
—Y claro, si, suéltamelo así, Daruu, sin vaselina. Eh tío que matamos a uno de esos Generales, somos guay. ¡Pero cómo fue, coño! ¡cómo!
Daruu sonrió.
—Tengo una técnica parecida a la que Akame usó para infiltrarse en el estadio —dijo, para que Kaido le entendiese—. Pero yo necesito poner una marca. Se la enseñé a Ayame.
—Omites que yo te la enseñé a ti —saltó Kiroe, orgullosa.
—Sí, sí. El caso es que Datsue tiene otra que nos permite comunicarnos cuando hay una emergencia. Nos la puso cuando hicimos las paces, por si aparecía un General. Acertó. Nosotros le habíamos dado una de estas marcas, así que nos presentamos en aquella playa...
»Por lo visto, había ido allí con Hanabi para pelear con él. Para probarle. Tiene todas las papeletas para ser el nuevo Uzukage.
«Hace tiempo pensé que eso era una auténtica locura, pero ahora...», pensó Daruu, cabizbajo.
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—Rikūdo, bijūs pensantes... Un jinchūriki matakages. ¿Quién era el guardián de la Hierba? no me digais que es Yota... —cuestionó Kaido.
—Eikyū Juro, un muchacho enclenque por el que no habría apostado nada, la verdad —respondió Daruu, serio—. Una vez tuve un encuentro con él y honestamente tuve miedo de que le capturase un General ahí también. Ahora que lo pienso, a lo mejor es que estaba con ellos.
—Nunca subestimes a nadie, Amedama —le aleccionó Zetsuo, mirándole de reojo—. A nadie. Sea un chiquillo o un enclenque, si bajas la guardia sólo conseguirás que te sorprendan de cualquier manera.
Pero Kaido estaba deseo de continuar con la historia, y no tardó en intervenir para invitar a Daruu a que siguiera hablando:
—Y claro, si, suéltamelo así, Daruu, sin vaselina. Eh tío que matamos a uno de esos Generales, somos guay. ¡Pero cómo fue, coño! ¡cómo!
—Tengo una técnica parecida a la que Akame usó para infiltrarse en el estadio —contó Daruu, a modo de introducción—. Pero yo necesito poner una marca. Se la enseñé a Ayame.
—Omites que yo te la enseñé a ti —intervino Kiroe, y Zetsuo resopló al verla inflar el pecho como un pavo real.
—Sí, sí. El caso es que Datsue tiene otra que nos permite comunicarnos cuando hay una emergencia. Nos la puso cuando hicimos las paces, por si aparecía un General. Acertó. Nosotros le habíamos dado una de estas marcas, así que nos presentamos en aquella playa... Por lo visto, había ido allí con Hanabi para pelear con él. Para probarle. Tiene todas las papeletas para ser el nuevo Uzukage.
—Joder, Amedama —le interrumpió Zetsuo, con el ceño fruncido—. ¿Crees que es prudente hablar con tanto detalle sobre vuestras habilidades? —le reprendió. Y continuó, directo y sincero como una saeta directo al verdadero núcleo—. Sé que eres tan ingenuo como para confiar al cien por cien en tu compañero aunque hace un par de días estábamos luchando por salvar nuestras vidas, ¡pero sigue siendo una maldita insensatez! ¿Qué te asegura que Umikiba Kaido sigue en contacto con Dragón Rojo y está actuando como un doble agente? ¿Estás dispuesto a cargar con ese riesgo sobre tus hombros?
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Eikyū Juro. No, no le conocía. Y se sintió aliviado de no hacerlo.
—Nunca subestimes a nadie, Amedama —le aleccionó Zetsuo, mirándole de reojo—. A nadie. Sea un chiquillo o un enclenque, si bajas la guardia sólo conseguirás que te sorprendan de cualquier manera.
«Un consejo que me hubiera venido muy bien cuando pretendía cargarme a Zaide»
Daruu continuó. Le habló de las circunstancias de aquél encuentro. Datsue y Hanabi en una playa, probándose entre sí. ¿Una pelea simbólica de sucesión tal vez?
Pensó en su reunión con Yui y de esa pelea que ella le había prometido. Si le consideraba digno, le enseñaría su técnica más poderosa. Kaido suspiró con nostalgia. Qué de tiempos aquellos. Cuando todo era más simple. Cuando su futuro era menos incierto. Ahora...
Ahora iba a tener que ganarse a Zetsuo de nuevo. Si ya había sido difícil la primera vez, no quería imaginarse qué tanto tendría que esforzarse ahora. De hecho, tal y como hablaba de él —que no lo culpaba—. dudaba incluso de que encontrar su perdón fuera siquiera posible.
—Pues enhorabuena por la técnica, Kiroe-san. Es desde luego una de las cosas más geniales que he visto nunca, y vaya que he visto cosas, sí... —dijo, volteando a ver a Daruu—. ya tú me habías hablado de la técnica hace algún tiempo. Ajá, entonces te apareciste allá con Ayame cuando Datsue os avisó. ¿Y qué os encontrasteis? ¿cómo es ver cara a cara a un General de Kurama?
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Daruu se encogió de hombros y desafió a Zetsuo con la mirada.
—Amekoro Yui también es una ingenua entonces —dijo, simplemente—. Lo siento, Zetsuo-san. Pero creo que tengo razones para confiar en él, tú no viste cómo se rompía el sello, yo sí. —Dicho esto, volvió a centrarse en la conversación, que ahora tenía como protagonistas a Kaido y a su madre.
—Pues enhorabuena por la técnica, Kiroe-san. Es desde luego una de las cosas más geniales que he visto nunca, y vaya que he visto cosas, sí...
—Muchas gracias, Kaido-kun. Espero que me cuentes toooodas esas cosas algún día. —Kiroe también desconfiaba de Kaido, claro, pero de otra manera. Más disimulada. Más paciente. Para Kiroe, Kaido era un contenedor de información valiosa, y ella era toda una kunoichi especializada en misiones de inteligencia. Mejor que el Tiburón no supiese que estaba de nuevo de servicio.
Porque si alguien debía dar caza a un traidor dentro de la aldea... esa sería Kiroe.
—Ya tú me habías hablado de la técnica hace algún tiempo. Ajá, entonces te apareciste allá con Ayame cuando Datsue os avisó. ¿Y qué os encontrasteis? ¿cómo es ver cara a cara a un General de Kurama?
Daruu se encogió de hombros.
—Lanzamos un ataque coordinado y acabamos con él de un plumazo —admitió Daruu—. Pero el chakra que emana de ellos es prácticamente el de un jinchūriki cuando utiliza todas sus habilidades. ¿Recuerdas la bijūdama que lanzó el Gobi durante el Examen de Chūnin de Uzushiogakure? Pues Ayame estaba a punto de recibir una en el estadio de esa Kuroyuki antes de que la rescatase. —A Daruu le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Luego, vio algo por el rabillo del ojo—. ¡Eh!
Chiiro estaba mirándoles con la boca abierta a través del cristal. Asustada, la niña se escabulló de nuevo hacia un lado.
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—Pues enhorabuena por la técnica, Kiroe-san —la felicitó El Tiburón.
—Muchas gracias, Kaido-kun. Espero que me cuentes toooodas esas cosas algún día —respondió ella, con una sonrisilla.
Y Zetsuo la miró de reojo. No le hacía falta ver a través de sus ojos para saber el mensaje oculto tras sus palabras. La conocía prácticamente de toda la vida; y, como tal, sabía leer a través de ella como si de un libro abierto se tratara: Kiroe, la Espía.
—Lanzamos un ataque coordinado y acabamos con él de un plumazo —siguió explicando Daruu, sobre el ataque conjunto al General—. Pero el chakra que emana de ellos es prácticamente el de un jinchūriki cuando utiliza todas sus habilidades. ¿Recuerdas la bijūdama que lanzó el Gobi durante el Examen de Chūnin de Uzushiogakure?
Como para no acordarse. Ayame había estado a punto de barrer una grada por completo sin tan siquiera ser consciente de ello.
—Pues Ayame estaba a punto de recibir una en el estadio de esa Kuroyuki antes de que la rescatase.
Zetsuo, con un prolongado suspiro, volvió a apretar las uñas contra sus brazos. Odiaba admitirlo, pero aquella era otra que le debía a Amedama Daruu. Si no hubiese sido por él, Ayame en aquellos instantes estaría muerta. Reducida a cenizas por ese monstruo.
—¡Eh!
La exclamación de Daruu le sobresaltó, y cuando volvió a levantar la mirada apenas llegó a ver una mata de pelo rojo escabulléndose. Zetsuo volvió a suspirar.
—Joder, esa mocosa es aún más entrometida que Ayame —comentó.
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—Pst —fue todo lo que pudo decir Kaido. O más bien, gesticular. La verdad es que estaba gratamente sorprendido por lo bien que les había ido a sus amigos en todas estas adversidades que se asomaban una tras otra, sin parar. Que ya hubieran podido cazar a esas ladronas de dōjutsu era de por sí una proeza notable, pero que se hubieran cepillado a uno de estos Generales era, desde luego, impresionante. Y no sólo que se lo hubieran cargado, sino de la manera en que lo hicieron. Un plumazo. Joder, él hubiera querido estar ahí. Sólo para presenciarlo. Lo cierto es que hacía mucho que no veía a Daruu ni a Ayame en acción. No desde Alquequenje. Y de alguna forma, ansiaba poder compenetrarse de nuevo con ellos y sentirse parte del equipo como en los viejos tiempos.
Kaido volteó cuando Daruu pilló a alguien fisgoneando. El escualo no sabía quién era, pero según la intervención de Zetsuo, tenía que ser alguien conocido. ¿Pero quién? Trató de pensar en alguien con el pelo rojo, pero sólo pudo acordarse de Keisuke. Y Keisuke, bueno... estaba muerto.
—¿Nuevo integrante? —indagó. Quería seguir hablando de Kuroyuki y el resto de esbirros de Kurama, pero sentía que había que amenizar un poco la conversación. Demasiada tensión.
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Daruu suspiró.
—Teníamos una misión, en el Bosque de Azur —dijo—. Después de haber acabado con las Náyades y con ese General, casi se puede decir que nos tomaron como una especie de cazadores de exiliados.
—Bueno, es lo que habéis estado haciendo, es normal que os manden misiones así —intervino Kiroe.
—Ya. —Daruu se encogió de hombros—. Bueno. Había algunos pueblos dispersos en el bosque. Unos locos exiliados de Amegakure estaban arrasándolo todo. Quizás pretendían quedarse con el territorio. Chiiro fue una de los únicos supervivientes. Todos niños. Sus padres murieron.
—Amegakure buscó un orfanato para todos los demás, pero Chiiro quiso quedarse conmigo, y la adopté.
—Ahora es mi hermana pequeña. —Daruu sonrió.
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—Hermana pequeña —repitió Kaido, emulando también la sonrisa de su compañero. No todo había sido tan malo, después de todo. Tanto Daruu como Ayame, y el resto de sus conocidos, pudieron encontrar luz entre tanta oscuridad. Perseveraron. Vencieron. Y supieron apreciar incluso las pequeñas cosas. Eso le alegraba. Eso le motivaba. A conseguir él su propia felicidad —. pues espero conocerla pronto, seguro que nos llevamos muy bien.
Umikiba Kaido se recostó en el asiento y miró por la ventana, sin decir una palabra más, admirando las vastas llanuras que iba dejando el tren atrás. Y así, como lo hacía el ferrocarril, el escualo también fue dejando en el camino sus temores. La vergüenza era ya una cosa del pasado. Por delante, tenía un buen presente al que abrazar.
Allí, incluso bajo la mirada asesina de Zetsuo, Kaido sintió paz. Una estabilidad que su corazón abandonó desde que dejó Amegakure. Ya no veía el momento de llegar. A su ansiado a hogar. Al hogar, que siempre le estuvo esperando. Al hogar, que nunca dejó de serlo.
—¿Ya le has contado a Chiiro acerca de nuestro querido amigo peludo, Hibagon?...
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
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—...querido amigo peludo, Hib...
Inmediatamente, Daruu propinó un codazo en el costado de Kaido, cortándole.
—¡Ay, lo siento, Kaido, me estaba estirando! —exclamó, tratando de evitar por todos los medios entablar la mirada con Zetsuo y Kiroe—. Cállate, no lo sabe nadie, joder, y tampoco me apetece explicarlo —susurró. ¿Quién les creería? Bueno, quizás Zetsuo sí. No sabía qué era peor.
»¿Cuánto falta para Ame? —preguntó, tratando de cambiar de tema rápidamente. Miró por la ventana. La Tempestad Eterna abrazaba el yermo, descargando implacable sobre él rayos y lluvia. De lejos, se veía el Túnel.
—No mucho. Tengo ganas de volver a casa —dijo Kiroe, levantando una ceja suspicaz.
—Yo también. Creo que todos.
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