Desde hacía ya un tiempo, más o menos desde la entrada de la Primavera en Uzushiogakure cuando los rayos de sol calentaban lo suficiente para poder estar fuera sin abrigo, Eri había decidido salir a entrenar a las Costas del Remolino. El entreno no consistía más que en correr de un lado para otro de la playa cuando el sol ya había caído, así que no se toparía con mucha gente y si se tropezaba —cosa que había hecho más de una vez—, nadie se reiría de ella.

Recordaba una vez, el segundo día para ser más exactos; que estaba corriendo a eso del mediodía cuando un infante se acercó, dispuesto a retarla a una pequeña carrera. La Uzumaki, pese a las constantes negaciones que le dedicó, al final se vio forzada a aceptar el reto, y ambos comenzaron a correr. Intentó darle ventaja, pero sus piernas estaban empeñadas en ser más ágiles que las del niño que seguramente no llegaba a los diez años, cuando, de pronto, un traicionero castillo de arena se cruzó en su camino, logrando su derrota, su bochorno y las riñas de una madre con una niña llorando por su creación de arena.

Así que su decisión seguía en pie tras dos semanas de constante entreno de un lado hacia otro de la playa.

El problema que tenía con ese entrenamiento era que, siempre, siempre, pasaba por la casa de Datsue. A veces sentía la tentación de visitarle, porque llevaba demasiado tiempo sin verle, pero todavía no sabía cómo plantarle cara tras descubrir que Uchiha Akame seguía vivo y había ido tras su búsqueda todo aquel tiempo ausente de la villa. ¿Estaría enfadado con ella? Jamás lo descubriría si no se atrevía a llamar, y, por como estaba, la pequeña Uzumaki iba a morir cual cobarde antes de pagarle una visita a su mejor amigo.

«Mejor amigo, já.»

Daba gracias todavía de poder llamarle aún así.

De nuevo, aquel día, sus pies se habían detenido delante de la casa, pero no era capaz de llamar. Quería hablar con él y ponerse al día, pero no era capaz, y no entendía muchas veces el porqué.

Suspiró, sería un día largo.

Hacía ya un largo año. Un año desde que se había mentalizado en salir a correr todos los días, desde que sus pies besaban la arena con la primera luz del sol. Había cumplido con aquella rutina intensa mucho más de lo que nadie —incluso él mismo— hubiese imaginado. Hasta tal punto que, en ciertos meses, hasta había llegado a arrastrar troncos por la arena.

Tras su combate contra Hanabi y derrotar a Bakudan, la motivación había ido a menos. A veces, dormía hasta media mañana y luego decidía estudiar fūinjutsu, o practicar Raiton. A veces, simplemente se pillaba el día libre. Otras tantas, en cambio, cumplía. Como en aquella ocasión.

Su cuerpo, no obstante, ya no soportaba el peso de antaño. Sus músculos habían ido a menos, y pese a que seguía estando en mejor tono físico de lo que hubiese soñado años atrás, a veces seguía lamentándose. Como también en aquella ocasión.

—Cago en mi puta vida. Ni veinte metros lo arrastraste, joder. Ni veinte metros.

El Uchiha, vestido únicamente con un pantalón corto, caminaba de vuelta a casa. Se había dado un chapuzón en el mar, y volvía empapado de arriba abajo. Respiraba entrecortadamente, y sentía los músculos de las piernas arder. Oh, sí, aquel día había sido un entreno intenso. Había dado hasta la última gota de su energía, pues siempre que iba a parar, se preguntaba: si la vida de mi madre dependiese de que diese un paso más o no, ¿acaso pararía aquí?

Era una vieja táctica. Y por algo había llegado a vieja: porque estaba más que comprobado que funcionaba.

«Uff… ¡Qué rico va a saber ese batidito ahora!» Se le hacía la boca agua solo de pensarlo. Datsuse, a su lado, salió disparado como una saeta. Se veía que el pobre también estaba hambriento. Y seguramente sediento también.

—Tranquilo, Datsuse, ¡tranquilo! —exclamó, risueño.

Pero no era el hambre quien movía al perro, sino la persona que aguardaba tras el portal de su vivienda. Una persona de cabello rojo y ojos tan azules como el cielo de primavera.

—¿Eri? Dioses, ¡cuánto tiempo! —exclamó, nada más reconocerla.

¿Cuánto hacía que no se veían? Si echase mano de su diario, seguramente podría calcular los días exactos. Pero, si su memoria no le fallaba… ¿Quizá en verano, cuando se había despedido de ella y Nabi antes de adentrarse en el desierto y liberar a Shukaku?

Esos eran muchos meses. Demasiados.

—¿Eri? Dioses, ¡cuánto tiempo!

Eri giró de pronto su rostro para anunciarse con un sobresalto, poniendo las manos en alto como si alguien la estuviera apuntando. Su corazón latió demasiado deprisa y lo sentía en los oídos, pero al recapacitar el ánimo de Datsue que había escuchado en su voz, se calmó momentáneamente.

—¡D-Datsue! ¡Cuánto tiempo! —exclamó ella, y la verdad era que sí había pasado demasiado tiempo. Lo veía algo más diferente que aquella última vez que se había despedido de ambos, cuando se encaminó en aquella misión que él solo tenía que hacer. ¿Era la felicidad que irradiaba? ¿Tenía únicamente que ver con Urami? ¿Qué había pasado?

No se sentía con la suficiente confianza como para preguntarle todas las cosas que se le aglomeraban en la cabeza.

—¿Cómo has estado? ¿De dónde vienes? Yo iba a ir a la playa un rato, ya sabes, a correr, tal y como me dijiste que hiciera hace mucho tiempo, ¿recuerdas? Antes de irte y eso... —soltó una pequeña risa, decayendo con su voz.

Quería que la tierra la tragase.

¿Cómo había estado? Oh, si de verdad tenía que responder a aquella pregunta, podían echarse la mañana, la tarde y la noche allí. Porque había estado… bien, mal, regular, fatal, de lujo. Seguramente por ese orden. O uno parecido.

—Pues justo vengo de darme una carrerita y un chapuzón por la playa —optó por responder, a la segunda pregunta—. Sí, sí. Lo recuerdo…

Y, pasada la sorpresa inicial, Datsue no pudo sino realizar la pregunta que de verdad importaba allí.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —soltó, a bocajarro, sin poder contenerse más—. Primero me informaron que estabas de misión pero que no podían decirme de qué se trataba. Y no quería hablarte por el sello por si estabas infiltrada. Y meses más tarde… ¡meses más tarde me entero que ya habías vuelto hacía un tiempo! Y yo sin saber nada.

Datsue parecía normal, tranquilo, viniendo de una carrera por la playa tal y como iba a hacer ella. Se iba a poder escabullir y no pasaría nada más y ambos seguirían como antes, y...

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —soltó de golpe, y ella se encogió sobre sí misma—. Primero me informaron que estabas de misión pero que no podían decirme de qué se trataba. Y no quería hablarte por el sello por si estabas infiltrada. Y meses más tarde… ¡meses más tarde me entero que ya habías vuelto hacía un tiempo! Y yo sin saber nada.

Eri agachó la mirada. En su tiempo libre había sopesado que decirle a Datsue cuando llegasen a ese punto: mentiras, verdades, alguna que otra mentirijilla con algo de verdad. Pero era inútil, sabía que tarde o temprano se iba a enterar de todo y lo estaba posponiendo demasiado.

—Después de que te fueras... Me encomendaron la misión de ir en busca de... de... —se le hizo un pequeño nudo en la garganta—. De Akame —soltó rápidamente, costándola demasiado explicarlo, sobre todo a él—. Cuando volví con las manos vacías, pensé... Pensé que os había fallado, que te había fallado, y, y no lo sé, Datsue, temí que te enfadaras conmigo por no haberlo traído de vuelta...

Apretó los puños y mordió su labio inferior aun con la cabeza gacha. Era una deshonra como ninja y como mejor amiga.

El nombre de Akame penetró sus oídos como un cuchillo al rojo vivo. Al rojo vivo, y envenenado, pues la sangre bajó de su cabeza, ardiendo, hasta el centro del pecho. Y de ahí, el corazón bombeó la ponzoña a todos sus músculos, que se contrajeron por puro reflejo.

Apenas pudo abrir la boca para farfullar con dificultad:

—Akame.

El traidor de Uzu. Antiguamente, un jōnin reputado. Antiguamente, un Guardián. Antiguamente, su Hermano. Así que eso era lo que había estado haciendo Eri todo aquel tiempo. Ahora lo entendía. El porqué nadie quería decirle nada sobre su paradero, o misión. El porqué de tanto silencio.

Tenía que habérselo imaginado.

—¿No te sorprende que nunca pidiese ir en su búsqueda, Eri? —respondió, al fin—. No lo hice porque le conozco. Como diría Daruu, Akame es una rata, Eri. Y a las ratas no se les encuentra… son ellas las que se dejan ver, cuando y dónde quieren. No estoy enfadado, ni mucho menos. Fracasaste, sí, pero como cualquiera hubiese fracasado en tu lugar —negó con la cabeza—. Lo único que se puede hacer es esperar. Esperar a que él venga a nosotros… y tener la ratonera preparada para cazarle por y para siempre.

—¿No te sorprende que nunca pidiese ir en su búsqueda, Eri?

Fue lo primero que dijo tras repetir Akame cuando ella misma lo había pronunciado. Y su pregunta la dejó pensativa. ¿La sorprendía? Sí, la verdad era que sí, porque era su hermano, pero ahora que lo mencionaba, él nunca había ido en su búsqueda.

—No lo hice porque le conozco. Como diría Daruu, Akame es una rata, Eri. Y a las ratas no se les encuentra… son ellas las que se dejan ver, cuando y dónde quieren. No estoy enfadado, ni mucho menos. Fracasaste, sí, pero como cualquiera hubiese fracasado en tu lugar.

Levantó la cabeza, llevándose una mano al brazo contrario. Todavía picaba escuchar como ella había fracasado en la misión, pero Datsue lo llevó a más: todos hubieran fracasado. Akame tenía un don para esconderse, y nada ni nadie podría encontrarle a no ser...

—Lo único que se puede hacer es esperar. Esperar a que él venga a nosotros… y tener la ratonera preparada para cazarle por y para siempre.

—Es cierto —coincidió, suspirando cansadamente—. No sé por qué, creí que tenía la oportunidad, pero Akame es... Demasiado escurridizo, ¡y no lo entiendo! ¿Qué es lo que le llevó a abandonar la aldea? ¡Arg! —pateó el aire, cabreada—. No era mi intención distanciarme, Datsue, es solo que no quería que te enfadaras conmigo, y después de lo de Nabi...

Paró en seco, estaba hablando demasiado.

Escurridizo no era la palabra, del mismo modo que él no podría decir que Aiko era bella, que guardaba rencor a su antiguo Hermano o que perder veinte ryōs en una apuesta era una putada. No, porque todas ellas se quedaban demasiado cortas. Akame no era simplemente escurridizo, porque escurridizo es aquel que, ante el peligro, se escabulle entre callejones oscuros y alcantarillas que dan a lúgubres cloacas. Akame era mucho más que eso. Akame era de los que estaban allí, y al parpadeo siguiente se encontraban en la otra punta de Ōnindo. Así de fácil, así de sencillo.

Respecto a qué le había llevado a abandonar la aldea, bueno, Datsue podía hablar toda una tarde sobre ello y no terminar. Había distintas posibilidades, claro. Distintas teorías. Pero todas compartían el mismo argumento: era un jodido traidor.

—¿Después de lo de Nabi? —repitió, frunciendo el ceño—. ¿A qué te refieres? ¿Le pasó algo? —preguntó, con cierto tono preocupado en su voz. Ahora que lo pensaba…

Ahora que lo pensaba también hacía bastante que no hablaba con él.

—¿Después de lo de Nabi? —repitió, frunciendo el ceño—. ¿A qué te refieres? ¿Le pasó algo?

—¿Qué? ¡No! No que yo sepa... —corrió a decir, aunque, ahora que lo pensaba, llevaba mucho sin ver a Nabi—. Antes de irme, bueno, él y yo... Lo dejamos, así que bueno, nosotros... Nos hemos distanciado, un poco, y él ahora se dedica a criar perros con problemas físicos... —explicó como buenamente pudo.

Se rascó la mejilla, nerviosa, sin saber bien cómo podría tomarse aquella noticia el Uchiha.

—Y no quería distanciarme de ti, aunque es lo primero que he hecho nada más llegar...

Datsue hubiese gritado, emitido un chillido de sorpresa que se hubiese escuchado en Ōnindo entero. Pero lo contuvo a tiempo, en su garganta, cerrando la boca con fuerza por temor a que se le escapase. Nabi y Eri, inseparables hasta hacía tan poco, lo habían dejado. Recordó algo que había escrito en una de sus entradas del diario, en una época en la que no creía en el amor eterno, y empezó a lamentar que no dejasen de demostrarle que tenía razón en aquello.

Primero Reiji y Sakura, y ahora Eri y Nabi.

—Pero… ¿qué pasó? Se os veía tan unidos… Bueno, si quieres comentarlo —dijo, sin querer ser demasiado intrusivo. Pero es que, por otra parte, joder, ¡eran amigos! Se suponía que para eso estaban. Para contarse esas cosas. Se dio cuenta que últimamente él hacía eso con Daruu y Ayame, y una parte de él se sintió culpable. No ya por no contarle sus penas a Nabi o Eri, sino por no haber estado para ellos durante la ruptura. Joder, si es que ni siquiera estaba enterado—. Yo tampoco quiero distanciarme de ti, Eri. Y es un defecto mío también. Maldita sea, ¡con lo fácil que lo tenemos con los sellos de comunicación!

Si es que eran un desastre. Los dos.

—Pero… ¿qué pasó? Se os veía tan unidos… Bueno, si quieres comentarlo.

No había mucho que comentar al respecto. Nabi y Eri eran personas diferentes que, al fin y al cabo, habían terminado de la mejor forma posible. Suspiró al recordarlo, a veces añoraba su despreocupación.

—Supongo que no cuajó... Y los dos acordamos que si ambos no estábamos bien, lo mejor era quedarnos así, como estábamos —explicó, pero no había muchos detalles más que añadir al asunto—. Él está feliz, dejó la placa y se dedica a los perros, yo, en cambio, entreno más a diario.

—Yo tampoco quiero distanciarme de ti, Eri. Y es un defecto mío también. Maldita sea, ¡con lo fácil que lo tenemos con los sellos de comunicación!

Volvió a encogerse de hombros, pero luego algo pequeño se accionó en la cabeza, mirando a Datsue con un brillo en los ojos.

—¡El sello! —repitió ella, entusiasta—. ¡Legaste el sello a la villa! —exclamó, tomándole por una mano—. Normal que te hayan elegido como sucesor a Hanabi-sama.

Quizá Eri se había dejado llevar por el entusiasmo, pero le había hecho ilusión poder hacer uso de la técnica que Datsue le había enseñado tiempo atrás y ahora la tenía entre sus manos, ¡no quedaba más que agradecerle!

«No cuajó…» Lo entendía. Desde su punto de vista, Eri y Nabi no podían ser más opuestos. Ella siempre había abogado por la paz, era tranquila, de buenos modales y hasta demasiado buena para su propia salud. Nabi, en cambio, era una cabra loca. Meaba en felpudos, enseñaba a Stuffy a bañar a la gente en mierda —literalmente—, y siempre había sido más beligerante. Que fuesen pareja solo significaba que el amor podía traspasar cualquier barrera. «Pero supongo que no todas… O no por mucho tiempo», pensó, con pesar.

Respecto a la técnica legada, bueno, lo cierto es que había sido una decisión lógica. Se rascó la nuca con la mano libre y se encogió de hombros.

—¡Bah! No es para tanto. Ese fūinjutsu estaba pensado para conectar personas. Hubiese sido estúpido quedármelo para mí solo, ¿no? —replicó—. Y bueno, bueno, solo soy un candidato. Ya veremos si cuando Hanabi decida apartarse lo sigo siendo. Ya me conoces. Suelo tener la mala suerte de atraer problemas.

Aunque ahora que lo pensaba, ya llevaba una buena temporada sin liar nada. ¿Más de un año, podía ser? Desde que Yubiwa se había colado en la villa llenándole la cabeza de mentiras.

—Pero, oye, ¡oye! ¿Cómo es eso que Nabi entregó la placa? No me jodas, ¿¡en serio!? —La mano que le había tomado Eri subió hasta el hombro de ella, y así también lo hizo su otra mano—. ¿Ahora que estamos como estamos? Con Akame ahí afuera, los Generales dando por culo y Kurama amenazándolo todo… ¿y entrega la placa? Joder, ¡lo necesitamos! A él y a Stuffy… ¡lo necesitamos para lo que se avecina!

¿Cómo era posible que no se hubiese enterado hasta aquel momento? ¿Cómo había estado tan ciego? ¿Cómo cojones se había distanciado tanto de ellos como para permitir semejante cosa? No supo porqué, pero sintió un nudo en la garganta.

—¡Bah! No es para tanto. Ese fūinjutsu estaba pensado para conectar personas. Hubiese sido estúpido quedármelo para mí solo, ¿no? —replicó—. Y bueno, bueno, solo soy un candidato. Ya veremos si cuando Hanabi decida apartarse lo sigo siendo. Ya me conoces. Suelo tener la mala suerte de atraer problemas.

—Lo primero, tienes toda la razón —afirmó, asintiendo—. Lo segundo es más complicado, pero seguro que después de todo, te alzarás con el sombrero, ¡yo confío en ti!

Le sacó el pulgar. Realmente creía en que el Uchiha terminaría siendo un buen Uzukage, aunque era un poco pilluelo y a veces hacía más las cosas por su corazón que por su cerebro, cuidaría de la villa.

Si no la traicionaba antes. Pero eso prefería no pensarlo.

—Pero, oye, ¡oye! ¿Cómo es eso que Nabi entregó la placa? No me jodas, ¿¡en serio!? ¿Ahora que estamos como estamos? Con Akame ahí afuera, los Generales dando por culo y Kurama amenazándolo todo… ¿y entrega la placa? Joder, ¡lo necesitamos! A él y a Stuffy… ¡lo necesitamos para lo que se avecina!

—¡Yo le dije que no lo hiciera! —replicó ella—. Pero él insistió, quería dedicarse a los perros, a entrenarlos, y después de todo, no le hacía gracia ser ninja... —admitió, apenada—. A mí me dijo que no, no pude convencerle, quizá, si hablaras con él... Solías tener más arte de convicción que yo en estos temas.

Datsue la soltó y bajó los brazos. Si pudo convencer a Reiji, ¿por qué no a Nabi? Era su amigo. Le conocía mucho mejor. Era un tío duro de pelar, eso sí. Cuando se empecinaba con algo, podía bajar la mismísima Shiona del cielo que no le haría cambiar de opinión. Y, aún así…

—Convencerle es fácil, Eri. Si sabes dónde pinchar. —Pero no lo dijo orgulloso, sino con pena—. Agh, no sé, tía. Es que… Es que pienso en cuando éramos unos críos en la academia. ¡Nuestro equipo sería conocido como el de Los Intrépidos! Del Agua a la Lluvia, nos conocerían en todo Ōnindo. Y al final… al final se desmoronó todo.

Él había tenido parte de culpa. Akame había llegado a absorberle. Su sueño intrépido se había transformado en los Hermanos del Desierto. Siempre haciendo las misiones con él. Siempre anteponiendo a aquel jodido traidor al resto. Y luego, cuando se había dado cuenta de la verdad, ya era algo tarde. Eri se iba en solitario en busca de Akame. Nabi decidía colgar la placa.

¿Desde cuando sus sueños se habían convertido en ceniza?

—No sé, lo necesitamos. Pero, más que eso, lo que de verdad me jode es no haber intentado como se merece lo que tanto nos imaginábamos cuando éramos pequeños. Y, al mismo tiempo, si tú me dices que no le agrada ser ninja… ¿De verdad debo convencerle de lo contrario, Eri? Porque, créeme, sé qué tengo que decirle para hacerlo. Pero, ¿sería un buen amigo haciéndolo? ¿O simplemente estaría siendo egoísta?

—Convencerle es fácil, Eri. Si sabes dónde pinchar. Agh, no sé, tía. Es que… Es que pienso en cuando éramos unos críos en la academia. ¡Nuestro equipo sería conocido como el de Los Intrépidos! Del Agua a la Lluvia, nos conocerían en todo Ōnindo. Y al final… al final se desmoronó todo.

Ella también se acordaba de aquello. ¡Qué tiempos! Eran críos que pensaban poder cambiar el mundo a un lugar mejor, pero ahora, tras años de trabajo, habían comprobado que todo era más complicado de lo que les pintaban —y eso ya era mucho—, Eri suspiró, sabía que Datsue podría volver a hacerle cambiar de opinión, pero, ¿sería eso lo que quería Nabi?

Ellos habían sido un equipo, pero cada uno había tomado caminos distintos, y eso era algo que no podían remediar ahora.

—Es normal, Datsue, es... —no sabía qué más decir a partir de ello, así que simplemente calló.

—No sé, lo necesitamos. Pero, más que eso, lo que de verdad me jode es no haber intentado como se merece lo que tanto nos imaginábamos cuando éramos pequeños. Y, al mismo tiempo, si tú me dices que no le agrada ser ninja… ¿De verdad debo convencerle de lo contrario, Eri? Porque, créeme, sé qué tengo que decirle para hacerlo. Pero, ¿sería un buen amigo haciéndolo? ¿O simplemente estaría siendo egoísta?

—No te eches la culpa, nosotros tampoco lo intentamos —corrió a decir. Ella era la primera en echarse la culpa de todo aquello, no había sabido mantenerse unida a ellos, y al final se había aislado una vez Nabi se fue, y con respecto a él...—. No lo sé, quizá él mismo vuelva algún día, de momento ni si quiera está en la villa, así que... —suspiró de nuevo—. Pero siempre podemos corregir los errores y continuar hacia delante.