Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Habían pasado un día desde que llegaron al Valle de los Dojos, ¿o podía ser que fueran dos? No lo recordaba con exactitud pues el viaje había sido un tanto cansado, lo suficiente para que Eri, nada más llegar a su correspondiente habitación; se echase a dormir hasta el día siguiente sin saber qué hora era cuando lo hizo.
Cuando despertó, pensó en ducharse, ponerse sus ropas más típicas y marcharse a conocer los alrededores por si acaso encontraba algún sitio donde entrenar y fortalecer sus mejores cualidades, pero algo dentro de ella parecía querer huir de las plataformas que seguramente estaban repletas de personas hambrientas de combates de entrenamiento o incluso simulaciones de lo que podía pasar de verdad, así que sus piernas, sabias; se alejaron lo más posible de aquellos lugares, con la promesa de que algún día irían por ahí para entrenar.
Pensó en su hermano y en lo que diría si la viese. Sabía que no le gustaba que combatiese o que se hiciese daño, se sentía demasiado protegida a su lado y eso la reconfortaba y la molestaba a partes iguales, ya que, después de todo, ella era una kunoichi y su labor era aprender a combatir para ayudar a otras personas cuando lo necesitasen.
Suspiró mientras se metía ambas manos en los bolsillos de su chaqueta mientras miraba las pequeñas piedras del sendero que había tomado, hasta que llegó a la entrada de un bosque.
«Si no recuerdo mal es... Hokutōmori.»
Levantó la vista y sopesó si entrar o no, le llamaba la atención pues había leído que era un lugar sagrado, donde combatir estaba prohibido. Admitía que no quería luchar, pero... Tampoco sabía si debería pasarse los días solamente de exploración.
— Una ojeada tampoco me va a matar... — Murmuró para sí misma.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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Ya llevaba en el Valle de los Dojos un par de días. La verdad es que, aunque al principio se había visto abrumada ante la sola idea de tener que vivir ella sola, se había apañado bastante bien. Si no se tenía en cuenta el accidente que había tenido con la harina cuando fue a prepararse su primer cena y el dilema al que se tuvo que someter cuando se dio cuenta de que no había encendido el agua caliente cuando ya se había metido en la ducha... todo había ido a pedir de boca.
Sin embargo, también habían ocurrido muchas cosas en muy poco tiempo. La súbita aparición de su tío, hasta ahora un completo desconocido para ella, había puesto patas arriba todo su mundo. En un gesto inconsciente, Ayame apretó el puño derecho, y las vendas que lo envolvían crujieron levemente. Necesitaba pensar. Y necesitaba un lugar relajado para hacerlo. Según había podido comprobar en el mapa que le habían dado al entrar en los dojos, al otro lado del valle donde ella se hospedaba se alzaba Hokutōmori, un pequeño bosque. Era justo lo que necesitaba, un poco de naturaleza impregnada de paz, por lo que comenzó a andar hacia allí.
El camino fue largo. Tomó el sendero desde Nishinoya, tuvo que pasar de largo varios dojos interiores y plataformas de combate, tuvo que atravesar de lado a lado Sendōshi, la capital que se encontraba en el centro; y retomar otro sendero hacia Hokutōmori.
—Jo... ya podríamos alojarnos en Kitanoya, y no en el otro extremo del mundo —se lamentó en voz alta, bajo el inclemente calor del verano.
El trayecto entero debió suponer unas dos horas. Sin embargo, y pese a su agotamiento físico y mental, debía admitir que valía enteramente la pena. Una enorme masa de árboles se alzaban como agujas contra el cielo despejado. A modo de banda sonora, se podían escuchar desde la el follaje el trino de los pájaros. Ayame avanzó rodeando el vallado que cercaba la zona. Y cuando ya comenzaba a pensar que el acceso al interior del bosque debía de estar prohibido, dio con la entrada de acceso. Un torii de color rojo se alzaba a pocos metros de su posición y a sus pies un cartel.
—Prohibido combatir —leyó en voz alta, y entonces se encogió de hombros con una sonrisa.
Después de su pequeño murmullo reparó en algo que se le había pasado por alto: ella no era la única huesped en aquel lugar, ni en el Valle de los Dojos, ni en el Torneo, ni en Hokutōmori.
A unos metros más allá de su posición se encontraba una joven que seguramente rondaría su edad, puede que más, puede que menos; ya que solo podía ver su espalda. Su cabellos eran cortos, oscuros y ondulados, incluso un divertido rizo se revelaba contra su dueña desafiando a la gravedad.
«¿Será otra concursante? Tiene sentido... No dejaban entrar a más personas que no fueran participantes...»
Su lógica parecía haber ganado en su cabeza, y mientras intentaba descifrar si era de Kusagakure o de Amegakure —Uzushiogakure estaba descartadísimo— se acercaba tranquilamente hacia la entrada del bosque.
«Bueno, esos colores... Parece más de Ame, ¿no? Agua... Azul... Aunque bueno, yo visto de azul y soy Yuki, y vivo en Uzushio...»
Y la curiosidad terminó por revelar su posición que ya bien revelada se encontraba.
—Hola. — Saludó mientras se ponía a su derecha y levantaba su diestra a modo de complemento, con una pequeña sonrisa. — No sé muy bien qué decir para saludar y presentarme sin sonar típica... Así que... ¿Te apetece dar un paseo por Hokutōmori?
Así, tal cual.
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Pero antes de que pudiera poner siquiera un pie dentro del bosque, una voz aguda y femenina la sobresaltó:
—Hola.
Ayame se volvió con un brinco. La chica se encontraba justo a su derecha. ¿Cómo era posible que no la hubiera visto hasta entonces? ¿Tan distraída estaba?
«Jo... otra chica guapísima.» Se lamentó, profundamente acomplejada. La chica en cuestión parecía más joven que ella, si tenía en cuenta su baja estatura y el gesto infantil de su rostro. Aunque, para ser tan joven, la verdad era que estaba bastante desarrollada en cuanto a pecho se refería. Sin embargo, lo más curioso de ella eran el color de sus ojos y sus cabellos: de un intenso y llamativo magenta que era imposible pasar desapercibido. A juzgar por la bandana que llevaba sobre la cabeza, y el símbolo de esta, era una kunoichi de Uzushiogakure.
—Hola —correspondió, con una sonrisa afable.
—No sé muy bien qué decir para saludar y presentarme sin sonar típica... Así que... ¿Te apetece dar un paseo por Hokutōmori?
Ayame parpadeó un par de veces, francamente sorprendida ante lo directo de la propuesta. Sin embargo, enseguida se repuso y agitó la cabeza.
—Claro. Aunque antes me gustaría saber el nombre de mi repentina acompañante —se rio, y después se llevó una mano al pecho—. Yo soy Aotsuki Ayame, genin de Amegakure.
La joven de oscuros y castaños ojos la encaró, aunque más bien parecía haberse asustado de la repentina aparición de la joven del Remolino.
—Claro. Aunque antes me gustaría saber el nombre de mi repentina acompañante. Yo soy Aotsuki Ayame, genin de Amegakure.
Parpadeó varias veces, había acertado con lo de que era genin, y por suerte, también había acertado en lo de Amegakure. «Dos de dos.»
— Perdón mis modales, Aotsuki-san, tenía miedo de no poder entablar una conversación como es debido. — Se disculpó la joven mientras hacía una leve reverencia. — Mi nombre es Furukawa Eri, soy una genin de Uzushiogakure, mucho gusto.
Algo en su cabeza, sin embargo; se accionó al pronunciar aquel apellido. ¿Acaso no...?
— ¿Aotsuki Ayame? Un momento, ¡Eres Aotsuki Ayame! ¡Nabi me habló de ti! — Exclamó iluminando el rostro. — ¡Tu hermano es famoso!
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La muchacha parpadeó varias veces, aparentemente confundida ante las palabras de Ayame. Sin embargo, enseguida se recompuso e inclinó su cuerpo en una ligera reverencia.
— Perdón mis modales, Aotsuki-san, tenía miedo de no poder entablar una conversación como es debido. Mi nombre es Furukawa Eri, soy una genin de Uzushiogakure, mucho gusto.
—¡Encantada, Eri-san! —Sonriente, Ayame levantó ambas manos, mostrándole las palmas—. Ah, pero no es necesario tantos formalismos, con Ayame-san es más suficiente.
Sin embargo, Eri no parecía estar escuchándola. De repente se le iluminaron los ojos, como si acabara de acordarse de algo.
— ¿Aotsuki Ayame? Un momento, ¡Eres Aotsuki Ayame! ¡Nabi me habló de ti! —exclamó.
Ayame ladeó la cabeza, interrogante.
—¿Nabi...? —El nombre le sonaba de algo, no podía negarlo, pero no era capaz de terminar
de ubicarlo entre sus recuerdos.
—¡Tu hermano es famoso!
Y aquella última frase fue la gota que colmó el vaso de la confusión de Ayame. Como si le hubieses asestado un martillazo, la muchacha sacudió la cabeza, profundamente aturdida.
No podía ser. Aquello debía de ser un error. Le era completamente imposible imaginar a alguien menos cualificado que su hermano para ostentar algún tipo de fama. Y no porque fuera un inútil, más bien todo lo contrario, pero aquella frialdad suya, aquella inexistencia de cualquier tipo de expresión en su rostro, aquel rechazo a casi cualquier tipo de relación social... No. Era completamente imposible...
—¡Encantada, Eri-san! —Sonriente, Ayame levantó ambas manos, mostrándole las palmas—. Ah, pero no es necesario tantos formalismos, con Ayame-san es más suficiente.
— ¡Oh, claro Ayame-san! — Exclamó ella sonriente.
Sin embargo lo próximo que la joven de cabellos púrpura dijo dejó perpleja a la de Amegakure, o eso parecía por su semblante confuso que incrementaba con cada palabra que Eri soltaba por su boca.
— ¡Sí! Sale en los anuncios de Mercakunoichi, aunque no me gusta mucho sus productos, suele salir en cada ronda de anuncios en la televisión. — Afirmó ella asintiendo enérgicamente. — ¿Es que no os lo ha dicho? Claro, al ser famoso puede que se lo tenga callado... Las fans... Las fans... — Asintió de forma tranquila esta vez, con los ojos cerrados y los brazos cruzados.
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— ¡Sí! Sale en los anuncios de Mercakunoichi, aunque no me gusta mucho sus productos, suele salir en cada ronda de anuncios en la televisión —Afirmó ella asintiendo enérgicamente.
Pero Ayame seguía con los ojos abiertos como platos. Conocía Merkakunoichi, después de todo era una famosa franquicia de mercados distribuida por todo el mundo. Ella no veía la tele a menudo, pero no recordaba haber visto ningún anuncio en el que saliera su hermano, y dudaba que algo así hubiera pasado desapercibido tanto a su padre como a ella misma.
—¿Es que no os lo ha dicho? Claro, al ser famoso puede que se lo tenga callado... Las fans... Las fans... —Eri volvió a asentir, de forma tranquila esta vez, con los ojos cerrados y los brazos cruzados.
—Eh... Bueno será mejor que sigamos hablando de esto dentro. Ahora mismo estamos un poco en el medio...
Ayame sacudió la cabeza, aún profundamente confundida, y se adentró en Hokutōmori pasando por debajo del imponente torii carmesí. El cántico de los pájaros y la frondosidad de los árboles, que se daban la mano por encima de sus cabezas, las recibió con cordialidad. Se respiraba paz y tranquilidad en aquel ambiente alejado de cualquier tipo de violencia, justo lo que Ayame venía buscando... hasta que se había cruzado con algo totalmente inesperado.
—Esto... ¿Y estás segura de que se trata de mi hermano? ¿Podrías describirme cómo es ese actor del que hablas? Me sigue pareciendo del todo inverosímil que pueda ser él... —añadió, con una gota de sudor frío perlando su frente.
Kōri presentando un anuncio... ¡Es que ni siquiera era capaz de imaginarlo!
29/06/2017, 23:02 (Última modificación: 29/06/2017, 23:03 por Uzumaki Eri.)
—Eh... Bueno será mejor que sigamos hablando de esto dentro. Ahora mismo estamos un poco en el medio...
— Uy, es cierto, a veces cuando me pongo a hablar no paro ni me doy cuenta de lo que pasa. — Alegó la joven mientras se rascaba la nuca y echaba a andar.
Ambas pasaron el gran torii carmesí y Eri miró a sus alrededores con entusiasmo, le recordaba en parte a cuando paseaba por el Jardín de los Cerezos estando en Uzushiogakure, sin embargo ahí había algo que ni en el Jardín ni en cualquier bosque que hubiera visitado había: paz.
Respiró profundamente el aroma que allí reinaba hasta que el tema que ella misma había sacado con anterioridad.
—Esto... ¿Y estás segura de que se trata de mi hermano? ¿Podrías describirme cómo es ese actor del que hablas? Me sigue pareciendo del todo inverosímil que pueda ser él...
— Pues no sé su altura pues solo lo he visto en la televisión o en los carteles... ¡Están por todos lados! — Exageraba ella recordando que en cada pared del centro de su villa había por lo menos dos carteles con el actor. — Pero tiene el pelo claro, blanco me atrevería a decir aunque no sé si será por la calidad de las fotos y el vídeo o porque de verdad tiene el pelo blanco...
»Claro, que qué puedo decir yo sobre colores e cabello extraños.
Y soltó una pequeña risa mientras torcía la cabeza un poco.
— Siempre le mandan vestirse con colores fríos, y su cara no es muy expresiva, tiene los ojos claros, azules creo. — Asintió mientras se giraba a mirar a Ayame. — Y una extraña marca o tatuaje bajo su ojo.
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— Pues no sé su altura pues solo lo he visto en la televisión o en los carteles... ¡Están por todos lados! —exclamó ella en respuesta, y Ayame volvió a torcer el gesto—. Pero tiene el pelo claro, blanco me atrevería a decir aunque no sé si será por la calidad de las fotos y el vídeo o porque de verdad tiene el pelo blanco... Claro, que qué puedo decir yo sobre colores e cabello extraños.
Eri soltó una risilla, pero Ayame estaba pálida como la cera.
— Siempre le mandan vestirse con colores fríos, y su cara no es muy expresiva, tiene los ojos claros, azules creo —continuó parloteando—. Y una extraña marca o tatuaje bajo su ojo.
—Debe... debe ser una coincidencia... —balbuceó, insegura de repente. La descripción era calcada, eso no podía negarlo. Pero Ayame jamás había visto esos carteles de los que hablaba Eri en Amegakure, y no se podía decir que en su aldea hubiese pocos carteles, precisamente. ¿Y qué sentido tenía que su hermano trabajara como actor para otra aldea que estaba tan lejos de su hogar? Sacudió la cabeza, tratando de desprenderse de aquel aturdimiento—. No tiene ningún sentido —sentenció, con mayor firmeza—. Debes estar confundiéndote. Mi hermano es jonin y además el sensei de nuestro grupo. No hay manera ni modo de que se dedique a hacer anuncios tan lejos de casa. Y no es algo propio de él, la verdad...
Distraída, Ayame le dio una patada a una piedra que se había puesto en su camino. Esta, tras botar un par de veces, rodó sobre sí misma, se desvió del camino y terminó por chocar contra un barril puesto en el borde del camino. Y cuando la kunoichi alzó la mirada pegó un brinco al descubrir una cara terrorífica asomando por encima...
No. No había mirado bien.
Sólo era una calabaza con una cara terrorífica tallada en ella. Las paredes del barril rezaban lo siguiente:
Fue la contestación que le dio Ayame, con el rostro pálido e inseguro, quizás porque no sabía sobre aquella faceta oculta de su hermano o simplemente porque había una posibilidad de que ella se estuviese equivocando de persona, ya que, al no conocer en persona al hermano de Ayame ni haberle visto nunca; podía estar asegurando que era él cuando era otro rostro parecido al de su hermano.
Por lo que solo pudo encojerse de hombros ante las palabras de la Amenia.
— No tiene ningún sentido.
— Bueno... No lo sé, es tu hermano. — Mencionó ella aún con los hombros encogidos mientras metía su mano izquierda en el bolsillo.
— Debes estar confundiéndote. Mi hermano es jonin y además el sensei de nuestro grupo. No hay manera ni modo de que se dedique a hacer anuncios tan lejos de casa. Y no es algo propio de él, la verdad...
— ¡Quizá me esté equivocando! Así que no te preocupes, puede ser sólamente una coincidencia, como si ahora mismo yo me encontrase a una persona casi igual que yo, ¡con el mismo color de pelo que el mío! — Aquellas palabras eran más de ánimo que de otra cosa, pues el tono del rostro de la chica de la Lluvia no parecía muy sano —y eso que vivían en un lugar donde nunca salía el sol— así que sonrió y eso fue lo que dijo, esperando que sonasen lo suficientemente convincentes para que relegasen a otro tema no tan delicado para ella.
Sin embargo, distraída como su compañera y con la vista fija en el camino que tenían delante, no reparó en lo que encontrarían justamente a poca distancia de su posición...
— ¡Aaaah! — Exclamó la joven cuando se encontró cara a cara con una calabaza, con una cara tan terrorífica que ni en sus peores pesadillas había imaginado de lo escalofriante que era. Tan asustada se había quedado que había caído al suelo sobre su trasero.
Y es que no se esperaba encontrarse aquello en un sitio tan tranquilo y lleno de paz como era aquel lugar...
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Ante la visión de la tétrica calabaza, Eri soltó un chillido y se cayó al suelo de culo. Ayame se apresuró a ayudarla a reincorporarse.
—Ey, ¿estás bien? Menudo susto más tonto... —se atrevió a reír.
La verdad es que la forma en la que habían tallado la calabaza era verdaderamente siniestra, con aquellos ojos triangulares y esa afilada sonrisa surcada de dientes recorriendo toda su longitud; pero a Eri parecía haberle afectado especialmente.
Estaba claro que, fuera quien fuera el propietario de aquella parcela de tierra, de verdad no quería visitantes.
—Por cierto, ¿quién es ese Nabi que te ha contado lo de que mi hermano es supuestamente un actor? —le preguntó, en un intento de apartar la atención sobre las calabazas y calmar el ánimo de la kunoichi de Uzushiogakure—. Me suena el nombre, pero no termino de caer... Y él debe conocerme, o conocer a mi hermano, si ha dicho eso.
Parpadeó varias veces, las suficientes para darse cuenta de la vergüenza que iba a pasar en los próximos segundos, pues su trasero estaba en el suelo y su cara seguramente se encontraría pálida tras ver aquel rostro tallado en la calabaza.
Pero es que era demasiado tétrica, si eso podía justificarla.
—Ey, ¿estás bien? Menudo susto más tonto...
— Sí, sí, gracias Ayame-san. — Se apresuró a decir ella mientras se dejaba ayudar. — Perdona, es que al ver la calabaza ahí... Con, bueno, la cara... Esto... Pues me he asustado... Mucho. — Intentó explicar, sin embargo las palabras no acudían bien a sus labios. — Creo que hace bien su trabajo de ahuyentar a la gente. — Alegó con una sonrisilla nerviosa mientras se apartaba de la hortaliza.
—Por cierto, ¿quién es ese Nabi que te ha contado lo de que mi hermano es supuestamente un actor? Me suena el nombre, pero no termino de caer... Y él debe conocerme, o conocer a mi hermano, si ha dicho eso.
— Oh, ¡Nabi-kun! — Exclamó la chica, obviando lo pasado con anterioridad para centrarse en describir a su compañero de profesión. — Él me dijo que se encontró contigo y después apareció tu hermano. — Afirmó ella mientras asentía. — Es un chico de cabellos rubios y muy desordenados, sus ojos son de color caramelo, ni grandes ni pequeños, viste usualmente con una camiseta negra y pantalones claros... — Mientras lo describía, sus ojos se paseaban por los árboles que rodeaban a ambas kunoichis, tratando de recordar cada detalle del chico. — Es un genin de Uzushiogakure, lleva usualmente una kodachi y... Pues no sé, es un buen chico, agradable y majo, supongo.
...Al menos con ella lo era.
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—Oh, ¡Nabi-kun! —respondió Eri, con una exclamación—. Él me dijo que se encontró contigo y después apareció tu hermano — Afirmó ella mientras asentía, y Ayame no pudo evitar alzar una ceja—. Es un chico de cabellos rubios y muy desordenados, sus ojos son de color caramelo, ni grandes ni pequeños, viste usualmente con una camiseta negra y pantalones claros... Es un genin de Uzushiogakure, lleva usualmente una kodachi y... Pues no sé, es un buen chico, agradable y majo, supongo.
Ayame se llevó una mano al mentón, pensativa.
—Un ninja de Uzushiogakure, rubio y con el pelo revuelto... —meditó en voz alta. No había conocido a muchos shinobi del Remolino, así que sólo tenía que ir descartando de su mente. Y aún así le llevó varios segundos—. ¡Ah! ¡Creo que ya sé quién es! ¡El chico que casi se lo comen los cocodrilos! —exclamó, golpeando el puño derecho contra la palma de su otra mano. No recordaba cómo vestía el día que le había visto en el Puente Kannabi, pero el resto de la descripción encajaba a la perfección. De no ser por...—. Pero... él me dijo que se llamaba Senpu, o algo así. No Nabi... —murmuró, ladeando ligeramente la cabeza.
Observó con detenimiento como Ayame se quedaba pensativa, con la mano sujetándose el mentón como si aquello, como todas las personas que lo hacían —incluida ella misma—; fuese a ayudar a urgar en su mente hasta encontrar el recuerdo donde se escondía esa información.
— ¡Ah! ¡Creo que ya sé quién es! ¡El chico que casi se lo comen los cocodrilos!
— ¡Sí es- — Pausa. — ¿Qué?
Parpadeó varias veces mientras asimilaba lo que la joven Amenia acababa de decir, ¿cocodrilos? ¿Casi fue comido por cocodrilos? Eso... Eso no lo sabía ella.
— Pero... él me dijo que se llamaba Senpu, o algo así. No Nabi...
— Que yo sepa su nombre siempre fue Senju Nabi. — Respondió la joven de forma automática pues su cabeza todavía seguía rondando la palabra cocodrilos, cocodrilos... — ¿Qué ocurrió con los cocodrilos? ¿Tu también fuiste atacada por ellos? — Preguntó frunciendo levemente el ceño, claramente interesada por el tema.
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