Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Tras ver todo lo que ocurría ante sus ojos desde una posición un tanto lejana por si acaso olía peligro, la kunoichi solo podía pegar brincos y subir sus patas delanteras a sus ojos, sin saber muy bien qué hacer. Hasta que el hombre del sombrero volvió a aparecer.
Justo cuando vio que Ayame volvía a su forma normal.
Ambos mantuvieron lo que parecía ser una conversación, y la kunoichi transformada, mientras; intentó seguir oculta lo máximo posible, siempre intentando mantener una corta distancia con la Amenia.
«¿Arisu? ¿No se llamaba Ayame? Se estará confundiendo... ¿O se conocen? No lo parece...»
Todavía no quería volver a su forma original ya que ella seguía oculta, sin embargo tampoco quería quedarse así por siempre y si la situación lo requería volvería a su estado normal y ayudaría a Ayame... Aunque ese hombre daba muy mala espina.
¿En qué hora Hokutoomori se había convertido en un lugar lleno de cosas extrañas?
Cuando Ayame se vio obligada a sentarse sobre la manta donde el hombre del sombrero extraño tenía su particular fiesta, y cuando Eri vio eso acudió, no sabía si por intentar ayudar o porque no se le ocurría otra cosa; al regazo de Ayame de un salto.
Con sus patas delanteras se apoyó en el pecho de la joven, mirándola a los ojos con el morro ligeramente fruncido. ¡Era hora de irse!
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29/08/2017, 11:37 (Última modificación: 5/09/2017, 13:00 por Aotsuki Ayame.)
Pero antes de que pudiera siquiera responder, un movimiento entre las hierbas la alertó. Para su completo alivio, se trataba de Eri, quien, aún transformada en conejo, se acercó a ella a toda velocidad y se subió a su regazo de un salto. La kunoichi apoyó las patas delanteras en su pecho y clavó en ella sus ojos grandes y de aquel extraño color magenta. Ayame torció ligeramente el gesto al verla arrugar el morro.
«Ya lo sé.»
Movió los labios, pero sus ojos, angustiados, se dirigieron hacia el hombre del sombrero que estudiaba la escena con una sonrisa.
—¡Vaya, así que ese lindo conejito es tuyo! Tienes una verdadera obsesión con esos animales, Arisu-chan... —pronunció, mientras servía té en una taza diminuta y la dejaba frente a ambas. Aparentemente, era para Eri.
Fue entonces cuando se le ocurrió una idea. Claro que era debían marcharse con la mayor urgencia posible, lo tenía tan claro como el agua. Pero también era consciente de que sería muy difícil encontrar un animal tan pequeño en un área tan grande sin la menor ayuda. Por eso, dirigió una breve mirada a Eri por el rabillo del ojo y después se volvió hacia el hombre.
—Esto... Bōshi-san...
—"-sama" —le corrigió él, y Ayame chasqueó la lengua.
—Bōshi-sama... Por casualidad no habrá visto por aquí un conejo blanco, ¿verdad?
Bōshi la miró por encima del borde de su taza.
—¿Pero aún estás con esas, Arisu-chan? ¿No te vale con ese? —preguntó, señalando directamente a Eri con uno de sus largos dedos.
—Pero es que... tengo que encontrarlo... ¡Es urgente!
—¡Oh, vamos! ¡Estamos en mi fiesta de No-Cumpleaños! ¿Qué hay más urgente que eso? —protestó, con un mohín, y agitó la mano en su dirección—. Así que nada de preguntas hasta que te acabes tu taza de té. Ya sabes lo que dicen: reír durante el día te hace dormir mejor por la noche.
«Qué raro... todo esto se me antoja familiar...» Pensó Ayame, torciendo ligeramente el gesto.
Pero parecía que el Sombrerero se rehúsaba a dejarla marchar y a contestar a sus preguntas sin beber de su té, por lo que, tras lanzar una breve mirada de disculpa a Eri, alzó su taza y le dio un sorbo.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. ¿Pero qué demonios hacía Ayame? ¡Habían quedado en encontrar al conejo y dárselo a la niña! ¡No a tomar té con unos desconocidos y... Locos!
Y aquello fue corroborado por la taza de té que había dejado justo enfrente de ambas, seguramente para su yo transformado en conejo. ¿A quién se le ocurría ofrecer té a un conejo? Bueno, también había una liebre implicada en todo este asunto...
Esto se estaba volviendo cada vez más surrealista.
—Bōshi-sama... Por casualidad no habrá visto por aquí un conejo blanco, ¿verdad?
«¡Le está preguntando a él!»
Levantó las orejas al escuchar como la kunoichi de la Lluvia mencionaba al conejo que buscaban, y luego miró con sus ojos grandes y con un tono morado al hombre del sobrero extraño. Quién pareció evadir el tema.
Frunció el hocico y volvió a mirar a Ayame, aunque ya comenzaba a relajarse ya que, mientras ella estaba transformada en un conejo, la joven estaba haciendo todo el trabajo de búsqueda. ¿Qué hacer? ¿Volverse humana como ella? Sin embargo no le dio más tiempo para pensar, pues Ayame parecía haber llegado a una conclusión que no le gustaba a la chica en absoluto.
Beber del té de aquel desconocido.
«¿¡Y... Y si es veneno!?»
Pero antes de poder reaccionar de acuerdo a sus pensamientos, la chica ya había bebido de aquella taza, alegando que el contenido estaba bien...
¿Y si le pasaba algo?
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Ayame volvió a pegar otro sorbo a su té. El sabor, dulzón y con una cierta fragancia a flores, inundó sus sentidos y, durante unos instantes, pestañeó y entrecerró los ojos, con la cabeza ligeramente embotada. La sacudió ligeramente y volvió a clavar su mirada en los ojos del sombrerero.
El hombre, aún con aquella sonrisa en sus labios, ladeó ligeramente la cabeza. Junto a él, la liebre pegó varios brincos hasta la posición de Eri y acercó la cabeza a ella, tratando de olisquearla.
—Esa insistencia es de mala educación, Arisu-chan —le reprendió, meloso como un padre que regaña a su hija pequeña por una travesura que ha realizado—. ¿Por qué no esperamos hasta después de la fiesta, eh? Aún queda la tarta...
Ayame respiró hondo.
—Sí... es cierto. Lo siento mucho, Bōshi-sama —respondió, y su voz tenía un extraño tinte calmado y apaciguado.
De repente parecía haber perdido todo interés por cualquier conejo. Con calma y parsimonia cogió una pasta y la mojó en el té para después llevársela a la boca.
De improviso, el sombrerero se levantó y con sus largas piernas rodeó el mantel del picnic para situarse junto a ellas.
—¿Pero qué es una buena fiesta sin música? ¡Será mejor que bailemos! —exclamó, extendiendo hacia Ayame una de sus manos.
Y ella, sin tan siquiera pensárselo dos veces, alzó su propia mano...
9/09/2017, 13:06 (Última modificación: 9/09/2017, 13:06 por Uzumaki Eri.)
Cuando Ayame volvió a insistir, la joven convertida en conejo solo pudo pegar un pequeño suspiro, parecía que el té no estaba envenenado, aunque si lo hubiera estado toda la culpa hubiera recaído en ella por no haber protegido a la Amenia, ¿cómo protegerla? ¡Habiéndola cogido y huyendo por patas, así debería haberlo hecho!
Sin embargo la liebre que acompañaba al extraño hombre del sombrero aún más extravagante se acercó a ella para comenzar a olisquearla. ¡Cómo se atrevía! Frunció el hocico y pegó un brinco hacia el costado de Ayame, dando la vuelta para quedar refugiada tras ella, esperando que aquel animal no la siguiese o si no tendría que volver a su forma humana.
Y donde estaban comenzaba a dudar si era o no lo correcto.
—Esa insistencia es de mala educación, Arisu-chan. ¿Por qué no esperamos hasta después de la fiesta, eh? Aún queda la tarta...
—Sí... es cierto. Lo siento mucho, Bōshi-sama.
«¿¡Qué!? ¡No, no! Ayame, no, ¡tenemos que seguir! ¡Se lo prometimos a la niña!»
—¿Pero qué es una buena fiesta sin música? ¡Será mejor que bailemos!
Y lo peor fue que Ayame aceptó gustosa, tomando la mano del sombrerero. Eri ya no sabía qué hacer, estaba desesperada, así que cuando su protección se vio alejada del suelo ella no le quedó alternativa que...
Cuando se vio oculta en la maleza...
Plof
Una joven de estatura pequeña y extraños cabellos violáceos salió de entre una efímera nube de humo, luego se incorporó rápidamente y se acercó a la posición de la kunoichi de la lluvia con un montón de palabras de reproche, sin embargo cuando estuvo lo suficientemente cerca de ellos, el corazón se le paró, y sus palabras se vieron sepultadas bajo su garganta, sin querer salir.
«Mierda.»
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Bōshi tiró gentilmente de Ayame para hacerla levantarse y ella, como si hubiera olvidado por completo por qué estaba allí, siguió sus pasos con una extraña docilidad. La liebre, insistente, intentó volver con Eri, pero el conejo estalló en una súbita nube de humo y el animal salió literalmente por patas a refugiarse entre las piernas de Bōshi.
—¿Mmmh? ¿Qué ocurre?
Eri había vuelto a su forma original ante los estupefactos ojos de Bōshi y los apáticos de Ayame. La muchacha, erguida sobre sus propias piernas, se acercó a todo correr hacia Ayame, quien le dirigió una profunda mirada interrogante. Sin embargo, las palabras parecieron morir en la garganta de la muchacha, porque se vio incapaz de pronunciar palabra.
—¡Oh! ¡Así que has traído a una amiga, Arisu-chan! ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¡No hay tiempo que perder entre té y té! ¡Bebamos!
Y, con un salto de alegría, el hombre del sombrero soltó a Ayame, que se mantuvo imperturbable como una muñeca sin vida en su sitio, agarró a Eri por la muñeca y le puso una nueva taza de té entre las manos.
]—¡Oh! ¡Así que has traído a una amiga, Arisu-chan! ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¡No hay tiempo que perder entre té y té! ¡Bebamos!
Eri se sintió muy extraña, ¿qué le acababa de pasar? ¿Por qué no había podido decirle a Ayame que había que irse? Su cabeza definitivamente comenzaba a fallarle, y eso en momentos así no era precisamente una buena señal. Por ello y después del silencio de Ayame y de la joven, Eri fue tomada de la muñeca y fue presa del sombrerero, quien posó una taza de té entre sus pequeñas manos.
¿Y si pegaba un trago y ya estaba? Podían terminarse el té e irse a completar su tarea... ¿No? Y así el hombre estaría feliz de una vez por todas.
—¡Vamos, bebe, muchachita! ¿Cuál es tu nombre?
—Gracias, señor... —murmuró mirando de forma curiosa la taza de té que tenía entre sus manos —. Me llamo Eri.
Y luego pegó un pequeño sorbo.
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Y cuando Eri se llevó la taza a los labios y pegó el primer sorbo, la sonrisa del Sombrerero no pudo menos que alargarse aún más.
El efecto fue casi inmediato. La genin de Uzushiogakure sintió una extraña paz interior, una calma que en pocas ocasiones había experimentado. Pero, más allá de eso, un extraño zumbido en la cabeza, un profundo aturdimiento. Todo daba vueltas a su alrededor y de repente se vio en la necesidad de obedecer cualquier petición u orden dada por Bōshi...
—¿Eri? ¡No, no me gusta Eri!
Tras ellos, Ayame se tambaleó repentinamente, sacudió la cabeza y se llevó una mano a la sien con gesto dolorido.
—¡Ya sé! Tú serás... la Reina de Corazones —añadió, y se acercó a un arbusto cercano, del cual tomó una rosa roja y la colocó entre sus cabellos, por detrás de su oreja—. ¡Perfecto! Pero siga bebiendo, mi reina, hasta la última gota.
Entre largas zancadas, dignas de un flamenco, el hombre se colocó a las espaldas de Eri, apoyó sus manos de largos dedos sobre sus hombros y señaló con el índice hacia Ayame.
—Ay, nuestra pobre Arisu... Cuántas veces la he intentado apartar de su camino, mi Reina... Pero ella insiste en querer robaros a vuestro conejo blanco. Cuánto me temo que las oportunidades se han acabado ya, el juicio está sentenciado y...
»¿Cuál es la condena, Reina de Corazones?
Y la sonrisa de Bōshi se ensanchó hasta casi alcanzar sus orejas...
Nada más tomó un poco de aquel extraño y dulce té, la joven sintió como una extraña y apacible tranquilidad recorría su cuerpo hasta encontrarse con cada parte de su pequeño cuerpo. Parecía estar sobre una esponjosa y suave nube, como si nada ni nadie pudiese perturbarla en aquel momento, ningún pensamiento ni ninguna obligación... Sin embargo algo había dentro de su cabeza, algo que la aturdía y hacía que todo diese vueltas, pero no le importaba, se sentía tranquila...
...En paz.
—¿Eri? ¡No, no me gusta Eri!
Y la chica frunció el ceño, Eri era un nombre horrendo, es verdad, ¡ella no quería llamarse Eri!
—¡Ya sé! Tú serás... la Reina de Corazones. ¡Perfecto! Pero siga bebiendo, mi reina, hasta la última gota.
—Reina de corazones... —musitó la joven mientras se llevaba de nuevo la taza de té a sus labios para dar otro corto sorbo, dejando la mitad aún en la taza —. Me gusta ese nombre...
Con la rosa entre sus cabellos y el sombrerero detrás de ella, solo sabía medio tararear una nana en un tono apenas audible, con la taza entre sus dedos y los ojos entrecerrados. El hombre, sin embargo, no parecía tener el mismo aturdimiento que ella... Aunque eso a Eri le daba igual.
—Ay, nuestra pobre Arisu... Cuántas veces la he intentado apartar de su camino, mi Reina... Pero ella insiste en querer robaros a vuestro conejo blanco. Cuánto me temo que las oportunidades se han acabado ya, el juicio está sentenciado y...
»¿Cuál es la condena, Reina de Corazones?
—¿Mi conejo...? ¡Mi conejo blanco! —exclamó abriendo los ojos, inmediatamente después frunció el ceño y miró a Ayame —. ¿Y mi conejo blanco? ¡No está! ¡Lo necesito! —exigió levantando su mano izquierda, señalando a Ayame de forma acusadora —. ¡Su condena será...
...Encontrar al conejo blanco!
¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!
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18/09/2017, 11:46 (Última modificación: 18/09/2017, 11:46 por Aotsuki Ayame.)
—¿Mi conejo...? ¡Mi conejo blanco! —exclamó Eri abriendo de par en par los ojos. De repente, su gesto mudó, frunció el ceño, y miró directamente a una confundida Ayame que seguía sosteniéndose la cabeza, aturdida.
—¿E... Eri-san...?
—¿Y mi conejo blanco? ¡No está! ¡Lo necesito! —exigió saber, señalando a Ayame de forma acusadora—. ¡Su condena será...
—¡Esp...!
—...Encontrar al conejo blanco!
Un tenso silencio invadió el ambiente, y entonces Bōshi se inclinó aún más sobre la oreja de la pelimorada.
—¡Oh, mi Reina de Corazones, dejadme sugeriros una condena mucho más justa para tan malvado acto! —le susurró, apretando el agarre sobre sus hombros momentáneamente—. Córtale la cabeza.
Dada la orden, empujó a la muchacha hacia Ayame y echó la cabeza hacia atrás para soltar una larga y siniestra carcajada.
22/09/2017, 12:17 (Última modificación: 22/09/2017, 12:30 por Uzumaki Eri.)
—¡Oh, mi Reina de Corazones, dejadme sugeriros una condena mucho más justa para tan malvado acto! Córtale la cabeza.
Eri pareció cambiar de semblante, todavía con los ojos bien abiertos y llenos de acusación puestos en Ayame, bajó su mano izquierda y la dejó caer.
—Vaya, vaya... No es mala idea... —alegó la chica mientras posaba su dedo índice derecho sobre su mentón —Si ella me ha robado, lo normal es que pague por su pecado... Bien pensado, Bōshi-sama, bien pensado...
Asintió con la cabeza varias veces, convencida. Estaba segura de que aquello era lo mejor, sí, era una gran idea, ¡ella había pecado! Y debía pagar por sus crímenes contra la reina. Metió una mano en su portaobjetos como aquel que mete la mano en su bolsillo de forma casual y se acercó a Ayame lentamente.
—Debo hacerlo, jovencita, la ley es la ley.
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26/09/2017, 11:11 (Última modificación: 26/09/2017, 11:12 por Aotsuki Ayame.)
Eri se lo pensó durante unos instantes, pero al final dejó caer la mano izquierda.
—Vaya, vaya... No es mala idea... —dijo, con el dedo índice sobre el mentón en un esto pensativo—. Si ella me ha robado, lo normal es que pague por su pecado... Bien pensado, Bōshi-sama, bien pensado...
Ayame abrió los ojos como platos. ¿Qué era lo que estaba diciendo su compañera? ¿Era algún tipo de broma? Porque si lo era, era una broma de muy mal gusto... Pero su gesto no parecía reflejar ninguna broma. Comenzó a acercarse a ella con lentitud, y cuando Ayame intentó retroceder se dio cuenta de que no podía moverse. Horrorizada, se miró las piernas. Dos rosales de brillantes rosas blancas que parecían haber sido pintadas recientemente de rojo, la mantenían pegada al suelo. Las espinas se clavaban en su piel, y Ayame seguía sin poder utilizar su habilidad de hidratación.
—E... Espera, Eri-san... ¿Qué...? —exclamó, asustada, agitando ambos brazos por delante de su cuerpo.
Pero Eri parecía totalmente ajena a sus súplicas y seguía acercándose paulatinamente con un kunai lanzando peligrosos destellos al sol. Y, tras ella, Bōshi sonreía y sonreía...
—¡No lo hagas! —suplicó, desesperada.
Y Eri alzó el kunai...
Y entonces ambas se encontraron de pie, lado a lado, contemplando una calabaza sobre un barril con una terrorífica cara tallada en ella. Estaban de nuevo en el huerto de calabazas de Kabocha. ¿O acaso nunca se habían movido de él?
Aterrada, temblorosa y aún con el sudor frío perlando su frente, Ayame tomó a Eri y echó a correr con toda la fuerza de su desesperación, de vuelta a la entrada de Hokutōmori.
—V... ¡Vámonos de aquí! ¡YA! —gritó. Sin embargo, en el último momento la curiosidad le pudo y giró la cabeza. El corazón se le congeló en el pecho cuando vio a lo lejos, plantado en mitad del huerto de calabazas, un hombre espigado vestido de negro y cabellos castaños... Con un gemido ahogado, Ayame miró de nuevo al frente y aceleró aún más el paso.
Llegaron a la entrada del bosque entre asfixiados resuellos, y Ayame se dejó caer de rodillas en la tierra.
—M... maldita... sea... Ha... ha... ha debido de ser... un genjutsu... ¿Cómo... no me he... dado... cuenta? —farfullaba, extenuada. Alzó la mirada hacia Eri, preocupada—. Lo siento... ¿Estás... bien?
Su cuerpo hablaba por ella, su mente, nublada; solo decía una cosa: mátala, mátala Eri... Ella te ha traicionado... Se lo merece. El rostro asustado de la joven kunoichi solo le producía más y más ganas de hacerlo. ¿Por qué? No lo sabía, solo sentía la necesidad de utilizar aquel arma para acabar con la vida de su compañera.
—¡No lo hagas! —suplicó la chica, pero a Eri no le importó, alzó el kunai y...
• • •
Estaba de pie, a su lado permanecía Ayame, de una pieza, viva, ¡viva! Cuando parpadeó varias veces para darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor, ahí encontró algo que no dudó en ponerla los pelos de punta: un barril con una calabaza encima. Eri ahogó un gemido de horror y su rostro se deformó en una mueca de puro terror, ¿qué acababa de pasar? ¿Por qué había estado a punto de...?
—V... ¡Vámonos de aquí! ¡YA!—demandó la chica mientras corría y corría con Eri siguiéndole los talones, presa de miedo por si alguien comenzaba a seguirlas, ¿y si volvían a capturarlas? El labio de Eri temblaba y juraba que si sus piernas fallaban terminaría muerta en aquel bosque, así que siguió a la chica de cabellos azabache, y ella no viró la mirada.
Cuando por fin llegaron a la entrada del bosque y Ayame cayó sobre sus rodillas, ella cayó con su trasero por delante mientras tomaba aire de forma exagerada, tratando de recuperar el aliento.
—M... maldita... sea... Ha... ha... ha debido de ser... un genjutsu... ¿Cómo... no me he... dado... cuenta? siento... ¿Estás... bien?
—N-no... te... preocupes... —jadeó ella mientras se llevaba un brazo al estómaog, sujetándolo por si acaso sacaba algo no muy agradable —. Estoy... bien... ¿y.... tú? —preguntó mientras alzaba la vista lo suficiente para mirar a la joven a la cara.
—N-no... te... preocupes... —respondió ella, igual de jadeante, al tiempo que se llevaba un brazo al estómago—. Estoy... bien... ¿y.... tú? —preguntó, alzando la mirada hacia ella.
—Sí... estoy de acuerdo... No quiero saber nada más de ese bosque... —Ayame apoyó las manos en la tierra y se reincorporó como pudo. Aunque sentía las piernas tan tirantes que a punto estuvo de caer de nuevo—. Supongo que nos veremos en el torneo, Eri-san. Te deseo mucha suerte —añadió con una sonrisa, esta vez sincera.
Inclinó la cabeza en un último gesto de despedida y, tras girar sobre sus talones, retomó el camino de nuevo hacia Nishinoya. Era una lástima haber conocido a alguien tan simpática en aquellas circunstancias. Si tenía suerte, era posible que se volvieran a ver en el torneo, aunque en el peor de los casos se verían obligadas a enfrentarse... Y entonces recordó algo.
—¡Oh! ¿Esa Eri era...? —se giró, pero la de castaños violáceos ya había desaparecido.
Ayame hundió los hombros, resignada, y continuó su camino. Nunca llegaría a saberlo. Pero lo que sí sabía era que no se iba a acercar a Hokutōmori nunca más.
Sí, el susto, sí... Al menos ambas estaban bien, vivas. ¿Pero qué pasaba con los lugares que exploraba? A cada cual estaba peor montado que el anterior.
Ayame coincidió con ella de que lo mejor era irse a sus residencias, o mejor dicho, alejarse de allí lo antes posible. Se incorporó a la par que la joven de cabellos oscuros, solo que le costó un poco más ya que aún sentía que sus piernas seguían corriendo y corriendo, o al menos era la sensación que tenía, por ello se recordó mentalmente correr un poco más todos los días.
—Supongo que nos veremos en el torneo, Eri-san. Te deseo mucha suerte
Eri sonrió de vuelta.
—Igualmente Ayame-san, descansa, espero volver a verte. —inclinó su cabeza cuando ella lo hizo, a modo de despedida, y la kunoichi de la Lluvia se fue hacia lo que podía llamar casa temporal en el Valle. Ella, por su parte, dio una última ojeada al bosque que le produjo un escalofrío, luego salió por patas de allí en cuanto Ayame saliese de su campo de visión. Tampoco quería parecer una gallina.
Aunque lo era.
Vaya si lo era.
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