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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Levantó la pierna y estampó el talón contra la placa de madera, que se resquebrajó un poco más. El pie también le dolería un poco más durante un rato. Gruñó, y resolló, y apoyó las manos en las rodillas y jadeó él sólo sobre aquella plaza redonda de piedra sobre la que había conocido a Anzu.

Las quemaduras se habían curado, al menos, casi del todo. El cuerpo ya no le dolía, si tomamos como excepción las magulladuras que se había hecho aquél día, pero esas eran consecuencia del entrenamiento. De modo que se había levantado temprano, se había vestido con un sencillo uwagi de color gris, unos pantalones plateados y sus zapatos habituales de servicio, y se había plantado allí para endurecerse.

Quedaba un día para la final finalísima del Torneo. Y todavía le molestaba no estar ahí dentro. El día de las semifinales, se había planteado no asistir, porque sentía que si lo hacía iba a sentirse peor. Por supuesto, asistió porque quería ver qué tal se le daba a Ayame. Al final, ambos combates habían resultado bastante entretenidos. El chico con el que se encontró con el chamán loco aquél contra aquella niñita que resultó ser temible, Eri, creía recordar que se llamaba. Y el de Ayame contra aquél muchacho de Uzushiogakure, Juro.

«Me prometió que ganaría por mí», se repitió, sólo para convencerse a sí mismo de que no sentía nada más por ella.

A la vez, tenía la necesidad de hacerse fuerte por ella, también. De superarla, de ganar aquella estúpida apuesta de Zetsuo.

Al pensar en ello, golpeó con el puño la madera. La resquebrajó un poco más, y un nuevo calambrazo de dolor recorrió falanges, muñeca, codo y hombro.

Estuvo a punto de rendirse, de sentarse en el suelo e intentarlo más tarde, de derrumbarse. Luego recordó cómo se había sentido al verse allí, débil, flojo, en la cama de un hospital. Al no haber podido ganar y pasar a la siguiente ronda, con los demás, donde quizás podría haber ganado la apuesta. Recordó que quizás, si Ayame había pasado y él no, era porque Ayame debía ser más fuerte que él, como insistía Zetsuo. Y recordó lo impotente que se había sentido, derrumbado, agotado, por aquella garra espectral que el mercenario Jin había aferrado a su cuello con sólo liberar su chakra.

Y golpeó la madera, que resquebrajó y partió por la mitad y cayó al suelo, entre los otros dos montones más gruesos que había formado con su técnica.
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#2
Sólo quedaba un día para la tan ansiada final del Torneo de los Dojos, y Ayame no podía estar más nerviosa.

Había entrenado día sí y día también nada más había terminado su combate en las semifinales contra Juro. Su tío siguió desempeñando su papel como instructor de las técnicas Hōzuki, pero además de eso Ayame le pidió ayuda a su padre y a su hermano. Y ambos habían accedido de muy bien grado. Habían sido unos días agotadores, y en más de una ocasión volvió a fallarle la concentración al ponerse a pensar en todo el tema de los Hōzuki que querían apoderarse de ella y, sobre todo, del tema de la nueva (si es que podía llamarla así) Yui. Sin embargo, en aquella ocasión no se había rendido y había perseverado hasta el final. Había conseguido dominar algunas técnicas nuevas y se había hecho con algunos consejos de combate.

Por una parte era un alivio que por fin terminara todo aquello, pero por otra estaba terriblemente asustada. Después de haber logrado llegar tan lejos, tenía muchísimo miedo de tropezar en el último momento. Después de todo lo que había pasado con su familia en las últimas semanas, le aterrorizaba la sola idea de decepcionarlos en el último instante.

—Maldita sea, yo debería estar entrenando... No perdiendo el tiempo —murmuró, fastidiada, y le pegó una patada a una piedra que había osado interponerse en su camino.

Zetsuo debió haber percibido su súbito pánico, porque aquella mañana se negó a entrenarla. Kōri también se negó en rotundo, incluso cuando Ayame se humilló hasta el punto de arrodillarse frente a él para rogarle que le dejara entrenar con él aquella mañana. Por si fuera poco, su tío estaba aquel día desaparecido.

Literalmente, la habían mandado a paseo.

Y por eso vagó y vagó, sin saber muy bien dónde dirigirse o qué hacer. Casi de manera inconsciente, el repetitivo eco lejano del sonido de unos golpes la condujo hasta una pequeña plaza de piedra. Allí, un chico de cabellos oscuros vestido con ropajes grisáceos se empeñaba una y otra vez contra una placa de madera y el rostro de Ayame se iluminó con una radiante sonrisa al reconocerle.

Patada. Puñetazo. Otro puñetazo. La madera protestaba crujiendo bajo cada nuevo golpe.

La última vez que le había visto estaba postrado en una cama, con graves quemaduras sufridas durante su combate contra Nabi.

«La última vez que le vi...» La sonrisa se congeló en su rostro. «Me despedí de él...»

Alguien la agarró súbitamente del hombro, y Ayame se giró alarmada. Tres hombres se alzaban ante ella, intimidantes, amenazadores. Ocultaban sus ojos bajo gafas de sol, pero lucían sus sonrisas de hiena como navajas desenfundadas.

—Tú eresss Aotsuki Ayame, ¿no esss asssí? —dijo el de la derecha, con un extraño acento sibilante que le hacía aún más escalofriante. Era increíblemente alto y escuálido y llevaba el pelo rapado en una cresta corta y rubia.

—S... sí, ¿por qué?

—¿Esssta canija? ¿En ssserio?

—¡Os lo dije! —intervino el de la izquierda, mucho más bajito y rechoncho que los otros dos.

—¡Callate, imbécil! Vamos a hacer esto rápido y limpio —El del centro parecía actuar como el líder del grupillo. Su estatura se encontraba en un punto intermedio entre los otros dos, pero su musculatura parecía la de un auténtico toro bravío y una infinidad de tatuajes cubría su piel desde la cabeza a los pies. Volvió su gesto hacia Ayame, y esta se estremeció cuando se quitó las gafas de sol y la miró con su único ojo—. Pónnoslo fácil, enana. Ríndete antes del torneo y todos tendremos nuestro final feliz.

—C... ¿Cómo? —balbuceó, incapaz de comprender las intenciones de aquellos hombres.

El hombretón estalló en sonoras carcajadas. Y estas se propagaron rápidamente entre sus dos compañeros. Fue a agarrarla del brazo, pero Ayame saltó como una gacela para ponerse lejos de su alcance. El matón suspiró, aún riéndose entre dientes.

—Vaaaaamos. No vas a hacer que perdamos nuestra apuesta, ¿verdad? ¡¿VERDAD?!

Ayame reparó entonces en uno de los tatuajes que el hombre llevaba en uno de sus brazos. El símbolo de Uzushiogakure fusionado con un furioso torbellino. Fue entonces cuando todas las piezas encajaron.

Flexionó las rodillas para salir corriendo, pero el larguirucho entrelazó las manos en el sello de la serpiente. Nunca llegó a ver lo que había pasado, pero Ayame sintió que la presión del aire aumentaba drásticamente sobre ella como si la hubiesen cargado con una mochila de cientos de kilos. Sorprendida, ahogó una exclamación tratando de resistir la atracción de la gravedad que la invitaba a besar el suelo.

—¿¡Dónde creesss que vasss, maldita pulga de Amegakure!?
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#3
Estaba a punto de crear un nuevo tocón de madera al que atizarle cuando escuchó un murmullo lejano, como una conversación ahogada por el viento. Se giró para ver qué era, y vio a Ayame hablando preocupada con tres hombres. Tres hombres poco amistosos, a juzgar por la manera de mover los hombros y las manos cuando hablaban.

Daruu se agazapó en el cilindro de piedra y descendió en silencio apoyando la palma de la mano sobre la hierba. Rodeó la escena como si no tuviera nada que ver en ella, despacio, tranquilo, en silencio, a lo lejos. Cuando los hombres quedaron a la espalda, se acercó, poco a poco, evitando el contacto visual con Ayame, mostrándole la palma de la mano para que no delatara su presencia...

—Pónnoslo fácil, enana. Ríndete antes del torneo y todos tendremos nuestro final feliz.

De modo que se trataba de eso. Por la cabeza de Daruu habían pasado cosas mucho más siniestras. Pero aquellos hombres eran una potencial amenaza todavía, y quién sabe qué podrían hacer si...

Pero no. Ellos eran ninjas. Y Daruu había entrenado mucho desde el combate contra Nabi.

Tenían que hacerlo. Eran de Amegakure. Eran compañeros. Tenían que ser un equipo.

—¡¡Mizuame!! —exclamó Daruu, todo lo alto que pudo para que los hombres se giraran, pero la palabra iba dirigida a Ayame, que conocía la naturaleza de la técnica y sabría como contrarrestarla. Al mismo tiempo hizo unos sellos rápidos y...

Expulsó un chorro de agua gelatinosa de color aguamarina que se esparció y se adhirió a los pies de los matones y pasaría por debajo de Ayame también. Pero si todo iba como debía ir, ella escaparía del agarre.

Acto seguido, se agachó y apoyó las manos en el suelo, y de éste surgieron unos barrotes que subieron y formaron una jaula de madera bien fuerte que se aferró por arriba con un buen tocón. Se aseguró de proporcionar a la jaula una buena porción de su chakra, de modo que no pudieran forzarla fácilmente. Quedó jadeando, pero el entrenamiento había dado sus frutos; no le supuso un sobrecargo terrible.

—Dadme una buena excusa para que no os traiga a los guardias.
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#4
Ayame reprimió un quejido, y una gota de sudor frío se deslizó por su sien. Trataba por todos los medios no dejarse vencer por la gravedad, pero la presión sobre su espalda hacía que su cuerpo se hundiera sin remedio alguno y sus piernas habían comenzado a temblar del esfuerzo. Se habría transformado en agua si no estuviese convencida de que sería un gesto inútil. Quizás bastara para sorprenderlos momentáneamente, pero el aire seguiría aplastándola contra el suelo y sería incapaz de moverse siquiera. Además, no sabía si alguno de los delincuentes era usuario de Raiton.

Por el rabillo del ojo vio que una silueta se acercaba con lentitud hacia la espalda de los bandidos y una extraña sensación de vergüenza la invadió cuando reconoció los rasgos de Daruu. Sin embargo, el chico le estaba mostrando la palma de la mano, pidiendo discreción, y Ayame se apresuró a mirar hacia otro lado para no delatarle.

—Vamos, canija, no tenemos todo el día —protestó el líder, y su compañero rechoncho hizo crujir los nudillos.

—¡A mí se me ocurre una respuesta más rápida! —se pasó la lengua por los labios, y en aquella ocasión Ayame no pudo silenciar la exclamación que brotó de sus labios.

—¡¡Mizuame!!

La voz de Daruu llegó como una campana de salvación hasta sus oídos y prácticamente de forma instantánea, Ayame acumuló el chakra en una capa bajo sus pies. Sin embargo, no fue la única que lo escuchó.

Un chorro de agua surgió desde la espalda de los asaltantes. El líder y el secuaz rechoncho se vieron atrapados de lleno en la técnica, pero el larguirucho pegó un salto para escabullirse y se apoyó en una pared cercana. Ayame respiró hondo cuando la presión desapareció y se reincorporó de golpe, con las manos muy juntas por si tuviera que realizar sellos con ellas. Justo después, una serie de pilares de madera surgieron del mismo suelo y encarcelaron a los dos maleantes que había logrado capturar.

—Dadme una buena excusa para que no os traiga a los guardias.

Para su sorpresa, los hombres se echaron a reír entre estruendosas carcajadas.

—Oh, pero qué tenemos aquí... ¡El otro chico de Amegakure! ¿Os acordabais de él? —soltó el jefe.

—Yo ssssí. Me hizo perder una buena cantidad de dinero en la primera ronda del torneo... —replicó el larguirucho, con un siseo irritado—. ¡Nuesssstro Uchiha empató con esssste jodido mequetrefe! ¿Qué classsse de locura essss essssa?

Ayame apretó sendos puños junto a sus costados.

—No os vais a salir con la vuestra. Os llevaremos ante las autoridades del valle y... ¡AH!

El hombre de la cresta había vuelto a unir sus manos, y en aquella ocasión la presión fue tan fuerte que la derribó sin oportunidad alguna de resistirse a su poder. Prácticamente al mismo tiempo, el toro cargado de tatuajes realizó otra serie de sellos y las rocas que se encontraban debajo de Daruu se fracturaron y se revolvieron para atraparle como si de una trampa para zorros se tratara.

—¡¡¡JAJAJAJAJAJA! —el subordinado más bajito había roto a reír, preso de la locura. con un simple movimiento de su brazo, lanzó un brutal puñetazo contra los barrotes de madera y los rompió como si no fueran más que simples ramitas. Con un golpe más, resquebrajó el suelo, levantó el agua y liberó tanto al líder como a sí mismo. Y entonces se lanzó a por Daruu con el brazo en alto.

Y mientras su secuaz jugaba con el shinobi de Amegakure, el hombre de los tatuajes se giró hacia una Ayame tirada de cualquier manera en el suelo y, ante sus aterrorizados ojos, sacó de su gabardina una larga porra de metal.

—¡Siempre nos obligáis a hacer las cosas por las malas! Luego decís que somos unas malas personas... —se lamentó, mientras avanzaba hacia ella golpeteando el arma contra la palma de su mano. Ayame contenía la respiración—. ¡Pero no me mires con esos ojillos, dulzura! Para que veas que sigo teniendo corazón sólo te romperé dos o tres huesos.

Sonrió y levantó el brazo contra ella. El sol arrancó destellos de metal de la vara que ya había sido manchada con sangre con anterioridad.
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#5
A pesar del ataque sorpresa, el larguirucho parecía conocer la técnica y reaccionó de inmediato al escuchar su nombre. «Mierda, debí haberle hecho otro tipo de señal...»

Consiguió encerrar a los otros dos, pero con el otro libre, no se quedaba tranquilo, de modo que se encaró a él y se preparó para lo que pudiera pasar.

—Oh, pero qué tenemos aquí... ¡El otro chico de Amegakure! ¿Os acordabais de él? —soltó uno de los matones.

—Yo sssí. Me hizo perder una buena cantidad de dinero en la primera ronda del torneo... —replicó el larguirucho, que hablaba como una serpiente—. ¡Nuesssstro Uchiha empató con esssste jodido mequetrefe! ¿Qué classsse de locura essss essssa?

Daruu lo miró y entrecerró los ojos.

—Volvería a joderte otra apuesta si pudiera. Y a lo mejor te jodo más cosas —bufó, cabreado.

—No os vais a salir con la vuestra. Os llevaremos ante las autoridades del valle y... ¡AH!

—¡Ayame, cuidado! —advirtió Daruu, cuando la vio caer al suelo sin remedio. Intentó correr hacia ella, pero el suelo se requebrajó y se levantó, y tuvo que saltar al techo de la jaula.

Techo de la jaula que no tardó en romper el más bajito de los presentes. Saltó hasta caer al lado de Ayame y apoyó la palma de la mano sobre su espalda.

—¿Estás bien? —Aunque era obvio que no.

El hombre de los tatuajes se giró hacia ellos, y sacó de su gabardina una peligrosa porra de metal. Daruu chasqueó la lengua. «Esto se ha puesto difícil demasiado rápido.»

—¡Siempre nos obligáis a hacer las cosas por las malas! Luego decís que somos unas malas personas... ¡Pero no me mires con esos ojillos, dulzura! Para que veas que sigo teniendo corazón sólo te romperé dos o tres huesos.

—¡Oye, gracias por llamarme dulzura, marica! —dijo Daruu, escupiendo a un lado—. Pero me temo que no eres mi tipo.

Observó sus posibilidades. Un tío con una porra enorme. Un hombre que tenía una fuerza admirable a pesar de su corta estatura. Del larguirucho, no sabía nada, pero era el primero que había evitado la trampa.

—Escucha, ¿qué vas a hacer después de esto? Te garantizo que Amekoro Yui no se va a tomar nada bien esto. Y ya has oído de lo que es capaz.

Daruu se estaba refiriendo, precisamente, a la destrucción de Kusagakure. Era imposible que no se hubiera enterado de eso, hacía días que era motivo de chismorreos y maldiciones por todo el valle. Daruu era parte de las maldiciones, pero lo hacía para sí.

Por supuesto, la versión oficial era que la sustituta de Yui había ordenado todo. Pero después de todas las leyendas que circulaban en torno a las maneras de la Arashikage, el muchacho imaginaba que sería capaz de eso, y mucho más.

Tenía un debate moral interno desde hacía días. ¿Estaba bien lo que había hecho? ¿Estaba mal? Le había estado dando bastantes vueltas, pero no había sido capaz de encontrar una respuesta. ¿No iba Kusagakure a traicionar el Pacto? Y aún así, ¿no hubiera sido mejor estudiar otra manera de enfrentarse a esa traición?

Como no estaba seguro de cual era el lado bueno de la historia, se aferró al de los suyos, que al menos, tenía grabado el símbolo de la lluvia en la frente.

Al fin y al cabo, era posible que la leyenda y la exageración les sirviesen de algo aquél día.
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#6
Al sentir la presencia de Daruu junto a ella, Ayame se relajó un tanto. Sin embargo, el chico apoyó la mano sobre su espalda. Justo sobre el sello del bijuu. Un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba a abajo.

—¿Estás bien?

Ayame quiso asentir, pero la presión sobre su cuerpo crecía a cada segundo que pasaba, y ya era tan fuerte que apenas le dejaba respirar. Era como estar bajo la suela de un zapato gigante... E iba a ser aplastada como un vulgar insecto... Era injusto...

—¡Siempre nos obligáis a hacer las cosas por las malas! Luego decís que somos unas malas personas... —se lamentó, mientras avanzaba hacia ellos golpeteando el arma contra la palma de su mano. Ayame contenía la respiración—. ¡Pero no me mires con esos ojillos, dulzura! Para que veas que sigo teniendo corazón sólo te romperé dos o tres huesos.

—¡Oye, gracias por llamarme dulzura, marica! —le soltó Daruu, escupiendo a un lado—. Pero me temo que no eres mi tipo.

Una callada carcajada comenzó a borbotar en la garganta del tipo. Parecía realmente divertido con la situación. Realmente confiado.

—Escucha, ¿qué vas a hacer después de esto? —volvió a intervenir Daruu—. Te garantizo que Amekoro Yui no se va a tomar nada bien esto. Y ya has oído de lo que es capaz.

Por encima de la asfixia, el corazón de Ayame dio un vuelco al percibir el tema de la destrucción de Kusagakure a manos del bijuu de Amegakure. A sus manos. Con un débil gemido, sus ojos trataron de ver más allá del rostro de su compañero de aldea, pero la máscara de rabia en su rostro le impedía ver cuáles eran sus sentimientos al respecto de aquello. Al respecto de ella.

—¡JA! ¿Yui? Chicos, chicos, chicos... Yui no se va a enterar de nada... Porque aquí no va a pasar nada, ¿VERDAD? —el hombre toro golpeó con particular fuerza la porra contra la palma de su mano, y Ayame se estremeció a escuchar la risilla del hombre larguirucho que contemplaba la escena desde el muro en el que se había apoyado mientras mantenía sus manos entrelazadas.

«Espera un momento...» Reparó, alarmada. Dirigió sus ojos hacia la espalda del líder de los camorristas a través del hueco que dejaban sus gruesas piernas y el corazón le dio un vuelco.

—Da...ruu...-sa... —suspiró, intentando con todas sus fuerzas advertir a su compañero.

—Porque mucho me temo que si me venís con amenazas...

La tierra tembló con violencia. El sonido de un trueno hizo crujir el suelo bajo sus pies. Ayame cerró los ojos con fuerza.

—¡¡NO PUEDO DEJAROS ESCAPAR SIN DAROS UNA BUENA LECCIÓN!!

—¡¡¡JAJAJAJAJAJAJA!!!

La escalofriante carcajada acompañó a un nuevo estallido. El bandido bajito y rechoncho surgió súbitamente desde debajo de los pies de Daruu con el puño alzado dispuesto a machacarle el cráneo.

Ayame jadeó y se mordió el labio inferior con fuerza. ¡Quería ayudar de alguna manera! ¿Por qué no era capaz de sobreponerse a aquella condenada técnica? ¡¿Para qué demonios había estado entrenando todo aquel tiempo!? ¡¿PARA QUÉ HABÍA LLEGADO HASTA LA FINAL DEL TORNEO SI NO ERA CAPAZ DE DEFENDERSE NI SIQUIERA A SÍ MISMA?!

«Daruu...» El corazón le palpitaba en las sienes como el redoble de un tambor de guerra.
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#7
El matón no se dejó amedrentar por las amenazas de Daruu. A juicio del muchacho, estaba siendo un temerario, por no llamarle simplemente gilipollas, porque si les hacían algo, seguro que Yui no se lo tomaba muy bien, sobretodo considerando que Ayame era la jinchuuriki del Gobi. Pero lo cierto es que daba igual lo que pensase de ellos, el hecho de que no se tomara en serio la advertencia no era bueno para los genin, de modo que no les quedaría más remedio que pelear.

—Da...ruu...-sa...

Ayame estaba intentando decirle algo, todavía bajo el yugo de aquella fuerza invisible que por un momento le recordó al mazazo espiritual de Jin y le hizo sentir un escalofrío.

Daruu observó a los... ¿dos matones? ¿Dónde estaba el tercero? De repente, la tierra tembló y, por instinto, dio un paso hacia atrás. Flexionó el brazo y se preparó para un contraataque.

El bandido bajito y rechoncho había surgido de prácticamente debajo de sus pies, y Daruu había esquivado el embite de su puño por apenas unos centímetros. Entonces, el rasengan en la mano del muchacho se dirigió directo hacia el rostro de aquél hijo de puta.

Hasta ahora, siempre había intentado controlarse con aquella técnica, incluso usándola sobre los muñecos de entrenamiento. Pero no pudo sino expiar toda su ira en aquella bola mortífera con la que pretendía desgarrar, destrozar y empujar a aquél infame hacia sus compañeros, al menos hacia su líder.

—¡¡Ayame, resiste!!
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#8
Gracias a Ame no Kami, Daruu consiguió retroceder justo a tiempo de evitar que el martillo que el matón tenía por puño alcanzase su rostro. Y no sólo eso, por el rabillo del ojo y a través de la capa de niebla que había comenzado a nublar su visión, Ayame alcanzó a ver un extraño destello verdoso que parecía envolver la mano que su compañero de aldea estampó contra el rostro del demente maleante y lo envió volando hacia atrás entre chillidos de dolor y quedara finalmente tirado en el suelo como un simple muñeco de trapo.

«¿El... Shōsen... de papá...?» Alcanzó a pensar, atontada.

—Da...

Intentaba por todos los medios comunicarse con Daruu, incluso buscó con sus iris el contacto del maleante que estaba ejerciendo aquel abrazo de pitón sobre ella. Pero le era completamente imposible. Los pulmones le ardían, el cuerpo le pesaba cada vez más y apenas era capaz de tomar una bocanada de aire sin tener que hacer uso de toda la fuerza de su caja torácica. Al final, todo a su alrededor se oscureció paulatina pero irremediablemente y la voz de Daruu se perdió en un remolino de oscuridad.

—¡¡Condenados criajos del demonio!! —rugió el hombre de los tatuajes, y su puño crujió cuando agarró con aún más fuerza la porra que enarbolaba.

—Jefe, quizásss deberíamossss...

—¡¡¡JAMÁS!!! ¡Esto ya no es sólo una cuestión de dinero, Mōhebi! ¡SE HA CONVERTIDO EN ALGO PERSONAL! —con un característico chisporroteo, el arma se cubrió de serpenteantes y finas hebras de electricidad que bailaban erráticas y siseaban cada vez que una entraba en contacto con otra. Apuntó con ella directamente hacia el pecho de Daruu, y cuando sus pequeños ojillos se dirigieron hacia la muchacha que yacía completamente inmóvil en el suelo, su crispado rostro se retorció en una maléfica sonrisa—. ¡JA! Nosotros no queríamos llegar tan lejos, chico... —se lamentó, aparentemente afligido. Pero la sonrisa se ensanchó en uno de los extremos de sus labios, afilada como una navaja—. ¡Pero al final resulta que la vas a matar tú solo! Me pregunto cuanto podrá aguantar sin respirar...

La tensión en el cuerpo del líder se relajó. No pensaba moverse del sitio. A lo lejos, las risillas de Mōhebi seguían inundando el ambiente. Y el rostro de Ayame, cada vez más amoratado. Su espalda ya no subía y bajaba. Había dejado de respirar.
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#9
Mientras Ayame se hundía más y más en la oscuridad de su asfixia, la esfera que Daruu empuñaba se hundía más y más en el rostro de aquél matón rollizo y bajito, que acabó estampándose bajo la posición del larguirucho. El jefe, al final, había conseguido apartarse del camino, y agarró la porra de tal manera que hasta sus dedos crujieron, de tanta fuerza que empleó en asirla.

—¡¡Condenados criajos del demonio!! —rugió.

—Jefe, quizásss deberíamossss... —siseó el estirado.

—¡¡¡JAMÁS!!! ¡Esto ya no es sólo una cuestión de dinero, Mōhebi! ¡SE HA CONVERTIDO EN ALGO PERSONAL!

El arma pareció crujir, y por un momento Daruu pensó que se iba a romper de tanta fuerza con la que la estaba agarrando, pero no era por eso. Emitió primero un destello, luego otro, y produjo otro sonido más fuerte, como el de un enchufe en mal estado. Pronto la porra entera estaba envuelta en una capa de rayos que hacía crack peligrosamente. Apuntó con ella a Daruu, que tragó saliva.

—¡JA! Nosotros no queríamos llegar tan lejos, chico... ¡Pero al final resulta que la vas a matar tú solo! Me pregunto cuanto podrá aguantar sin respirar...

—¡Más te vale que la sueltes, porque si le pasa algo, te juro que te mataré, os mataré a ambos! —rugió Daruu de pura ira—. ¡¡Sois unos hijos de puta, todo esto por una maldita mierda de dinero!!

Se giró hacia Ayame, se agachó y trató de levantarla, pero parecía firmemente anclada al suelo, y cuando puso la mano sobre su cintura sintió una corriente de aire que le hizo daño en las manos.

—¡¡Ayame!! ¡¡Ayame!! ¡¡Levántate!!

»¡¡Me prometiste ganar el torneo, Ayame!! ¡¡Me lo prometiste!! ¡¡No puedes caer ahora!! ¡¡Noooo!!

Dio un puñetazo en el suelo, cerca de ella, y empezó a llorar.

—Soltadla... Soltadla... Soltadla...
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#10
—¡Más te vale que la sueltes, porque si le pasa algo, te juro que te mataré, os mataré a ambos! —rugió Daruu de pura ira—. ¡¡Sois unos hijos de puta, todo esto por una maldita mierda de dinero!!

La sonrisa del matón se ensanchó aún más, si es que aquello era posible, y terminó por relamerse los labios. Estaba paladeando el sufrimiento de su víctima, y no parecía dispuesto a dejar escapar aquel placer recién descubierto.

—¡Oh! ¿Estás intentando culparnos a nosotros, chico? ¿Es eso? Pero eso no está bien... debes asumir las consecuencias de tus errores —con una sonora carcajada, el matón comenzó a balancear la porra adelante y atrás, para terminar apuntándole de nuevo con el arma—. ¡No soy yo el que está ahí plantado sin hacer nada como un jodido geranio! ¿O es que tienes miedo de venir a defender a tu chica...?

Volvió a pasarse la lengua por los dientes, sus ojos enloquecidos fijos en la figura del muchacho. Pero Daruu se dio media vuelta y se agachó junto a la inerte Ayame. Trató de levantarla, pero era como si de repente la chiquilla pesara más de una tonelada, como si estuviera pegada al suelo. De hecho, cuando apoyó la mano sobre ella sintió una repentina y brutal corriente de viento que le empujaba hacia abajo con todas sus fuerzas. Era aquella la fuente de la inmovilización de Ayame. Y era aquella la que le había robado la capacidad de respirar.

—¡¡Ayame!! ¡¡Ayame!! ¡¡Levántate!! ¡¡Me prometiste ganar el torneo, Ayame!! ¡¡Me lo prometiste!! ¡¡No puedes caer ahora!! ¡¡Noooo!!

Daruu golpeó el suelo cerca de Ayame, pero ella no hizo ninguna señal de que lo hubiese sentido. Su rostro seguía marmóreo, lívido y sus labios azulados delataban la falta de oxígeno que estaba sufriendo. La atmósfera, antes fresca y agradable, comenzó a caldearse rápidamente, pero ninguno de los bandidos pareció darse cuenta del fenómeno. Mōhebi soltó una sibilante risilla que resonó por toda la plazoleta cuando Daruu rompió a llorar.

—Soltadla... Soltadla... Soltadla...

El líder resopló sonoramente y escupió con desdén hacia un lado. El aire parecía burbujear a su alrededor.

—Patéticos... ¡¡¡LOS NINJAS DE AMEGAKURE SON UNOS CRÍOS PATÉTICOS!!! —gritó, y en apenas un parpadeo se plantó frente a Daruu asiendo la porra electrificada para machacar el rostro del chico de un solo golpe.

Pero algo estalló repentinamente a la espalda de Daruu. Ayame tomó aire con brusquedad. Sus pulmones se llenaron de vida con la primera y ansiada bocanada de aire. Y aún más rápida que el propio gigante se levantó sobre sus cuatro patas. Se plantó frente a él con el brazo derecho monstruosamente inflado y clavó en su aterrorizado y confundido rostro una última mirada de aguamarina bañada en sangre antes de golpearle con la fuerza de un martillo hidráulico impulsado con un inhumano grito de guerra y mandarle volando hasta la posición de su compañero. El ambiente se había convertido en un auténtico hervidero de energía.

—¡¡JEFE!! ¡¡JEFE!! ¿¡Qué essss esssto!? No... ¡¡¡NO PUEDO CONTENERLA!!! —Mōhebi tenía las manos entrelazadas agarrotadas por la impresión. Intentaba por todos los medios volver a subyugar a Ayame con su técnica de viento, pero la muchacha seguía con los brazos y las piernas firmementes ancladas al suelo, sosteniéndose sobre ellas como si de una criatura no humana se tratara.

Dirigió hacia él sus ojos y un feroz gruñido brotó desde lo más profundo de su pecho...
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#11
Daruu sentía una terrible mezcla entre miedo e ira, que invadía todos sus músculos y se filtraba entre todos los resquicios de su razón. Esa mezcla le obligaba a la vez a abrazar a Ayame y a llorar, y a lanzarse a por el enemigo a pesar de que no tenía ninguna oportunidad, de frente, sin trucos, arriesgando su vida. No: entregando su vida.

—Patéticos... ¡¡¡LOS NINJAS DE AMEGAKURE SON UNOS CRÍOS PATÉTICOS!!! —gritó el jefe de los matones, y se plantó frente a Daruu asiendo la porra electrificada, sentenciando su muerte.

«Mamá, ¿es esto lo que son los ninjas? ¿Unos matones? ¿Unos xenófobos, fanatistas de su propia aldea? ¿No sabemos mirar más allá?»

De pronto, sintió una fuerza que lo arrojó de culo al suelo y lo apartó del camino. Se dio un fuerte golpe en la cabeza, y aturdido y con la mirada borrosa oteó y se cubrió las manos, temeroso. ¿Le había dado la técnica del matón? ¿Un secuaz suyo le había hecho otra fechoría?

No. Era Ayame. Ayame, con el brazo derecho monstruosamente hinchado. Era una visión extraña, ciertamente. Se habría reído, habría soltado un comentario irónico, habría reaccionado de otra manera si no fuera porque...

...le había salvado la vida.

—¡¡JEFE!! ¡¡JEFE!! ¿¡Qué esss esssto!? No... ¡¡¡NO PUEDO CONTENERLA!!! —El larguirucho era el que había hecho la técnica que aprisionaba a Ayame. Bien, perfecto.

Uno podría haberse quedado mirando embelesado con lo que se supusiera que estaba haciendo Ayame, pero Daruu tenía algo más importante que hacer.

Lo iba a matar.

Aprovechó que estaba tirado en el suelo, su particular perfil bajo ante el impresionante despliegue de poder de Ayame, para crear dos shuriken de madera y arrojarlos discretamente. Apuntó al cuello del hijo de puta que siseaba.
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No hay marcas de sangre registradas.
#12
Mōhebi había dejado de sonreír. Lamáscara que había exhibido hasta el momento, burlesca y cruel, se había hecho añicos. Ahora sólo el terror se reflejaba en sus labios temblorosos, en la tensión de sus pómulos y en sus ojos abiertos de par en par. No comprendía qué estaba pasando. No comprendía por qué Ayame no se derrumbaba de nuevo bajo el peso de su técnica de viento. Y ella era capaz de verlo. Era capaz de sentir ese miedo haciéndole cosquillas en la nariz. No apartó en ningún momento sus ojos aguamarina bañados en sangre de los estrechos del hombre que siseaba. Estaba terriblemente furiosa y un ronco gruñido brotaba desde lo más profundo de su pecho, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad decidiendo qué debía hacer con él.

—P... P... Piedad... Por favor... Y... Yo ssssolo... —suplicaba, con un hilo de voz.

Y cuando Ayame tensó los músculos para moverse de nuevo, Mōhebi ahogó una aguda exclamación cargada de terror.

Un peculiar silbido en el aire alertó todos los sentidos agudizados de Ayame, quien giró la cabeza a tiempo de ver dos proyectiles que volaban como golondrinas hacia la posición de Mōhebi. Pero él estaba demasiado impactado ante el cambio súbito producido en la supuesta inofensiva Ayame y la pérdida de dos de sus compinches y no fue capaz de ver venir los colmillos de la muerte hasta que se clavaron en su cuello. El hombre emitió una última exclamación de sorpresa y dolor, antes de que su cuerpo inerte se desplomara de lo alto del muro y terminara junto a los otros dos cuerpos.

Ayame se había quedado inmóvil, contemplando la escena que se extendía más allá como si fuera producto de un sueño. Como si hubiesen apagado una especie de calefactor, el aire dejó de hervir a su alrededor y el calor se disipó en cuestión de minutos hasta regresar a la temperatura agradable propia de la primavera. Una repentina sensación de ahogo la llevó a llevarse la mano al pecho e inspirar y espirar profundamente varias veces entre angustiados tosidos. Cuando alzó la cabeza, sus ojos habían vuelto a su color avellana habitual y no había rastro de las ojeras carmesíes que había lucido minutos atrás.

—E... están... ¿muertos...? —susurró, con un hilo de voz, y trató de contener los temblores de su cuerpo agarrándose las manos.

Toda la descarga de valentía y coraje se había esfumado repentinamente. La feroz adrenalina ya no corría por sus venas y la demente sed de sangre se había evaporado en el vacío. Volvía a ser ella misma. Y volvía a estar tan, o quizás más aterrorizada que al principio de toda aquella locura.

¿Acaso se estaba volviendo loca?
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
#13
No sabía si era el la ira, el odio o la adrenalina del combate, un factor externo, o una mezcla de todas esas cosas, pero su piel le ardía. Le quemaba. Le consumía. Se tapó la cara, como si eso fuera a servir de algo, y observó a los agresores. Lo había matado. Lo había matado. «Estúpido», se dijo. ¿Cómo no iba a estar muerto? Le había lanzado dos shuriken al cuello, y la intención estaba ahí.

Y no lo había hecho por salvar a su compañera, ni por salvarse a sí mismo. Lo había hecho por puro odio.

Puro odio, intenso, sangre almizclada y herrumbre en la boca.

···

Daruu estaba sentado en el borde de un peñasco a las afueras de Yachi. Era apenas un crío, o al menos lo era en comparación con lo que habría sido apenas uno o un par de años más tarde. A su lado había sentado un lobo, o lo habría sido a ojos de alguien cualquiera si hubiera medido un poquito menos de lo que abarcaba. Pero era un lobo, al fin y al cabo.

—Seremaru... —dijo Daruu, con la voz temblorosa—. ¿Por qué tiene que matarse la gente? ¿Por qué no podemos llevarnos todos bien?

El lobo observó al chico con una mirada triste de color cobrizo. Sus ojos debían ser dorados, pero en su recuerdo no lo eran, eran tan grises como se le antojaba el mundo ahora.

—Esa es una pregunta difícil, cachorro —terminó por responder él—, pero con los años comprenderás que es algo natural. A veces es suficiente un poco de rencor, una rencilla de años ya muertos, con gente ya muerta. Los apellidos perduran, y con ellos las riñas, y los cuchillos.

»Hay muy pocos animales solitarios, cachorro. Los lobos nos reunimos en manadas, los humanos, en pueblos, ciudades y reinos. Cada manada tiene que luchar por el bienestar de los suyos. Aunque dos manadas no quieran pelear, ¿qué pasa cuando las dos necesitan el agua de un río y el río no es suficientemente grande para las dos?

—¿No podrían compartir el agua?

—Claro. Eso se llama alianza. Pero las alianzas, a veces, sólo son papeles mojados y muchos intereses enfrentados. Una discusión, por estúpida que fuese, podría romper esa alianza. Y no todas las manadas están dispuestas a compartir a partes iguales un recurso. Algunas creen que su historia y antigüedad son más importantes. Algunas creen que son superiores en número a las otras y que necesitan más agua, tal vez con razón, pero puede haber manadas pequeñas que no lo vean así. Y nace el conflicto. Y nace la guerra. Los guerreros. Los shinobi.

»Por último, está lo que perpetúa y hace inevitable que existan estas peleas. ¿Qué pasa si atacan a uno de los tuyos? ¿Qué pasa entonces?

—Los defendería —entendió Daruu entonces.

—Y a veces, no te quedará más remedio que matar, sí, y pensarás que ha estado bien, que ha sido correcto. Pero puede pasar, y pasará, que no perdones a alguien que ha ofendido a la manada aunque ya no suponga peligro. Y querrás matarlo. Y tal vez pase.

»Pase lo que pase, cuando mates por primera vez, mira a los ojos al producto de tus colmillos. Mira el resultado, obsérvalo, aprende de él, trágate la culpa, porque deberás entender que ha sido inevitable. Crece, porque sólo creciendo dejará de temblarte la mano cuando recuerdes en el día a día que sesgaste una vida, que mataste al miembro de otra manada. Crece, porque sólo creciendo dejarás de tener pesadillas por las noches después de que lo hagas. Crece, porque sólo creciendo podrás decidir mejor cuándo matar y cómo hacerlo, para que tus muertes valgan el precio que cobras al perpetrarlas.

···

El larguirucho estaba muerto, con el cuello chorreando sangre a borbotones y gorjeando sus últimas y malformes palabras. Era un espectáculo grotesco de ver, pero no retiró la mirada hasta unos segundos después, para posarla en sus compañeros. El de la porra estaba muerto también. Tenía un enorme socabón a la altura del corazón, el pecho aplastado y un par de costillas salían de la piel en unos ángulos poco creíbles. El pequeño estaba al lado, la cara toda retorcida y desfigurada. No respiraba. Probablemente estuviera muerto también.

Tragó saliva y los miró de nuevo, a todos ellos. Las manos le temblaban, el cuerpo le pedía más. No más sangre, sino más acción. La adrenalina acumulaba desbordaba por todos los músculos y le hacía latir el corazón muy rápido, pero ahora mismo sólo deseaba malgastarla corriendo y llorando.

Pero no podía huir.

«Crece, crece, crece...», se repitió a sí mismo.

—E.... están... ¿muertos? —susurró una voz, y sólo entonces recordó que no estaba allí sólo.

Y entonces no pudo hacer otra cosa que abrazar a Ayame, y todos los pensamientos valientes se esfumaron como el humo de una fogata apagada por una lluvia de lágrimas, como las lágrimas que empezó a desbordar sobre los hombros de la muchacha, lágrimas de alivio.

—A... Aya-Ayame... Menos mal que estás bien, yo... Yo...

Aspiró con la nariz, se apartó y la sujetó de los hombros.

—Creía que no saldríamos vivos de esta. Creía que estabas muerta —La había visto tirada, sin respirar, con los labios azules. Ni siquiera le importaba que se hubiera levantado con una oleada de poder fuera de toda capacidad humana, ni siquiera le importaba haber asistido, probablemente, a la liberación de un poco del poder del monstruo que guardaba en su interior. A Daruu sólo le había quedado el recuerdo de la muchacha tendida en el suelo y sin vida—. Y ha sido horrible. Yo...

Habían estado apunto de perder la vida. Había presenciado, casi, cómo la mataban a ella. Habían pasado por mucho, y su cuerpo estaba rebosante de adrenalina, y de algo más que no sabía cómo identificar. Y... y... Demonios, estaba confuso.

—Yo... No quiero perderte. Eres... mi primera amiga de verdad, creo... Creo... Creo que me estoy enamorando de ti.

Y la besó.
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No hay marcas de sangre registradas.
#14
Unos brazos la rodearon súbitamente y Ayame tensó todos los músculos del cuerpo al creer que se trataba de una nueva emboscada. Pero se equivocaba. Aquellos brazos no la estaban reteniendo, la estaban abrazando. Y estaban cargados de alivio y calidez. Hasta su nariz llegó un agradable olor a pino, a bosque, y a algo que no supo identificar.

—A... Aya-Ayame... Menos mal que estás bien, yo... Yo...

—Daruu... —se le escapó, y las lágrimas comenzaron a agolparse en sus ojos.

Daruu se separó de ella, con los ojos igual de inundados que los de ella, pero no soltó sus hombros. Ayame tuvo la sensación de que su compañero de aldea temía que fuera a desvanecerse en cualquier momento.

—Creía que no saldríamos vivos de esta. Creía que estabas muerta —le dijo, y una lágrima resbaló por su mejilla cuando apartó la mirada.

—Yo... también... —le confesó, aterrada. Pocas veces se había visto al borde del abismo que separaba la vida de la muerte, pero sin duda aquella experiencia había sido de las más aterradoras que había tenido hasta el momento. Como si de una broma de mal gusto del destino se tratara, había estado convencida de que moriría asfixiada. Ella, que no podía ahogarse.

—Y ha sido horrible. Yo...

—Yo...

Las frases de los dos muchachos se entremezclaban, inconexas, sin sentido alguno, pero cargadas de sentimiento. Ambos acababan de pasar por el momento más intenso en sus cortas vidas. Habían temido por su vida, por la vida del otro...

—Yo... No quiero perderte. Eres... mi primera amiga de verdad, creo... Creo... Creo que me estoy enamorando de ti.

Los ojos de Daruu refulgieron con un brillo inusual y, antes de que Ayame pudiera siquiera comprender qué era lo que le acababa de decir, se inclinó sobre ella y la besó. Fue un beso breve pero inmensamente dulce que trasladó el calor de sus mejillas al centro de su pecho y lo extendió al resto de su cuerpo como una bomba a presión. Era el beso de dos chiquillos que acaban de conocer un sentimiento nuevo e inexplicable. Y, aún así, cuando se separaron, decenas de voces se agolparon en la mente de la confundida Ayame.

«¿Te gusta Hanaiko Daruu?» «A ti te gusta mi hijo, ¿verdad?» «Sólo quería decirte que él parece también algo interesado en ti.» Pero yo creo que hacéis buena pareja.» «Siempre que hagas uso de la razón, puedes enamorarte de quien quieras y encapricharte de quien quieras. Nadie debería privarse de esas cosas»

La cabeza le daba mil vueltas. Las piernas le temblaban hasta tal punto que temió que le fallaran y la hicieran caer al suelo de rodillas. Completamente aturdida, incapaz de comprender qué era aquello tan complicado que su corazón intentaba gritar a los siete cielos, se tapó el rostro con las manos y sus hombros se sacudieron en un sollozo silencioso.

—Y... yo... yo... t... tamb... también... creo que... meestoyenamorandodeti —balbuceaba, con un hilo de voz apenas perceptible. Y terminó por unir las últimas palabras en una amalgama aún más incomprensible—. Pero... pero yo... —sus dedos se cerraron con fuerza en torno a la bandana que cubría su frente.

¿Pero qué? Podría decir tantas cosas al respecto...

«Pero tengo una luna en la frente... Pero soy un monstruo genocida... Pero acabamos de matar a tres personas... Pero estamos rodeados de cadáveres... Pero... Pero...»
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
#15
Ayame y Daruu se separaron. No la soltó, no quería soltarla, pero estaba tremendamente avergonzado y tremendamente asustado. ¿Y si había metido la pata hasta el fondo? ¿Y si ella no sentía nada por él? ¿Y si había ido demasiado rápido? Pese a que la adrenalina le había hecho saltar a la primera de cambio, no parecía que aquél momento fuera un buen momento. No había nada que indicara que se trataba de un buen momento, desde luego que no.

La muchacha se cubrió la cara con las manos y temblequeó, como llorando pero sin emitir sonido alguno. «Ya está. La he cagado, joder joder joder...»

—Y... yo... yo... t... tamb... también... creo que... meestoyenamorandodeti —¿Cómo? Debía haberlo oído mal. ¿En serio? No, claro que no debía ser en serio. Se estaba burlando de él.

Aunque, ahora que lo pensaba, tampoco parecía un buen momento para las bromas. Debía ser en serio. TRagó saliva.

Pero... pero yo... —cerró los dedos alrededor de la bandana, como solía hacer.

Daruu estaba a punto de abrazarla, pero cayó en la cuenta de algo que de pronto le pareció muy terrorífico e importante, y se echó las manos a la cabeza, se alejó un paso, y cayó al suelo de culo.

—PeroTuPadreNosVaAMatar.
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No hay marcas de sangre registradas.



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