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2/05/2016, 00:46
(Última modificación: 2/05/2016, 00:46 por Aotsuki Ayame.)
Daruu no la había soltado hasta aquel preciso instante. En el momento en el que Ayame comenzó a balbucear, el chico apartó las manos de sus hombros, se las echó a la cabeza, se alejó un paso de ella como si le hubiese dado calambre y terminó cayendo al suelo de culo.
—PeroTuPadreNosVaAMatar —completó, igual de acelerado que ella.
Y el arrebol de las mejillas de Ayame se vio súbitamente sustituido por una palidez lechosa, casi enfermiza. El globo de sentimientos desbocados se desinfló en su pecho como si lo hubiesen reventado.
—Es verdad... Papá... —balbuceó.
«Podría decirte otras cosas, como que más vale que padre se entere tarde y despacio. Lo más tarde que pueda, y lo más despacio que se pueda, pero eso seguro que ya lo sabes tú.»
La voz de Kōri se sobrepuso a todas las demás. Ayame ya sentía la mirada aguileña de Zetsuo sobre su nuca, afilada como el filo de una espada e inquisidora como sólo aquellos iris aguamarina eran capaces de serlo. ¿Qué haría su padre si se enteraba de que Daruu la había besado? ¿Y cómo debía reaccionar ella a aquel beso? ¿Qué debía decir a continuación? Daruu parecía haberse arrepentido, aunque no podía culparle por ello... ¿Pero aquello era acaso real...? ¿Daruu sentía algo de verdad por ella? ¿Tal y como habían pronosticado las profecías de su hermano y Kiroe? ¿Y ella? ¿Ella qué sentía...? Estaba confundida. Demasiado confundida. Tan confundida que sentía que todo daba vueltas a su alrededor. En un gesto inconsciente se abrazó los costados, ligeramente encogida sobre sí misma. Se removió, intercambiando el peso de una pierna a la otra...
¿Qué se hacía en aquellas situaciones?
—¿Qué...? —murmuró, y respiró profundamente un par de veces antes de señalar a los cadáveres de los tres malhechores y continuar hablando—: ¿Qué vamos a hacer con... ellos?
Lo sabía. Era consciente de que su cambio de tema había sido repentino y cortante como una guillotina.
¿Pero qué otra cosa podía hacer?
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—Es verdad... Papá... —balbuceó Ayame.
Y Daruu se imaginó la larguirucha y maligna sombra de Zetsuo subiéndole por la nuca, dando la vuelta y plantándose delante de él. Después de todo lo que había pasado con la flor, y después de todo lo que había pasado en el Patito Frito, ahora había pasado lo que en principio no había ni tenía por qué pasar. Y aunque seguía siendo cierto que la flor no se la dio por galantería sino por simpatía, ahora cualquier excusa que pusiera sería una burda farsa para cualquier oído.
Tenía dos opciones. O afrontarlo como un adulto, o huir como un niño.
¿Qué...? —murmuró Ayame, y dio dos largos suspiros antes de señalar a los cadáveres de los granujas que les habían atacado—: ¿Qué vamos a hacer con... ellos?
Ayame le había dado a su cerebro una excusa para huir como un niño cambiando de tema.
Daruu suspiró y los observó un poco más. Cerró los ojos y bajó la cabeza.
—Podríamos contar lo que ha pasado a Yui, pero a lo mejor eso sería iniciar un conflicto que no me interesa. He conocido otra gente de Uzushio que no es así —dijo—. Deberíamos irnos de aquí. Se lo contamos a nuestras familias y a nadie más. Ellos sabrán qué hacer.
Daruu hizo un gesto con la mano y echó a caminar hacia la ciudad principal de los Dojos a paso rápido.
—Vamos. Lo mejor será que olvidemos a esos hijos de puta lo antes que podamos. Vámonos a la ciudad y hagamos como que no ha pasado nada aquí. Somos ninjas... ¿no?
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3/05/2016, 23:05
(Última modificación: 3/05/2016, 23:06 por Aotsuki Ayame.)
—Podríamos contar lo que ha pasado a Yui, pero a lo mejor eso sería iniciar un conflicto que no me interesa —suspiró Daruu—. He conocido otra gente de Uzushio que no es así
—¡No! Yo también, sé muy bien que no es un problema de Uzushiogakure en sí. No es buena idea que vayamos a Yui —Sacudió la cabeza.
—Deberíamos irnos de aquí. Se lo contamos a nuestras familias y a nadie más. Ellos sabrán qué hacer. Vamos. Lo mejor será que olvidemos a esos hijos de puta lo antes que podamos. Vámonos a la ciudad y hagamos como que no ha pasado nada aquí. Somos ninjas... ¿no?
Ayame asintió, pesarosa, y se apresuró a seguir sus pasos. Se había relajado un tanto al comprobar que la táctica del desvío de atención sobre el tema del beso había funcionado. Sin embargo, bien era posible que también Daruu estuviera deseando hacerlo y ella sólo le hubiese dado la excusa perfecta para ello...
Y una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en aquella posibilidad, sin saber muy bien por qué.
Sus pasos les llevaban de vuelta al centro de la ciudad de los dojos; sin embargo, al cabo de varios segundos, Ayame decidió volver a romper el hielo.
—Has oído lo de Yui-sama, ¿verdad? —le dijo, sin darse cuenta de que había bajado la voz sin razón aparente.
Pero claro que sabía que Daruu había oído lo de Yui. Había oído lo de Yui y todo lo demás. Aquella había sido una pregunta retórica, una pregunta para tirarle de la lengua.
«Lo sabe todo y aún así me ha besado...» No pudo evitar pensar, mientras anillaba sus cabellos en torno a su dedo índice con gesto distraído.
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6/05/2016, 00:32
(Última modificación: 6/05/2016, 00:32 por Amedama Daruu.)
Los muchachos comenzaron a caminar, y pronto sus pies habían dejado atrás los cadáveres. Con ellos, una parte del peso que sentía en el pecho se había quedado allí. Pero siempre les acompañaría un gran pedazo. Daruu suponía, que como con todo, aquél pedazo se haría más y más pequeño a medida que pasara el tiempo. Pero intuía, también, que nunca llegaría a desaparecer. Sobre lo otro...
Sobre lo otro, era mejor dejar de pensar en ello por ahora.
—Has oído lo de Yui-sama, ¿verdad? —le dijo Ayame, bajando la voz.
—Es mejor que no hablemos de eso —Daruu apretó los puños—. Aún no puedo creerme lo que pasó con Kusagakure. Y prefiero no pensar en ello. Me hace más fácil seguir órdenes.
Claro que lo había oído. ¿Cómo no lo iba a oír? La misma Yui en persona les había contado todo. Usar de aquella manera a Ayame sin su consentimiento... Lo peor, es que Zetsuo, su propio padre, lo había permitido. Pero...
—¿...de todas formas, a quién pretendo engañar? ¿Habríamos podido hacer algo? ¿Alguno de nosotros? Somos peones. Arenilla al lado de montañas. No estamos en las altas esferas. Ni estamos... ni se nos espera.
»¿Te apetece cenar conmigo? —soltó, cambiando de tema tan rápido como habían huído del lugar.
Era extraño. Acababan de matar a varias personas, y estaba invitando a cenar a una chica. Se encogió de hombros al pensarlo, pese a que debía resultar estúpido que se encogiera de hombros sin contexto, como dialogando mentalmente consigo mismo.
¿Qué otra cosa podían hacer? Como con lo de Kusagakure, lo mejor era mirar hacia delante y dejar lo pesaroso atrás.
Había que hacer pequeño el pedazo de mal recuerdo que les acompañaba.
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7/05/2016, 18:12
(Última modificación: 9/05/2016, 21:53 por Amedama Daruu.)
—Es mejor que no hablemos de eso —respondió Daruu. Y a Ayame no le pasó por alto que había apretado los puños junto a sus costados—. Aún no puedo creerme lo que pasó con Kusagakure. Y prefiero no pensar en ello. Me hace más fácil seguir órdenes.
Ayame hundió la mirada, con un terrible peso en el pecho en el lugar donde debía estar su corazón. A aquellas alturas no estaba muy segura de lo que Daruu pensaría sobre ella y sobre su actuación sobre Kusagakure. Una y otra vez le habían repetido que ella no había tenido la culpa, que ella no había hecho nada, que había sido el Gobi, que la sustituta de Yui la había manipulado... pero era ella quien sentía las manos manchadas de sangre. Era ella quien había sufrido aquellas pesadillas durante varios interminables meses. Algo dentro de ella quería refugiarse en las palabras afables de las personas que la rodeban, pero otra parte era incapaz de creerles.
—¿...De todas formas, a quién pretendo engañar? —la voz de Daruu logró arrancarla de sus oscuros pensamientos—. ¿Habríamos podido hacer algo? ¿Alguno de nosotros? Somos peones. Arenilla al lado de montañas. No estamos en las altas esferas. Ni estamos... ni se nos espera.
—Supongo que no... —respondió con un suspiro pesaroso—. Pero odio sentirme como una marioneta...
No pretendía que la malinterpretara, aunque sus palabras pudiera parecer significar mil cosas. No dudaría ni un solo segundo si debía dar la vida para proteger la vida de su aldea o de sus seres queridos. Lo que ella no quería es que la utilizaran como una simple arma, o como el simple contenedor que esconde un arma de destrucción masiva. No quería que volvieran a obligarla a utilizar el bijuu para destruir y no estaba dispuesta a permitirlo de nuevo.
—¿Te apetece cenar conmigo? —soltó Daruu. De repente. Sin aviso previo. Como un frío aguacero en una tarde de verano.
«Primero me besa y ahora me invita a... ¿una cita?» Ayame había congelado en el sitio, mirándole con cierta incredulidad y las mejillas arreboladas. Sin embargo, acababan de matar a tres hombres y su muerte aún pesaba sobre sus pensamientos como una enorme losa. No se podía decir que aquel era el momento más román... adecuado para ello.
—C... ¿Cenar...? C... ¿Contigo...? —balbuceó, con el fuego inundando su pecho—. ¿Crees que... es buena idea...?
No se había dado cuenta de ello, pero había comenzado a jugar con sus manos de forma nerviosa.
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Ayame se quedó paralizada en el sitio, observándole con una cara que no supo definir. Se ruborizó, aparentemente avergonzada, y Daruu hizo lo mismo apartando su mirada de la de ella.
—C... ¿Cenar...? C... ¿Contigo...? —balbuceó—. ¿Crees que... es buena idea...?
La muchacha jugueteaba nerviosa con las manos. Lo cierto es que Daruu se acababa de dar cuenta de a qué sonaba aquello y estaba temblando como un flan. No tenía ni idea de qué quería decir Ayame con eso de que si era buena idea, si obviábamos el asunto de los ninjas de Uzushiogakure, pero en eso ya no quería ni tener nada que ver. Sólo se habían defendido, y además, el sol estaba ya poniéndose. Cenar era... ¿lo más normal del mundo? Tendrían que cenar... ¿No?
No tenía mucha hambre después de aquello, pero qué mejor forma de entrar de nuevo en un estado de normalidad que haciendo cosas normales. Como cenar. Cenar de forma normal. Nada de citas, no, aquello no era...
—No... ¡no es una cita! Bueno, creo que sí te invitaría a una... ¡pero eso no tiene nada que ver! Ahora vamos... a... a cenar. A cenar normal. Sí. —Asintió con la cabeza, cruzándose de brazos—. Una cena normal y corriente, cualquier cosa, en cualquier sitio...
Se dio la vuelta y echó a caminar de nuevo hacia la ciudad.
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—No... ¡no es una cita! —se apresuró a explicar Daruu, y Ayame sintió una punzada en el pecho sin saber muy bien por qué.
Hundió los hombros, mientras su compañero de aldea seguía balbuceando frases sin sentido.
—Bueno, creo que sí te invitaría a una... ¡pero eso no tiene nada que ver! Ahora vamos... a... a cenar. A cenar normal. Sí —Asintió con la cabeza, y se cruzó de brazos—. Una cena normal y corriente, cualquier cosa, en cualquier sitio...
Daruu dio media vuelta y echó a caminar de nuevo hacia el centro de la ciudad. Algo por detrás de él, Ayame había aprovechado que el contacto visual se había roto y se mordió el labio para no echarse a llorar allí mismo.
Estaba claro como el agua, y debería haberlo visto venir. La invitaba a cenar a una cena de dos compañeros de armas, a dos compañeros de aldea, a dos amigos. Porque eso era lo que eran. Dos amigos. Simple y llanamente.
«¿Pero por qué la había besado?»
Aquel gesto debía haber sido el simple impulso de la adrenalina. Un simple empujón llevado por la desesperación de verse ambos amenazados por la cerniente sombra de la muerte sobre sus cabezas. Sí, sin duda debía de haber sido eso. Y había sido una estúpida al haber considerado cualquier otra opción.
—Entonces... ¿Adónde vamos...? —preguntó, con un hilo de voz, tratando de apartar el espinoso tema que se había entrelazado en torno a su malherido corazón—. ¿A... los Ramones? Tienen fama de ser muy buenos...
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—Entonces, ¿adónde vamos...? —inquirió Ayame, unos minutos de silencio después, con un hilo de voz—. ¿A.. los Ramones? Tienen fama de ser muy buenos...
Daruu negó con la cabeza, se dio la vuelta y mostró una sonrisa nerviosa mientras caminaba hacia atrás.
—Sí, lo son, pero... —explicó—. también son unos cotillas, y no quiero que nos pregunten qué hacemos por ahí. Quiero dejar atrás a esos ninjas de Uzu, lo más lejos que podamos...
»¿Has probado alguna vez la pizza?
Daruu se detuvo en seco y la observó de arriba a abajo, como analizándola con cara de circunstancias. Esperaba, al menos, que Ayame no fuera la clase de persona que era Zetsuo, una amante incondicional del pescado y del marisco.
A decir verdad, ¿qué era lo que veía en ella? ¿Por qué la había besado? No lo sabía. Era algo subterfugio, algo subyacente en lo que no había percatado. Miró a sus ojos un momento, y la vio a ella en su totalidad, y se vio él, y le invadió una extraña nostalgia que no supo explicar.
Se había ruborizado otra vez, y apartó la mirada.
—Me estoy poniendo nervioso cada vez que te miro, como si estuviera ocultando algo —dijo, avergonzado—. Me gustas, y ya está. Me da miedo no poder ocultarlo mucho tiempo. Pero también me da miedo no ocultarlo. Ya sabes por qué.
En su cabeza seguía repitiéndose la imagen de Zetsuo sujetándolo entre las manos y haciéndolo añicos como lo había hecho con la rosa en los baños termales.
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Frente a ella, Daruu negó con la cabeza y se dio la vuelta para encararla.
—Sí, lo son, pero... —sonrió, nervioso, y Ayame ladeó la cabeza con cierta curiosidad—. También son unos cotillas, y no quiero que nos pregunten qué hacemos por ahí. Quiero dejar atrás a esos ninjas de Uzu, lo más lejos que podamos...
—Ah... ya... —Ayame se removió, con una amarga quemazón en el pecho.
Era incapaz de deshacerse de la idea de que acababan de matar a tres hombres. Aunque hubiese sido en defensa propia, aunque hubiese sido para salvar su vida, de alguna manera sentía que tendría sus rostros grabados a fuego en su cerebro durante mucho, mucho tiempo. Ni siquiera estaba segura de si aquella cicatriz terminaría de curar nunca...
—¿Has probado alguna vez la pizza?
—¿Eh? —la súbita pregunta de Daruu la había pillado totalmente desprevenida. Se había parado en mitad de la calle y la estudiaba de arriba a abajo con ojo crítico, como si la estuviera evaluando por alguna razón que se le escapaba. Ayame volvió a removerse y se reajustó la bandana sobre la frente con gesto nervioso—. Eh... no... Mi padre nunca ha sido muy fanático de esa... ¿cómo las llamaba él...? "Comida basura extraña"; así que nunca he tenido la oportunidad de probar una...—se detuvo súbitamente, con un ligero escalofrío—. ¿Qué pasa?
Daruu no había dejado de mirarla desde que le había hecho aquella pregunta. Pero no era la mirada de alguien que esperara simplemente una respuesta. No. Sus ojos la penetraban como un taladro, como si quisiera atravesar su mente. Era una mirada extraña. Una mirada que la inquietaba y la removía, pero al mismo tiempo la atraía con la fuerza de un imán. Sin embargo, la magia se rompió en cuanto él rompió bruscamente el contacto visual.
—Me estoy poniendo nervioso cada vez que te miro, como si estuviera ocultando algo. Me gustas, y ya está. Me da miedo no poder ocultarlo mucho tiempo. Pero también me da miedo no ocultarlo. Ya sabes por qué.
«¿"Y ya está"?»
Ayame se mordió el labio inferior y hundió la mirada en el suelo. Entrelazaba y desanudaba los dedos, como mariposas inquietas en vuelo. Daruu había soltado todo aquello sin más. Sin anestesia. Como si fuera lo más normal del mundo. Sin darse cuenta de que a cada palabra formulada su corazón se resquebrajaba un poquito más. ¡Maldita sea, la había besado!
—¿Y entonces qué? —preguntó, con un hilo de voz, y se vio obligada a cerrar los ojos. No quería verle. No quería que él la viera llorar—. Me... me has besado... y ahora... ¿qué pretendes que hagamos? ¿Actuar como si... como si nada hubiera pasado?
Se abrazó el costado, impotente, y sus hombros se estremecieron en un involuntario sollozo.
—No... Por favor, no juegues con mis sentimientos... Sólo te pido eso. Nadie nunca me ha... me ha...
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"Comida basura extraña". En esa simple y odiosa expresión quedaban representadas ahora las evidentes diferencias entre Daruu y Zetsuo. Agudas, afiladas como la punta de un punzón. Eran también unas diferencias a las que no le habría importado mostrar eñ más descarado de sus dejarloestares, y sin embargo él sólo se había metido en un callejón sin salida. O se daba la vuelta y se topaba de frente con el problema, o subía por encima de él escalando por la pared. Pero eso sólo le traería más problemas, como Ayame no tardó en señalar.
—¿Y entonces qué? —preguntó, con un hilo de voz. Cerró los ojos y comenzó a llorar. A Daruu se le derrumbó el mundo, y apartó la mirada. Empezó a jugar con sus pulgares, agobiado—. Me... me has besado... y ahora... ¿qué pretendes que hagamos? ¿Actuar como si... como si nada hubiera pasado?
—No... Por favor, no juegues con mis sentimientos... Sólo te pido eso. Nadie nunca me ha... me ha...
—Ay, ¡Ayame! ¡A mí tampoco! No sé qué hacer... —cortó Daruu, con la voz temblorosa—. Me gustas, me ha gustado el beso, sólo tengo miedo de que tu padre me trinche como un pavo en una cena de Despedida.
Fue un ataque de sinceridad, ¿pero qué otra cosa podía hacer?
—Podemos pensar esto con más calma en otro momento, ahora mismo los dos tenemos la cabeza hecha un lío. Sólo quiero que sepas que no estoy intentando olvidar el tema. Te he besado y me ha gustado, y... lo volvería a hacer.
La miró un momento, y luego se dio de nuevo la vuelta.
—Venga, te invito a una pizza y ya verás qué buena está. Si se prepara bien no tiene nada que ver con co-mi-da-ba-su-ra, como esas gambas a las que tu padre le chupa la caca de la cabeza —dijo de forma infantil, pronunciando con un tono burlón la expresión con la que el padre de Ayame había desdeñado su comida favorita.
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—Ay, ¡Ayame! ¡A mí tampoco! No sé qué hacer... —replicó Daruu, con la voz igual de temblorosa que la de ella—. Me gustas, me ha gustado el beso, sólo tengo miedo de que tu padre me trinche como un pavo en una cena de Despedida.
Ayame no pudo evitar encogerse sobre sí misma, llorosa como una niña pequeña. Una parte de ella, quizás su parte más infantil, quería creer sus palabras; pero la otra parte era incapaz de aceptarlo. Incapaz de aceptar que aquellas declaraciones fuesen verdad.
«Si lo fueran... Lucharía por mí...» Le susurraba una maliciosa vocecilla en su cabeza. Pero aquella vocecilla, al mismo tiempo, también estaba cargada de un profundo terror.
—Podemos pensar esto con más calma en otro momento, ahora mismo los dos tenemos la cabeza hecha un lío. Sólo quiero que sepas que no estoy intentando olvidar el tema. Te he besado y me ha gustado, y... lo volvería a hacer.
Entre ligeros hipidos, Ayame reunió los pedacitos rotos de su corazón y se obligó a serenarse. Asintió brevemente con la cabeza, pero sus ojos se habían apagado un tanto.
«Si te hace daño, sólo dímelo. Y me encargaré de ponerlo en su sitio.»
La voz de su hermano mayor resonó entre sus recuerdos, pero Ayame sacudió la cabeza y acompañó los pasos de Daruu cuando este retomó el paso. Ya no caminaba tan cerca de él como antes, ahora se cuidaba de guardar cierta distancia y se agarraba un brazo en un gesto inconscientemente defensivo, abrazándose el abdomen.
—Venga, te invito a una pizza y ya verás qué buena está. Si se prepara bien no tiene nada que ver con co-mi-da-ba-su-ra, como esas gambas a las que tu padre le chupa la caca de la cabeza —el tono infantil con el que había repetido sus palabras logró arrancarle una fugaz sonrisa, pero cuando mencionó las gambas esta fue rápidamente sustituida por el más primitivo de los ascos.
—¿Qué? ¡Puaj! ¿Eso es cierto? Creo que mi padre nunca le ha chupado la cabeza a las gambas... o eso quiero creer —comentó, con un escalofrío.
De alguna manera, estaba comenzando a olvidar el tema de los bandidos. Aunque una angustia había sido sustituida por otra y Ayame comenzaba a sentirse cansada. ¿Es que siempre que estaba con Daruu tenía que ocurrir algo malo? ¿Por qué no podían estar tranquilos por una vez? Como... Como dos...
«Como dos amigos, normales y corrientes, que van a comer juntos.»
—¿Queda muy lejos ese lugar? —preguntó, tratando a la desesperada olvidar aquel ponzoñoso tema.
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—¿Qué? ¡Puaj! ¿Eso es cierto? Creo que mi padre nunca le ha chupado la cabeza a las gambas... o eso quiero creer —comentó, con un escalofrío.
Daruu rió, pero se había dado cuenta de que Ayame ya no estaba tan cerca de él como antes. Y como el transparente de un vidrio, la muchacha no podía ocultar que se sentía incómoda. Daruu paró y se dio la vuelta para mirarla. Torció la cabeza y alzó una ceja.
—¿Queda muy lejos ese lugar? —preguntó ella.
—Oye, Ayame, ¿estás... estás bien? Tienes mala... cara. ¿Pasa al...? —comenzó a contestar él.
Sucedió tan rápido como un relámpago dándole un beso mortífero a la tierra.
Daruu percibió el movimiento raudo y el brillo de algo que se le antojaba afilado por la derecha, e instintivamente saltó hacia atrás. Donde había estado él aterrizó como un misil un extraño, que levantó polvo y resquebrajó la tierra, y la hizo estallar con gran estruendo, arrojándolo a él y a Ayame en dirección contraria.
—¡¿Pero qué dem...?!
No tenía tiempo para hablar. La figura se movió hacia él simplemente caminando, pero a zancadas, y tenía piernas largas, tan gruesas como sus musculados brazos. Vestía simples harapos, y de su cabeza sólo vio su cabello gris, detrás de aquella máscara de lobo.
—¿¡Creíais que no os pasaría nada por matar a tres ninjas de Uzushio!? —vociferó.
A Daruu todo aquello le parecía surrealista. Pero el pánico, y sobretodo, el hecho de que aquél hombre empuñaba dos puños metálicos con forma de lobo —poco alivio comprobar que no eran afilados después del golpetazo que habían causado en tierra—, no le dejaron pensar. El hombre volvió a embestirle con el puño por delante, y Daruu tuvo que apartarse hacia un lado con una voltereta para que no le arrancasen la cabeza.
Giró sobre sí mismo e intentó usar su pierna para hacer caer por su propio peso al enmascarado, pero sólo consiguió hacerse daño en la espinilla, y cayó hacia atrás gimoteando.
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Y el simple hecho de pensar que siempre pasaba algo malo cuando estaba con Daruu pareció invocar una nueva desgracia.
—Oye, Ayame, ¿estás... estás bien? Tienes mala... cara. ¿Pasa al...? —Daruu se había girado de nuevo hacia ella al notar que algo no iba bien. Sin embargo, Ayame no tuvo que inventar una nueva excusa, ya que su compañero no llegaría a completar siquiera la preguntar.
Una sombra se cernió repentinamente sobre ambos y Ayame y Daruu saltaron hacia atrás en un gesto reflejo. Con el sonido del trueno, algo realmente pesado cayó justo donde se había encontrado Daruu hasta hacía apenas unos instantes. El polvo se alzó en una densa humareda, el suelo se resquebrajó con un chasquido y el estallido que se produjo a continuación envió a los dos muchachos en direcciones opuestas.
Ayame cayó con un gemido de sorpresa y dolor, pero se había asegurado de activar su técnica estrella y en el momento del impacto su cuerpo se deshizo en una explosión de agua agitada que terminó por estabilizarse al cabo de algunos segundos.
—¿¡Creíais que no os pasaría nada por matar a tres ninjas de Uzushio!? —vociferó una voz que le puso los pelos de punta y le aceleró el corazón hasta el punto del colapso, y cuando Ayame recuperó su forma corpórea y alzó la cabeza pudo ver a un hombre aparecido de la nada y que caminaba hacia Daruu con largas zancadas. Apenas vestía unos desgajados harapos y sus puños estaban envueltos en sendos puños metálicos con forma de lobo.
—Espera... —gimió, con un hilo de voz, y se tambaleó ligeramente al reincorporarse.
Sin embargo, la espera parecía ser la última de las intenciones de aquel tipo. Como un relámpago se abalanzó sobre su compañero con el puño por delante. Daruu se vio obligado a apartarse con una ágil voltereta, giró sobre su eje e intentó utilizar su pierna para asestarle una zancadilla. Pero el hombre parecía un muro de mármol, y al final fue Daruu el que cayó hacia atrás entre lastimeros gimoteos.
—¡Espera! —repitió Ayame, esta vez con todas sus fuerzas. En un gesto desesperado arrojó dos shuriken hacia el atacante de Daruu. Un tiro aparentemente erróneo, puesto que las dos armas pasaban bastante de lejos a ambos lados de su cuerpo. Aparentemente. Porque, si no se daba cuenta del engaño, el hilo de metal que los unía terminaría por chocar contra su cuerpo y lo utilizaría como eje para que los shuriken orbitaran a su alrededor y terminaran atándole con firmeza tal y como había hecho con Juro durante la semifinal—. ¡Esos hombres intentaban matarnos! ¡Estábamos defendiéndonos!
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El hombre de la máscara apenas sufrió un pequeño temblor con la patada de Daruu. Se agachó, lo cogió por el cuello de la ropa y lo levantó como si estuviera hecho de papel.
—¡Ja! He visto a cachorros más pequeños como tú pegar patadas más fuertes. —Daruu gimoteó, pero le pareció percibir algo familiar en el tono de voz del extraño y abrió los ojos. Observó su máscara, y a través de ella, y vio dos ojos dorados.
—¿Se...re...?
El enmascarado arrojó al joven con fuerza, tanto que surcó cinco metros antes de caer al suelo. Daruu rodó y se levantó a duras penas, intentando ponerse en guardia. Pero el extraño corría hacia él a toda velocidad con el puño el alto.
—¡Confiaba en ti, cachorro!
¡Espera! —Dos shuriken pasaron a ambos lados del hombre y lo ataron con un hilo que no había conseguido percibir. Se enroscaron alrededor de él, y apenas le hicieron dos magulladuras cuando intentaron clavarse, sin éxito, en su carne—. ¡Esos hombres intentaban matarnos! ¡Estábamos defendiéndonos!
El extraño echó a reir.
Daruu conocía esa risa.
Pareció estallar en una nube de humo, y el tintineo metálico de los shuriken anunció su caída al suelo. Chocaron entre sí antes de clavarse en la hierba. Cuando la nube de humo se había disipado, allí no había rastro de ningún hombre, sólo de un enorme lobo gris.
—¿Crees que no lo sé, pequeño polluelo? —se dirigió a Ayame—. Sois unos imprudentes. ¿Los dejáis allí, sin más? ¡Pero bueno! ¿Y si hubiera pasado algo así de verdad? Un ninja de Uzushio os habría matado. Lo primero que tendríais que haber hecho es contárselo a algún superior. Esto no es serio.
Daruu bajó la mirada y dio un puñetazo en la hierba. Seremaru giró la cabeza para mirarlo con melancolía.
—¿Todavía tienes ganas de pelear, cachorro?
—No... —Daruu negó con la cabeza y golpeó de nuevo la tierra.
Nivel: 32
Exp: 77 puntos
Dinero: 4420 ryōs
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El hombre de la máscara del lobo había agarrado a Daruu por el cuello de la camiseta. Lo había alzado en el aire como si no fuera más que una inofensiva hoja.
Ayame se había olvidado por completo de toda la conversación que habían mantenido antes. Estaba asustada. Terriblemente asustada. El corazón le palpitaba con furia en las sienes viendo a su compañero tan indefenso. Tenía que hacer algo... Y tenía que hacerlo ya.
Y en el momento en el que lo lanzó por los aires, los dos shuriken pasaron a ambos costados de su atacante y el hilo de metal que los unía se tensó alrededor de su cuerpo. Utilizándolo como cuerpo central, los dos proyectiles orbitaron rápidamente en torno a él, atándolo por completo. Sin embargo, cuando los dos shuriken fueron a impactar contra él, rebotaron contra su carne sin causarle más que un par de magulladuras.
—¿Pero qué...?
El hombre se echó a reír, y su risa restalló en el aire como un ladrido seco.
Con un pequeño estallido, el cuerpo del agresor se vio cubierto por una nube de humo. Ayame tensó todos los músculos del cuerpo, preparándose para lo peor. Sin embargo, para cuando la polvareda se disipó ya no había rastro alguno del hombre que les había atacado. En su lugar, un lobo de pelaje gris que era considerablemente más grande de lo que debía ser un lobo normal.
—¿Crees que no lo sé, pequeño polluelo? —le soltó.
Y Ayame no pudo evitar caerse al suelo de culo, abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua.
—Sois unos imprudentes. ¿Los dejáis allí, sin más? ¡Pero bueno! ¿Y si hubiera pasado algo así de verdad? Un ninja de Uzushio os habría matado. Lo primero que tendríais que haber hecho es contárselo a algún superior. Esto no es serio.
El animal giró la cabeza hacia un alicaído Daruu que no dejaba de aporrear el suelo con sus manos. Pero Ayame era incapaz de apartar la mirada del cánido.
—¿Todavía tienes ganas de pelear, cachorro? —le dijo.
—No... —respondió Daruu, dando un nuevo puñetazo a la hierba.
Pero Ayame alzó una temblorosa mano hacia el animal.
—Ha... ¡Habla! ¡Ese lobo puede hablar! —exclamó, y su voz sonó por lo menos dos tonos más aguda de lo que era habitual—. ¿Por qué puede hablar? ¡Y nos ha atacado! ¡¡Con técnicas ninja? ¡¿Por qué?! ¡¡¿¿Tú le conoces, Daruu??!!
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