Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El tiburón se vio, por primera vez, en la imperiosa necesidad de usar un poco la cabeza y no bien los puños con los que mejor sabía defenderse. Aquella misión iba a ser algo indudablemente distinto a, por ejemplo; la noche en la que tuvo que cuidar de aquel lunático llamado Skippy. Tampoco iba a ser nada similar al rescate de Ayame, así que para él, a pesar de su experiencia, era territorio inexplorado.
Aguas no navegadas. Y aquello era fatal para un tiburón.
Torció el gesto y trató de recolectar la información más valiosa.
—Está bien, entonces era una mujer —vaciló—. ¿qué estatura tenía la ladronzuela? y, ¿cuántas mujeres trabajan en Baratie, además de su esposa, por supuesto, y la buenorra de Kila? —entonces reparó en algo que sin duda le parecía curioso, cuanto menos—. y ya de paso me dices por qué cojones le dejas todo tu dinero a tu sobrina, y no lo guardas tú. No sé, en algún despacho privado, o debajo de tu jodida cama.
Aún tenía muchas preguntas, pero lo mejor era ir a cuentagotas. A pesar de la indudable resistencia de Kano al alcohol, quería que contestara con la absoluta verdad, a fin de que no fuera soltando cabos como medias verdades.
—Mi propia sobrina trabaja aquí. Y mi ayudante en la cocina, ¡pero él es hombre! —respondió Shenfu Kano, a las preguntas que Kaido iba soltando—. ¡Y que me cuelguen si no era de tu estatura!
Dio un trago al ron, limpiándose acto seguido la boca con el dorso de la mano.
—¿¡Dinero!? Oh, ¡no! ¡En esa caja fuerte guardo algo más valioso que dinero! ¡Un tesoro, pasado de generación en generación! ¡Pero no creo que eso tenga importancia, eh! —exclamó, dándole una fuerte palmada en el hombro.
Vale. Que fuera de su estatura era un dato apabullante. Porque, bien o era una cría como él, de una edad al menos similar —Kaido era alto para tener quince, aunque no demasiado. Esa correlación de daba una buena brecha para suponer sin demasiado margen de error—, o se trataba de alguna jodida ladronzuela con enanismo.
Lo segundo, que su sobrina era la única mujer que trabajaba en Baratie. Eso reducía inmensamente las posibilidades, pero abría una cierta cantidad preocupante de conjeturas acerca de cómo coño ha logrado esa persona robar, y varias veces. Teniendo en cuenta además de un detalle que no podía dejar pasar por alto.
Que, por alguna razón, quería colarse al camarote de la sosodicha sobrina.
—Escúchame, en estos casos todo tiene importancia. Porque, Kano-san, si lo piensas detenidamente, que la ladronzuela hubiese tratado de escabullirse hasta los aposentos de su sobrina significa que conoce lo que allí se encuentra. Ella, o él —aún no descartaba que fuera un hombre, los había debiluchos y delgados como una chica—. conoce de la caja fuerte, aunque es probable que no así del tesoro que ésta contiene.
Pegó el dedo índice de la madera. Dos veces. Tac, tac.
—Tenemos dos días para hacer las jodidas pesquisas, y tú y yo averiguaremos quién quiere joderte la caja de ahorros. Por ahora sería prudente pensar en mover el contenido de la caja fuerte sin que nadie se entere de ello, y eso incluye a su sobrina. Que por cierto, aún no sé su nombre.
Kaido sintió la necesidad de pegarse un trago. Ser un jodido detective, desde luego; no era lo suyo.
—Tú no pareces tener prejuicios con los ninja. ¿Por qué tu esposa y tu sobrina sí?
18/02/2018, 19:57 (Última modificación: 20/02/2018, 03:17 por Uchiha Datsue.)
—¡Va a ser complicado! ¡Casi nada pasa en este barco sin que esas dos mujeres se enteren! ¡Es cosa sobrenatural! ----respondió a Kadio, cuando éste le pidió cambiar de sitio el contenido del tesoro.
Después, Kaido realizó la pregunta. Por primera vez en aquel día, Shenfu Kano pareció quedarse sin palabras. Sus ojos, perdidos en la superficie del ron de su copa. Pasaron eternos segundos, quizá incluso minutos, hasta que abrió la boca.
—Una tragedia. —Su voz, quizá por primera vez en años, se había quedado sin fuerza. Sin ese ímpetu que tanto le caracterizaba—. Mis cuñados, padres de mi sobrina Koe… —tomó aire y lo dejó escapar lentamente—. Efectos colaterales, dijeron. Ellas jamás pudieron comprenderlo. Yo tampoco —le miró a los ojos, y Kaido pudo apreciar en su mirada enturbiada por el alcohol un fuerte rencor. Se quedó mirándole por unos segundos. Luego, volvió a suspirar—. Pero Amegakure no estuvo implicada. No quiero generalizar. No quiero.
Sin decir una palabra más, se llevó el vaso hasta los labios y se bebió todo el contenido de una tacada. Eructó con fuerza.
—¡Pero basta de melodramas! —rugió, recobrando su habitual jovialidad—. ¿¡Qué más hay que hacer!?
Efectos colaterales. Aquello podía significar una sola cosa, y es que los padres de su sobrina tendrían que haber perecido mientras se veían inmiscuidos, directa o indirectamente, en alguna labor de un ninja. Lo que desde luego agobiaba culpas y, probablemente; habría convertido a la pérdida de Jitsuna en uno de los tantos casos donde la impunidad triunfa por sobre lógica. Donde la bandana y el status que se porta con ella vence a la justicia. Se habían visto casos donde la culpa no se asumía por el simple hecho de ser un shinobi. Y eso, de alguna forma, estaba mal.
Pero él no tenía nada que ver con aquello, ni tampoco Amegakure. Lo que hubiesen causado los kusajin y/o Uzujin no tenía por qué convertirse en una carga para él, o para los suyos.
—De momento, arrojar el anzuelo y esperar a que el ladrón muerda la carnada. Necesito que hagas todo como vienes haciéndolo: desde el momento en el que clausuras la cocina, despachas a los comensales, limpias el lugar y cierras todo. No sé si pones llave a las entradas principales, pero habría que enumerar los lugares por donde el ladrón puede entrar sin ser visto, o asumir que se esconde en algún lugar del barco antes de que la noche finalice. ¿Eres bueno con los rostros? ¿podrías hacer memoria acerca de quién ha visitado Baratie más de un par de veces, con continuidad?
Tomó un trago, por primera vez. Arrugó la cara, se quejó del ardor en su garganta y continuó.
—Puede que haya estado entre vosotros y no os hayáis dado cuenta.
Shenfu Kano iba asintiendo con vehemencia ante las indicaciones de Kaido, haciendo que su papada se bambalease de un lado a otro. Luego, respondió a la primera pregunta del shinobi:
—¡Pues claro que soy bueno con los rostros! —exclamó, dando una sonora palmada en la barra—. Pero estoy en la cocina la mayor parte del tiempo, ¡no veo mucho a la clientela!
No, Shenfu Kano no había podido apreciar nada raro. Aparte de su clientela habitual, por su restaurante pasaban decenas y decenas de caras nuevas cada fin de semana. Y él no las tenía registradas en su memoria. Menos cuando se pasaba la mayor parte del tiempo cocinando o bebiendo.
—Puede que haya estado entre vosotros y no os hayáis dado cuenta.
—Puede ser, puede ser… ¡Pero yo te pago por hechos, no por posibilidades! —rugió, con la mirada encendida. Fue entonces cuando Kaido pudo apreciar que los efectos del alcohol empezaban a hacerle efecto al cocinero. Le costaba más articular las palabras, y tenía los ojos nublados, como si les costase enfocarse en nada en concreto—. ¡La única entrada al barco es esa de ahí! ¡Eso sí es un hecho! —agregó, señalando las escaleras por las que Kaido y el resto de concursantes habían entrado—. ¡Y esa es la única puerta que da a las habitaciones! —continuó, apuntando con un dedo a la puerta, o al menos a un punto medianamente cercano, por la que su mujer y Kila habían desaparecido—. También están las ventanas de los camarotes, pero… ¡Solo se abren por dentro!
—Puede ser, puede ser… ¡Pero yo te pago por hechos, no por posibilidades! —y a él no le pagaban por tener que soportar los gritos de un borracho, pero no iba a decírselo, evidentemente. Estaba claro que Kano empezaba a sucumbir a los efectos del alcohol, así que no habría mucho tiempo más para indagar en todo lo que necesitaba saber. Mejor era apurarse—. ¡La única entrada al barco es esa de ahí! ¡Eso sí es un hecho! —en cuanto el hombre señaló la única entrada, el escualo se levantó de su asiento y se dirigió hasta aquella dirección puntual. No dejó de escuchar a Kano, más mientras tanto le echaba un ojo curtido a los alrededores y a la puerta que cerraba aquella entrada, de haber una. Y en caso de haberla, de si los cerrojos funcionaban correctamente o habían sido forzados de alguna manera—. ¡Y esa es la única puerta que da a las habitaciones! —finalmente, trazó el siguiente tramo hasta los linderos del pasillo por donde la buenorra de Kila se hubo perdido junto a Jitsuna—. También están las ventanas de los camarotes, pero… ¡Solo se abren por dentro!
Entonces, una idea maquiavélica rondó la cabeza del amejin. Porque él era un malpensado, y nunca se fiaba de nada, ni de nadie. A desconfiaba hasta de sí mismo.
«Mejor me ahorro el drama de decirle que puede que alguien de dentro está involucrado en toda esta mierda del robo. Poco le va a gustar que sugiera que su amada esposa o su sobrina tengan algo que ver con la ladrona, aunque me decanto más por la segunda. Por alguna razón habrá ido hasta su camarote, ¿no? ¿será que a Koe le gusta hacer tijera?»
—Bien, Kano-san; ¡bien! —se acercó hasta él y le dio una potente palmada, de esas que él regalaba a la mesa cada tanto—. verás como en nada atrapamos a esa hija de perra. Mientras tanto, será mejor que vayas a dormir, que a mí también me vendría bien pegar el ojo. Ha sido un largo viaje desde Arashi no kuni. Seguimos mañana con el interrogatorio, a ver qué más podemos conseguir, ¿ok?
En su breve investigación, Kaido descubrió que la entrada al interior del barco no estaba custodiada por una puerta, sino por una escotilla. Una escotilla corredera, que se deslizaba a un lado al abrirse. Tenía una cerradura compleja, a ambos lados, y desde luego no parecía forzada.
La puerta que daba al pasillo, no obstante, tenía una cerradura mucho más simple. Él mismo intuía que podría abrirla sin mucha dificultad de tener un par de ganzúas a mano. Sin embargo, tampoco aquella parecía forzada.
Finalmente, regresó hasta Shenfu Kano y decidió terminar su investigación por aquel día.
—¡Muy bien, muy bien! —exclamó Kano, devolviéndole la palmada con vehemencia—. ¡Pero recuerda cumplir tu papel de camarero! —le recordó—. ¡Y mejor déjale los cócteles a Kila, eh!
Se acabó el vaso de un trago y esperó a que Kaido hiciese lo mismo con el suyo. En Baratie no se desperdiciaba nada.
Luego, le condujo por el pasillo por el que Kila y la esposa de Kano habían desaparecido. Estaba hecho enteramente de madera, como el resto, con puertas a uno y otro lado. Al fondo del pasillo, unas escaleras que bajaban hasta la bodega. Shenfu Kano le explicó rápidamente la disposición de las habitaciones y a qué daba cada puerta. También le explicó que Yoku Reon era su ayudante a cocina, que lo había acogido cuando tan solo era un crío y enseñado todo lo que él sabía. Normalmente dormía allí, y como acostumbraba a irse de parranda, era el último en cerrar la escotilla principal con llave.
Dicho esto, le llevó hasta la que sería su habitación. Un pequeño habitáculo en el que había una litera de lo más estrecha, un pequeño armario empotrado al otro lado y una ventana circular al fondo, con vistas privilegiadas al mar.
En tu siguiente post puedes seguir investigando o dormir y pasar directamente a la mañana siguiente. Como prefieras.
Yoku Reon era la pieza faltante para que al menos sólo una cosa tuviera sentido. Kaido podría ir a dormir tranquilo con aquella pista bajo su regazo, pues cuando uno se va de parranda, el volver a casa no es precisamente lo que mejor se recuerde de la noche. Quizás, en una de esas...
—Acogedor—indagó, echándole un ojo al habitáculo—. venga, va, hasta mañana.
Se quedó viendo a la estrechísima litera y se terminó de despedir de Kano. Luego, arrojó todas sus pertenencias y así como venía, se tiró encima de la cama y cerró los ojos, hasta quedarse dormido.
. . .
Toc, toc, toc. ¡Toc, toc, toc! ¡TOCTOCTOCTOC!
Kaido pensó que se le estaban tocando a la puerta, pero en realidad era una jodida gaviota que casualmente picoteaba la ventana circular con interés. Quizás, pensaba que el gyojin era una gamba a la que se podía desayunar, pero nada más lejos de la realidad. Un par de manoteos del amejin y el ave rapaz saldría despedida, derrotada y con el estómago vacío. Entre sollozos y perjuras, el escualo se levantó de aquella litera con un severo dolor lumbar —no era para menos, si aquella camilla era una maldita roca— mientras se sobaba el cojón derecho. Una, dos, tres bofetadas autoinfligidas después, comenzó a ver menos borroso.
Una vez le fuera físicamente posible levantarse, se cambiaría de ropa y tomaría un par de utensilios para dirigirse hasta el baño y tomar una ducha. Porque, a diferencia de lo que contaban las leyendas urbanas de Amegakure, él sí que tomaba duchas. Y comía. Como lo hace la gente normal.
Kaido pensó que le estaban tocando a la puerta, pero en realidad era una gaviota que casualmente picoteaba la ventana circular con interés. El gyojin decidió entonces que ya era hora de levantarse, y se dirigió con la mirada borrosa y dando tumbos hasta el cuarto del baño a darse una ducha.
Toc, toc, toc. ¡Toc, toc, toc! ¡TOCTOCTOCTOC!
Alguien llamaba a la jodida puerta del cuarto del baño mientras el agua corría por su cuerpo. Alguien impaciente, que quizá no pudiese esperar más por hacer de vientre o que, simplemente, quería que Kaido se apurase.
Cuando el shinobi al fin salió de la ducha, sin embargo, a nadie vio tras la puerta. El pasillo estaba completamente vacío, y no se oía ni un alma.
Toc, toc, toc. ¡Toc, toc, toc! ¡TOCTOCTOCTOC!
Kaido se sobresaltó. Tocaban a la puerta que acababa de cerrar, desde el otro lado. Como en un sueño, su cuerpo se movió por él, abriendo la puerta para descubrir el enigma. Entonces, en la ventana circular que había también en el cuarto del baño, lo vio.
Tocaba a la puerta con una aleta, y le mostraba su sonrisa dentada desde el otro lado del cristal. Era un tiburón. Un tiburón de verdad.
Toc, toc, toc. ¡Toc, toc, toc! ¡TOCTOCTOCTOC!
—Joder, ¡Shirosame! ¿¡Quieres abrir, coño ya! ¡Que nos van a despedir antes de empezar siquiera!
Era Kila, que le llamaba desde el otro lado de la puerta. Fue entonces cuando Kaido se dio cuenta. La gaviota; la ducha en el cuarto de baño; el tiburón… Todo había sido fruto de su imaginación. De sus sueños, que se negaban a abandonarle tan temprano.
Y él, le devolvió el saludo a aquel tiburón como si se tratase de algo normal. Le habló, incluso, diciéndole probablemente algo como: eh, primo, ¿cómo te tratan los mares del norte? pero éste no le respondió. En cambio, el retumbar de la puerta —la verdadera— le sacó de su psicodélico ensimismamiento, trayéndole de vuelta al plano de los vivos. Lejos de su sueño. Sintiéndose tan perdido como un náufrago en medio del vasto océano que rodea a todo oonindo.
—Joder, ¡Shirosame! ¿¡Quieres abrir, coño ya! ¡Que nos van a despedir antes de empezar siquiera!
Ahí lo supo. Que sencillamente se había quedado pegado a las sábanas. Y la fiera de Kila había venido a despertarle.
—Ya voy, coño, ¡ya voy! —dijo, pegando un brinco digno de un canguro. Echó un vistazo a su alrededor, y como bien pudo buscó una muda de ropa y se ató la melena en una cola, de nuevo. Luego, abrió su camarote.
Y sonrió.
—Espérame en la cocina, corro a lavarme los dientes y piro para allá.
Salió despedido como una saeta y se perdió hasta los linderos del baño, donde haría sus necesidades. Tenía unas ganas de mear agobiantes.
. . .
—¡Buenos días! —anunció, tras su llegada a donde estuvieran Kila y los demás esperándole.
—¡Casi buenas tardes! —le reprendió Jitsuna, que aguardaba con los brazos en jarra y expresión ceñuda. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa blanca, con una pajarita anudada al cuello.
Kila, por otra parte, vestía de manera algo más informal, con unos shorts vaqueros y una camisa blanca, con las mangas remangadas casi hasta el codo. Había atado el cabello en una cola de caballo, portaba todavía su brazalete negro y estaba terminando de poner los manteles a las mesas. El suelo parecía recién fregado, y la barra, todavía algo húmeda, señal de que alguien le había estado quitando el polvo.
Jitsuna le llamó con un dedo para que se acercase a la barra, y le entregó una carta con el menú y sus precios. Le indicó que había algunos platos que no se podrían cocinar en aquel día —por si los clientes lo pedían—, y le señaló qué cócteles podía hacer y cuáles era mejor que los hiciese Kila. Le sugirió que fuese memorizando la posición de las botellas, así como el número que tenía cada mesa. En plena faena, le recordó, no podía perder el tiempo buscando tal o cual bebida o preguntando por el número que correspondía a alguna mesa.
Minutos más tarde, un nuevo hombre aparecería en escena. Entró por el mismo pasillo donde estaban las habitaciones. Era grande, de brazos musculados y cuello grueso. Tenía los laterales de la cabeza rapados, los pelos de arriba peinados hacia atrás con gomina y un bigote espeso y negro. Y ojeras, muchas ojeras.
—¡Buenos días! —exclamó con voz ronca y cansada, al ver a Kaido. Jitsuna se había ausentado hacía justo unos momentos. Entonces sus ojos se posaron en Kila, y su espalda encorvada se enderezó cual resorte. Esbozó una sonrisa torcida—. Kila, ¿verdad? —se inclinó hacia ella y le besó el dorso de la mano, en un gesto tan antiguo como pasado de moda—. Yoku Reon, un placer.
—El placer es mío —rebatió a su vez Kila, con una tímida sonrisa.
—¡Casi buenas tardes! —replicó Jitsuna, enfurecida. Kaido se rascó la parte de atrás de la nuca y rió, con los ojos chiquitos, tratando de excusarse. Entonces se le ocurrieron mil y un frasesillas mordaces con la cual sacarse a aquella vieja estirada y menopáusica de encima, pero recordó que tenía un papel que jugar, y que no podía salirse de él aún y cuando la maldad le revolviera los intestinos.
En silencio, se acercó hasta ella y atendió a las instrucciones aplicadamente. Entre tanto, sin embargo, le echaba un ojo sigiloso a Kila, que estaba como un bombón para chupar esa mañana.
No obstante, su prisma visual fue interrumpido por la llegada de nada más y nada menos que de Reon. Reon era un tipo corpulento, que le sacaba medio tajo al bueno de Shirosame. De grandes brazos y con un estilo de los años doscientos, con un bigote que tendría ya que haber pasado de moda. Sin embargo, se movió galante hasta los linderos de Kila —sin haber reparado en él salvo por un mísero y desganado buenos días— y se le presentó como un caballero, un caballero ligeramente pederasta, pensó él, pero caballero al fin.
«Maldito pedófilo de los cojones, ¡Aléjate de mi mujer!» —pensó, queriendo inflarse de agua hasta el cogote y superar aquella amenazante musculatura. Pero no podía, no esa vez.
—Buenos días, Reon. ¿A mí no me vas a besar la aleta? —bromeó, aunque con fingida camaradería. Luego se acercó hasta él y le tendió la mano para estrechársela. Porque, no podía empezar con mal pie con el único tipo que podía ser la razón por la cual, alguien estaba colándose por las noches a robar, aprovechándose quizás de un Reon fuera de sus cabales tras sus taciturnas juergas y derroches—. Shirosame.
—Buenos días, Reon. ¿A mí no me vas a besar la aleta?
Reon le miró alzando una ceja y con expresión de gallito, ladeando ligeramente la cabeza.
—Lo siento, compañero, pero no me gustan los pezqueñines —replicó, y como ninguna pulla era nada sin su risa hiriente que la acompañase, estalló en carcajadas mientras miraba a Kila con ojos cómplices. Kila le devolvió una pequeña sonrisa forzada, aunque Kaido pudo apreciar que lo hacía más por obligación que por gusto. Fuese como fuese, Reon le devolvió el apretón de manos, quizá con más fuerza de la debida—. Un placer, un placer —dijo todavía entre risas. Devolvió la mirada hacia Kila, dándole ligeramente el costado a Kaido, como si no existiese—. Cualquier duda que tengas, no dudes en preguntar. Estaré encantado de ayudarte… —Por alguna razón, Reon empezó a hablar muy, muy despacio—, en… lo… que… sea.
Le guiñó un ojo antes de irse, ante una Kila ligeramente colorada, y desapareció por la cocina. Minutos más tarde, Jitsuna volvió a entrar en la sala y, tras entrar brevemente a la cocina, les pidió ayuda con el desayuno. Y es que Reon había preparado a los cuatro un exquisito manjar para tener las pilas cargadas por el resto del día. Entre todos, juntaron dos mesas y llevaron la comida hasta ellas: tostadas; jarras de zumo recién exprimido; café; una rodaja de pan con aceite y tomate para cada uno; y un pequeño cuenco con fruta troceada —kiwi, plátano, pera y manzana—.
Pese a ser cuatro, pusieron sobre la mesa seis platos con sus respectivos cubiertos.
—¿Y Kano? —preguntó Reon, pese a que parecía ya conocer la respuesta.
—No hay quien lo despierte —respondió Jitsuna, soltando un bufido mientras se sentaba a la mesa—. Tendrás que ocuparte de los desayunos… Quizá también de la comida del mediodía.
Reon resopló con soberbia, encogiéndose de hombros.
—Ya estoy acostumbrado. Últimamente me ocupo de muchas cosas de las que él debería hacerse cargo.
¡Crash! El vaso del que iba a beber Jitsuna cayó al suelo y se rompió en añicos. Un silencio tenso se instauró en ese momento, con el rostro de Jitsuna rígido y una sonrisa divertida dibujada en el rostro de Reon. Kila fue la primera en interrumpirlo, levantándose en el acto e insistiendo en ser ella quien limpiase el desperdicio.
—Lo siento, compañero, pero no me gustan los pezqueñines —esgrimió el musculado, despotricándose en una risa estrepitosa después de su propia pulla. Pero cuando él le apretó la mano al gyojin con una fuerza desmedida, no encontró sino una respuesta similar. Un apretón que no se acobardaba y que, por su evolución genética, podría ser incluso más fuerte que el de su interlocutor. Debatiéndose ambos en un pulso de machos. Además, también rió a irreverente carcajada, como si realmente le hubiese hecho gracia todo aquello, y mostrándose reacio a caer en el juego de un simple civil —. Un placer, un placer.
Echó dos pasos atrás, sonriente. Ya podía sentirse seguro de que aquel reto de a quién le medía más el rabo la iba a tener que ganar él, sí o sí.
Los minutos pasaron desapercibidos, sin embargo. Kaido tanteó sus tareas mientras Jitsuna y Reon preparaban un desayuno para todos, que entre los cuatro montaron una mesa para sentarse a tragar. El gyojin sentó su azulado trasero en una de las sillas y comenzó a frotarse las manos, atento a la conversación pero ajeno a inmiscuirse en ella. Su oído sin embargo tendría que reparar en aquel repentino raje del souschef, quien sin miramientos escupió una frase perversa y evidentemente malintencionada. Con el único propósito de herir. Y Jitsuna padeció aquel dolor a través del temblor que le llevó a soltar el vaso, que se partió en mil pedazos al tocar el suelo.
Shirosame elevó la mirada, y pudo ver aquella sonrisa marrana que vestía el rostro del cocinero. La conocía tan, pero tan bien...
Porque él también hacía lo mismo.
—¡Bam, bam, bam! —gritó, como lo hubiera hecho Kano de estar presente. Era su forma de recordarle a Reon quién cojones era el jefe—. a comer, coño, a comer.
Acto seguido, se llevó una tortilla a la boca. Y la devoró. Mientras meditaba el asunto, haciéndose mil y un ideas con respecto a la aparente disconformidad del cocinero para con la carga laboral. ¿Se estaba acaso quejando? ¿tendría él alguna rencilla reciente con Kano?
Una lástima que no le hubiera preguntado cómo era su relación con todos los trabajadores.
—¿Y Koe? debo admitir que estoy un poco ansioso de conocer a vuestra sobrina, Jitsuna-san.