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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Kōri, finalmente, pareció encontrar un rastro que se perdía hacia el sur. Daruu le siguió de cerca, tratando de rastrear lo que a él se le pasara por alto. Y así, juntos, siguieron lentamente la pista de la muchacha.

Pues si no te importa, voy a desactivar el Byakugan un rato —dijo Daruu—. Si el rastro se acaba, ya busco con mis ojos.

Los dos buscaron durante un largo rato, recorriendo un amplio terreno del bosque. Lo preocupante era que, evidentemente, Ayame se estaba dirigiendo hacia el interior prohibido de Azur. Daruu frunció el ceño y se temió lo peor, pero también le parecieron muy extrañas las circunstancias. Ayame querría haber salvado a la niña. No iba a irse hacia el interior del bosque y menos si tenía que cuidar de ella.

De pronto, el pie de Kōri rozó un objeto metálico. Casi pisa un grupo de makibishi en el suelo. Las puntas estaban manchadas de sangre.

¿Eso son unos makibishi? —preguntó Daruu—. Qué raro. Si alguien los hubiera pisado, seguiría aquí clavado. ¿Quizás se trató de un clon de sombra? Son los únicos que pueden sangrar.


· · ·


Ayame despertó. El suelo era de piedra, frío y húmedo. Había una penumbra ligeramente inquietante, pero la muchacha era perfectamente capaz de soportarla. Al fondo, tres pares de ojillos la miraban, asustados. Fue sus sollozos lo que la habían sacado de los brazos del dioses del sueño. Reconoció a la niña que había estado persiguiendo, y al enorme halcón posado a dos metros de los niños, con los ojos cerrados. Se tomaba un descanso.

Al fin te has despertado. —La voz de un hombre a su derecha la sobresaltó. Estaba apoyado en la pared, con los brazos cruzados y con una pierna sobre la otra. Era ligeramente moreno y tenía el pelo alborotado, de color marrón claro. Desde detrás de las orejas, dos trenzas atadas con una pequeña goma cerca de la punta descendían y caían sobre sus hombros. Sus ojos eran de un color tan claro como los de su hermano, y tenía dos tatuajes bajo los párpados que le resultaban familiares: a las marcas que aparecían en los suyos cuando usaba el chakra de Kokuō. Vestía de color marrón oscuro de arriba a abajo, incluyendo las botas. Llevaba un poncho de un color marrón más claro incluso que su pelo, con alguna que otra marca de color verde a la altura del centro y por el borde inferior. Se rascó la barbilla con una mano. Llevaba guantes sin dedos—. Está claro que tú no eres el Hyūga —añadió, mirando a través de ella—. Pero han enviado a uno contigo, ¿verdad?
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No hay marcas de sangre registradas.
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#32
Pues si no te importa, voy a desactivar el Byakugan un rato —dijo Daruu, al cabo de un rato—. Si el rastro se acaba, ya busco con mis ojos.

Ahorra fuerzas, puede que lo necesitemos más adelante —asintió Kōri.

Los dos Jōnin continuaron rastreando durante un largo rato, siguiendo las huellas dejadas hacia el sur. El Hielo se mantuvo en todo momento tan calmo y frío como siempre, pero lo cierto era que se estaban adentrando en el interior del Bosque de Azur, y la preocupación comenzó a nacer en su pecho. ¿Acaso Ayame se habría visto obligada a internarse en el bosque durante su persecución?

Sus pies rozaron entonces algo duro que tintineó con un eco metálico, y Kōri se detuvo a tiempo de pisar los makabishi abandonados en el suelo. Cuando se acuclilló, comprobó que las puntas estaban manchadas de sangre.

¿Eso son unos makibishi? —preguntó Daruu, junto a él—. Qué raro. Si alguien los hubiera pisado, seguiría aquí clavado. ¿Quizás se trató de un clon de sombra? Son los únicos que pueden sangrar.

Kōri frunció el ceño y tomó con cuidado uno de los makabishi. Lo inspeccionó con cuidado y después extendió la mirada hacia el frente. Qué bien les habrían venido los perros rastreadores de Kiroe en aquellos momentos.

O un Clon de Sombras o el que los pisó continuó aún estando herido —razonó—. Que yo sepa, Ayame no tiene makabishi —Miró de manera significativa a Daruu—. Vamos, las huellas siguen hacia delante.



. . .



Fue el sonido de unos sollozos lo que la sacó de su inconsciencia. Ayame frunció el ceño y ladeó la cabeza, farfullando entre dientes un gruñido incomprensible. Al sentir el suelo duro y frío por debajo de su cuerpo, se estremeció sin poder evitarlo. Aún tardó algunos segundos más en terminar de despertar, y cuando entreabrió los ojos se encontró con una penumbra que le puso los pelos de punta momentáneamente. En la distancia, tres niños llorosos la observaban en la distancia. Una de ellos era la chiquilla de cabellos rojos como el fuego y ropas andrajosas que había intentado salvar. Sin demasiado éxito, cabía decir, para su pesar. Junto a ellos, a unos dos metros de distancia, el enorme halcón que la había salvado se tomaba un merecido descanso.

Ayame se restregó la cara con gesto aturdido, intentó reincorporarse con lentitud hasta quedarse sentada, y entonces escuchó una voz masculina a su derecha:

Al fin te has despertado.

Sobresaltada, su primera reacción fue extender la muñeca para sacar el kunai debajo de su manga. Pero enseguida recordó que había dejado el arma perdida en el claro del bosque, clavada en el tronco de un árbol. Chasqueó la lengua, ofuscada.

El hombre en cuestión tenía la espalda apoyada en la pared y estaba cruzado de brazos y de piernas en una actitud relajada. Tenía la piel ligeramente bronceada y el pelo alborotado, castaño. Dos trenzas caían por detrás de sus orejas hasta sus hombros. Sin embargo, sus ojos eran tan claros como los de su propio hermano. Bajo los párpados lucía marcas del color de la sangre, similares a cuando ella misma utilizaba el chakra de Kokuō. Vestía con un poncho de color pardo, con alguna que otra marca verde a la altura del pecho y en el borde inferior del mismo, ropas marrones y botas de la misma tonalidad.

Está claro que tú no eres el Hyūga —añadió, rascándose la barbilla con una mano enguantada sin dedos, y sus ojos parecieron penetrar en sus pensamientos—. Pero han enviado a uno contigo, ¿verdad?

Ayame guardó un precavido silencio. Miró de reojo a los niños, llorosos y reunidos en un rincón; después miró al halcón, recordando sus palabras antes de que perdiera la consciencia, y por último se volvió hacia el desconocido. Si sabía que venía con Daruu, y si las palabras del ave eran ciertas...

¿Usted... usted es...?
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#33
Mmh... —Daruu meditó durante unos segundos antes de seguir a Kōri sorteando con cuidado los makibishi—. Sí, pero si estuviera herido habría un rastro de sangre por alguna parte, ¿no? Y no veo goteo ni nada. Además están colocados todos en el mismo sitio. Normalmente si caes en una trampa así lo primero que quieres es quitártelos, y digo yo que estarían distribuidos de forma menos uniforme.

Siguiendo todas las pistas que pudieron encontrar, los dos jóvenes continuaron adentrándose en el bosque, con una creciente inquietud residiendo en su pecho. Estaban yendo demasiado lejos...

Un poco más allá, Daruu volvió a activar el Byakugan. E indicó a Kōri que se detuviera.

Unos diez metros más adelante —susurró—, hay un precipicio. Al borde está una de las que estaba peleando contra Ayame en el claro. La de las espadas.

»¿Qué deberíamos hacer? Si hay que eliminarlos, esta es presa fácil —dijo—. Puedo acabar con ella sin que se de cuenta y sin tocarla con una técnica Hyūga.


· · ·


Amatsu Yokuna —contestó él—, algunos en Amegakure me llaman el Cazador. He venido a por esos tipos. Oye, te he hecho una pregunta, y no me la has contestado —gruñó—. Estos tipos matan a más y más gente cada día, y los hijos de puta saben esconderse muy bien. Normalmente los rastrearía por el cielo con mis halcones, pero el bosque es demasiado frondoso y no se ve nada desde el cielo. Por eso pedí ninjas con experiencia en rastreo y en eliminación de renegados. Me dijeron que además vendría un Hyūga. ¿Está contigo o no? —El hombre se removió un poco, incómodo, para ajustarse un enorme pergamino que cargaba a la espalda.
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#34
Mmh... —Daruu meditó durante algunos segundos antes de seguir los pasos de Kōri, esquivando con cuidado los makibishi—. Sí, pero si estuviera herido habría un rastro de sangre por alguna parte, ¿no? Y no veo goteo ni nada. Además están colocados todos en el mismo sitio. Normalmente si caes en una trampa así lo primero que quieres es quitártelos, y digo yo que estarían distribuidos de forma menos uniforme.

Seguramente tengas razón. Pero, fíjate, sigue habiendo tres pares de huellas. Será mejor que las sigamos y ver dónde nos conducen.

Ambos continuaron su travesía, adentrándose cada vez más en el tan temido Bosque de Azur. Con cada paso dado, la expresión de Kōri se tornaba más y más sombría. Si seguían así, llegarían a la linde que separaba el terreno seguro de lo desconocido. Y si eso ocurría no podrían entrar de ninguna manera a por Ayame.

De repente, Daruu le instó a detenerse. Quizás compartiendo sus mismas preocupaciones, había activado de nuevo su Byakugan.

Unos diez metros más adelante, hay un precipicio —susurró—. Al borde está una de las que estaba peleando contra Ayame en el claro. La de las espadas. ¿Qué deberíamos hacer? Si hay que eliminarlos, esta es presa fácil. Puedo acabar con ella sin que se de cuenta y sin tocarla con una técnica Hyūga.

Espera —susurró El Hielo—. Este puede ser un buen momento para recabar información. ¿No hay nadie más? Podríamos interrogarla.



. . .



Amatsu Yokuna, algunos en Amegakure me llaman el Cazador. He venido a por esos tipos —afirmó el hombre.

Y Ayame se permitió el lujo de lanzar un suspiro de alivio.

Oye, te he hecho una pregunta, y no me la has contestado —gruñó entonces—. Estos tipos matan a más y más gente cada día, y los hijos de puta saben esconderse muy bien. Normalmente los rastrearía por el cielo con mis halcones, pero el bosque es demasiado frondoso y no se ve nada desde el cielo. Por eso pedí ninjas con experiencia en rastreo y en eliminación de renegados. Me dijeron que además vendría un Hyūga. ¿Está contigo o no?

Pe... Perdona, necesitaba saber que de verdad era usted —se excusó la kunoichi. En una misión peligrosa como aquella, no podía permitirse el riesgo de desvelar quién era o a quién estaba buscando. Aunque era bien cierto que sólo contaba ahora con su palabra, pero dadas las circunstancias no tenía otra opción que fiarse—. Sí, nos manda Yui-sama. Vengo con Amedama Daruu, del clan Hyūga, y Aotsuki Kōri. Yo soy Aotsuki Ayame —añadió, presentándose a sí misma—. Pero... tuve que separarme de ellos cuando Daruu vio que estaban persiguiendo a la niña —añadió, señalando con un movimiento de cabeza a la chiquilla de cabellos rojos—. ¡Ay! Seguro que ahora deben estar buscándome por todo el bosque...

»¿Quiénes son los otros dos niños?
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#35
No, no hay nadie más. Eso también me preocupa —contestó Daruu—. Las huellas sí están. Los tres pares. Y acaban en el borde del precipicio...

El muchacho sintió una terrible ansiedad creciendo en su pecho.


· · ·


Yokuna levantó una ceja cuando Ayame le confesó que había estado intentando averiguar si se trataba de él de verdad. Pues claro que era él, si no, ¿por qué iba a salvarla de la muerte? La habría dejado caérse. La muchacha le dio la información que necesitaba saber: que Yui había enviado también a un Hyūga. También le contó cómo había acabado allí.

¡Ay! Seguro que ahora deben estar buscándome por todo el bosque...

Bien. Eso es precisamente lo que quiero que hagan. Que te rastreen y que vengan hasta aquí —contestó él, sin embargo—. El Byakugan nos da una ventaja increíble, necesitaremos sus habilidades, pero antes, dime...

¿Quiénes son los otros dos niños? —Ayame interrumpió a Yokuna, quien chasqueó la lengua.

Huérfanos. Los exiliados mataron a sus padres a sangre fría. Ahora no sé qué hacer con ellos. Han habido más, muertos incluso. La niña es de Claro de Hitoya, un pequeño asentamiento de cuatro casas cerca de aquí. Los demás son de Iryūshima, al este. —informó—. Ya no vive nadie en ninguno de los dos.

»Oye, ¿alguno de vosotros tiene otra habilidad de rastreo? Ahora que somos cuatro, quiero saber si podemos dividir nuestros esfuerzos o tenemos que gravitar todos entorno al Hyūga.
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#36
No, no hay nadie más. Eso también me preocupa —contestó Daruu—. Las huellas sí están. Los tres pares. Y acaban en el borde del precipicio...

Nada cambió en la expresión de Kōri. Ni un ápice. Seguía con sus ojos de escarcha fijos al frente, donde le estaba señalando Daruu. Diez metros la separaban de su presa. Ni uno más, ni uno menos.

Prepárate. La congelaré para inmovilizarla y podremos interrogarla.

Y desapareció en apenas una ventisca de hielo y nieve. Con el silencio de un búho en mitad de la noche, Kōri se había lanzado en un movimiento instantáneo hacia delante, buscando pillar desprevenida a la mujer de las espadas para saltar sobre ella y derribarla utilizando el peso de su propio cuerpo para ello. Lo primero que hizo fue buscar agarrarla por los antebrazos y, utilizando su chakra Hyoton, dejó que el frío manara desde su piel para congelar sus brazos, inutilizar sus espadas, y después petrificar su torso y sus piernas.


¤ Hyōton: Tōshō
¤ Elemento Hielo: Congelación
- Tipo: Apoyo
- Rango: A
- Requisitos: Yuki 60
- Gastos:
  • 36 CK (una mano)
  • 20 CK (extender)
- Daños: -
- Efectos adicionales: Inmoviliza la zona afectada al contacto
- Sellos: Ninguno
- Velocidad: Rápida
- Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Con ayuda de su chakra, el usuario hace emanar un intenso frío desde la piel de una, o de ambas manos. Al contacto con la extremidad de un objetivo, una capa de hielo se expande rápidamente, congelándola e inmovilizándola en el proceso. Esta capa de hielo durará mientras se mantenga el contacto físico con el Yuki. Al momento de soltarlo, durará un turno extra más antes de desprenderse y caer al suelo en forma de agua líquida.

Con un aporte de chakra extra, el shinobi puede elegir expandir la capa de hielo hacia el resto del cuerpo de su objetivo.

Esta técnica es especialmente útil contra Hōzuki, pues es capaz de congelar hasta el mismísimo Suika no Jutsu de estos.



. . .



Bien. Eso es precisamente lo que quiero que hagan. Que te rastreen y que vengan hasta aquí —contestó Yokuna, con toda la naturalidad del mundo.

Y Ayame sintió que se volvía a marear. ¿De verdad ese era su plan? ¿Esperar allí, en mitad de la nada, con los brazos cruzados hasta que Daruu y su hermano dieran con ellos?

El Byakugan nos da una ventaja increíble, necesitaremos sus habilidades, pero antes, dime...

¿Quiénes son los otros dos niños?

La interrupción le había irritado. Lo notó. Pero no había podido evitarlo. Agachó la mirada, avergonzada.

Huérfano —respondió—. Los exiliados mataron a sus padres a sangre fría. Ahora no sé qué hacer con ellos. Han habido más, muertos incluso. Estos son de Claro de Hitoya, un pequeño asentamiento de tres casas cerca de aquí. Ya no vive nadie allí.

«A esto os habéis reducido... Estaréis orgullosos.» Ayame había apretado los puños hasta el punto de hacerse daño. Pero no pareció sentirlo. De sólo imaginar el terror que habían pasado esos chiquillos, de tan solo imaginar todas las vidas arrancadas por un grupo de chavales sedientos de poder y faltos de escrúpulos...

Se juró a sí misma que los detendría. No podía devolverles a aquellos niños a sus padres, pero les devolvería la seguridad de una vida tranquila.

Oye, ¿alguno de vosotros tiene otra habilidad de rastreo? Ahora que somos cuatro, quiero saber si podemos dividir nuestros esfuerzos o tenemos que gravitar todos entorno al Hyūga.

Ayame se mantuvo pensativa durante unos instantes. Otra vez, se encontraba ante una encrucijada que atentaba contra sus principios: desvelar los secretos de sus técnicas y habilidades como kunoichi. Pero, nuevamente, no le quedaba más alternativa.

Mi he... Kōri puede invocar búhos y volar con ellos. Sobre mí... yo puedo ecolocalizar, pero mi alcance no es el del Byakugan, ni de lejos... Diez metros a la redonda, ese es mi límite. También puedo sentir otros chakras. Si son lo suficientemente potentes puedo hacerlo a veinte metros a la redonda de forma inmediata; si no, siempre puedo intentarlo concentrándome —añadió, hundiendo los hombros.
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#37
Pero espera un momento, vamos a trazar un plan o algo, ¿no...? —No. Kōri se lanzó en picado como el águila que era su propio padre y amarró bien fuerte los antebrazos de la mujer. Ella, desprevenida, dejó caer las espadas, que se precipitaron hacia el foso. Ambos cayeron en tierra, y se deslizaron a punto de matarse también contra el desfiladero de negrura. Había sido imprudente, o tal vez fuera que Kōri estaba muy seguro de sí mismo. En cualquier caso, había funcionado, y ahora el hielo quemaba y retenía a su prisionera.

¿¡Quién eres!? ¡Suéltame! ¡Hijo de puta! —bramaba ella.

No puede ser... ¿Nishikaze Kodama? —dijo Daruu, sorprendido, saliendo de detrás de los árboles—. ¡Es una de las gilipollas que abusaban de Ayame!

Esa voz... Ah, Amedama. ¿¡Ahora estás con ella!? ¡Qué desperdicio!

Desperdicio el tuyo, hija de puta —espetó, acercándose a ambos—. ¿Qué haces con unos exiliados de mala muerte en un bosque? Nunca has sabido rodearte de buenas compañías. Te dejaste llevar por Nejima y te uniste a su grupito de matones.

¡Imbécil! ¡Hijo de puta! ¡Traidor! ¡Me dejaste de hablar! ¡Tú y yo eramos amigos!

No podría ser amigo jamás de alguien como Nejima, y tú te volviste poco a poco como él. ¡Pero basta de cháchara! —cortó—. Kōri-sensei, ¿puedes darle la vuelta? La interrogaremos con un Genjutsu, dime qué quieres que le pregunte.

¡¡MUERTA!! ¡¡AYAME ESTÁ MUERTA, COMO MUERTO ESTÁ NEJIMA, ES QUE NO LO VEIS!! —gritó Kodama, desesperada. Daruu sintió una punzada en el pecho, pero se forzó a mantenerse en el sitio—. ¡Los rastros terminan aquí! ¡Se han caído, maldita sea!


· · ·


¿Por qué lo dices como si fuese algo malo? —dijo Yokuna, cansado, frotándose el entrecejo—. Lo de la ecolocación me parece un recurso útil, y eres igual de perceptiva que yo. Honestamente, vas a ser más de utilidad que el Hielo —Siempre sorprendía que conocieran a Kōri, pero al fin y al cabo era un jōnin bastante conocido—. ¿De qué te sirve invocar búhos en un bosque tan cerrado? Sí, puedes enviarlos a investigar, pero tú no puedes quedarte quieto mucho tiempo y luego las aves tienen que centrarse en encontrarte a ti. Créeme —suspiró—, lo digo por experiencia. —Hizo una seña con la cabeza a su halcón, que entreabrió uno de los ojos.

Eso ha dolido, capullo.

Estamos en desventaja, Takeshi.

¡Sé más optimista! ¡Han llegado los refuerzos!

Bueno, ha llegado un tercio de los refuerzos —rio Yokuna. Era la primera vez que lo veía reírse. Quizás había dado la impresión de que tenía mucho mal genio, pero ahora Ayame vio que en realidad parecía más agotado que otra cosa. Tenía unas ojeras terribles y los labios agrietados por la sed.
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#38
El intercambio de palabras entre Daruu y la que había llamado Nishikaze Kodama resultó ser de lo más productivo. Al parecer, la muchacha era una antigua compañera de clase de Daruu y de Ayame. Amiga del primero, torturadora de la segunda. Hasta que decidió seguir los pasos de un tercer compañero, Nejima, y abandonar la seguridad de su aldea para internarse como exiliada en aquel bosque. Kōri se mantuvo en todo momento impertérrito, sin aflojar ni un ápice el agarre que mantenía sobre su cuerpo.

¡¡MUERTA!! ¡¡AYAME ESTÁ MUERTA, COMO MUERTO ESTÁ NEJIMA, ES QUE NO LO VEIS!! —terminó gritando, sin necesidad alguna de ilusiones de interrogación—. ¡Los rastros terminan aquí! ¡Se han caído, maldita sea!

El Hielo sólo entrecerró momentáneamente sus ojos de escarcha.

Ayame no está muerta. Aunque hubiese caído, ella puede volar. No moriría por una caída así —aseguró, tan convencido como quien aseguraba que estaba lloviendo en Amegakure sin siquiera estar allí para comprobarlo—. Daruu, necesito que rastrees con tu Byakugan todo. Fuerza tus ojos al máximo, necesitamos que rastrees el bosque de arriba a abajo, hasta donde puedas llegar y más allá. ¿Entendido? —ordenó, sin siquiera mirarlo, antes de volverse hacia Kodama—. Y mientras tanto, tú... Tú nos vas a contar todo lo que ha pasado. Todo lo que sepas. Y lo harás por las buenas, o por las malas. Tú eliges.



. . .



¿Por qué lo dices como si fuese algo malo? —cuestionó Yokuna, frotándose el entrecejo con gesto cansado.

«Porque yo no soy capaz de llegar a cientos de metros, como el Byakugan...» Completó la mente de la muchacha.

Lo de la ecolocación me parece un recurso útil, y eres igual de perceptiva que yo —añadió, y Ayame se ruborizó ligeramente, halagada—. Honestamente, vas a ser más de utilidad que el Hielo.

«¡Lo conoce! ¡Conoce a mi hermano!»

¿De qué te sirve invocar búhos en un bosque tan cerrado? Sí, puedes enviarlos a investigar, pero tú no puedes quedarte quieto mucho tiempo y luego las aves tienen que centrarse en encontrarte a ti. Créeme, lo digo por experiencia —añadió, con un profundo suspiro.

Eso ha dolido, capullo —replicó el halcón, claramente ofendido.

Estamos en desventaja, Takeshi.

¡Sé más optimista! ¡Han llegado los refuerzos!

Bueno, ha llegado un tercio de los refuerzos —el hombre se rio por primera vez en todo aquel tiempo. Y Ayame reparó en que parecía terriblemente cansado. Sus ojos estaban enmarcados por unas profundas ojeras y sus labios estaban agrietados, como si hubiese pasado mucho tiempo sin hidratarse adecuadamente.

Ayame, que había terminado de reincorporarse, algo tambaleante, se acercó entre pasos lentos al enorme ave. La admiró de cerca, su porte, aquellas inconfundibles marcas oscuras en su rostro, aquellas alas diseñadas para la velocidad, aquellas garras para apuñalar... Sonrió para sí. Takeshi, el halcón peregrino.

Antes no he podido hacerlo adecuadamente. Gracias por salvarme la vida, Takeshi —dijo, con una profunda reverencia.

Miró momentáneamente a los chiquillos, y se volvió de nuevo hacia Yokuna.

Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Esperar aquí a que nos encuentren? —cuestionó, mientras miraba a su alrededor, inspeccionando con cuidado el lugar—. ¿Dónde está mi mochila?
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#39
Ayame no está muerta. Aunque hubiese caído, ella puede volar. No moriría por una caída así —aseguró Kōri. Y aunque hablaba la fría certeza, a Daruu le pareció oir un atisbo de preocupación en su voz. Quizás no lo oyó y simplemente lo supo, porque conocía al dúo de hermanos y sabía lo que se apreciaban—. Daruu, necesito que rastrees con tu Byakugan todo. Fuerza tus ojos al máximo, necesitamos que rastrees el bosque de arriba a abajo, hasta donde puedas llegar y más allá. ¿Entendido? —ordenó, sin siquiera mirarlo, antes de volverse hacia Kodama—. Y mientras tanto, tú... Tú nos vas a contar todo lo que ha pasado. Todo lo que sepas. Y lo harás por las buenas, o por las malas. Tú eliges.

A sus órdenes —asintió Daruu, y se acuclilló al borde del precipicio. Las huellas terminaban ahí al lado. Si Ayame había utilizado sus alas, quizás se encontraba al otro lado del acantilado, aunque no debería estar allí, a todo esto, pues era más allá del corazón del bosque de lo que estaban hablando, y estaba más que prohibido. Por curiosidad, puede ser. Por necesidad, dudaba que se hubiera encaminado en esa dirección. El Hyūga registró con dōjutsu el bosque más allá del foso, no sin cierta curiosidad él mismo, pero apenas era capaz de ver nada: los árboles estaban cada vez más juntos y allá donde su vista penetraba, con otro tronco que se encontraba. Chasqueó la lengua y siguió buscando, esta vez a la izquierda de su posición, siguiendo el borde del precipicio. La lógica dictaba que una vez caída, Ayame podría haber buscado recuperarse con las alas y aterrizar en otro punto dentro de la valla.

Ya me da igual todo lo que me pase. —Mientras tanto, Kōri iniciaba el interrogatorio a Kodama, que lloraba desconsolada—. Nejima era todo para mí, estaba enamorada de ese puto idiota. Al final se ha buscado su propia muerte. Es el karma. ¡El karma te digo! —Ella misma decidió darse un cabezazo contra el suelo—. Nos contactaron de los Lobos de Azur, un grupo de exiliados que se estaba agrupando en el bosque, formando una familia, o eso decían ellos. Dijeron que nos valorarían por nuestra fuerza. Nosotros estábamos hartos de Yui y de la sociedad shinobi, llevábamos siendo genin demasiado tiempo, se negaban a subirnos a chuunin, y eso que pateábamos el culo a la mitad de graduados fácilmente.

»Al principio, todo muy bien. Llegábamos, sometíamos a los poblados. Éramos clementes con quienes nos juraban lealtad, matábamos al que se negaba. Pero a estos pirados se les empezó a ir la olla. Y Nejima comenzó a ser cada vez más sádico. Los Lobos ya no conquistan. Ahora roban, matan y violan. Incluso a los niños. Yo intenté detener a Nejima, pero él decía que la niña era un mensaje. ¡Un mensaje para quién! ¿¡Un mensaje para que la puta de Yui arrasara con todos nosotros!? ¡¡Podríamos haber fundado una Aldea Ninja!!

Estás enferma —escupió Daruu—. Kōri-sensei, varios exiliados más se agrupan en torno a una hoguera unos dos kilómetros al este. —Se tomó unos segundos para contestar lo siguiente—: todavía no he visto a Ayame. Pero no está en el fondo del foso. Tampoco está la niña.

"Pero sí que está Nejima." No lo dijo, pero Kodama debió de entenderlo, porque rompió a llorar con todavía más fuerza.


· · ·


Antes no he podido hacerlo adecuadamente. Gracias por salvarme la vida, Takeshi —le dijo Ayame al halcón peregrino, que agachó la cabeza mostrándole respeto.

De nada, mujer. A ver si me voy a tener que dar otro garbeo por allá arriba. Igual se cae alguno más.

Ayame echó un vistazo a los niños. Parecían exactamente igual de aterrorizados que cuando despertó. La niña pelirroja le miraba con ojos llorosos. Aquellos infantes habían perdido a sus padres con una tierna edad. Estaban traumatizados. Y los dioses saben que dicho trauma iba a ser difícil de arrancar.

Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Esperar aquí a que nos encuentren? —cuestionó, mientras miraba a su alrededor, inspeccionando con cuidado el lugar—. ¿Dónde está mi mochila? —Pero se contestó a sí misma en cuanto miró tras de ella. Allí estaba, apoyada en la pared.

Lo siento, te he robado un trago o dos de agua de la cantimplora —confesó Yokuna—. Espero que no te moleste, pero llevaba un día entero sin beber. Esos bastardos me tienen acorralado. Pensaba que serían menos. Yo no sé cómo han podido dejar marcharse a tantos genin. En mis tiempos de genin la seguridad era más fuerte. —Suspiró—. Respecto al plan, pues... sí. Porque ellos te estarán buscando, si nos ponemos a buscarlos nosotros a ellos lo único que vamos a conseguir es perdernos, y que ellos nos pierdan de vista. Si nos estamos quietos, eventualmente darán con nosotros.

»Además, soy el único aquí capaz de volar solo. Tú tendrías que hacerlo a lomos de Takeshi, y no pienso dejar a esos críos abandonados en una cueva húmeda y fría sin algo de compañía. Están aterrados del pájaro, pero se acostumbrarán. Es cálido y en el fondo es bastante cariñoso.

Que te den por culo, soy un ave muy noble.

¿Ahora ser cariñoso te resta nobleza? —se burló Yokuna—. ¿Los pájaros también tienen la masculinidad tan frágil como los hombres?

Takeshi emitió un quejido de protesta, pero no pronunció palabra alguna.
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#40
A sus órdenes —asintió Daruu, acuclillándose al borde del precipicio para comenzar su escrutinio.

Mientras tanto, Kodama comenzó a hablar. Al parecer, la chiquilla se había enamorado del tal Nejima hasta el punto de seguirle hasta su perdición, en el exilio. Se habían unido a un grupo que se hacía llamar Los Lobos de Azur que les prometieron algo parecido a una familia y reconocimiento. Pero la situación no tardó en irse de las manos, y lo que en un principio era una toma de poder en el bosque acabó convirtiéndose en una sádica cacería en la que no importaba nada, ni siquiera la edad de sus víctimas. Nejima, con su persecución a aquella niña pequeña, era una prueba.

Estás enferma —escupió Daruu, hastiado—. Kōri-sensei, varios exiliados más se agrupan en torno a una hoguera unos dos kilómetros al este. Todavía no he visto a Ayame. Pero no está en el fondo del foso. Tampoco está la niña.

Kōri asintió en silencio. Pero aún no soltó su presa sobre Kodama, aún no había recibido la información que de verdad le importaba.

Sigue viva —volvió a reafirmarse—. Sigue buscando, Daruu. Y tú sigue hablando: ¿Qué pasó cuando Ayame os encontró?



. . .



Ayame no tardó en encontrar la respuesta a su última pregunta: allí, apoyada junto a la pared, estaba su mochila.

Lo siento, te he robado un trago o dos de agua de la cantimplora. Espero que no te moleste, pero llevaba un día entero sin beber. Esos bastardos me tienen acorralado —confesó Yokuna.

Ayame sonrió con suavidad.

No te preocupes —de hecho, su intención había sido desde el principio tenderle algo de agua. Parecía que ya no era necesario.

Pensaba que serían menos. Yo no sé cómo han podido dejar marcharse a tantos genin. En mis tiempos de genin la seguridad era más fuerte —Suspiró Yokuna—. Respecto al plan, pues... sí. Porque ellos te estarán buscando, si nos ponemos a buscarlos nosotros a ellos lo único que vamos a conseguir es perdernos, y que ellos nos pierdan de vista. Si nos estamos quietos, eventualmente darán con nosotros.

Puede que tengas razón...

Además, soy el único aquí capaz de volar solo. Tú tendrías que hacerlo a lomos de Takeshi, y no pienso dejar a esos críos abandonados en una cueva húmeda y fría sin algo de compañía. Están aterrados del pájaro, pero se acostumbrarán. Es cálido y en el fondo es bastante cariñoso.

Que te den por culo, soy un ave muy noble.

¿Ahora ser cariñoso te resta nobleza? ¿Los pájaros también tienen la masculinidad tan frágil como los hombres?

Ayame no pudo evitar soltar una risilla ante la burla de Yokuna. Se sentó en el suelo, frente a los chiquillos, y les dedicó una sonrisa conciliadora.

¿Queréis ver magia? —les susurró, buscando llamar su atención. Entonces alzó la voz para que Yokuna pudiera escucharla—. Oh, pero ahí te equivocas, Yokuna.

No dio más explicaciones. Simplemente, suspiró y entrelazó las manos en su regazo en el sello del Pájaro. Cerró los ojos y entonces, desde su propia espalda, dos masas de agua surgieron como dos fuentes y se alzaron en contra de la gravedad, girando sobre sí mismas y moldeándose hasta formar lo que parecían ser dos alas de agua.

Yo que puedo volar —concluyó, girando la cabeza para ver su reacción.
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#41
Daruu asintió. Claro que seguía buscando. Y ahora sabía que estaba viva de verdad, así que podía hacerlo con mucha más tranquilidad. Los ojos empezaban a darle pequeñas punzadas de dolor, pero si alguien podía rastrear la ubicación de Ayame allí era él.

La niña salió corriendo aprovechando la confusión y Nejima salió tras ella. El ali... Ayame envió un clon tras Nejima, y poco después me envolvió en una especie de niebla... —seguía confesando Kodama.

«Así que no era un Genjutsu, era el Kirigakure no Jutsu.»

»Pero poco después la niebla desapareció. Seguí los rastros hasta aquí, como vosotros. ¡Y ya nada más! ¡Vamos, hijo de puta, mátame, termina con esto! —gritó—. Ya nada tiene sentido para mi.

Kōri, la he encontrado —contestó Daruu—. Acaba con ella y bajemos. Está en una cobacha en la pared del desfiladero, allá abajo. Hay otro hombre, varios niños y un... ¿halcón gigante? Debe de ser un Kuchiyose. Ayame no está atada, los niños tampoco. Están hablando tranquilamente, no parecen enemigos.


· · ·


Ayame trató de acercarse a los niños, pero estos se pegaron a la pared. Uno de ellos incluso pateó una piedra y trató de darle con ella —sin éxito— en la cara. Estaban terriblemente asustados. Y las alas de agua de la muchacha no parecieron entusiasmarles.

Guau —dijo Takeshi, sorprendido.

Vaya, qué interesante —sonrió Yokuna—. Cada vez me gustas más, chica, pero haz el favor de no asustar más a los críos. Ten en cuenta que sus padres han muerto a manos de magia como esa. No olvidemos que los exiliados son genin.

A propósito de eso, Yokuna-kun. Uno de ellos cayó por el foso. Está muerto.

Uno menos —resopló Yokuna—. Pero en la última emboscada fueron diez. Y estoy seguro de que habrán más.
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#42
La niña salió corriendo aprovechando la confusión y Nejima salió tras ella. El ali... Ayame envió un clon tras Nejima, y poco después me envolvió en una especie de niebla... —confesó Kodama—. Pero poco después la niebla desapareció. Seguí los rastros hasta aquí, como vosotros. ¡Y ya nada más! ¡Vamos, hijo de puta, mátame, termina con esto! —gritó—. Ya nada tiene sentido para mi.

Kōri, la he encontrado —informó Daruu—. Acaba con ella y bajemos. Está en una cobacha en la pared del desfiladero, allá abajo. Hay otro hombre, varios niños y un... ¿halcón gigante? Debe de ser un Kuchiyose. Ayame no está atada, los niños tampoco. Están hablando tranquilamente, no parecen enemigos.

A Kōri ni siquiera le tembló el pulso. Ya habían obtenido toda la información que necesitaban, por lo que no era necesario seguir con aquel interrogatorio y prolongar su sufrimiento. Liberó una de sus manos, en la que hizo aparecer un afilado y largo carámbano de hielo y lo hundió justo en el corazón de la muchacha. Podría reunirse con su amado Nejima en el más allá, si es que merecían de algo así después de todo lo que habían hecho.

Bien hecho, Daruu —le felicitó, antes de morderse el dedo pulgar y bañar con su sangre la tierra.

Tras una nube de humo, un enorme búho nival desplegó sus alas con un suave ulular.

Bajemos.



. . .



Lejos de ganar su fascinación, Ayame fue recibida con más miedo. Los chiquillos se pegaron aún más a la pared, e incluso uno de ellos pateó una patada intentando acertarle en el rostro. No lo consiguió por poco, pero Ayame retrocedió, apenada.

Guau —oyó el granido de Takeshi a su espalda.

Vaya, qué interesante. Cada vez me gustas más, chica —sonrió Yokuna, y Ayame se ruborizó hasta las orejas—, pero haz el favor de no asustar más a los críos. Ten en cuenta que sus padres han muerto a manos de magia como esa. No olvidemos que los exiliados son genin.

Ella suspiró con pesar.

Lo siento... —le dijo a los chiquillos, antes de alejarse de ellos. Las alas de agua se desvanecieron tras su espalda, internándose de nuevo en su cuerpo.

A propósito de eso, Yokuna-kun. Uno de ellos cayó por el foso. Está muerto.

Aquella revelación no pilló por sorpresa a Ayame; después de todo, ella misma le había visto caer. Pero aún así despertó un extraño sentimiento en su pecho. No era arrepentimiento, ni siquiera pesar por él. Quizás, el mero hecho de haberlo conocido, estuviese despertando un mínimo de empatía hacia su terrible muerte. Pero no tardó en hacerla a un lado, sacudiendo la cabeza.

«No volverás a hacer daño, Nejima. A nadie más.»

Uno menos —resopló Yokuna—. Pero en la última emboscada fueron diez. Y estoy seguro de que habrán más.

Ayame reparó de repente en algo, y se volvió hacia Yokuna entre ligeros saltitos.

Antes has dicho que eres el único aquí capaz de volar solo. ¿Sin Takeshi? ¿Acaso también...? —preguntó, mirándole encima de los hombros con suma curiosidad.
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#43
Yokuna hizo un ademán con la mano derecha, restándose importancia.

Oh, no de la misma forma que tú, no —dijo—. Lo mío es simple ingenio y un poco de ayuda con la transformación elemental de viento. Ya lo verás luego, seguramen... —De pronto, el hombre quedó paralizado en el sitio, con los ojos muy abiertos—. ¿Tú también lo has notado?

Oh, desde luego que lo había notado. Ayame había sentido una sacudida en el centro del pecho. Su Percepción le permitió, una vez más, detectar la presencia de dos chakras adicionales a los suyos en los alrededores.

»Estate alerta. —Yokuna se separó de la pared y retrocedió dos pasos de la entrada de la cueva—. No queremos que nos ataquen por...

Fuuuoooshhh. Una ráfaga de viento les hizo retroceder unos pasos más. Ante ellos descendió un enorme búho nival blanco.

¡Sorpresaaaa! —Daruu sujetaba en ambas manos sus Futatsu Mukei esgrimiendo una sonrisa traviesa. A su lado, Kori mantenía el rostro más Kori que era capaz de mantener—. ¿Amigo o enemigo? —preguntó Daruu, mirando a Yokuna.

Je. Amigo, Hyuuga. Amigo.

Me llamo Amedama Daruu —gruñó él, dando un salto y aterrizando en la cueva. Con un movimiento de muñecas, guardó las espadas—. ¿Amatsu Yokuna? —preguntó, observando la placa de shinobi de Amegakure que colgaba discreta desde su cintura, atada a un cordel junto con una de jounin.

Amatsu Yokuna —asintió él—. Curiosas, esas espadas.

Daruu se acarició bajo la nariz, orgulloso.
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#44
Oh, no de la misma forma que tú, no —respondió, agitando una mano en el aire, restándole importancia—. Lo mío es simple ingenio y un poco de ayuda con la transformación elemental de viento. Ya lo verás luego, seguramen...

El vello de punta. El cosquilleo en el pecho. Aquella sensación de opresión... Ayame se puso en tensión de manera instintiva. Y no fue la única.

¿Tú también lo has notado?

Ella asintió en silencio, levantándose lentamente. Dos shinobi se acercaban. Ayame se alejó de la salida de la caverna con pasos cuidadosos de hacer ningún tipo de ruido y retrocedió. Yokuna la acompañó.

Estate alerta. No queremos que nos ataquen por...

De repente les sacudió una repentina ráfaga de viento que zarandeó sus ropas y sus cabellos. Ayame se vio obligada a cruzar los brazos frente al rostro. Y entonces...

¡Sorpresaaaa! —gritó Daruu, a lomos de un gigantesco búho nival y sosteniendo en ambas manos sendas cuchillas. Junto a él, Kōri se mantenía tan inexpresivo como siempre—. ¿Amigo o enemigo?

Je. Amigo, Hyuuga. Amigo —respondió Yokuna, con una seca risotada.

Me llamo Amedama Daruu —gruñó él, aterrizando de un salto dentro de la cueva cuando el ave aterrizó. Volvió a guardar las espadas en sus respectivas mangas con un movimiento de muñecas—. ¿Amatsu Yokuna?

Amatsu Yokuna —asintió él—. Curiosas, esas espadas.

Daruu se frotó la nariz, orgulloso como un pavo real, y Ayame sacudió los brazos en el aire.

¡Oh, yo estoy muy bien! ¡Sana y salva y sin ninguna herida que lamentar! ¡Muchas gracias por preguntar! —exclamó, llena de sarcasmo.

Kōri, que se había acercado a ella, revolvió sus cabellos.

Sabía que seguías viva —dijo, de forma completamente átona para un momento como aquel. Entonces se volvió hacia Yokuna e inclinó el cuerpo en una sonada reverencia—. Es un placer, señor Yokuna. Yo soy Aotsuki Kōri.

Mientras tanto, el búho nival no había desaparecido en una bola de humo como habría sido lo habitual. Aún sin saber si volverían a necesitarlo, había optado por mantenerse dentro de la covacha y ahora observaba con sus grandes ojos dorados a Takeshi.
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#45
¡Oh, yo estoy muy bien! ¡Sana y salva y sin ninguna herida que lamentar! ¡Muchas gracias por preguntar! —exclamó, llena de sarcasmo.

Daruu resopló y se cruzó de brazos.

¡Doña listilla, ya sé que estás bien! Te estábamos viendo desde allá arriba —protestó—. Bueno, te estaba viendo desde allá arriba.

Sabía que seguías viva —dijo Kōri sin más, e inmediatamente pasó a presentarse a Yokuna.

Eres famoso, Hielo —contestó Yokuna, e inclinó la cabeza con respeto—. En realidad, los tres sois famosos. He oído lo que les pasó a esas Náyades, ¡ja! Llevábamos años tras ellas. Tú debes ser el hijo de Kiroe, ¿no?

—sonrió Daruu—. Escuche, estos críos...

Amatsu Yokuna explicó la situación a los recién llegados con todo lujo de detalles, tal y como había hecho con Ayame.

Claro de Hitoya era el último asentamiento. Han arrasado con todo. Han convertido el bosque en una cacería salvaje.

Si pudiéramos devolver a estos chiquillos a Amegakure... podríamos centrarnos en cazarlos nosotros a ellos.
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