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—Si Ayame no puede caminar —dijo Daruu, cargado de escepticismo ante la peculiar escena—, podría hacer un esfuerzo y utilizar el Chishio para hacernos volver a Amegakure.
Ayame se quedó blanca como la cera; pero, antes de que pudiera protestar al respecto, Yokuna la interrumpió:
—¿El qué? —preguntó Yokuna.
—La técnica que utilicé antes para aparecer aquí junto a Kōri-sensei. Es una especie de invocación inversa —respondió el Hyūga—. Claro que, apareceríamos en mi habitación. Todos. —Soltó una carcajada ante la perspectiva. Y noe ra para menos, acabarían juntándose los cinco en la misma habitación donde Daruu había llevado a los niños—. Igual causamos un pequeño desastre. O podría llevarme solo a Ayame con un Kage Bunshin.
—¿Movernos los cinco? Eso sería una locura... —comentó Ayame. Ya sólo el gasto energético que requería para moverse ella misma era inmenso, como para pensar en arrastrar a varias personas consigo. Bien era cierto que sus reservas de chakra estaban prácticamente intactas ya, pero sabía lo que pasaría en cuanto llegara a Amegakure: volvería a quedarse para el arrastre durante un tiempo.
—Quizás sería mejor movernos con los pájaros —intervino Kōri, mirando a Daruu directamente—. ¿Cuántos pájaros de caramelo eres capaz de formar?
—¡Esperad, esperad! ¡Tengo una idea! —exclamó Ayame, con repentina ilusión. Le indicó a Kōri que la dejara reposar en el suelo, y la muchacha se quedó de rodillas. Miró uno a uno a todos los presentes, antes de terminar con la mirada posada en Yokuna, y sonrió con henchido orgullo—. Mirad. Y aprended.
Bajo la atónita mirada de Kōri, Ayame se perforó el dedo pulgar con uno de sus colmillos hasta que varios hilillos de sangre bañaron su mano y entonces comenzó la serie de sellos: Jabalí, Perro, Pájaro, Mono, Carnero. Había visto aquel procedimiento infinidad de veces, se lo sabía de principio a fin de memoria. Y entonces estampó la mano en el suelo.
—¡¡Kuchiyose no Jutsu!!
Una violenta nube de humo estalló justo en el lugar donde había apoyado la mano, y envolvió rápidamente a todos los presentes hasta el punto de no dejarles ver nada. Pasaron varios largos segundos hasta que la enorme humareda levantada comenzó a disiparse; y, cuando al fin se disolvió en el aire dejó a la vista un esplendoroso...
Huevo de halcón. Del tamaño de un huevo de gallina.
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Ayame indicó que moverse los cinco sería una locura, pero Daruu se veía bastante confiado como para poder moverlos a los cuatro. Aún así, el resto del grupo decidió desechar la idea más pronto que tarde y el Hyūga no pensaba insistir. Utilizar el Chishio en grupo no siempre era agradable, y ahora que lo pensaba, si aparecían todos en su habitación probablemente rompieran el somier de la cama. Eso era muy caro. Si fuera un caso de extrema necesidad, pues no diría que no, pero en un caso como aquél, con la misión ya cumplida... ¡uno tenía que mirar por sí mismo un poquillo! ¿No? Inconscientemente, rebuscó en su bolsillo, y suspiró de alivio: el boleto premiado de lotería no se le había caído por el foso, al final.
Kōri sugirió moverse con los pájaros. Pero que él supiera, el Hielo ya había llegado a su límite de invocaciones diarias. Y Daruu...
—Sólo puedo crear tres. —Daruu negó con la cabeza—. Así que no nos da para los cuatro. Eso sí, podría llevar a Ayame conmigo y los demás ir andando. No me parece algo justo de todas formas.
—No debéis preocuparos por mi —dijo Yokuna—. Yo puedo desplazarme por mi cuenta si al final recurrís a pájaros. Pero Daruu, ¿tú también tienes un Pacto con una especie de ave?
Daruu negó con la cabeza una vez más, y rio.
—Es otra técnica mía. No te preocupes. —Para decepción de Yokuna, había otra técnica más que él no conocía y que tendría que sorprenderle de nuevo.
Pero de pronto Ayame sorprendió con un entusiasmo repentino. Con curiosidad, Daruu levantó una ceja y se cruzó de brazos. Kōri dejó a la muchacha en el suelo y ella se arrodilló. Les lanzó a todos una significativa mirada, y con orgullo llamó su atención. Se mordió el dedo pulgar.
—No... no puede ser. Ayame, tú... —dijo Daruu, incrédulo. Las incrédulas miradas del Hielo y del Hyūga se cruzaron un instante. Ayame estampó la mano en el suelo. Hubo una espesa nube de humo que les hizo toser. La chica debió invocar una criatura gigantesca, una especie de ave, deduciendo de la situación. Pero, ¿cómo...?
Daruu abrió los ojos, y...
—¡UN HUEVO, UN PUTO HUEVO, JAJAJAJAJAJA!
—¡¡...PFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF!!
De verdad que Yokuna había intentado no reírse. De verdad. Pero es que...
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19/02/2020, 10:29
(Última modificación: 19/02/2020, 10:29 por Aotsuki Ayame.)
Y las reacciones no se hicieron de rogar. Donde Ayame sólo buscaba admiración y reconocimiento sólo encontró...
—¡UN HUEVO, UN PUTO HUEVO, JAJAJAJAJAJA!
—¡¡...PFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF!!
Los colores subieron rápidamente al rostro de Ayame, que se puso tan roja como un tomate, tan roja que le ardían las mejillas... Más avergonzada de lo que había estado nunca, la muchacha deseó con todas sus fuerzas que se la tragara la tierra para dejar de escuchar las carcajadas a su costa. Y tan fuerte lo deseó, que su cuerpo se derritió y cayó sobre la arena como un charco de agua burbujeante.
El único que se había mantenido igual de impertérrito que al principio fue Kōri, que observaba la escena sin un ápice de sorpresa o risa en sus ojos congelados. Seguía siendo la misma estatua de hielo que siempre.
—¿Entonces, qué?
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Pese a que Daruu era consciente de que Ayame estaba completamente avergonzada —saltaba a la vista—, no podía parar de reír. Si lo hubiese intentado hubiese sido muchísimo peor —imaginad el silencio. Y de pronto, alguien hace: "¡Pffff!". Más irritante, sin duda. De modo que se desahogó mientras la muchacha se derretía como un charco a punto de evaporarse. Fue entonces cuando se le fue la risa. Se preguntó si los Hōzuki podían de veras evaporarse, y se preocupó. Pero la aparente calma de Kōri, que había ignorado lo sucedido como quien ve a un gato cruzar la calle, le dio a entender que no era la primera vez que su hermano veía esa reacción en ella.
—Si puedo crear tres pájaros y Yokuna-san puede valerse por sí mismo, —Daruu echó una mirada a Yokuna, quien asintió limpiándose las lágrimas— entonces ya está todo dicho. Volvamos a Amegakure.
Daruu se adelantó y formuló tres sellos. Escupió tres masas de caramelo, una de color blanco, otra de color verde y otra de color azul: a juego con los tres miembros del equipo Kōri. Aunque lentamente, las masas, maleables, se transformaron en tres enormes pájaros.
—¡Guau! Interesante —dijo Yokuna—. Iré después de vosotros. Adelantáos.
Daruu miró a Yokuna con la ceja levantada. Asintió, y se montó en su propio pájaro, que batió las alas e inició el vuelo.
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20/02/2020, 22:03
(Última modificación: 20/02/2020, 22:18 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Si puedo crear tres pájaros y Yokuna-san puede valerse por sí mismo —respondió Daruu, intercambiando una mirada con Yokuna, que asintió aún limpiándose las lágrimas—, entonces ya está todo dicho. Volvamos a Amegakure.
Mientras Daruu se adelantaba y entrelazaba las manos en tres sellos, Ayame volvió a su forma corpórea. Seguía tan roja como un tomate, pero se agachó momentáneamente para tomar el huevo entre sus manos. En aquellos momentos, alguna hembra de halcón en la cima de Sora acababa de ver desaparecer uno de sus preciados hijos. ¿Qué podía hacer al respecto?
—¡Guau! Interesante —la exclamación de Yokuna la sacó de sus pensamientos. Daruu había materializado tres de sus curiosos pájaros de caramelo y en aquellos instantes Kōri estaba montando en uno de ellos—. Iré después de vosotros. Adelantáos.
Ayame no se extrañó tanto como Daruu al respecto, ya había supuesto que Yokuna volvería a utilizar sus curiosas alas para volar, por lo que ella misma se subió al pájaro de color azul, sosteniendo con extrema delicadeza el huevo para que no sufriera ningún accidente mientras se seguía preguntando qué debía hacer con él. No tuvo mucho tiempo para meditarlo, sin embargo, el ave batía las alas y no tardó en alzar el vuelo.
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Los pájaros de caramelo se perdieron más allá de las copas de los árboles. Yokuna esperó a tener espacio para realizar su técnica. Acumuló su chakra en las alas falsas y las batió. Una inmensa corriente de viento en espiral se alzó en el aire hasta el cielo. El hombre, con las alas abiertas, dio un salto. Despegó como lo habría hecho una de sus aves, y se elevó mucho más allá de lo que lo hicieron los pájaros de Daruu. En picado, aceleró hasta ponerse a su lado y desplegó de nuevo las alas, planeando delicadamente entre ellos.
Daruu, con la boca abierta, señalaba a Yokuna.
—¿¡Y esas alas!? ¡Cómo mola!
Yokuna sonrió.
—No sois los únicos que tenéis más de un truco bajo la manga.
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Los tres pájaros de caramelo que cargaban a los tres shinobi de Amegakure alzaron al fin el vuelo y empezaron a atravesar las copas de los árboles del Bosque de Azur a toda velocidad. Tal y como les había dicho, Yokuna esperó un poco más antes de seguirlos. Pero cuando desplegó sus alas falsas y se elevó por encima de ellos impulsado por su curiosa técnica de viento, no tardó más que unos pocos segundos más en darles alcance, planeando con suavidad junto a ellos.
—¿¡Y esas alas!? ¡Cómo mola! —exclamó Daruu, de manera similar a como lo había hecho Ayame minutos atrás. Y no era el único: Kōri se había quedado mirándolo con ojos como platos.
—No sois los únicos que tenéis más de un truco bajo la manga.
Ayame se sonrió. Parecía que iban a contar con varios minutos de travesía en calma por lo que se acomodó sobre su montura, se guardó el huevo con toda la delicadeza que pudo y entrelazó las manos en un único sello. Respiró hondo, mientras comenzaba a absorber la humedad del aire y de las gotas de lluvia, aliviada al sentir el agua pasar a formar parte de ella, revitalizando su cuerpo maltrecho, restaurándola lentamente.
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Pronto, entre el torrente de agua, comenzó a divisarse la silueta de Amegakure: aquél amasijo de torres gigantescas que desafiaban a la propia Tormenta. Las puntas de los edificios más altos atraían hacia sí los rayos, y gracias a un mecanismo electrónico, recargaban las baterías hidroeléctricas que luego utilizarían en el resto de Oonindo.
Yokuna iba perdiendo altura, y cuando estaba cerca del suelo volvía a ejecutar su técnica para elevarse. Daruu observaba el funcionamiento de sus alas con extrema curiosidad. Era un artilugio muy interesante. «Ojalá se me hubiera ocurrido a mi.»
El grupo fue descendiendo y rodeó la villa, aterrizando en el puente de salida. Daruu se bajó del pájaro, esperó a que los otros dos hicieran lo mismo y deshizo las aves, que se transformaron en tres modestos charcos de agua.
Lanzó el pergamino de misión a Kōri.
—Hoy eres el que menos se ha esforzado, sensei —bromeó con él, guiñándole un ojo y desactivando, al fin, su Byakugan. Dio un sonoro bostezo, agotado—. Te toca cobrar la recompensa. —Miró a Ayame—. Nosotros deberíamos ir a ver a mi madre, a ver si se ha ocupado de los niños y cómo están.
—Iré con Aotsuki-san a presentar mi reporte y a cobrar mi parte, y si no os importa nos volveremos a ver otro día. Llevo... semanas sin dormir bien.
Daruu asintió, sonriente.
—Claro. Encantado de trabajar contigo, Yokuna-san.
Yokuna inclinó ligeramente la espalda y dirigió la mirada hacia Kōri, expectante.
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No tardaron demasiado en empezar a divisar la difusa silueta de Amegakure en la distancia. Los gigantescos rascacielos de metal se recortaban contra el cielo, siempre impertérritos frente a los rayos que terminaban cayendo sobre los más altos, atraídos por sus formas puntiagudas. No importaba, porque esa electricidad sería luego transformada en una forma de energía asimilable para el resto de la aldea. Así habían vivido siempre, y así seguirían viviendo. Las luces de neón , brillantes en la lejanía, actuaron como faro para los viajeros.
Ayame desactivó su técnica de absorción de agua cuando sintió que comenzaban a descender. Roedearon la villa y terminaron aterrizando en el puente de salida. Seguía necesitando algo de reposo, pero al menos ya podía moverse con casi completa normalidad. Cuando los tres shinobi se bajaron de las aves, estas se deshicieron súbitamente y pasaron a convertirse en tres charcos de agua que no tardarían en unirse al resto. El agua siempre regresaba al agua.
Daruu le lanzó el pergamino de la misión a Kōri, que lo atrapó al vuelo.
—Hoy eres el que menos se ha esforzado, sensei —bromeó, antes de proferir un sonoro—. Te toca cobrar la recompensa.
Pero El Hielo se mantenía tan inexpresivo como siempre. No parecía haber captado el tono de broma cuando replicó:
—Te recuerdo que te he tenido que salvar en más de una ocasión.
—Nosotros deberíamos ir a ver a mi madre, a ver si se ha ocupado de los niños y cómo están.
—¡Es cierto! —asintió Ayame—. Aunque quizás Yui-sama debería saber sobre ellos... si es que no lo sabe ya.
—Yo me encargo. Hablaré con Yui-sama —asintió Kōri.
—Iré con Aotsuki-san a presentar mi reporte y a cobrar mi parte —intervino Yokuna—, y si no os importa nos volveremos a ver otro día. Llevo... semanas sin dormir bien.
Ayame se volvió hacia él.
—Espero que nos volvamos a ver en otras circunstancias más... agradables —sonrió—. Y gracias de nuevo. Por todo.
Kōri y Yokuna emprendieron la marcha hacia la Torre de la Arashikage. Y sólo cuando estuvieron a una buena distancia, Ayame se volvió hacia Daruu:
—Oye, en serio, ¿qué hago con el huevo?
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Daruu y Ayame comenzaron a caminar hacia la Pastelería de Kiroe-chan después de que Kōri y Yokuna se perdieran mucho más allá de la puerta de entrada. Entonces Ayame recordó que había invocado un huevo y Daruu, inevitablemente, volvió a echarse a reír. Pero luego se quedó mirando el pequeño huevo que Ayame sostenía con cariño en la mano y se rascó la coronilla.
—Y yo que sé —dijo, encogiéndose de hombros—. Oye, ¿pero cuándo has firmado tú un Pacto de Invocación? —La chica había invocado un huevo, así que...—. ¿Es el mismo que el de Kōri? ¿Tu hermano tiene el pergamino?
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Daruu volvió a echarse a reír, y Ayame no pudo sino inflar los mofletes ante la reacción de su compañero. ¿Es que no veía que hablaba en serio? No fue hasta unos segundos después que decidió tomárselo con seriedad y se quedó mirando al huevo mientras se rascaba la coronilla.
—Y yo que sé —respondió al fin, encogiéndose de hombros—. Oye, ¿pero cuándo has firmado tú un Pacto de Invocación? ¿Es el mismo que el de Kōri? ¿Tu hermano tiene el pergamino?
Ayame sonrió, hinchándose como un pavo real.
—No sé si mi hermano tiene el pergamino o no. Pero esto no es un huevo de búho. Tampoco es de águila, como las de mi padre —respondió, sumamente orgullosa. Y alargó la incógnita durante varios segundos más antes de desvelarlo—. Es de halcón. Yokuna me dejó firmar el pergamino mientras estábamos en la cueva, después de que os fuérais a buscar a los exiliados. ¡Ese hombre mola un montón! ¿Has visto sus alas falsas? ¿Es genial! —exclamaba llena de admiración.
Por un momento se había olvidado del asunto del huevo, pero estaba claro que tendría que ocuparse de él más temprano que tarde para asegurar su bienestar. Y su cuidado.
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Daruu se detuvo un momento.
—Espera. —El Hyūga agitó la cabeza y le mostró las palmas de las manos—. ¿Ese pergamino que llevaba en la espalda entonces...? —El muchacho se chocó un puño contra la palma del otro—. ¡Anda, qué guapo! ¡Felicidades entonces!
»La verdad es que esas alas me dan envidia, sí.
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Daruu se detuvo momentáneamente, en seco.
—Espera —Sacudió la cabeza, y le mostró las palmas de las manos—. ¿Ese pergamino que llevaba en la espalda entonces...?
Ayame se limitó a sonreír, como toda afirmación. Y Daruu hizo chocar el puño contra la palma del otro.
—¡Anda, qué guapo! ¡Felicidades entonces!
»La verdad es que esas alas me dan envidia, sí.
Ayame infló el pecho con orgullo desmedido.
—Pero las mías siguen siendo mejores. ¡Tenías que haber visto su cara cuando las usé delante de él! —exclamó, llena de júbilo.
A lo lejos comenzaba a desdibujarse la silueta de la tan conocida Pastelería de Kiroe. La aventura estaba a punto de llegar a su fin.
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—Las tuyas también molan, sí —contestó Daruu, pasando un brazo por detrás de su hombro y abrazándola afablemente.
Los muchachos llegaron a las puertas de la Pastelería de Kiroe-chan, que había echado el cierre por hoy. Sin embargo, distinguió la silueta de su madre detrás de la barra. Daruu rebuscó en su bolsillo y sacó la llave para abrir la puerta.
—¡Daruu, Ayame! ¡Estáis aquí! —exclamó la madre de Daruu, radiante.
—Hemos acabado con todos —sonrió Daruu—. ¿Llevaste a los críos al Edificio del Arashikage?
Kiroe asintió.
—Sí, a todos. Menos a...
Slurp.
Daruu miró a su izquierda. Sentada en una mesa, la niña pelirroja, la que más había mantenido la calma, estaba allí. Era ella también a la primera que Ayame había salvado. Ahora les miraba con los ojos brillantes mientras se bebía un batido de chocolate.
—Hola, D-Daruu. ¿Ayame? —preguntó la niña, mirando a Kiroe. La pastelera asintió—. Gracias por... salvarnos.
—De... de nada.
—Amegakure tratará de encontrar un hogar para los demás, pero Chiiro quedó muy impresionada contigo y con lo que les dijiste, Daruu. Dice que si va a tener que encontrar una nueva familia prefiere la nuestra.
»Así que saluda a tu nueva hermana.
Daruu abrió la boca y miró a su madre. A la niña. A su madre.
—Yo... pero... —balbuceó.
—Yo solo quiero...
—¡No, no, no es eso! —protestó Daruu, con un ligero sollozo—. Es que me halaga. No dije nada especial... y estoy sorprendido, solo eso. Claro que te puedes quedar.
—Y si no estuviera de acuerdo le corría a hostias, tú tranquila, Chiiro —añadió Kiroe.
La niña rio. No era la primera vez que había reído desde que Daruu les movió con su técnica, ni sería la única. El Hyūga había tenido razón: Kiroe tenía una forma de ser que le alegraba la vida a cualquiera. Quizás nadie pudiera devolverle a sus padres.
...pero si tenía que encontrar una nueva vida, más valía comenzar a buscar. Además, sabía que nunca había pertenecido a Claro de Hitoya.
Sabía que su destino siempre había estado ahí fuera.
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—Las tuyas también molan, sí —concedió Daruu, pasándole un brazo por detrás de los hombros, y ella no pudo evitar soltar una risilla.
No tardaron en llegar a las puertas de la Pastelería de Kiroe-chan. El local estaba cerrado aquel día, pero la silueta de Kiroe en movimiento se distinguía a través del cristal, detrás de la barra. Daruu, tras rebuscar en su bolsillo las llaves, abrió y entró.
—¡Daruu, Ayame! ¡Estáis aquí! —exclamó la pastelera, radiante de felicidad.
—Hemos vuelto —Ayame le devolvió una sonrisa cansada pero cálida.
—Hemos acabado con todos —sonrió Daruu, junto a ella—. ¿Llevaste a los críos al Edificio del Arashikage?
—Sí, a todos —asintió—. Menos a...
Ayame la miró interrogante, pero no tuvo tiempo de preguntarle al respecto. El inconfundible sonido del sorbo por una pajita captó su atención. Cuál sería su sorpresa cuando, al volverse sobre sus talones, se encontrara en una de las mesas a la pequeña de cabellos rojos que había intentado salvar de Nejima y Kodama. La chiquilla los observaba con ojitos brillantes mientras disfrutaba de un batido de chocolate.
A Ayame casi se le saltan las lágrimas al reconocerla. Si no hubiese sido porque temía asustarla como cuando intentó animar a los chiquillos en la cueva, se habría lanzado a abrazarla.
—Hola, D-Daruu. ¿Ayame? —preguntó, mirando a Kiroe en busca de confirmación. La pastelera asintió—. Gracias por... salvarnos.
—De... de nada —balbuceó Daruu.
—¡Me alegra tanto ver que estás bien! —exclamó Ayame, limpiándose una lágrima de los ojos.
—Amegakure tratará de encontrar un hogar para los demás —explicó Kiroe—, pero Chiiro quedó muy impresionada contigo y con lo que les dijiste, Daruu. Dice que si va a tener que encontrar una nueva familia prefiere la nuestra. Así que saluda a tu nueva hermana.
Aquello les pilló por sorpresa a ambos. Tanto Ayame como Daruu abrieron los ojos como platos e intercambiaron la mirada entre Kiroe y la pequeña Chiiro, como si estuviesen tratando de dilucidar si estaba hablando en serio o era otra de sus bromas.
Pero iba en serio. Muy en serio.
—Yo... pero... —balbuceó Daruu.
—Yo solo quiero... —farfulló la pequeña, asustada ante la reacción de su nuevo hermanastro.
—¡No, no, no es eso! —Daruu se apresuró a corregirse, con un ligero sollozo—. Es que me halaga. No dije nada especial... y estoy sorprendido, solo eso. Claro que te puedes quedar.
—Y si no estuviera de acuerdo le corría a hostias, tú tranquila, Chiiro —la tranquilizó Kiroe.
Chiiro se rio, y Ayame rio con ella.
—No todos los días vuelves de una misión y te encuentras con que tienes una hermanita nueva, ¿eh? —bromeó Ayame, dándole un suave codazo en las costillas—. Me alegro mucho por ti, Chiiro —le sonrió y le guiñó un ojo—. Aunque no sabes la que te ha caído con este plasta.
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