Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Lady Tākoizu no tuvo que darse vuelta para que Datsue sintiera todo el peso del acero, vivo y cándido en sus ojos castaños, atravesándole cuál daga carroñera y oxidada.
—Un Herrero no pide, un Herrero entrega.
Y continuó caminando, sin que nada ni nadie la detuviese.
Entonces Uchiha Datsue, el gran intrépido, quedó en soledad; abrazado por el calor del Toro flameante y sintiéndose diminuto dentro de la inmensidad de semejante forja. Rodeado de piezas familiares y otras tantas que definitivamente no lo eran. ¿Qué iba a hacer? seguro que lo primero sería echarle un vistazo al hacha.
—Y un Herrero no nace sabiendo, aprende —farfulló para sí, cuando Nahana ya se había ido.
¿Cómo se suponía que iba a hacerlo sin que nadie le enseñase los primeros pasos? Gracias a los Dioses que había pedido a Soroku practicar un poco, o estaría más perdido que un kusareño en combate. Ahora, simplemente… estaba igual de perdido.
«Vale, tío. Calma. Soroku confía en que puedes hacerlo, así que, a narices, tiene que haber una posibilidad de que lo logres. Vale. Veamos primero… esa hacha que tengo que replicar».
Apartándose el sudor de las cejas con el dorso de la mano, avanzó hasta el hacha y la tomó por el mango para analizarla. De un lado, de otro, pasando la yema de un dedo por el acero… Sintiéndola.
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26/01/2019, 20:16 (Última modificación: 26/01/2019, 20:18 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
El aprendiz cogió el hacha y la inspeccionó, de arriba a abajo.
El hierro superior era frío al tacto, brillante y tan filoso como debía esperarse de un arma similar. Su dedo se deslizó hasta la cabeza, donde el ojo delataba el agujero donde encastraba el mango de madera, sostenido por una espiga. Al descender, Datsue comprobó que la paleta estaba hecha de una madera común, lijada, tallada y barnizada. Su tamaño, sin embargo, discrepaba de los gustos de algún bárbaro del País del Hierro. Era pequeña y tan liviana que incluso Datsue, que no era un tipo demasiado fuerte físicamente, pudo blandirla con bastante destreza y darle un par de agites como si se tratase de un cuchillo.
Eso se debía, quizás, al compuesto de la madera. Unas tenían mayor contenido en su cuerpo que otras, con lo cual, podían astillarse qué o cuál más rápido dependiendo de su uso. La cabeza, también, no parecía hinchada de hierro. Tenía una estructura argonómica que postraba todo el peso en la parte posterior del metal y que iba haciéndose más fino bien fuera descendiendo hasta el filo.
Datsue recordó entonces haber escuchado de algún herrero, alguna vez, que cada arma era única y que nunca servían para un mismo propósito. Antes no pareció ser más que una frase trillada del oficio, pero ahora... ahora debía tener algún significado para él.
Y tal vez, sólo tal vez, ahí estuviese el quid de la primera prueba.
Era curiosa, aquella arma. Parecía dos cosas al mismo tiempo, como ese protagonista de anime que vive una vida pacífica y aburrida por el día y una heroica y apasionante por la noche, bajo máscara y oculto tras un seudónimo.
Era un hacha ligera, quizá un Nage Ono, fácil de blandir y rápida. Pero también tenía una madera de lo más común, atada al hierro con una ordinaria espiga. Aquello le decía que, más que hecha para matar, su verdadera función, su verdadero propósito, era el de simple y llanamente cortar tocones. No un árbol entero, porque era demasiado pequeña para eso, pero sí para la leña o maleza.
¿Estaría en lo cierto? El Uchiha no le quiso dar más vueltas, porque sabía que cuando se obcecaba, podía echarse horas analizando cada minúsculo e insignificante detalle. No tenía tiempo para eso.
—Está bien, hacha de campo. Veamos qué herramientas tengo para construirte.
Dejó el hacha donde la había encontrado y empezó a buscar las herramientas que iba a necesitar: hierro… «¡Hierro!» ¡Aquella arma estaba hecha de hierro! ¿No era aquella otra pista de que era para uso doméstico? ¿No estaban las armas buenas hechas de acero?
«En fin, sigamos. Hierro, yunque, martillo, el mango de madera…»
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Hierro. Cuando echó el ojo a uno de los costados del Horno-Toro, encontró un depósito de lo que llamaban en el oficio materiales en crudo. Rocas sin procesar, pedazos hierro macizo, varillas y planchas del mismo material. También un banco de acero, ya trabajado, listo para su fundición y/o moldeado, y que venía en distintas formas geométricas que se adaptaban a las intenciones del herrero según el perfil del arma que se quisiera construir. Yunque. Habían cuatro, y pesaban media tonelada cada uno, al menos. La superficie de todos estaba negruzca y quemada. Datsue no pudo evitar preguntarse cuántas armas podrían haberse fabricado sobre ellos. Martillo. Pinzas. Mazas. Tijeras. Piedra de afilar, y un banco amolador. Encontró todas y cada una de las herramientas necesarias para la fabricación, y más, todas colgadas en un estante. La que más le llamó la atención, sin embargo, fueron una serie de plantillas de cobre de al menos diez centímetros de espesor y un metro de ancho por largo que, curiosamente, tenían grabadas en profundidad las formas de las armas más comunes. Eran sendos moldes para arrojar, probablemente, el acero fundido. Una técnica que pocos dominaban y que aún no era vanguardia en todo Oonindo.
Madera. A un costado de la forja candente, otro depósito aislado con paja para ahuyentar la humedad. En su interior, cientos de cortes y cortes de madera en distintas formas y grosores. También distintos materiales porque parecían haber sido talados de distintos árboles. Unas más oscuras que otras. Una más endeble que la anterior.
Los moldes de cobre le llamaron poderosísimamente la atención. Si era capaz de arrojar el hierro fundido en aquellas plantillas, ni tan siquiera necesitaría usar el yunque y el martillo, ¿no? La cuestión era, ¿había un molde en específico para su hacha?
Solo había una manera de comprobarlo. El Uchiha volvió a coger el hacha, probando encajarla en todas y cada una de la plantillas. Si tenía una pizca de suerte… podría fabricarlo por el camino rápido.
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El Uchiha probó suerte, entonces, con el nacimiento de una idea. Plantilla tras plantilla, hasta que agotó todas las posibilidades. Ninguna encajaba a semejanza con el hacha que ahora sostenía en sus manos, aunque había algunas que se le asemejaban al menos un poco.
«Ah, lástima». Aunque aquello tan solo reforzaba su teoría: dudaba que Nahana diseñase un molde para fabricar una mera hacha doméstica.
Lo mejor sería elegir primero el mango adecuado. Apretó un poco las muestras de madera que tenía. Hizo presión sobre ellas para oír y sentir cómo reaccionaban. Y eligió, finalmente, la que más se le parecía.
Luego, se dirigió hasta el hierro. Localizó las planchas, y tomó una con las pinzas. Si mal no recordaba, lo primero era dejar calentar la plancha. Luego, la llevaría al yunque y con la maza, trataría de trabajar en ella, doblándola por la mitad hasta que se curvase lo suficiente como para que pudiese enganchar la madera por el medio —cosa que no hizo llegado a este punto—, y entonces empezó a golpear para darle forma al filo.
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Entre todas las opciones, cogió un pedazo de tronco eucalipto. Buena madera. Claro que Datsue no tenía ni puta idea de qué clase de árbol provenía, pero había sido una gran elección. Suerte de principiante.
Lo que vino luego no fue tan sencillo, sin embargo.
Cogió una plancha de hierro. Primer error. ¿Por qué no pillar algún bloque de acero con alguna forma que se asemejara a la cabeza de un hacha con el espesor adecuado, y de ahí moldear con el mazo? le costó un huevo y medio doblar la plancha. Más sudor y tiempo del que le habría gustado gastar.
Ahora tenía una especie de pliegue que, doblado sobre sí, hacía el grosor perfecto. Aunque ahora tenía que cortar la plancha en la forma correcta. Eso le iba a tomar más tiempo aún.
El filo, bueno. El filo cogió forma. No la deseada. No la esperada. Si aquella cabeza de hacha fuera el hijo de alguien, habría sido la oveja negra de la familia. El descarriado. Era horrenda.
Datsue había tirado la camisa al suelo, encharcado en sudor como estaba. Si se deshacía el nudo del cabello, podría apretujarlo y derramar agua como si acabase de salir de la ducha. Y, para empeorarlo todo, le estaba saliendo de pena.
«A la mierda…» ¿A quién quería engañar? Gūzen jamás superaría aquella prueba. Pero él no era Gūzen. Él era el jodido Uchiha Datsue, el Intrépido. Hora de tomar medidas drásticas.
Formó el sello de clonación, y cuatro clones idénticos a él surgieron a su lado. El primero, se dirigió hasta la salida. Se escondería en algún rincón de la entrada y vigilaría la llegada de cualquiera. El segundo, ayudaría a Datsue con aquella titánica tarea. Tener que sujetar el hierro con una mano y golpear la maza con la otra era agotador. Los músculos del brazo le ardían, y además no podía imprimir la fuerza necesaria. Pero, ¿y si un clon sujetaba el hierro y él se dedicaba a ensañarse con la maza a dos manos? Ventajas de ser un ninja.
Volvió a calentar el hierro, y esta vez, trató de enderezar el filo como se trata de enderezar a un hijo descarriado: a base de buenas hostias. Luego, buscaría algo para intentar cortar la plancha, demasiado grande para lo que quería.
Los otros dos clones buscaron una nueva estrategia. Un plan B, por si el primero no funcionaba. Buscó de nuevo entre los hierros, y tras pensarlo detenidamente, sacó uno de esos aceros que ya venían con forma, cogiendo la que más se le parecía a su objetivo.
—Coordinemos los golpes, chicos —dijo un clon, tras calentar el hierro, antes de ponerse con la maza. No fuese a oírse golpes de más en la casa—. Uno, dos… ¡Bam!
¡Ba-bammm!
—¡Bam, bam!
¡B-bam! ¡B-bammm!
—¡Bam! ¡BAM! BAMMM!!
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
CK:
220/340
–
-120
–
Datsue:
44/68
– Clon 1:
44/68
– Clon 2:
44/68
– Clon 3:
44/68
– Clon 4:
44/68
–
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Qué importante era el sentido común en un ninja. Qué vital era saber cuándo sopesar sus debilidades y con qué. Con la cabeza, por supuesto.
Pero no en el sentido literal. Porque estoy seguro de que algún lector habría tomado éste consejo y hubiese martillado el acero con la frente. No. Nos referimos a la inteligencia. Siempre salía algo bueno cuando se ponía a carburar todas las conexiones electroencefálicas del puto cerebro.
¡Bam — bam — bam!
El acero lloró, prácticamente, ante la paliza que le estaban dando. Y lo que fue en un principio una golpiza desmedida, pronto se fue convirtiendo en una selección metódica en el que la maza golpeaba puntos estratégicos. Arriba, abajo, a los costados del bloque de acero; afín de ir dándole forma y fondo. Era como dibujar con un cincel. Sólo que se tenía que tener brazos más fuertes, y un gran pulso.
A raíz de un tiempo, la cabeza del hacha cogió una silueta apropiada. No idéntica, como era de esperarse, pero colaba lo suficiente como para que Datsue se sintiera satisfecho. Sabía con certeza de que no iba a poder lograr nada mejor que eso con el tiempo que le quedaba. ¿Cuánto había pasado? ¿tres horas, quizás?
El clon que hacía vigilia no informó nada, aún. No había moros en la costa.
Datsue entonces ya no tendría que escatimar esfuerzos en el plan A, que acabó siendo un fallo rotundo. Mejor era trabajar con lo que resultó del trabajo conjunto de los otros dos clones.
Ahora quedaba darle profundidad al borde con una lima. Luego afilarlo. E idear una forma de sujetar la cabeza al todavía inexistente mango, porque se habían olvidado de abrir el agujero en el hombro y la culata del arma para encastrar la madera. Nada podía ser perfecto, de todas formas.
Tras desechar el plan A, Datsue deshizo también un par de clones. A veces, tener demasiadas manos en una misma cosa perjudicaba y molestaba, más que ayudar. Dedicó el resto del tiempo a limar el filo, para luego hacer que cortase con una piedra de afilar.
No le pasaba desapercibido, no obstante, que tenía un problema. Y un problema de los gordos. La cabeza del hierro estaba sin agujero. ¿Cómo coño iba a introducir la madera por ella para crear el mango?
Mientras el clon afilaba, Datsue pensaba. Allí tenía unas varillas que, empujadas por unos buenos golpetazos con un martillo más pequeño, podían crear ese agujero. ¿Tendría la fuerza suficiente para hacerlo? ¿Resistirían las varillas? Solo había una forma de comprobarlo, y mejor hacerlo cuanto antes por si tenía que buscar otro plan, pues se le acababa el tiempo.
Puso el hierro a calentar, por el lado de la cabeza, para que perdiese dureza. Luego, lo colocó en el yunque, colocó el pie encima para que no se moviese, e hizo que el clon tratase de taladrar aquel hierro con una varilla gorda, lo más parecido al diámetro de la madera elegida.
Bam. Bam. ¡Bam!
Su segundo clon seguía vigilando por si alguien se acercaba.
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¿Quién decía que Datsue no podría ser un buen herrero?
Con aquella idea —la de usar la varilla—. estaba demostrando que sí.
Claro que, habrá partido unas cuatro, al menos, en el proceso. Y el agujero no quedó lo suficientemente uniforme, lleno de poros que al tratar de introducir bien fuera la madera, la iba a astillar en un santiamén.
Nadie se asomaba por la pendiente. El clon tan sólo veía la plaza, y a Lord Yunkai a lo lejos saludándole con su puño de hierro.
«Casi, casi, ¡casi!» Casi lo tenía, pero todavía no era suficiente. Todavía no. No pasaba su corte, y si no pasaba el suyo, menos el de Nahana. Apostaba a que tenía que haber hecho aquel agujero desde el principio, y de otra forma, pero ya no había tiempo para lamentaciones ni vuelta atrás. Trabajar el hierro era mucho más agotador y largo de lo que se hubiese imaginado, y el Uchiha tenías las ropas —la camisa seguía tirada por ahí— encharcadas en sudor.
El cuerpo le picaba, los labios se le agrietaban, secos, y tenía la boca pastosa. De haberla tenido, se hubiese vaciado una botella entera de agua. «Nota mental: sellarme una botella para la próxima».
«A ver, céntrate. ¿Cómo termino de arreglar esto? ¿Lijándolo? Sí, venga, probemos a lijarlo por dentro.» Como para aquello solo hacía falta una persona, deshizo el clon que estaba con él, y tomó la lima que antes había empleado para darle profundidad al borde, esta vez para lijar el hueco del hierro por dentro y tratar de que fuese más uniforme.
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28/01/2019, 02:56 (Última modificación: 28/01/2019, 02:56 por Umikiba Kaido.)
Frsh, frsh, frsh. Datsue tenía los brazos tensos como la cuerda que sujeta el cuello de un ahorcado. Le dolía el cuello, la espalda, las piernas. Joder, crear un arma era un desgaste físico de la puta madre.
Pero lo había logrado. A medias, pero lo había logrado. Se podía decir que era una victoria. Tan sólo bastaba ensamblar el mango y tendría un hacha. ¿Réplica exacta de la anterior? probablemente no.
El clon divisó movimientos en el horizonte. Era Nahana y otra mujer. El clon no la reconoció, así que por lo tanto, él tampoco lo haría. Parecía que iban en dirección a la forja.