Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Oh, más que eso. Ponte cómoda —Y comenzó a parlar. Todo. Lo más resumido posible, desde luego, aunque sin omitir ningún detalle importante. Desde su llegada a Yugakure, y de cómo logró dar con Hozuki Shaneji. De que era exactamente igual a como lo definían en papel —probablemente a un nivel mucho más profundo, dadas las circunstancias— y de que se había ganado su confianza apostando por la única baza para hacer un all in. Y ese era el sentimiento por su clan, y la supremacía que buscaba recobrar tras tantos años en decadencia—. partiremos mañana, según él. Aunque todavía desconozco hacia dónde.
La silueta de Hagesgi emitió un brillo de arriba abajo como el que haría el filo de una katana al desenvainarse. Pero en vez de luz blanca, con los colores del arco iris. Un simple efecto que producía el Gentōshin no Jutsu, pero bien podía ser toda una metáfora.
Contuvo la emoción en sus ojos, sin embargo, y no se dejó llevar por el optimismo. Las cosas no siempre eran lo que parecían, y había visto demasiadas veces una misión truncarse cuando mejor iban las cosas.
—Así que te encontraste con él de casualidad, os intercambiasteis unas hostias y ya estás bordo —resumió—. Suena demasiado fácil.
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La silueta de Kaido, entre leves picos de señal, asintió.
—Debe tener sus dudas, pero ha de pensar que el riesgo de conseguir un aliado que le ayude a alcanzar su objetivo es equiparable con la posibilidad de que nuestro encuentro no fuera una mera casualidad. Sin embargo, parece ser un ninja bastante lineal. Tuvo muchas oportunidades de indagar en mi historia y no lo hizo. Lo importante es que está convencido de que os he mandado a tomar por culo.
»Ya no sé los otros séis, pero ese tipo es una pieza fundamental para que el resto apruebe mi... contratación.
19/11/2018, 23:03 (Última modificación: 19/11/2018, 23:06 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Si Hageshi ya solía ser poco expresiva, su silueta lo era todavía menos. Inmóvil, sin gesto alguno y con los ojos clavados en los de Kaido.
—Así que apenas indagó en tu pasado. —Eso le gustaba y le disgustaba al mismo tiempo. Le gustaba, porque Kaido tenía menos posibilidades de caer en la contradicción. En un pequeño desliz en su historia inventada. Pero le disgustaba enormemente que un Cabeza Dragón apenas preguntase por la historia de un exconocido ninja de Amegakure al que quería reclutar.
Algo le rechinaba en todo aquello, mas tenía que admitir que las noticias que Kaido le traía eran inmejorables. Había dado con su objetivo a la primera, y se había unido a él sin problemas mayores. Intoxicar a Kaido con sus dudas no le iba a hacer ningún bien.
—Será mejor que descanses. Hoy ha sido un gran día —le felicitó.
El silencio se mantuvo por unos segundos. El amejin ya sabía qué llegaría a continuación.
—¿Quién eres?
En todas y cada una de las noches, siempre terminaba su conversación con la misma pregunta.
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Él, sin embargo, sí que era expresivo. Y su silueta también lo fue cuando se dibujó entre vertientes de holograma una sonrisa pícara, y filosa.
—Un traidor, un prófugo. Soy Kaido el Exiliado.
. . .
El alba. Aquella epifanía de la madrugada que aún se debatía entre la noche y el día. El sol mostrándose reticente, asomando la cabeza a paso de tortuga tras las enormes montañas que componían El Valle de Unraikyo. Y Kaido, en el punto de encuentro, presenciándolo como si fuera su último amanecer.
Porque realmente no sabía cuál iba a serlo. El último.
Hozuki Shaneji le aguardaba, cumplidor, en la entrada del edificio. Vestía una túnica azul oscura, de mangas largas y anchas y una capucha lo suficientemente grande como para ocultar su rostro de ser necesario. A la espalda, una gran mochila, y su arma preferida cruzándola en diagonal bajo ella.
El viaje empezaba. ¿El destino? Oh, Kaido, en el fondo, lo sabía. ¿A dónde sino el País del Agua? Allí, de forma inconsciente, le llevaban sus pasos desde el día en que nació. Todos tenían su lugar, y todos caminaban de la misma forma hacia él, sin darse cuenta hasta de lo que era hasta que llegaban. Sí, Umikiba Kaido caminaba...
...hacia su tumba.
• • •
El sonido de un disparo retumbó en la llanura en forma de eco.
—¡Juuuuuujujujuju! —Justo en la cabeza, como tenía que ser.
Shaneji recogió la liebre y la rajó de arriba abajo con un cuchillo, para acto seguido quitarle las vísceras. Luego, tras atar sus patas a un hilo y colgarlo de la cintura, fue recogiendo hierbajos y ramas secas de matorrales e hizo un pequeño fuego.
Habían caminado durante medio día, y se encontraban lejos de cualquier población. Tampoco es como si las buscasen. Shaneji era de los que preferían cazar por su comida a simplemente pagarla.
—Pues a mí me han llamado de todo —continuó hablando, mientras improvisaba una parrilla al fuego para echar la carne cortada de la liebre. Lo hacía con tal soltura y naturalidad como pestañear—. Supremacista, racista… Me quedo con lo que me dijo una vez alguien: un naturalista. Yo no tengo nada en contra de los plebeyos, de los meros civiles. Simplemente digo que, joder, están en una categoría inferior, ¿no? Es pura naturaleza. Los tiburones están encima de la pirámide de la cadena alimenticia, las truchas no. Negar eso es negar el puto mundo, joder.
Shaneji no se consideraba un tipo muy listo, pero no le cabía en la cabeza que gente supuestamente más preparada que él le negase una verdad tan incontestable como aquella.
—Y por tanto, solo digo que deberíamos luchar por conservar nuestra raza pura, o de lo contrario algún día se extinguirá. ¿Qué pasa en las tres Villas? Que tienen hijos todos con todas, joder. ¡Así es que se han vuelto tan débiles! Y no es por racismo, ¡es por pura lógica! Cruza una yegua de carrera con un burro. Te sale una puta mula, que ni con suerte te correrá la mitad de rápido. Y no hace falta ir a los extremos. Cruza una yegua de carrera con un caballo de pasto, y luego con otro caballo de carrera. En el cien por cien de los casos, el segundo hijo ganará al primero. ¡Eso es algo que esta sociedad hipócrita se niega a ver, pero sigue estando ahí, Kaido! ¡Sigue estando ahí!
Shaneji pinchó un trozo de carne hecho por fuera, para ver si estaba al punto, y al ver sangre en la punta se lo tragó de un bocado. Jodidamente esplendoroso.
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¿En serio, naturalista? ¿Era el mejor adjetivo que tenía para definirse a sí mismo?
Kaido hizo todo lo posible para no reírse en su cara, asintiendo con alevosía a cada insinuación. A cada pretexto. Debía estar de acuerdo todas las premisas de Shaneji. Tenía qué. Era casi un deber intrínseco según la percepción de ser un Hozuki a los ojos de un reacio defensor de la sangre de un clan ancestral. Que no quería decir, desde luego, que compartiera su punto de vista. Se le antojaba una forma de pensar bastante oxidada, demasiado ortodoxa y para nada acoplada a la época en la que vivían.
Quizás él era demasiado joven, o Shaneji un sentimentalista de cojones. Una de dos.
—Pues es lo que hay, Shaneji. Son años y años de sangre diluida. Y ni hablar de los fuertes cimientos del status quo que gobierna Oonindo desde que murieron las cinco grandes aldeas —alegó—. pero si quieres acabar con todo eso, tienes que crear una entidad, colega. Un cuarto rey en un tablero de tres reinas que viven para tomar el té y estrecharse las manos. Sólo estando a la altura de las tres aldeas, en igualdad de condiciones, podríamos joder la balanza que los mantiene a raya.
Debemos ser la oveja negra del rebaño. Y se me antoja que esa no es tarea sencilla. ¿Es lo que buscáis vosotros, entonces? ¿Dragón Rojo?
Shaneji quitó de la parrilla un muslo y le hincó el diente. Kaido, quien todavía no había probado bocado, ejerció de fuelle, avivando el fuego que era Shaneji. Preguntó, directo, si esa era la meta final de Dragón Rojo.
—¡Juuujujujuju! —rio de forma aguda, mientras se relamía los labios—. ¿Acaso…?
El sonido de los cascos de caballos al galope llegó hasta sus oídos. Se quedó con la palabra en la boca, y levantó la cabeza. En la lejanía, un carro tirado por dos corceles se acercaba a gran velocidad. No fue hasta que quedaron a pocos metros que empezaron a bajar el ritmo, yendo claramente en su dirección.
Shaneji desvió la mirada hacia su Tetsubō, que reposaba en el suelo junto a su mochila, y luego de nuevo a los corceles. Eran negros, se les veía espuma blanca en la boca y sudaban a raudales. Le llamó la atención uno de ellos, que no paraba de cabecear mientras su jinete tiraba de las riendas.
Luego sus ojos se posaron en el carro, cubierto por una lona que ocultaba su mercancía. Finalmente, en los dos hombres que estaban sentados en el asiento del carro. Uno tenía el pelo naranja, con dos mechones que le caían por delante de las orejas y peinado hacia atrás, tan largo que le llegaba hasta la parte alta de la espalda. Tenía un collar con un diente de… ¿tigre?, y estaba arrebujado en un abrigo de piel de oso.
Su compañero, más joven —rondaría los veinticinco—, tenía la cabeza rapada e iba igual de abrigado. Se le veía una daga en la cintura, llevaba guantes y la típica barba de tres días.
—¿Queda sitio para un par de viajeros hambrientos y helados? —preguntó el mayor, de unos cuarenta años, con una sonrisa lobuna dibujada en el rostro.
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Sin embargo, Shaneji no respondió. Y no porque no haya querido, sino que se vio obligado a torcer su atención hacia el inconfundible sonido que emitía un caballo galopante. No pasó demasiado tiempo para que ambos se percataran de que se trataba de un par de corceles haciendo la de mula de un carruaje. Sobre él, dos hombres ajetreados que tiraban de las riendas de sus corceles, que aparentaban haber galopado durante bastante tiempo sin parar.
¿Meros transportistas, o mercenarios? iban armados, y no tenían pinta de ser simples recaderos.
Kaido no tuvo que ver hacia su arma tal y como lo hizo Shaneji. Nokomizuchi siempre estaba cerca por si la necesitaba.
25/11/2018, 17:24 (Última modificación: 25/11/2018, 18:09 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
El hombre ensanchó su sonrisa.
—Oh, gracias, gracias. No preocuparse, no somos gorrones. Tenemos comida —aseguró, bajando al suelo de un ágil salto.
Fue entonces cuando ambos pudieron ver que aquel hombre también iba armado, con un machete en la cintura. Sus ojos castaños se pasearon por los dos, deteniéndose lo justo y necesario en el Nokomizuchi y Tetsubō. Aquello le hizo fruncir el ceño y casi detenerse, pero trató de disimularlo con un amago y recomponerse en el acto.
—Mi nombre es Kyogi —se presentó, sentándose junto a las brasas y acercando las manos a estas, tras quitarse los guantes—. ¡Oi, Komtan, trae un par de liebres! Si queréis un poco, por favor, no os privéis.
El tal Komtan hizo lo mandado. Se acercó a la parte trasera del carro y trajo con ella dos presas, que se apresuró a preparar para cocinar.
—Tenéis un riachuelo en esa dirección —Shaneji señaló por dónde él y Kaido habían venido, casi en dirección contraria de la llegada de los dos invitados—, a pocos minutos en caballo. Por si queréis abrevarlos.
—Gracias, gracias. Pero malo será que no aguanten hasta la noche.
—Hmm —Shaneji emitió aquel único sonido, y se quedó en silencio. Ni dijo su nombre, ni siguió comiendo. Simplemente se mantuvo serio, observando a ambos.
—Oi, ¿y de dónde sois? Que me cuelguen si no tenéis pinta de mercenarios. Sin quereros faltar os lo digo.
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Kyogi. Kyogi tenía un jodido machete, mientras Komtan, el de la daga; hacía de la mandado al buscar sus propias liebres. Kaido tomó una pata de la suya, ya cocinada, y comió por primera vez desde que se había sentado, que no quería decir que su cuerpo y sus sentidos no estuviesen al cien concentrados en aquel par de desconocidos que habían calado en su hoguera.
—Gracias, gracias. Pero malo será que no aguanten hasta la noche.
—No. Lo malo sería que os quedarais sin caballo para remar de ese carruaje. Se ve bastante pesado. ¿Traéis miles de liebres, acaso?
—Oi, ¿y de dónde sois? Que me cuelguen si no tenéis pinta de mercenarios. Sin quereros faltar os lo digo.
—¿Traes soga? —respondió, con una sonrisa en el rostro.
—No. Lo malo sería que os quedarais sin caballo para remar de ese carruaje. Se ve bastante pesado. ¿Traéis miles de liebres, acaso?
Kyogi rio ante la ocurrencia de Kaido.
—Qué va… Solo las que cazamos por el camino. No sería la primera vez que nos quedamos un día sin comer por ir mal aprovisionados.
—Pff… Ya lo creo —agregó Komtan, quien ahora colocaba las liebres troceadas sobre la parrilla.
El presentimiento de Kyogi fue negado por el propio Kaido, y no le quedó más remedio que reír de nuevo ante la broma.
—Vaya, pues no suelo tener mal ojo para estas cosas —se lamentó.
—¿Es un diente de tigre? —habló finalmente Shaneji, quien había fijado de nuevo la mirada en el colgante.
—¡Oi, buen ojo! —exclamó sonriente. Tomó el diente con la mano y lo puso en distintos ángulos para que lo viesen mejor. Parecía un niño sacando pecho por su fabuloso y recién comprado juguete—. Del País del Bosque, nada menos. ¡Arrancado con mis propias manos! —dijo orgulloso—. ¿Es o no es, Komtan?
—Pff… Ya lo creo —asintió, dándole la vuelta a la carne—. Nos costó la vida darle caza. El cabrón se escondía bien. Aunque creo que era una tigresa, ¿no?
—¿Y qué más dará eso, chico?
—¿Qué tal sabía la carne? —interrumpió, intrigado. Parecía que aquel tema había captado su interés.
Kyogi le miró con sorpresa y luego estalló en carcajadas.
—¡Pues que me cuelguen si lo sé! —exclamó entre risas—. Solo lo matamos por los colmillos. ¿Sabéis las barbaridades que paga la gente por ellos? Ya ni hablemos del marfil de elefantes —Kyogi silbó como si aquello fuese el éxtasis puro—. Si sabéis a qué puerta llamar, pueden dar hasta diez de los grandes. Nada mal, ¿eh? —comentó mirando a Kaido.
—Hmm.
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—Joder, pues no. ¿También dan buenos fajos por eso? Había oído hablar de que pagaban bien por los gorilas de espalda plateada, ciertas serpientes… Pero alas de tiburón en mi vida —miró a Komtan para saber si sabía algo, y este se encogió de hombros—. Nosotros no es que nos dediquemos a eso realmente, pero hacemos algún que otro apaño. Cuatro bocas que alimentar, una casa que pagar… ¡Que me cuelguen si es fácil! —se quejó—. Y aquí el chaval se ha encaprichado con cierta chica fuera de sus posibilidades, ¿sabes? Los padres le pidieron una dote de infarto, pero el cabrón está decidido a…
Ninguno de los tres lo vio venir. Primero llegó la risa, tan auguradora como un resplandor en el cielo. Luego el estruendo, que simbolizaba tanto como el trueno. Normalmente, con la suma de estas dos cosas, uno sabía que acababa de caer un rayo. Se podía deducir, incluso, a cuánta distancia. Pero, en la mayoría de las ocasiones, no se veía dónde caía exactamente el rayo.
Probablemente Kyogi tampoco lo vio, porque cuando su cerebro trató de analizar y comprender lo que había pasado, la sangre dejó de nutrirlo. Shaneji le había encajado de lleno con la maza en el mentón.
—Juuujujujuju —Como a Shaneji no le gustaban las medias tintas, estampó el Tetsubō contra el pecho del hombre—. ¡Juuujujujuju! —¡Pam! Otra vez. Solo para asegurarse de que estaba muerto—. ¡Juuuujujujujuju —¡Pam! Solo por si acaso… ¡Pam, pam, pam!—. ¡JUUUUUUJUJUJUJUJU!
Komtan, que se había quedado boquiabierto, tratando de comprender lo que estaba pasando, cogió la daga con fuerza y rugió:
—¡HIJO DE PUTAAAAAAA! —Y trató de apuñalar a Shaneji por la espalda.
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La centella, de pronto, cayó sin que nadie lo viera venir. No esperó la orden del olimpo para descargar su furia titánica sobre aquel hombre, reiteradas veces, hasta dejar su rostro irreconocible. Pam, pam, pam. El Tetsubō aplastando sin piedra. El sonido de la carne descuajándose y la sangre haciéndose grumos con cada impacto.
Joder, se le venía haciendo bastante familiar últimamente. Aquello le recordó a la cumbre final de Katame. La escena era curiosamente similar.
Todo pasó muy rápido, pero él lo veía en cámara lenta. A Komtam, abalanzándose hacia Shaneji en un intento burdo de salvar a su compatriota muerto. Y a Nokomizuchi, casi que moviéndose por sí sola y arrastrando ella la mano de Kaido hasta que se interpuso al nivel del estómago de aquel cazador.
Desgarrando y no cortando, pues esa era la especialidad de su sierra. Desgarrar.
Kaido interpuso su otra mano para profundizar el corte y acabar con la miseria de aquel hombre, tirando lo más fuerte posible de su jodida espada. Se deslizó medio metro y giró, para contemplar la escena. Para caer en cuenta, ahora sí, de lo sucedido. De la masacre.
—Estaría bien que avisaras ante de estas cosas, cabrón —le recriminó—. ¿por qué coño atacaste?
«Oh, conociéndole, puede ser por múltiples cosas. Ahora tenemos dos caballos para apurar el paso hasta el puerto, y un cargamento de... ¿comida?» —meditó, con los ojos abiertos como platos y la respiración un tanto agitada. Se acercó hasta el carruaje sin esperar respuesta, sabiendo que Shaneji aún cabalgaba su propio éxtasis, y alzó la manta que cubría la mercancía para ver qué coño era—. «tranquilo, recuerda que los pecados de Dragón Rojo no serán tuyos. Mataste porque así fue necesario.»