Eri sugirió un plan muy viable, sobretodo teniendo en cuenta que yo no tenía ni puta idea, así que vi la viabilidad de ese plan en cuanto ella lo dijo. Sin embargo, Datsue no lo vio igual, sino que no lo vio, directamente. Usando argumentos que yo no entendía si estaba a favor o en contra, es decir, si había tantos maleantes en la Ribera del Sur, más motivo para ir y detenerlos a todos a hostias.

— Datsue, si son tan malos, ¿por qué no vamos a darles dos hostias? Es decir, somos la ley, tenemos el deber de castigar a ese tipo de gente. Vamos, al primero que haga algo malo le partimos los dientes y con la recompensa por detener maleantes cogemos provisiones y seguimos.

Vaya planazo me acababa de sacar de la manga teniendo en cuenta que no quería saber nada de todo eso de planear.

La chica se quedó perpleja ante las palabras del Uchiha, que, como si le hubiesen clavado un puñal en el corazón, les comenzó a enumerar todo lo malo que había en la Ribera del Sur según él: ladrones, asesinos, violadores, vamos, que si se acercaban allí probablemente terminarían muy mal parados.

Parpadeó varias veces aún en su estado de mudez temporal por el sermón que acababa de soltar Datsue de carrerilla, pero Nabi, que parecía que las cogía al vuelo, no se quedó atrás.

— Datsue, si son tan malos, ¿por qué no vamos a darles dos hostias? Es decir, somos la ley, tenemos el deber de castigar a ese tipo de gente. Vamos, al primero que haga algo malo le partimos los dientes y con la recompensa por detener maleantes cogemos provisiones y seguimos.

—No tenemos tiempo para eso —negó ella, volviendo en sí para posar sus ojos en el mapa de nuevo—. Es igual, evitemos la Ribera del Sur, sigamos hasta el Puente Kannabi y continuemos por el Paraje de Bambú, de ahí buscaremos algún pueblo para abastecernos o si no podemos acercarnos a Notsuba como último recurso, ¿o qué proponéis vosotros?

Ya a la desesperada, era eso o quedarse ahí para siempre discutiendo la ruta. Teniendo en cuenta que no se habían quejado de la primera fase del viaje, comenzó a andar, ya que allí quietos no lograrían nada.

«No, Nabi, ¡no! ¡Tú no lo entiendes!» ¿Cómo pegarse con un pueblo entero? ¿Cómo partirles los dientes a tantos y tantos hombres y mujeres? Solo eran tres, y ni en una semana habrían terminado. A no ser…

Un pensamiento oscuro pasó por su cabeza. Él, ahora se daba cuenta, tenía semejante poder… sellado en el ojo derecho. Sería tan fácil, tan sencillo… Y clemente. Rápido e indoloro para todos.

—No tenemos tiempo para eso —El Uchiha la miró, desconcertado. ¿Acaso le había leído el pensamiento, o se refería a…?—. Es igual, evitemos la Ribera del Sur, sigamos hasta el Puente Kannabi y continuemos por el Paraje de Bambú, de ahí buscaremos algún pueblo para abastecernos o si no podemos acercarnos a Notsuba como último recurso, ¿o qué proponéis vosotros?

Datsue opinaba que Notsuba era un desvío innecesario. Que les iría mejor yendo a Tane-Shigai, para luego enfilar directamente hacia la Ribera del Norte y de ahí a las Montañas de la Tierra. No obstante, tampoco tenía ganas de pisar su tierra natal. ¿Cuántos años hacía que no pasaba por allí? ¿Y si le reconocían? ¿Y si se cruzaba con sus padres?

No, no quería tener que enfrentarse a eso. No todavía. No en plena misión.

—Me parece estupendo, Eri. Una idea perfecta —aseguró, arrancando a caminar junto a ella.

Los mayores ya se encargaron de planificar la logística del viaje, con lo cual a mi solo me quedaba disfrutar del dinero de cuando completáramos la misión. La vida del Genin es la vida mejor.

Empezamos nuestra marcha, lenta pero segura, hacia algún sitio. Al final no me había quedado claro a donde íbamos exactamente, pero acabaríamos llegando al País de la Tierra seguro. Stuffy revoloteaba por los alrededores como si toda la energía que no había gastado siendo Stuffemo tantos meses ahora le ardiese por dentro, impidiéndole ir a un ritmo normal.

— Bueno, ¿y si nos cruzamos con un ninja de otra villa? ¿Qué hacemos? ¿El Protocolo Muerte Instantánea?

Datsue declaró que la idea de Eri le venía como anillo al dedo, así que con una triunfante sonrisa surcando su rostro, enrolló su mapa y lo guardó en el bolsillo de su chaleco militar.

Stuffy parecía renovado tras todo lo ocurrido, dejando de ser aquel perro de ánimos caídos —y sobre todo, dejando de ser un cachorro en general—, así que en su viaje solo se dedicaba a revolotear de un lado a otro con una energía totalmente nueva en él.

Nabi, por su parte, parecía incluso más receloso con los demás.

— Bueno, ¿y si nos cruzamos con un ninja de otra villa? ¿Qué hacemos? ¿El Protocolo Muerte Instantánea?

—No —declaró la kunoichi, tanjante—. No se hará nada, estaremos preparados pero no seremos nosotros los que comiencen nada. Nuestro objetivo es completar la misión.

«No como en Taikarune...» Se lamentaba mentalmente mientras continuaba a su ritmo: no corría, pero continuaba sin detenerse. Lo mejor era no cansarse demasiado, aunque tampoco demorarse mucho ya que el lugar no es que estuviese cerca, precisamente.

—Me parece…

«… de puta madre».

—No —respondió Eri, tajante. Suerte que Datsue se mordió la lengua a tiempo— . No se hará nada, estaremos preparados pero no seremos nosotros los que comiencen nada. Nuestro objetivo es completar la misión.

—Muy bien dicho, Eri. Sí señor. Totalmente de acuerdo.

Viendo cómo actuaban los kusajines, que atacaban antes siquiera de preguntar, quizá su oportunidad de revancha le llegase aun y con las condiciones de Eri. «Oh, Etsu… Ojalá vuelvas a intentarlo. Esta vez te prestaré la atención que te mereces».

—No. No se hará nada, estaremos preparados pero no seremos nosotros los que comiencen nada. Nuestro objetivo es completar la misión.

Iba a replicar diciendo lo malandrines que eran y lo mucho que se merecían un par de puñetazos en la boca, pero recordé mi puesto en aquella encrucijada de rangos y ordenes. Datsue hizo lo propio y dijo estar de acuerdo. Era obvio que estar de acuerdo, bueno, en un cierto porcentaje podía ser, sin embargo, en una amplia mayoría de miniDatsues querían guerra y venganza. Porque si había algo que siempre había movido a Uchiha Datsue, no era el dinero ni las mujeres, sino la sana y homicida venganza.

— A sus ordenes, Eri-sama. Protocolo Perdonavidas entonces.

No era mi protocolo favorito, pero por Eri-sama lo que hiciese falta.

—Muy bien dicho, Eri. Sí señor. Totalmente de acuerdo.

Le miró de reojo, no muy convencida, pero al cabo de unos segundos dejó entrever una pequeña sonrisa, entre satisfecha y orgullosa por su contestación.

— A sus ordenes, Eri-sama. Protocolo Perdonavidas entonces.

—Nabi, por favor, no me llames sama, de verdad, somos amigos desde hace mucho como para que me llames así —volvió a pedir, esta vez con cierto tono cansado. Se hundió bajo sus hombros y le dirigió una mirada algo lastimera, a ver si con suerte le daba algo de pena.

Todo esto sin dejar de caminar hacia su destino, por el camino que habían decidido.

El Uchiha se rascó la nuca, desconectándose un poco de la conversación, cuando Eri le pidió a Nabi por enésima vez que no la llamase con el honorífico sama. Tres meses habían pasado desde el examen Chunin, y Datsue no había visto a ningún ninja extranjero ni salido de las fronteras desde su última misión, aquella cuyo objetivo era averiguar la posición de Amegakure junto a su Hermano.

Pero, ¿y sus compañeros? ¿Se habrían topado con alguno?

—Hablando de protocolos con ninjas extranjeros… —comentó—, ¿os habéis encontrado con algún amejin o kusareño tras lo del Chunin?

—Nabi, por favor, no me llames sama, de verdad, somos amigos desde hace mucho como para que me llames así —

— Vale, vale, no te llamaré -sama, Eri-chhhhhhaaaaaaaaaaaaaaaaannnnnn.

Se me trababa mucho en la lengua llamar de una forma tan maleducada a una Jounin, encima cuando llevaba la indumentaria oficial. Jounin era, bueno, es como casiKage. Es decir, si ahora al pobre Hanabi se le cayese un bijuu encima, no sería una locura proponer a Eri como candidata al puesto, porque es casiKage, barra, Jounin. Y yo ahí llamandola -chan descaradamente, yo, un triste y mediocre genin. Seguro que por eso en Ame te tiran a un lago helado a que te mueras.

—Hablando de protocolos con ninjas extranjeros… , ¿os habéis encontrado con algún amejin o kusareño tras lo del Chunin?

— Por supuesto que no, sino habría un reguero de mierda desde aqui hasta su estúpida villa llena de criminales, ladrones y mentirosos. — miré a Eri y desvié la cabeza hacia el cielo. — Pues que buen día se ha quedado, eh, chicos. ¿Eso que oigo son pajaritos? Igual podíamos cazarlos y asarlos con una buena hoguera, ¿que os parece? ¿Planazo?

Igual cuando tu líder suprema te acaba de decir que no hay que usar la violencia contra las otras villas no debías decir que ibas a atacar al primero con el que te cruzaras. Pero ¿qué iba a hacer? ¿Mentir? ¿A un compañero? ¿Eso como se come?

—Hablando de protocolos con ninjas extranjeros… —comentó—, ¿os habéis encontrado con algún amejin o kusareño tras lo del Chunin?

Eri arrugó la nariz al esucchar eso, ¿cómo que protocolo con ninjas extranjeros? ¡Que seguían siendo personas con la misma profesión que ellos!

— Por supuesto que no, sino habría un reguero de mierda desde aqui hasta su estúpida villa llena de criminales, ladrones y mentirosos.

Sus orejas enrojecieron al escuchar a Nabi pronunciar aquello.

—Mirad, dejáos de tonterías y centraos en la misión —zanjó el tema, obviando darle una respuesta a Datsue sobre los ninjas extranjeros—. No vamos a toparnos con nadie de otras aldeas, ni tampoco es una buena idea llenar de mierda a cada cual que veas, ¡y ya está!

Entonces, con la cabeza echando humo, aceleró el paso, dejando atrás a sus dos compañeros.

Zanjado el asunto, los Intrépidos continuaron su camino hacia la Planicie del Silencio. Las bromas, anécdotas y viejas experiencias amenizaron el trayecto, y el grupo se detuvo a dormir en una posada en los Herreros que el Uchiha conocía muy bien. No por nada, había ido allí en múltiples ocasiones, cada vez que quería hablar con Runoara Soroku o conseguir una de sus armas a buen precio y de primera mano.

Al día siguiente dejaron atrás los descampados encharcados para meterse de lleno en el Bosque de la Hoja. De nuevo, la conversación seguía fluyendo entre los tres, poniéndose al día de muchas cosas. También, como no, surgió alguna que otra discusión, que normalmente se zanjaba con alguna carcajada quitándole importancia o con Eri cerrando el asunto.

No fue hasta la mañana siguiente, tras dormir en una posada que encontraron en un pequeño poblado, llamada La Guarida, que llegaron hasta el famoso Puente Kannabi. El Uchiha iba vestido con una túnica de color ocre, sin bandana a la vista como tampoco ningún tipo de arma. En su lugar, sí llevaba la mochila a la espalda, sellada hasta entonces en su rodilla.

Un civil en un viaje largo sin ningún tipo de provisiones a la vista era, cuanto menos, sospechoso.

—Bueno, si alguien pregunta decimos que vamos a la Ribera del Norte a visitar un familiar mío, ¿no? —quiso asegurarse con sus compañeros. En su opinión, las mejores mentiras eran las que tenían algo de verdad. Y en la Ribera del Norte vivían sus padres. La excusa era perfecta.

—Bueno, si alguien pregunta decimos que vamos a la Ribera del Norte a visitar un familiar mío, ¿no?

Ahí íbamos los tres, haciendo como que no eramos maquinas de matar en forma humana, sino viajeros sin ningún tipo de poder sobrenatural y un perro tuerto. No llevábamos ni bandanas ni chalecos ni dispositivos mortales a la vista.

— Pero, ¿quien nos iba a preguntar? ¿Y por qué tenemos que ir disimulando? No me gusta disimular. Si somos shinobis pues somos shinobis. Si alguien tiene algún problema con ello que mire a Stuffy a los ojos y se lo diga.

Sin embargo, poco tenía yo, un pobre genin repudiado, que decir en esta situación.

Dentro de lo que cabía, el viaje parecía haber ido normal, tranquilo, entre idas y venidas, entre anécdotas y discusiones, los tres uzujines habían llegado hasta el Puente Kannabi. Datsue había optado por cambiar sus ropas al entrar al país vecino, y la verdad es que Eri no se había quedado atrás, pues había guardado su chaleco y bandana en la mochila que llevaba, un poco más pequeña que la de Datsue. La kunoichi iba ataviada con una túnica cerrada de color rojo oscuro, similar a la que normalmente vestía solo que esta llevaba las mangas largas más anchas que de costumbre y era un par de tonos más oscuros que la normal.

También llevaba el cabello recogido en una trenza que caía sobre su espalda.

—Bueno, si alguien pregunta decimos que vamos a la Ribera del Norte a visitar un familiar mío, ¿no?

—Me parece bien —concedió ella, sujetando las asas de su mochila con ambas manos—. Pero solo lo diremos si la ocasión lo requiere.

— Pero, ¿quien nos iba a preguntar? ¿Y por qué tenemos que ir disimulando? No me gusta disimular. Si somos shinobis pues somos shinobis. Si alguien tiene algún problema con ello que mire a Stuffy a los ojos y se lo diga.

—Porque así nos ahorramos parones innecesarios —comentó ella, mirando a Nabi para pasar posteriormente a Stuffy —. Además, no nos hará daño ir así.

Los Intrépidos habían hecho bien en preparar un plan, porque el puente Kannabi estaba custodiado por dos Chunins de Kusa con cara de pocos amigos. No obstante, la mentira surtió efecto, una mentira fuertemente cimentada en verdad. Datsue conocía la Ribera del Norte como la palma de su mano, y tras responder a un par de preguntas se hizo evidente que había nacido allí.

Así pues, el grupo avanzó sin mayores problemas, adentrándose en el Bosque de Hongos. Datsue les aseguró que por aquella zona se vendía la mejor maría, y pese a que trató de convencer a Eri de que aquello no se consideraba tabaco, sospechó que su labia no daba para tanto.

Ya había caído la noche cuando los Intrépidos llegaron a Tane-Shigai, una impresionante ciudad construida enteramente sobre las copas y troncos de los árboles. Había estado allí en al menos dos ocasiones, si la memoria no le fallaba. La primera, cuando todavía era un criajo que no sabía atarse los cordones del zapato. Había sido con su madre, en un viaje de visita. La segunda, meses atrás, cuando Aotsuki Ayame había cortado el hilo del que pendía y casi había acabado con su vida.

De no ser porque se trataba de un Kage Bunshin, claro.

—Un caldo para mí y una jarra de agua —pidió al camarero, cuando los tres se habían sentado en una mesa de la posada.

La posada, llamada La cabaña nido, era como otra cualquiera. Llena de gente con un vaso de cerveza entre sus manos. Risas, gritos para hacerse oír y, como siempre, algún borracho dando la tabarra. Datsue estiró los brazos y piernas tras colgar la mochila sobre el respaldo de su silla. Estaba molido por la larga caminata.

—Oye, ¿sabes que conocí a Riko? —preguntó de sopetón a Eri, al acordarse—. ¿Tú lo sabías? —preguntó a Nabi—. ¿No voy y tengo que enterarme por otro que nuestra Eri es sensei? —dijo con voz de indignado.